Rurik Helgason
Rurik Helgason
Humano
Nombre : Hroerekr Helgason "Rurik"
Escuela : Escuela del Lago de la Luna (ex-alumno), La Torre (actualidad)
Bando : La Diosa
Condición vital : Vivo
Rango de mago : Aprendiz de cuarto grado
Clase social : Plebeyo
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Ġelost ǫ aleene {Priv. Zane}por Rurik Helgason, Lun Mar 16, 2020 9:51 pm
Tƿá ġæren —å raþre, én ǫ en hjalv— siġenþ frá lætste tide hƿen iċ Hjærtgårnalska tunga spræhten ǫ... Perdón, es la costumbre. Quería decir: hacen ya dos años —o, más bien, uno y medio— desde la última vez que hablé en el idioma centrogarnálico. Tanto que, como podéis ver, ya he perdido la costumbre de hacerlo. Se debe a que desde esa misma cantidad de tiempo ya no vivo en Garnalia Central, dado que regresé al norte, sin pompa ni circunstancia. Recibí una carta de casa: la salud de mi tía Svenja había empeorado de repente y se temían que no llegara a ver la siguiente primavera, así que quería verme para dejar sus asuntos conmigo en orden por si su tiempo en este mundo había llegado a su fin. No llegó a ocurrir y hoy día goza de perfecta salud (de la cual, al menos en parte, soy artífice).

La carta llegó en un momento propicio en el que lo último que quería en el mundo era estar en Garnalia Central o, peor aún, en la Torre, por lo que tomé estas malas nuevas con agradecimiento y hasta alegría por su ocurrencia, si bien no por la mala salud de la que consideraba como mi madre, como una oportunidad para devolverle un poco de todo lo que me había dado. Una breve carta a Zane y otra a Narshel fue la única prueba de que no había desaparecido de la faz de la tierra, porque consideraba que ellas eran las únicas personas en la Torre a las que igual les interesaría mi paradero. Con eso, y sin recoger ningunos de mis enseres, regresé al norte, de donde no he salido, dadas las circunstancias, desde mi regreso.

Con Zane la correspondencia continuó, si bien ocasional. Por mi parte, no tenía mucho que contarle, o mucho que quisiera contarle. La vida aquí es monótona, pero no el mismo tipo de monotonía que en la Torre, que consistía en pasear por el valle y lanzar hechizos. Sin embargo, apreciaba (y sigo apreciando) el cambio de aires, en especial en comparación con mi antigua vida en el norte, que pasábamos en una granjita apartada de la mano de Svea. Ahora somos capitolinos, en pleno corazón de Wölfkrone, en casa de mi primo, que es un mercader de éxito y renombre. Podemos ver el palacio desde casa, para que os hagáis una idea. Sin embargo, Svenja y yo seguimos siendo la misma gente simple de campo que somos y no hemos dejado de serlo pese al tiempo que llevamos viviendo en la gran ciudad.

No estoy seguro de quién tuvo la idea, si ella o yo, pero se decidió de que un rencuentro sería agradable. Acabé citándola en la taberna de Hjför, de merecida fama por tener el mejor aguamiel de todos los Principados Unidos. Tenía mucho que decirle, si bien no de mi estancia en las tierras en las que la nieve nunca se derrite, sino de los acontecimientos que llevaron a cambiar mi exilio autoimpuesto en el Valle a este otro exilio. Ya había pedido dos jarras de meþeglinn, el preclaro aguamiel con especias y hierbas aromáticas que inventó Hjförr hará hace más de doscientos años; la mía estaba a medio beber para cuando Zane hizo su aparición. Había pedido una mesa algo más apartada de los demás, como dicta la buena costumbre: no se puede organizar una reunión en una taberna sin tomar una mesa periférica, bañada en sombras, privada. Me pregunto si me reconocería, o si tendría que darle instrucciones mentales para localizar mi mesa.

