Habitación de Rurik

Escenas

Ya era bastante tarde.

Entró por la ventana tras haber intentado realizar el hechizo de levitación. Esta vez, por suerte, no había fallado en medio del intento, aunque, por suerte, aquella vez había aterrizado sobre unos cuantos arbustos y no desde muy alto. Su habitación se encontraba en el piso noveno, y no había nada bajo su ventana, salvo alguna que otra ventana y césped. Entró, evitando pisar su libro del Aire, abierto sobre el escritorio, y se sentó en la cama, pronunciando el contrahechizo:


Cayó un centímetro o dos sobre la cama, y, un segundo después, nuevamente se levantó, acercándose a su escritorio. Se lo estaba pasando bastante bien con los hechizos del libro del Aire, eran... entretenidos. Se sentó frente el libro, y, entonces, pasó una página, y leyó otro hechizo, este para crear un tornado.

Sí, crear un tornado en los recintos de la Torre, ¿qué podía ir mal?

Por si las moscas, se leyó la página del hechizo varias veces antes de intentar experimentar. Cuando se sintió preparado, se levantó de su asiento, le dio la vuelta al libro, y miró al suelo. Inspiró y expiró, concentrando sus energías mágicas en las manos, preparándose para expulsarlas y que se entremezclasen con el aire. Luego, las redirigió, y las concentró en un único punto del suelo.

Pronunció:


Al principio no pasó nada, y pensó que el hechizo había fallado. Sin embargo, una brisa que le atraía hacia el centro de la estancia le indicó que algo estaba pasando, por lo que volvió a colocarse en la posición adecuada, dispuesto a domar el tornado que iba a aparecer. Y apareció. Primero no era más que una cosa pequeña, débil. Rurik le ordenó que creciese, y este lo hizo, y tomó unos cuantos papeles que había dejado en el escritorio.

—Nej, svriflegæd met!¹ —exclamó Rurik, casi gritando— Hjälde, virf! Hjälde!²

Sin embargo, supuso que las palabras no servían tanto como los hechizos, por lo que, para hacer que el tornado parase, pronunció:


El tornado desapareció en aquel instante, y las hojas de papel se desperdigaron por la habitación. Rurik no se entretuvo demasiado tiempo en recogerlas, había sido un día bastante movido, sin contar el tornado. Los dejó en el libro, el que cerró. No quería que acabasen saliendo por la ventana por una brisa indiscreta. Esto le llevaba a pensar... ¿qué tiempo haría mañana? Quizá necesitase volver a entrenar, pues pensaba presentarse pronto a la prueba.

Tomó aire y lo soltó, mirando el cielo, y dejó que sus energías se fundiesen de nuevo con el aire. Se concentró, y pronunció el siguiente conjuro:


Le vino a la mente la imagen de un valle lluvioso. No era bueno, tenía la intención de salir fuera a entrenar, o quizá pasear para tranquilizarse antes de la prueba. No podía hacer eso si estaba confinado en la Torre, en el mismo lugar en el que se examinaría. Volvió a abrir el libro y buscó un hechizo que había recordado ver anteriormente en el libro, uno que permitía cambiar el tiempo atmosférico. Podría hacerlo mañana, pero, seguramente, si veía que llovía, esperaría a otro día para hacer el entrenamiento.

A fin de cuentas, ¿quién lo conocía mejor que él mismo? Tras encontrar el hechizo, siguió las instrucciones, imaginándose un valle soleado, alzando ambas manos hacia el cielo, y pronunció el encantamiento:


No sabía si el hechizo había funcionado, porque, aunque hoy el cielo apenas estaba cubierto, la previsión para el día siguiente era la contraria, y él intentó que el día siguiente también fuese soleado. Suspiró, cerró el libro y lo guardó en la estantería, y cerró la ventana. No confiaba demasiado en sus poderes tras un día tan extenuante. Ni tenía fuerzas para cenar, simplemente se descalzó y se tumbó en la cama, durmiéndose todavía con la túnica puesta.

