—Un Guerrero de las Tinieblas... Interesante. —Lucy se giró hacia Riak—: Deberías convocar a la Necravia más a menudo. ¿No ves cuántas cosas tenemos que contarnos?

Aún faltaban muchos por venir, pero, probablemente, no tardaran en llegar a la sala de reuniones. Las veces que se había reunido la Necravia desde su fundación podían contarse con los dedos de una mano y los nigromantes, aunque tuvieran muchas conspiraciones que llevar a cabo, se verían intrigados por la convocatoria.

La siguiente en llegar, poco después de Tahros, fue su hija Angelica Skoróv. Era una hermosa semi-elfa de cabellos blancos como la nieve del Vinteren Riv, tierra donde había nacido, y entró en la sala con elegancia, vestida por completo de blanco. Saludó a su padre y se sentó. Llevaba un libro bajo el brazo, que decidió poner sobre la mesa. Sin decir nada más, lo abrió y empezó a leer como si no hubiera nada más en el mundo.

—Cuando vaya a empezar esto, me avisan —dijo, solamente.

Tal vez el trabajo en la Biblioteca de Rossnatt le había afectado más de lo esperado.

Después se presentó Lieh Wang. Llevaba el pelo negro alborotado, como siempre, y sus ojos, azules y rasgados, recorrieron la estancia con seriedad hasta posarse sobre Lucy. Se presentó sin camisa, dejando al descubierto un torso musculado y trabajado, más propio de un guerrero que de un mago, y detrás de él, por algún motivo desconocido, iba un perro negro, grande, que ladró al entrar en la sala.

Sus ojos se encontraron con los de Lucy. Ella se levantó, y las joyas tintinearon.

—Lieh. Te estaba esperando.

—Lucy...

Él caminó hasta ella, la tomó por la cintura y la besó apasionadamente. El resto del mundo desapareció para ellos y, mientras, el perro correteaba por la estancia.

Ventus Geth y Lisabetta Grace llegaron juntos a la sala de reuniones de la Necravia. Ventus fue el primero en entrar. Parecía un fantasma. Tenía la piel pálida, los ojos casi blancos y el pelo albino y muy largo. Vestía completamente de negro y se sentó en la mesa guardando silencio, un silencio prolongado en el que mantuvo la mirada fija en una ventana rota, como si estuviera viendo algo interesante en ella.

Luego alzó la cabeza, miró a Tahros y luego otra de las estatuas, que lo representaba a él mismo. Nadie se la había hecho; el propio Ventus la había encargado, y se quedó contemplándola de forma taciturna.

Lisabetta, por su parte, se quedó en la puerta, con los ojos azules muy abiertos y contemplándolo todo con interés. Llevaba una diadema de flores negras sobre la cabeza, pero ese no era el detalle que más llamaba la atención. Se había presentado en la sala acompañada... de un muerto. Era el cadáver de un hombre joven, con una sangrienta herida abierta en el cuello, y lo arrastró hasta el asiento que decidió ocupar junto a Ventus.

Miró a Riak y sonrió.

—Me lo he encontrado por el camino —dijo, con un tono de voz agudo y extrañamente dulce.

Luego bajó la mirada, sin perder aquella sonrisa de loca, y hundió la boca en la herida sangrienta, para continuar bebiéndose aquel líquido rojo que para ella constituía todo un manjar. El olor de la sangre inundó la estancia.

Un tiempo después, llegó Dahienna, vestida con ropas caras propias del Sur y un velo transparente cubriéndole el pelo. Hizo una mueca de asco al ver a Lisabetta con su presa y otra al encontrarse con los enamorados. Fue directa hacia Riak y le dijo:

—Más te vale tener algo importante que decir. Como me hayas hecho venir aquí para nada...

Después tomó asiento y contempló el espectáculo grotesco y caótico que formaba la Necravia.

Para rematar esa escena de caos, tan solo faltaba que apareciera Chaos Uhaikos, y sucedió tan solo unos minutos después de que llegara Dahienna.

La sombra de la Necravia se apareció mediante el teletransporte, justo al lado de Tahros. en su rostro solo se adivinaban dos luceros amarillos que hacían las veces de ojos y, en ocasiones, la línea de una boca. Llevaba puesto su sombrero habitual y sus ropas oscuras, que ocultaban el desastre que Riak y Amelia habían hecho con su cuerpo.

Estiró el brazo y, con un movimiento, hizo que el brazo del cadáver que tenía Lisabetta se desprendiera de su cuerpo y se lo lanzó a Riak.

—Hijo de puta —masculló, con su voz gutural—. ¿Te crees que iba a tragarme el cuento de tu carta? Sé muy bien que nunca me nombrarás Líder de la Necravia, borracho estúpido. Hasta que te arranque esa cabeza de elfo que tienes y me haga un cuerpo nuevo con tu piel.

Se sentó en el otro extremo de la mesa, muy lejos del odiado Señor de Aressher.

—He venido por la Necravia y por Nuestro Señor. Solo por el Dios.

Las peculiaridades de sus miembros eran uno de los motivos por los que rara vez se llegaba a un acuerdo en la Necravia. Pero, tal vez, en aquella ocasión fuera diferente...

Cuatro escuelas (¿no eran tres?) y nosotros una. Ellos todo el mundo de la superficie, nosotros condenados a las cuevas del subsuelo. Ellos mandaban y nosotros nos escondíamos. Siempre había pensado que debía ser a la inversa, que deberían ser ellos quienes huyeran de nosotros. Con ese fin había organizado la Necravia. Pero, ¡Dios!, qué difícil era colaborar con nigromantes.

Habló de Dam, de las hazañas de Dam, del número Trece... Exhalé un suspiro y negué con la cabeza.