Una escalda arrancaba dolidos acordes a su lůta que, según me informan, no es más que un laúd. Sin embargo, no he visto yo ningún laúd con doce cuerdas, así que me reservo el derecho de denominar ese instrumento en mi idioma natal (o alguna de sus correspondientes variantes regionales). Sin embargo, esta música solo era acompañamiento para la triste balaba que cantaba:

Hƿæn endeþ min ƿreċċe
Hƿæn minne ƿreċ ġeende
Iċ ben ġelost ǫ aleeneCuando se acabó mi condena
Cuando mi condena fue acabada
Me encontré sola y perdida

Zane Beren Ciryatan
Zane Beren Ciryatan
Humana
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Re: Ġelost ǫ aleene {Priv. Zane}por Zane Beren Ciryatan, Jue Mar 19, 2020 12:14 pm
Érase una vez una doncella en tierras del norte que, por nunca haberlas pisado, pisaba sin seguridad alguna la nieve blanca y sucia que cubría las calles congeladas de Wölfkrone. Un abrigo de piel oscuro la cubría, haciéndola ver todavía más pequeña, y si bien aquella prenda era útil para protegerla del frío, sin aquel amuleto que llevaba colgado en el cuello no hubiera soportado aquellas temperaturas ni aquel terrible viento huracanado.

Algunos postigos de casas sin dueño se abrían y se cerraban, los letreros colgantes de los distintos establecimientos golpeaban, de vez en cuando, las vigas de madera que los mantenían en el aire cuando éste cambiaba de dirección. Pero poco ruido hacían: el viento del norte era más fiero y silbaba, y los perros callejeros ladraban y gemían en la distancia por su dueño impasible. Zane en cambio, caminaba por las calles de aquella ciudad sin percatarse de ningún cánido aullador. Tenía las facciones enrojecidas, los mocos congelados y los cabellos volando al son de los espectros de la tarde que se apagaba, como un riachuelo de vino que se agitaba sobre su cabeza.

Al cabo de varios minutos, de repasar las indicaciones y de corregir su trayecto, pudo identificar la taberna de Hjför, sitio al que entró con cierta urgencia. Allí dentro, con aquella enorme chimenea que vomitaba fuego, el cambio de temperatura era evidente; más todavía cuando se cerró el enorme portón a sus espaldas, pues el frío no va adonde no lo invitan.

De hecho, aunque la pelirroja intentara pasear alrededor de las mesas de manera indiferente mientras buscaba a su amigo y compañero, no sólo notó la diferencia del interior con el exterior por la temperatura, sino también por los olores y la música que sonaba, sin contar siquiera el ruido de la gente que hacía al hablar y al beber. Afuera apenas se intuían: todo sonido era sordo y hueco, todo olor se confundía con el de la calle. El calor no podía escapar por los gruesos muros del local.

Por eso, al entrar, se sorprendió un poco, pese lo evidente que fuera que hubiera música, comida y gente en una taberna: pero las calles estaban tan vacías, tan frías, tan tristes… Cualquiera se podría haber hecho una idea equivocada.

Al esquivar a una camarera, Zane vio en unos ojos las calles de la ciudad. Esperaban perdidos a alguien o algo, pero la miraban a ella. Dio un paso hacia él, dubitativa. Le sonaba de algo…

¡Rurik Helgason! ¡Viejo amigo! —exclamó corriendo a su encuentro, sin disimular la alegría que sentía por verlo. Estaba tan cambiado, parecía tan mayor…

«Tan distinto al ambiente que se respira aquí, tan ajeno del interior», apuntó mientras sin dejar mudar la sonrisa de su gesto, separó sus brazos en espera de que el moreno se levantara y la abrazara, estática, a apenas a unos palmos de dónde estaba sentado y bebiendo.

Parecía cansado, como si estuviese triste. Casi parecía que su corazón no había abandonado las frías calles de Wölfkrone, como si la chimenea de su corazón se hubiera apagado. O no, quizás no triste. Quizás más bien resentido. ¿Pero acaso no estamos resentidos cuando nos acostumbramos a la tristeza? ¿Cuándo nos dejamos someter por ésta? O quizás es que sencillamente el mal tiempo nos amarga la cara a todos.

¿A qué estás esperando, perro viejo? ¡Ven aquí a darme un abrazo! —exigió, y quizás también se riera. Los pelos de su abrigo le hacían cosquillas. Ver a su amigo después de tanto tiempo le hacía cosquillas.