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¹ ¡No, mis apuntes!
² ¡Para, tornado! ¡Para!

¡Quien supiera que existían tantos tipos de demonios! Es decir, me imaginaba que allá en su UntrhijmNombre nórdico que se le da al plano demoníaco habría más de un solo tipo de demonio, que era como una versión... demoníaca, supongo, de la Tierra. Nunca me interesó demasiado el tema como para investigar en más profundidad, a diferencia de Godric que, según parece, había devorado toda la sección de demonología de la biblioteca de la Torre, o eso me parecía por toda la información que me soltaba. Por suerte, escribo rápido y de manera esquemática, así que no tuve problemas en apuntar toda la información que me iba contando. Según las necesitaba, más hojas de pergamino flotaban desde la estantería.

No pude evitar poner una mueca cuando mencionó lo de las crías de demonios y tampoco pude reprimir otro suspiro. No creo que sea su intención, pero no puedo evitar que me ronde por la cabeza la idea de que dijo eso para hacerme sentir algo culpable. No creo que fuera tan mezquino, ¿no? Se quedó callado de pronto, aunque al principio no me di cuenta de ello porque estaba repasando los apuntes que había tomado. Al acabar, sin embargo, me dí cuenta de que se había quedado embobado, mirándome fijamente. ¿En qué estará pensando...?

—¡Eh! —Chasqué los dedos con una sonrisa divertida—, Godric, ¿estás bien? —le pregunté, con la cabeza algo ladeada, y luego seguí—. De todos estos demonios, ¿cuál es el que más te interesa?

Se le notaba a la legua que no había dormido mucho. Ignorando esos momentos de intensa alegría y tristeza que sintió al hablarme de sus planes, no era difícil adivinar que estaba cansado y que aún era muy pronto como para ser persona. Suspiré volví a mirar el papel, esperando apuntar más cosas. Aún así, con un tono quizás de hermano mayor, le reñí un poco.

—Sabes que no es muy sano dormir poco, ¿no? ¡Estás en la Torre! Esta no es una academia normal. Osea, quiero decir, sí, en las academias normales no se enseña magia, pero según tengo entendido los profesores dan clase todos los días, siguiendo un horario estricto —No pude reprimir un escalofrío. Apreciaba la libertad que daba la Torre. Además, como los alumnos llegaban uno a uno, sería muy difícil organizar las clases, quizá otro motivo por el que el aprendizaje es individual—. Si un día te encuentras cansado, no pasa nada si te quedas unas cuantas horas más en la cama. Me habrías encontrado también más tarde.

En fin, tras pensarlo un poco, decidió que la mejor opción sería un perro-demonio. A decir verdad, se me hacía mucho más simpático un perro demonio que un pulpo demonio... porque ni podía imaginarme cómo sería una de esas criaturas, y quizá es para lo mejor. Apunté en el papel la palabra hejlhund, pronuncié de nuevo las palabras de activación, y los papeles en los que había escrito se volvieron hojas en blanco, sin ninguna letra, para nada sospechosas. Me preguntó cómo iba a hacerlo (me imagino que lo de invocar ese tipo de demonio en concreto y atarlo de alguna manera a este plano); me levanté, tomando el bol de gachas, y me puse a andar por la habitación, comiendo y meditando.

—No tengo ni idea —acabé por decir, seguro de mi mismo. A fin de cuentas, apenas había comenzado mis incursiones en territorios demoníacos—. Pero ya se me ocurrirá algo. No por nada te dije que necesitaría unos días para prepararlo todo, ¿no? —le pregunté, con una sonrisita—. Aunque... se me ocurre que necesitaremos un objeto para atar al demonio a este plano. Una especie de ancla, no sé si me explico. Eres libre de elegir lo que... más te guste... o que creas que funcionaría mejor.