—Contando a Dam, como Guerrero de las Tinieblas, podemos ser trece. Pero si en el Concilio cuentas a los Guerreros Exaltados, ¿cuántos son? ¿Catorce? ¿Quince? No desequilibramos la balanza de ninguna forma. No es cuestión de cantidad, es cuestión de calidad. Hubo un tiempo en el que con tres nigromantes bastaba para que temblara el mundo.

Chaos sonrió, con aquella línea difusa que a veces aparecía en su rostro a modo de sonrisa. Una sonrisa perversa, para qué engañarnos. «Oh, Señor, ¿por qué no te lo llevas al Laberinto de las Sombras y me traes a otro nigromante en su lugar?», pensé.

—La culpa es tuya, Riak. No hay más que verte para entender por qué la Necravia no funciona. Me han dicho que desde que Aressher está en tus manos todo es un desastre. Hasta la zorra de Amelia lo hacía mejor que tú.

Sus palabras me enfurecieron, pero, en lugar de atacarlo, que es lo que habría querido, dejé escapar una carcajada.

—¡Por favor, Chaos! ¿Tanto me envidias? Deja de inventarte cuentos, Aressher está en buenas manos. En lugar de preocuparte de eso, podrías ir a conquistar otra escuela, si tan poderoso eres.

Crucé los brazos. Lisabetta Grace, aún con sangre en la barbilla, me miró. Desde que el cadáver había desaparecido de la estancia, parecía haberse ido aquel brillo loco de sus ojos.

—Deberíamos hacernos con la Torre. Colaborar todos juntos. Tengo entendido que es la escuela más vulnerable.

¿La Torre? Esa era la escuela que menos estimaban los archimagos del Concilio. Yo tenía muy claro cuál era mi objetivo, cuál lo había sido siempre.

—La escuela que debe caer es el Bosque Dorado. Anaë'draýl, ese elfo idiota, debería morir. Y yo quiero matarlo, y quedarme con su escuela, y con el Reino Élfico.

Era algo con lo que había soñado muchas veces.


—¡No, deberíamos atacar el Lago! —repuso Lieh, dando un sonoro golpe sobre la mesa—. ¡Yo sería el Señor del Lago e invocaría criaturas que destrozarían el mundo y despedazarían a todo el Concilio!

—¡Estúpido! —le gritó Lucy, que estaba sentada a su lado—. Tú no tienes madera de Señor y el Lago está en manos de Alice, a quien dudo que pudieras derrotar. Lo que habría que hacer es reconstruir la Escuela del Sol Poniente y yo podría ser su Señora. Estudiaría Magia del Fuego y la gobernaría. Haría una escuela con murallas de oro. Angelica me ayudaría a levantarla, ¿no es así?

—¿Quieres solo que construya una escuela para que tú seas su Señora? ¡No! —respondió ella.

Lieh miraba a Lucy con los ojos llameantes.

—¡¿Estás insinuando que yo no tengo el poder suficiente para gobernar una escuela?!

—¡No lo insinúo, lo afirmo!

En ese momento, Dahienna también levantó la voz:

—¡Dejen de discutir! ¡Les recuerdo que Garnalia Sur es mi territorio y la Escuela del Sol Poniente está en mis dominios! ¡El Desierto Eterno es mío, yo soy su princesa! ¡Seré yo quien estudie Magia del Fuego y la dominaré!

Entonces el caos regresó y solo Ventus permaneció callado.

—¡He dicho que el Bosque Dorado! —grité, y lancé una silla contra la pared para hacerme escuchar—. ¡El Bosque Dorado debe ser la primera en caer!

—¿Y me vas a explicar, Riak, cómo vas a dirigir dos escuelas si no eres capaz de mandar en una? A ver si te enteras de que para dirigir una escuela hay que hacer algo más que beber vino de Tamika —replicó Chaos, con su voz grave.

Aquello ya colmó mi paciencia. Levanté las manos y transformé la silla en la que estaba sentado el nigromante en una estaca afilada, pero él, con su cuerpo de sombras, se incorporó de un salto e invocó una lanza de huesos en respuesta, también muy afilada, que viajó directa a mi corazón, pero la detuve convirtiéndola en una manzana que, por algún motivo, fue lo primero que me vino a la cabeza.

No necesitaba ojos para ver el camino, el Dios la había guiado hasta el palacio de la Necravia en el momento exacto en que tenía que aparecerse, según sus designios, en la reunión. Anduvo con los ojos vendados y recorrió los pasillos y las escaleras, sin tropezar nunca, sin caerse jamás. En su pecho, latía un corazón que guarecía la Eterna Oscuridad de su Señor, y gracias a Él pudo escuchar con claridad las voces que venían de la cuarta planta, y gracias a Él supo quién había regresado de la Muerte.

Su cuerpo delgado avanzó por entre las sombras. Sus pies pequeños no hacían ruido al tocar el suelo. La Dama Roja no hacía ruido al andar para que sus propios pasos no la distrajeran de su Misión.

—El Señor es conmigo... —musitaba—. Oh, mi Dios, la sombra que me guía entre las luces y las penumbras...

Entró, susurrando sus oraciones, en la sala donde estaban reunidos los nigromantes y se detuvo frente a la mesa. Sentía la esencia oscura de cada uno de ellos. No los veía, pero los sentía. Escuchaba sus respiraciones y hasta el latido de cada corazón. Había dos elfos y dos semi-elfas, ¡orejas grandes para escuchar la llamada de Dios!

—No he necesitado ojos para ver el camino, mi Señor me ha guiado hasta aquí. Yo soy su Voz. El Dios ha hablado. El Dios se ha mostrado en el Templo y en mi alma. El Dios me ha hablado. Hay una Profecía. ¡Hemos de cumplir su Palabra y su Voluntad!