Quizás también sonriera porque estaba feliz, en aquel rincón oscuro y apartado, ella era la última llama que no se resignaba a morir.


Última edición por Zane Beren Ciryatan el Sáb Mar 21, 2020 1:27 am, editado 1 vez
Rurik Helgason
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Re: Ġelost ǫ aleene {Priv. Zane}por Rurik Helgason, Jue Mar 19, 2020 11:16 pm

Drørnesse å ſe døjdeþ
Ǫ iċ, iċ þæt sækja wæse
Ken ſe ġedøjde góde beonElla se murió de pena
Y yo, que la culpa he sido,
Sé que murió siendo buena

Si bien la escalda tenía buena voz y verdadera maestría tocando la lůta, estas canciones son la última cosa que quiero oír en estos momentos... aunque bueno, llevo viviendo en «estos momentos» desde hace ya casi dos años. Pero no hay nada que se le pueda hacer: la mitad del cancionero nórdico trata de amor y desamores, la otra de guerras y luchas y honor y gloria. Ambas, bien por mi predisposición pacífica o por el complicado periodo mental que llevo atravesando desde hace tanto tiempo, me parecen temáticas igualmente desagradables e indeseables, pero es imposible entrar en una taberna en el norte sin encontrar a alguien lamentándose porque su amante les ha dejando o exaltando las gestas del héroe de turno.

Se abrió la puerta de la taberna, evento que fue recibido por decenas de voces molestas proclamando «leis·þu þæt dør!¡Cierra la puerta!», que viene a ser el saludo típico que un forastero recibe en las tabernas de por aquí. Levanté la mirada de mi jarra de aguamiel y vi fugazmente una chispa roja, seguida por dos ojos verdes, quizás un tanto confusos, que se fueron acercando a mí. Hela aquí, me dije, igual que siempre, aunque ahora lleva el pelo algo más corto. Me preguntaba de dónde habría sacado el abrigo que llevaba, si lo había conjurado, encontrado en alguno de los rincones olvidados de la Torre, o si era herencia de familia o algo parecido. Hoy refrescaba, cierto es, pero, conociendo estas tierras y el clima que puede llegar a hacer en invierno, podría hasta decirse que se trata de un día bastante agradable.

¿Viejö? —pregunté. La simpleza consonántico-vocálica de la Hjærtgårnalska tunga, tras tanto tiempo sin pronunciar más de tres palabras seguidas en dicho idioma (alguna excepción cuando ayudaba a mi primo con sus negocios, cuando tenía que entrevistarse con algún comerciante del Centro), se sentía... torpe, de cierto modo. Habituada a los malabares lingüísticos de la Nordmál, era difícil conseguir que mi boca desistiera en su intento de distinguir entre múltiples aes, oes y ues que no existen más al sur del Lago de la Luna (las es y las ies se libraban del desdoblamiento, por suerte)—. Si no tengo ni treintæ años...

De cierto modo, su alegría era contagiosa. Esbocé una sonrisa al ver cómo prácticamente se abalanzaba hacia mí, sorteando mesas y camareras con sus cabellos rubios en trenzas gemelas, una a cada lado de la cabeza, equilibrando bandejas con pesadas jarras de espumosa cerveza negra del tamaño de mi cabeza. Más bien, estas últimas, acostumbradas al ajetreo de la taberna más famosa de Wölfkrone, si no de todo el Norte, estaban acostumbradas a esquivar gente con movimientos erráticos para entregar a los patronos sus porciones del llamado pan líquido. A fin de cuentas, el pan y la cerveza vienen de la misma planta, ¿no es así?

Tampøco soy un perro, Zane. ¿Tan måla es tu memoria? —Sin embargo, le hice caso de buena gana: me levanté de mi asiento y la estreché entre mis brazos, aunque...—. Aunque un pequeño æviso: estas muestras de afecto se, hm, sůelen guardar para cuando la gente se ha quitado el frío del cuerpo —Y, como para ejemplificar, me separé un poco de ella, aún sujetándola, sin romper de todo el contacto—, porque acabarás pasándole el frío a los demás. ¡Abrazarte es como darse un zambullido en el Elarciag! —Pese a mi queja, no podía evitar sonreír ante el prospecto de este reencuentro.