Al menos, todo había vuelto a la normalidad, aunque el precio haya sido acceder a invocar un perro demoníaco y ligarlo a este plano. A decir verdad, esto me escandalizaba mucho menos que lo primero que me había imaginado cuando Godric me propuso su plan de criar un demonio. De hecho, volvía a bromear conmigo, en la vena de lo primero que le dije nada más verle esta mañana. A decir verdad, me alegra que Godric haya llegado a la torre, porque hacía tiempo que no me llevaba tan bien con alguien de por aquí. La gente no suele tomarse tanto tiempo como yo en consagrarse, así que muchas de mis amistades habían acabado yéndose.

—No sabía que causaba tal adicción —respondí altanero, con una sonrisa alegre en el rostro.

Volviendo a temas más serios, se levantó de la cama y dijo que tenía algo en su cuarto que quizá le serviría para atar el demonio a este plano. Dijo que lo traería cuando lo tuviera todo preparado, lo que me parece apropiado. Acabó por preguntar qué haríamos a continuación, o si prefería que me dejara estudiando. Dejé el bol, ya vacío, encima del escritorio y me giré para mirarle.

—Yo supongo que me quedaré un rato estudiando. Supongo que, a fin de cuentas, investigar este aspecto de la demonología cuenta como preparación para el examen, ¿no? Ahora, tú... —me acerqué y le golpeé en el pecho con el dedo índice, señalándole—... tú deberías ir a dormir ¿vale? Hazme caso, me darás las gracias en unas horas.

Zane acababa de salir de los baños de La Torre. Iba vestida con la túnica morada correspondiente a su curso y atada a su muñeca, una cinta de cuero que solía utilizar de coletero. Y a pesar de que se había dado un baño —bastante largo, de hecho —, y de que olía a azahar; cuando salió de aquel lugar tenía el pelo seco: al parecer la niña había utilizado los hechizos del Libro de Fuego —pensados para destruir a sus enemigos e invocar hordas de criaturas del infierno— para secarse el pelete.

La cuestión es que, mientras bajaba por las escaleras, se detuvo en el sexto piso y vio como Godric entraba en la Sala de pruebas, dejando la puerta cerrada al pasar. Tuvo que taparse la boca con las manos para no gritar de la emoción, y no perdió ni tan solo un segundo: tenía que avisar a Rurik.

Se dio la vuelta y comenzó a subir por las escaleras, corriendo, apartando de vez en cuando algún alumno que se interponía en su camino y el noveno piso. Cuando llegó, se dirigió rápidamente hacía la habitación de su amigo, con la respiración entrecortada y con la cara roja de correr. Una vez enfrente de su puerta, levantó la mano para llamar, pero se detuvo: ¿por qué Godric no le había dicho lo de la prueba? ¿Rurik lo sabía? ¿La estaban acaso marginando del grupo?

«Que cabrones», pensó frustrada. A pesar de aquel sentimiento, trató de calmarse: tal vez estaba sacando las cosas fuera de contexto.

Al cabo de unos segundos entró en razón y supuso, mientras negaba con la cabeza, que había miles de razones por las cuales podría no haberse enterado: a lo mejor Godric quería que fuese una sorpresa, tal vez se lo había dicho, pero no se acordaba, o sencillamente no se lo había dicho porque no habían coincidido a lo largo de la semana, y entre los nervios que suponen el primer examen, se le olvidó decírselo o no encontró tiempo para hacerlo. Suspiró, algo más tranquila.

Llamó a la puerta, una vez, dos veces, tres veces; toc, toc, toc. Al cabo de unos segundos, salió un hombre pelirrojo de la puerta, otro estudiante: tenía los ojos verdes y tenía una gran cantidad de pelo rojo que parecía un león. Un león con barba.

—¿Y Rurik? —preguntó extrañada la pelirroja.