Le indiqué que tomara asiento y yo hice lo mismo.

Me tomé la libertad de pedirte una jarra de meþeglinn. Por aquí diþen que «aquel que beba de este hidromiel jamás saciará su sed con otrø...», esto... cosa, eso. No creo que sea verdad, pero es cierto qƿe está rico. —Para puntualizar, tomé otro trago de mi propia jarra, de la que ya había bebido, aproximadamente, tres cuartos. ¿Qué? Son tragos saludables, tragos norteños—. ¿Qué te parece Wölfkrone, de momento? Créeme cuando te digo que hoy hace bastante buen tiempo. Sí, hay una ventisca terrible, pero al menos no se está cayendo el cielo a pedazos. Ya no por las tormentas de nieve que pueden congelarte si te descuidas, sino que este invierno ha granizado con... ¿granos de granizo? Bueno, ya me entiendes, del tamaño de un puño.

De cierto modo, había algo catártico en simplemente hablar de lo que se me pasara por la cabeza. Había poca gente en la taberna que fuera capaz de entender nuestro diálogo centrogarnálico, y más teniendo en cuenta que la gente de una mesa igual no hablaba la misma variedad del nórdico que los vecinos de otra mesa, por lo que no me preocupaba que alguien pudiera poner la oreja y enterarse de lo que estuviéramos hablando.

¿Qué has estado haciendo todo este tiempo? ¿Cönseguiste acabar esos... proġectos secretos tuyos? Ya sabes, esøs en los que estabas trabajando cuando iniciamos nuestra correspondencia. ¿O el estado de dichos proyectos tæmbién es secreto? En ese caso, olvida la pregünta.

Zane Beren Ciryatan
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Re: Ġelost ǫ aleene {Priv. Zane}por Zane Beren Ciryatan, Jue Mar 26, 2020 3:57 am
La pelirroja se sorprendió al escuchar de nuevo a su amigo y compañero de la Torre, Rurik Helgason. Habría pasado algo más de un año y medio desde su último encuentro, quizás más. Los dos habían cambiado mucho físicamente, aunque en el caso del nórdico los cambios eran más notables. Quizás por ser hombre, de mayor edad o por ser del norte, así era.

Zane advirtió que el acento de su amigo también se había visto afectado, detalle que no pasó por alto y que lejos de hacerle gracia, le pareció tierno y ciertamente adorable. Más que un perro viejo, quizás sólo fuese un cachorro extraviado. Su forma de pronunciar las palabras parecía ser más ruda, y la manera de expresarse, algo más rudimentaria. Aunque lo que no había cambiado era su tendencia a realizar comparaciones: era una costumbre suya, y al ver que no la había perdido, no pudo resistirse a sonreír como una idiota al escuchar que abrazarla era como zambullirse en… algo muy nórdico. Soltó un anodino “¡Por Svea, qué cosas dices…!” como respuesta.

Le hacía tanta ilusión ver a Rurik, que, por primera vez en mucho tiempo, estaba tan concentrada en procesar aquella situación que tenía la mente en blanco. De hecho, no se movió ni dijo nada hasta que Rurik le indicó que tomará asiento, ofrecimiento que la joven respondió con una reverencia algo satírica y torpe, y sentándose en el lado opuesto al suyo de la mesa. Así podían verse mejor. ¡Hasta le había salido algo de barba, cielo santo!

El moreno habló de hidromiel. Zane asintió con la cabeza con una sonrisa, absorta. El moreno hizo una pregunta sobre la ciudad, y Zane volvió a asentir. El moreno también habló sobre granos del tamaño de un puño, y otra vez una señal de confirmación por parte de la pelirroja y una carcajada sincera.

No es que no lo prestara atención, es que estaba demasiado atónita como para poder responderle, como para saber qué decirle. Llevaba tanto tiempo sin oír su voz que ahora que la tenía allí, sentía como si estuviese soñando, como si aquello no estuviese pasando. De hecho, hasta que no pasaron varios minutos después de la última intervención de Rurik, Zane no despertó de aquel ensueño. Digamos que se produjo un silencio algo incómodo.

¡Ay, buen amigo! Perdoname, te lo ruego —se disculpó algo azorada y nerviosa, acercándose con la silla a él, sólo un poco, como para demostrar que no volvería a dejar la conversación en un monólogo —. Es que todavía no me puedo creer que esté aquí contigo, en Wölfkrone, reuniéndonos en una taberna y charlando como en los viejos tiempos. Estaba procesándolo —Explicó, con cariño. Apoyó la espalda en el respaldo de la silla, y colocó sus manos en el regazo, entrecruzando sus dedos. Depositó su mirada en los ojos del moreno.

Con el paso de los años Zane había vivido una infinidad de despedidas, pero muy pocos reencuentros. Sus padres al morir habían dejado un vacío que nada pudo llenar, así que se resignó a vivir con él. Su adolescencia, marcada por aquella tragedia inicial y por otras posteriores, la hicieron hacerse a la idea que cualquier relación que tuviera, fuera cual fuera su naturaleza, acabaría en un trágico desenlace. De ahí que, tras que Rurik anunciara su ida, una parte de ella se hiciera a la idea de que no volvería a verlo.

Pero allí estaba él, más viejo, con más acento y quizás algo más bebido que hace unas horas.

Sé que nunca he destacado por ser una alumna ejemplar, pero tampoco lo he hecho por ser una perezosa o por ser alguien que guardara muchos secretos. Así que no te he preocupes, que me he traído un par de aquellos proyectos para enseñártelos —Y sosteniendo aquella última palabra en el aire, no la dejó morir hasta que se sacó de debajo del cuello del abrigo el colgante protector que llevaba consigo. Estaba templado.

Era un sencillo disco de metal, algo más grueso que una moneda garnálica común. Tenía diversos glifos que, por su aspecto, podía verse que habían sido tallados con mucho cuidado y con el material adecuado.

Este cachivache, por ejemplo, te protege algo del frío —anunció, enseñándolo durante unos segundos con cierto orgullo. No tardó en volver a ponerlo debajo de la ropa —. Tengo cosas mejores, pero esas te las enseñaré ya en casa de tu tía —Si la frase sonaba a proposición sexual, Zane no se dio cuenta —. Aunque siga dolida por tú reacción al abrazo, pues pensaba que los fueros internos de nuestra amistad serían más fuertes que una helada pasajera —dramatizó —, debo de reconocer que ahora que tolero el alcohol, me siento muy agradecida que me hayas invitado a hidromiel —Recalcó especialmente lo de invitar —. ¿Y respecto a qué me parece la ciudad?

Zane dio un sorbo a su bebida, quizás para parecer más intérprida.

Zane intentó que su expresión no delatara nada, pero...

Pero fue inevitable. Puso cara de poner limón. Y después tosió varias veces. Y acto seguido se puso roja, y realizó el banal esfuerzo de aclararse la garganta. Pero todo sucedió a la vez, o muy rápido, y de manera muy desordenada y caótica.

Seguramente no estuviese tan fuerte, pero Zane era más de vino aguado que del meþeglinn ese, y picaba a horrores.

¡Por las tetas de Svea, esto está fortísimo, Rurik! —Comenzó a reírse a la par que tosía, aunque ya menos —. ¡Pero bueno…! ¡La ciudad…! Pues me parece muy bonita, intuyo. No me ha dado precisamente tiempo a verla entera, pues vine directa hasta aquí y… Bueno, antes teletransportarme hasta la zona, pues mi vida transcurría tranquila y monótona bajo la protección de la escuela. Creo que te puedes imaginar cómo me han ido yendo las co… —Al parecer, Zane se dio cuenta de algo porque abrió mucho los ojos y puso cara de sorpresa —¡Ay, de hecho, sí hay algo que te tengo que contar! Pero lo mío puede explorar un poco, creo. ¡Ponme al día! Todas tus cartas han sido muy escuetas, supongo que algo tendrás que contar, no sé —añadió, sonriendo con malicia y poniendo carilla de duende —. Por ejemplo, ¿Qué es de tu tía? ¿Se encuentra mejor?