—¿Rurrik? —preguntó aún más extrañado el pelirrojo —. Creo que vive en la habitación de al lado. Me he mudado recientemente a esta planta, aunque aún no he colocado mis cosas. Gusto mucho, mi nombre es Yi…

—Sí, sí, yo me llamo Zane, encantada de conocerte. —Se presentó rápidamente, interrumpiéndolo, mientras le daba la mano (más bien, cogió su mano sin pleno aviso y empezó a zarandearla con exagerada brusquedad) y le fue metiendo disimuladamente a su habitación, dirigiéndolo con la mano, cerrándole la puerta discretamente con una radiante sonrisa.

El pelirrojo, vuelto en su dormitorio, seguía con el brazo extendido sin cara de no saber muy bien que era lo que acababa de pasar. Se quedó así durante un par de segundos, sin saber que pensar. «Que raros son los de El Exterior», pensó con extraño.

No tenía tiempo que perder. Se sentía un poco mal con Yi-noséqué, pero aquello era cuestión de vida o muerte. Ya se disculparía más algún día de estos.

Se dirigió a la habitación siguiente a la del despachado y golpeó la puerta con fuerza, varias veces. Tal vez con excesivo exceso.

—¡Rurik, abre! —exijió alzando la voz —. ¡Es importante! ¡Se trata sobre Godric!

Poco después de escuchar el griterío y los aporreamientos de la puerta, de mi habitación se escuchó una explosión seguido de una palabra en nórdico que tenía pinta de improperio, y luego el sonido de un tropiezo, algunos libros cayéndose al suelo, un «¡Un momento!» dicho a duras penas, el inconfundible sonido y olor de hechizos siendo lanzados, algún que otro mueble o jarrón rompiéndose... en fin, cuando llegué a la puerta tenía mala cara, estaba chamuscado y la habitación estaba hecha un desastre (aunque se estaba recomponiendo sola, como si no hubiera salido un hechizo mal por la interrupción). Aunque lo más seguro era practicar en el campo de entrenamiento, prefería hacerlo en la Torre porque había mucha gente cerca por si acaso acabo abriendo las puertas a la Untrhijm sin querer.

Pero en fin, que abrí la puerta chamuscado y oliendo a humo.

—¡¿Qué pasó?! —pregunté antes de que Zane pudiera explicarme a qué se debía esa visita tan desconcentrante—. ¡Si es que se lo dije! ¡No estaba preparado, pero no quiso hacerme caso!

Claro, a ver, yo me imaginaba que Zane había venido a decirme que Godric había sido devorado por su perro demoníaco o había intentado replicar el ritual de invocación por su cuenta, una idea muy mala para un aprendiz de primer grado. Es lo único que, en mi mente, podría necesitar tanta urgencia como para venir a aporrear una puerta cerrada de tal manera y causar tales estropicios. Vale, estaba haciendo una montaña de un grano de arena, pero tengo que reconocer que estaba preocupado por mi amigo, porque sabía lo mucho que podría interesarse en un tema y hasta qué punto, ¡si hace apenas unos días estaba llorando en mi habitación por la culpa de los demonios!

Sin embargo, noté que en la cara de Zane no se veía ningún atisbo de preocupación o miedo, así que paré mis exclamaciones y corté ese hilo de pensamiento, y hasta me permití el lujo de decorar mi rostro con una expresión confusa.

—Espera... no ha pasado nada terrible y catastrófico, ¿no? Es decir, que Godric está sano y salvo.

Sí, bueno, resulta que he hecho una montaña de un grano de arena y me he inventado miles de historias terribles por la aparición un tanto inoportuna de mi amiga la pelirroja. Bueno, ¿puedo considerar a Zane como tal? Es decir, me cae bien pero apenas la conozco porque tiene una manía de aparecer y desaparecer en un segundo, y se me da muy, muy mal encontrarla pero ella siempre consigue llegar a encontrarme. ¿No será...? Bueno, aunque eso también era hacer montañas de un grano de arena. Puede simplemente ser que Zane siempre era muy (in)oportuna.

En fin, por el ridículo de la situación, por el hecho de que me haya estallado un hechizo en toda la cara y se me haya descontrolado la invocación y todo eso, no pude sino acabar riéndome y con ganas. No creo que a Zane le haga mucha gracia, pero creo que en ese momento mi cerebro dejó de funcionar correctamente. Quizás había inhalado algunos gases arcanos que me habían dejado un poco más feliz de lo habitual. Me pasé una mano por la cara y me la limpié mientras el olor a chamusquina comenzaba a desaparecer.

—Haber empezado por ahí, que has hecho que me preocupara por nada. ¿Haciendo la prueba, dices? Sí, estaría bien hacerle una sorpresita. Ah... ¿lo otro? Ya te contaré algún otro día —Aunque sinceramente esperaba que a Zane se le olvidara antes de que llegara a volver a preguntármelo. No me gustaba hablar mucho de lo que hicimos en la cueva, aunque tampoco es que fuera ningún crimen—. ¿Bajamos a las cocinas? Seguro que hay algún dulce para celebrar. Quizás incluso aguamiel...

La risa de Rurik comenzó a brotar de su pecho, como un manantial, con una fuerza desmedida. Sus carcajadas recordaban al hielo roto, cuando crepita y se rompe ante la llegada del estío. Pero Zane no se río. Después, Rurik habló, coincidiendo en prepararle una sorpresa, aunque zanjó el asunto de Godric diciendo que ya se lo contaría, aunque ambos eran conscientes de que no sería así. Antes de que Zane pudiera protestar, propuso ir hacia las cocinas, pues una celebración sin picoteo ni bebidas, ¿qué es?

Zane decidió morderse la lengua, no era el momento para comenzar una discusión. Suspiró. Alzó la mano para limpiar una mancha de ceniza en la cara del nórdico que había logrado resistir pese a las intenciones del joven. Frotó su pulgar contra la mejilla Rurik con un gesto exageradamente maternal, e impresionada por la suavidad de su piel, no retiró la mano hasta que hubo terminado. Fue un gesto inconsciente, rápido y con la misma naturalidad con la que alguien bosteza cuando tiene sueño o se rasca cuando le pica, cosas que no se piensan, sino surgen.

—Sí, vayamos —dijo encogiéndose de hombros. No estaba enfadada ni dolida, no exactamente. Más bien molesta: no le gustaba que la ocultaran cosas. Entendía, por supuesto, que ella era «la nueva» en aquel grupo, era una extraña; simplemente no confiaban en ella. El problema era que ella si que confiaba en ellos.

El trayecto hasta la cocina fue rápido. Fueron a pie, a pesar de que podrían haberse teletransportado, coincidieron que aquello podría asustar a cualquiera que estuviese allí: no querían que Gertrudis, la cocinera, se rebanara un dedo por su culpa.
Hablaron de cosas sin importancia: del tiempo, un poco de como iba cada uno con el curso, sobre demonios, las típicas cosas que se hablan para matar el tiempo. Al principio la tensión que había entre nosotros era palpable, pero conforme fueron bajando por los pisos, aquello fue desapareciendo. A Zane se le pasó el enfado y comenzó a bromear con normalidad. Incluso se disculpó con Rurik por haberle asustado.

Una vez en la cocina, saludaron a la anciana Gertrudis y cogieron dos botellas de hidromiel y otra que no sabía de que era, pero tenía la ligera sospecha que tenía un sabor muy fuerte. Como Zane no estaba muy acostumbrada a beber, se trajo también una jarra de agua fría —si tenía la elección, prefería beber agua no creada por magia —. Para comer, sacaron una tarta de una despensa que, cada vez que la cerraban y volvían a abrir, todos los alimentos retirados reaparecían.

Llegaron a la habitación a través de un hechizo de teletransportación y dejaron todas las cosas sobre el escritorio sin mucho cuidado.

—¿Ahora qué? —preguntó la pelirroja, ladeando la cabeza mientras se retiraba un mechón de pelo de la frente.