Claro está, que, al preguntar Zane sobre ella, relajó un poco más el tono y puso cara de preocupación. La verdad es que no sabía gran cosa, aunque debido a que ninguna de sus cartas había llegado malas nuevas, deducía que el estado de su tía no había empeorado en exceso.
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Re: Ġelost ǫ aleene {Priv. Zane}por Rurik Helgason, Mar Mar 31, 2020 1:00 am
Zane estaba... rara. Le decía algo y no respondía, sólo se quedaba mirándome con una sonrisa, a mi parecer, un poco espeluznante. Solo asentía y sonreía, y una vez se dignó incluso a soltar una risa ante el hecho de que habían caído granizos como puños, que no es que me pareciera justo un tema sobre el que reírse. ¿Había enloquecido en los meses de mi ausencia? Por carta aún parecía estar en sus cabales, pero ahora... Igual es que había bebido y venía a verme más feliz de lo habitual; ya me había mencionado en una carta que estaba desarrollando una tolerancia a las bebidas espirituosas. Quizá acababa de venir de una sesión de entrenamiento.

Estaba resultándome un poco incómodo eso de ser el objetivo de su mirada y poco más. ¿Pretendía queme pasara toda la tarde hablando? No tenía tantas cosas que contarle, porque todo lo interesante que ocurría lo plasmaba en papel y tinta y se lo entregaba a un mensajero mágico para que se lo hiciera llegar a la loremita (que, por cierto, aún no me ha dicho en qué lugar, exactamente, se encuentra su tierra patria de Lorem, pero eso es un tema que no viene a cuento). Pero pareció darse cuenta de su inexistencia social en esta conversación antes de que resultara demasiado incómodo, que ya sabe que no me gusta ser el centro de atención. Se disculpó: estaba procesando el hecho de encontrarse en Wölfkrone, sentada conmigo en una taberna.

Bueno, eso me tranquilizó un poco. Supongo que me echó de menos, ¿no? Yo a ella también, que no por nada había sido una de mis amigas más cercanas de la Torre en los últimos años. Bueno, lo fue mientras duró mi estancia en la Torre, ahora solo era una de mis amigas más cercanas en general. Se me da mal eso de hacer amigos y conservarlos, por lo que no hace falta mucho esfuerzo para convertirse en un ser querido para mí. Y, bueno, supongo que, a la manera nórdica, me es más difícil, a la vez que me es más fácil, expresar mis sentimientos sobre este tipo de cosas. Lo sé, paradójico, pero la concepción social de qué sentimientos son apropiados que un hombre exprese varía detrás de las fronteras y, a la vez que aquí hay mayor libertad en este tipo de asuntos, es cierto que yo soy algo tímido para ese tipo de expresiones.

¿Así que ahöra te dedicas a los encantæmientos? —Pregunté, mientras tomaba el amuleto antifresco y le daba la vuelta entre mis dedos—. Mi primo tiene contactos con los enanos. Igual puede presentarnos a algůn enano que se dedique a hacer ärtefactos mágicos —A fin de cuentas, ¿qué era una escapada al norte sin una excursión a tierras enanas? Zane dijo que había hecho más cosas y que me las enseñaría en un lugar menos público que la taverna, y asentí, que iba siendo hora de que fuera yo el que se dedicara únicamente a sonreír y asentir.

O, bueno, ese fue mi plan hasta que me acusó de haberle dado más prioridad a mi propio bienestar que a nuestro reencuentro. Me encogí de hombros, y dije:

Ġa verás cómo cambias de opinión tras unå semanita viviendo aquí —A fin de cuentas, los del norte llevamos milenios viviendo en estas tierras, así que tenemos licencia para decir qué comportamientos son más o menos adecuados con el fresco que hace en este trocito de mundo.