A ver, aunque otras fuentes puedan decir justo lo contrario, no es que no confiara en Zane, no. Es decir, confío en ella como confío en mucha más gente, ¿me explico? No me ha dado motivos para dudar de ella, de su palabra o de su capacidad de estar callada (aunque anda que no habla mucho...), pero es que se supone que no tengo que hablar con nadie de lo del demonio. Es decir, tampoco es que tenga un acuerdo-trato-pacto con Godric para callarnos sobre el tema; simplemente no me sienta bien hablar de eso si no está presente. Si él quiere contarle lo del demonio, o incluso enseñárselo, pues ahí el tenía potestad.

Por suerte, Zane decidió que era mejor no insistir así que bajamos los nueve pisos que separaban mi cuarto de la cocina hablando de nimiedades, evitando mencionar el pequeño incidente. Hasta me limpió algo de chamusquina de una mejilla que, según parece, mi conjuro de limpieza no había conseguido eliminar. La señora cocinera, muy maja, nos dejó libertad en arrasar con las reservas inagotables de comida de la Torre. Nos llevamos dos botellas de aguamiel, una de SveinsvijnVino de Svein, dios nórdico de la juventud (me sorprendió encontrar un licor tan fuerte y tan nórdico en la Torre), una jarra de agua por insistencia de Zane que no tenía mucha costumbre de beber, y una tarta (realmente dos, pero una era para el camino).

Tampoco es que hubiera mucho camino, pero eso no es problema para un hombre del norte. Dejamos las cosas sobre el escritorio y Zane me preguntó cuál sería el siguiente paso. Se me ocurrió una idea quizás algo cruel, pero no se puede negar que eso de acudir a la habitación de alguien con un mensaje críptico es muy útil para llamar la atención de uno. Volaron hacia mí una pluma y otra hoja de pergamino, y escribí una nota: «Tenemos que hablar; es muy importante. Ven a mi habitación. —Rurik». Lo bueno, si breve, dos veces bueno, ¿no?

En el alfeizar de la ventana tenía una maceta con unas cuantas florecitas blancas, pequeñas, con forma de campanilla. Se llaman snøsundQue parte las nieves porque son unas de las primeras flores que florecen nada más se avecina la primavera, y los tallos se alzan de entre las nieves y dejan ver sus florecitas que auguran la llegada de la estación fértil. Podría hablar de todos los mitos que rodean a esta planta pero me limitaré a decir que es un recuerdo de mi tierra patria y que solía convertirla en un duendecillo para que hiciera llegar mis mensajes a la gente. Doblé el papelito, la planta cobró vida y le entregué el papel, doblado lo suficientemente pequeño como para que pudiera llevarlo, y la dejé irse.

—Y ahora solo queda esperar a que llegue —le dije a mi compañera con una sonrisa algo pícara. Espero que no se preocupe por el mensaje, pero es la mejor manera de asegurarnos de que llegaría y pronto.

No pasó mucho tiempo hasta la llegada de Godric y su entrada triunfal. Vestía ropas bonitas y parecía estar muy contento y entusiasmado, o al menos lo estuvo durante un segundo. En menos de un instante, su rostro mostró una mezcla de emociones que me resultó difícil de descifrar, y más por el hecho de que el perro demoníaco de Godric se lanzó como una bola de cañón y embistió a Zane. Ahora, seamos sinceros, es una cosa minúscula, de tamaño similar a un perro faldero y, aunque fuera un demonio tampoco tenía pinta de ser extramademente fuerte, al menos en este momento de su vida. Considero que Zane se cayó más por la sorpresa que por el impacto, y quizá por darle un deje dramático a la situación.

El chucho infernal estaba gruñendo y babeando y miraba con cada uno de sus cuatro ojos a Zane, y parecía dispuesto de intentar devorar a la pelirroja de un solo bocado, aunque fuera imposible por su propio tamaño y por la incesante mata de rizos rojos que poseía la susodicha. En los ojos de Rurik, esa criatura era ciertamente un demonio, pero al mismo tiempo era tan minúsculo que... En fin, que Rurik se acercó a socorrer a su amiga y compañera de grado y le quitó el perro de encima tomándolo con sus dos manos. La verdad es que no pesaba mucho.

—¡Godric! No deberías dejar al perro suelto, que luego pasa lo que pasa... Y encima ahora se nos ha arruinado la sorpresa, por las tetas de Svea... —El tono de mi voz era medio severo y medio divertido.

Solté al perro en medio del aire y este comenzó a flotar como si hubiera decidido que las leyes de la gravedad eran algo que no se descubrirían hasta dentro de muchos siglos, y no por mucho patalear aterrizaría más temprano. Solté un suspiro (no sé muy bien qué sentimiento me causó esa exhalación), me acerqué a Zane y la ayudé a incorporarse.

—¿Te encuentras bien? Anda que es pequeñajo, pero sí que parece fuerte...

Luego me separé de ella y puse los brazos en jarras, mirando a Godric.

—En fin... ¡felicidades por pasar de grado! —Aunque empecé con una exclamación, el tono de mi voz fue mutando hasta ser una interrogación al final del parlamento. No estoy seguro de si el perro había reaccionado así por falta de adiestramiento o por motivos ulteriores. Quizá no había sido tan buena idea lo de la nota...

Todo ocurrió muy rápido. Cuando la puerta se abrió, Zane y Rurik observaron a un Godric nuevo: no llevaba la típica túnica andrajosa de estudiante, sino que iba con ropas elegantes, las propias de una fiesta o un acto social. Iba bien peinado y olía bien. No es como si Godric soliera oler mal, todo lo contrario. En aquel momento, olía especialmente bien: no parecía como si acabara de superar un examen en una escuela de magia.

Pero cuando Godric miró a Zane, su expresión cambió por completo. Fue un cruce de miradas que a penas duró unos instantes, porque de repente, algo comenzó a gruñir. La pelirroja dirigió la mirada al suelo —pues el ruido había venido de allí — se le escapó un grito. Solo pudo ver, antes de tropezarse y caer de manera dramática, como una mancha negra se dirigía hacia ella a toda velocidad. Se dio en parte trasera de la cabeza, aunque no lo suficiente fuerte para que llegara a quejarse. Después notó un peso en el abdomen, un peso que babeaba a la par que arañaba. Después vio como Rurik sacaba una especie de perro de allí. Estaba mirando al techo, así que no pudo ver bien toda la escena. Todo ocurrió demasiado rápido.

Tal vez el golpe la había dejado algo aturdida, porque lo primero que pensó fue: «¿Ese es mi hijo?», refiriéndose al perro. Luego escuchó a Rurik regañarle a Godric, aunque no parecía muy enfadado. Cuando terminó de hablar, el nórdico la ayudó a reincorporarse. Una vez de pie, la cordura volvió de golpe, como si la razón ni el juicio pudieran fluir estando en el suelo. No pudo evitar avergonzarse por haberse caído de la misma manera en que no pudo evitar reírse antes tales pensamientos acerca de su descendencia: de ella jamás podrían salir canis. ¿Cómo pudo ocurrírsele tal tontería?

—Sí, estoy bien —admitió una vez se tranquilizó. Pero entonces, vio al perrito volar, pataleando en el aire mientras la miraba con rabia con sus dos pares de ojos. Con sus dos pares de ojos.

Ya no estaba tan segura. Se llevó las manos a la parte trasera de la cabeza, acariciando la zona donde se había golpeado. Solo sentía una leve molestia, el golpe no había podido...

Notó una punzada en la sien.

Palideció de pronto. Sus cabellos rojos y sus ojos verdes destacaban en su piel como un dibujo en un lienzo blanco: si hubiera habido viento y hubiera cerrado los ojos, hubiera parecido una vela. Pero tenía los ojos abiertos, y estos solo reflejaban pánico.