Iba a decirme qué le parecía la ciudad, pero le pareció apropiado aclarar su garganta y sus palabras con un trago del famoso meþeglinn de Hjförr, conocido en todo el norte. Sin embargo, pareció que el trago se le quedara atrapado en la garganta, luego que le atragantara, deshaciéndose en una tormenta de toses, caras amargas y de sufrimiento, y de intentos banales de aclararse la garganta. Se quejó de que estaba fortísimo, si bien era sabido por todos los nórdicos, grandes y pequeños, que el meþeglinn era tan suave que hasta un bebé podía beberlo (en su justa medida, claro está, servía para parar rabietas y cólicos). Así que alargué la mano para quitarle el vaso antes de que diera más tragos, pero se aferró a él como alguien que se aferra al borde de un abismo y, con una mirada de gorgona, hizo que le dejara su bebida. Sonreí ante el cabezadurismo de mi colega, y alcé la mano mientras alzaba la voz, más allá de la mesa.

Øøøøøj! Ƿæhtresse!¡Eeeeeh! ¡Camarera! —Llamé la atención de alguna de las camareras a la manera nórdica. Una me vio e hizo un gesto con la mano, diciendo que estaría conmigo en unos instantes—. No sé yo qué licores has estado bebiendo, Zane, porque este aguamiel no está tan fuerte —Le dije, mientras ella reía y tosía. La ciudad, decía, era bonita. Su vida, decía, había sido la de siempre hasta el momento en el que se presentó en Wölfkrone la fría. Decía que tenía cosas que contarme, pero que podían esperar. Me preguntó sobre mi tía, y le dije—. Sí, hace ya unos meses que estǽ en perfecta salud. La verás en unas horas, aunque... No hablarás nórdico pør casualidad, ¿no? Ya... Bueno, igual tenga que traduþir, pero se alegrará de verte.

Poco después, vino la camarera, rubia como las demás, con el pelo en dos gruesas coletas, vestida con falda negra, camisa y delantal bordados, una estampa de la belleza nórdica prototípica. Con una sonrisa le indiqué el pedido:

Én stæna skjørr mäðċene, með jærdberġe scylt, ǫ oðre stæna å meþeglinn får mġn. Födliċ, én smörgåsbord með þæs betstr ynnes. Allsø, kennst·þu æniġ tungaskrøllre?Una jarra de skjørr para la jovencita, con mermelada de fresas, y otra jarra de meþeglinn para mí. En cuanto a comida, tráenos un surtido de lo mejor de la taberna. Ah, ¿y conoces algún trabalenguas? —La camarera había estado apuntando el cuaderno en una tablilla de cera, porque no todo el mundo puede permitirse gastar papel para apuntar cualquier cosa, pero ante mi última petición puso una expresión interrogativa, ante la cual expliqué—. Spræht·ſe ken nørdska, ǫ ƿill·iċ hun skjåra.No habla ni una pizca de nórdico y quiero pegarle un susto.

La camarera, que se había tomado para bien mi petición, se giró a Zane con una sonrisa y le soltó la frase más aliterada que se le pasó por la cabeza:

Skjårr·þu niht, skjørr ġehört í hjærtni ǫ hjælþ sjålt ġehölden.No temas, he oído que el skjørr te preserva el corazón y la buena salud.— Y, con esto, se fue a buscarnos pitanzas.

Con toda la tranquilidad del mundo ante la estupefacencia de Zane por este intercambio lingüístico en lenguas vedadas a la mayoría de los mortales (el Norte, a fin de cuenta, representa solo un quinto del terreno habitable del mundo), me tomé otro trago de mi meþeglinn, acabándome ya la jarra. Imaginaba que Zane se sentía un poco como me sentía yo cuando bajé a Garnalia por primera vez. La escalda seguía cantando su lamento:

ƿæst ġeburġet þæt eofnen
ſe dohter å Jån Bjørnssen
ǫ ƿæst hins æ tunon aleene
þæt birġere.Fue enterrada esa misma tarde
la hija de Jån Bjørnssen,
y él era en el pueblo
el único enterrador.

Poco después, regresó la misma camarera con dos jarras, una que dejó frente a Zane (llena de un líquido blanco y espeso con un pegote rojo en medio, y una larga cuchara de madera para que lo mezclara), y otra que dejó frente a mí, llevándose a cambio mi jarra vacía.