—Oye chicos, soy yo o… ¿hay un chucho de cuatro ojos flotando por la habitación? —preguntó sin apartar la mirada del perrillo, justo después de que Rurik felicitara al examinado. Sentía ser una aguafiestas, pero quería asegurarse, antes de nada, de no estar loca. Tenía el corazón acelerado y su expresión delataba cierto temor. Su voz sonaba preocupada, no solo porque le faltaba el aire y le costaba hablar. De verdad temía por su salud mental.

Jamás se imaginó que llegaría a encontrarse en en tal situación, pero en aquellos momentos deseaba de todo corazón que de verdad hubiera un perro con cuatro ojos volando por el aire. ¿Pero por qué tenía cuatro ojos? Jamás había oído que un perro pudiese tener cuatro ojos. Porque tenía cuatro ojos, ¿verdad?

Godric se disculpó por el comportamiento de su perro, que según él se había puesto tan violento porque el pelo rojo de Zane le había provocado. Por su parte, la afectada por el ataque del perro apenas se había incorporado y estaba desorientada, no sé si por el golpe que se había dado o si de la sorpresa de ver, en sus propias palabras, a «un chucho de cuatro ojos flotando por la habitación». Solté una risita algo nerviosa antes de responderle. Godric sujetaba al perro en sus brazos y Zane se había sentado sobre mi cama.

—Sí, hay un chucho de los que dices. Es... eso que te contaré otro día. —Es decir, no me esperaba que Godric viniera con el chucho demoníaco a mi cuarto, ¿sabéis? Y yo que estaba intentando mantenerlo en secreto... En fin.

El perrito volvió a escapársele pero esta vez no parecía tener ninguna intención de derribar y acribillar a mi amiga, en lugar poniéndose a sus pies y aullándole en señal de disculpa, y Godric se acercó para acariciar al perro. He de reconocer que no estaba del todo cómodo con el perro, aunque mis gestos pudieran indicar lo contrario. Godric nos preguntó cómo nos habíamos enterado de que iba a presentarse a la prueba. Señalé a Zane con la cabeza antes de hablar:

—Te vio entrando en la Sala de pruebas y vino corriendo a aporrearme la puerta, diciendo que era importante, que se trataba de ti... Claro, me imaginé lo peor —Mientras hablaba, miraba al chucho de cuatro ojos—. Pero después de que se me descontrolara el elemental y me estallara en la cara, me dijo lo que había visto.

Y entonces Zane continuó describiendo nuestra escapada a las cocinas para conseguir comidas y bebidas con las que festejar, señalando el escritorio con una sonrisita. Las dos botellas de aguamiel, la de Sveinsvijn, y la tarta. Antes de que pudiera dar un paso en esa dirección, sin embargo, Zane dijo que tenía que irse muy rápido porque no se encontraba muy bien y porque... porque...

—¡Tengo que darle de comer a mi basilisco, ay! —se excusó, poniéndose de pie de un salto, de otro salto se tiró por la ventana y desapareció en medio del aire. No, no me lo estoy inventando.

No es algo que me estuviera esperando que ocurriera, a decir verdad. Me quedé un instante o dos en blanco, antes de que recordara que tenía que reaccionar de algún modo.

—¡Vaya! Eso... ha sido inesperado. Será que le tiene pánico al perro —Solté un suspiro y volví a sonreírle—. Bueno, como decía, ¡felicidades! Ya eres alumno de segundo grado, esto hay que celebrarlo. Zane ya dijo lo que trajimos, pero si te apetece otra cosa no se tarda nada en bajar a las cocinas con un pase mágico o dos. ¿Qué tal la prueba? —Mientras hablaba, se materializaba en mi mano un stein, una jarra de aguamiel típica del norte, y me servía una sana porción del líquido dorado—. ¿Quieres aguamiel o Sveinsvijn? Cuidado, es muy fuerte.