Eso de ahí es skjørr. Es como un ġø... yogur, pero más líquido y algo más agrjø. Te lo he pedido con mermelada de fræsa; creo que te costará menos beberlo que el meþeglinn. También he pedido algo de picar, lo mejor de la taberna. A saber qué nos traġen —le expliqué con una sonrisa. Ninguna mención a aquello que le había dicho la camarera, aunque ella y yo compartimos una mirada cómplice justo antes de que se fuera—. En fin, skål. Es lo que se dice aquí al brindar —le expliqué, ofreciéndole la jarra para chocarla—. Pero... volviendo a lo de antes, no hay muċċo que contar. La vida aquí es sencilla y monǿtona, pero me gusta que lo sea. Eres lo más interesante que me ha pasado en... meses enteros.

Zane Beren Ciryatan
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Re: Ġelost ǫ aleene {Priv. Zane}por Zane Beren Ciryatan, Lun Abr 06, 2020 2:22 am
Zane arqueó una ceja.

Así que tienes un primo que mantiene contacto con enanos… —caviló, sorprendida — Vaya, solo conozco a los enanos por las historias que he oído contar sobre ellos. Tenía entendido que los enanos no tenían muy buenas relaciones con los humanos y que preferían evitar el contacto con nosotros de ser posible. También tenía entendido que los enanos eran muy buenos artífices, y dadas mis actuales inclinaciones… —Zane mostró una sonrisa maliciosa, como si la hubieran pillado infraganti haciendo algo moralmente criticable y no sintiera vergüenza alguna —, pues me sentiría muy agradecida y en deuda con vos —expresó con solemnidad, colocándose la mano siniestra y enguantada en el pecho, exhibiendo algunos anillos que llevaba.

En el corazón llevaba un anillo de cobre y hierro, en el dedo de señalar uno de cuero y tela y en el pulgar portaba uno de madera. Sus guantes eran negros, que junto con aquellos ornamentos la hacían parecer toda una reina o una doncella de muy alta cuna, sino fuera quizás que sus anillos eran toscos y rudimentarios. Sus guantes eran viejos, heredados; y sus botas estaban manchadas de tierra y deformadas por el uso: sencillas, pero prácticas para los caminos y trayectos largos.

Zane se encogió de hombros cuando Rurik mencionó que en una semana cambiaría de opinión respecto al tema de abrazos y estar congelado, pero no dijo nada. Se giró disimuladamente para mirar lo que ocurría en la taberna, como una niña curiosa. Dirigió a su mirada, con cautela, a un punto muy concreto del lugar y no tardó en apartar la mirada de ahí: pues justamente lo que tenía que aparentar era curiosidad, no cautela. Se quedó examinando a la mujer que tocaba un laúd de 12 cuerdas y que cantaba: era una canción bastante triste, o eso suponía; aunque era incapaz de entender la letra. A continuación, dejó de darle la espalda a su compañero de mesa y decidió no contarle nada, pues decretó que sus temores eran totalmente infundados y que todo había sido una coincidencia, o una fábula de su mente. No tenía sentido alarmar a su buen amigo, el perro nórdico.

Pero estaba intranquila.

¡Pero bueno, Rurik! No me quites la bebida, que era broma —mintió —. No estaba tan fuerte —Volvió a mentir.

¿Orgullosa? Puede.

¿Que todavía se aferraba a la bebida como si su vida dependiera de ello? Quizás.


laisve


¿Que acababa de realizar un sencillo hechizo para alterar algo su sabor, mentalmente y con gran presteza, y ahora su hidromiel sabía a una especie de batido de chocolate y vainilla? ¿Qué puso cara de satisfacción al dar un gran trago? No lo dudes.

Delicioso —Puso cara de duende. Y si nunca has visto a uno, digamos que suelen ser criaturas muy risueñas, aunque muy parecidos a los demonios en cuanto al rostro—. Y no, desgraciadamente no sé…

“… Nórdico”, pero una camarera excesivamente estereotipada, hasta para alguien de Garnalia Central, apareció en escena e inició un curioso diálogo con su amigo. Zane solo podía observarlos de soslayo, totalmente incrédula y atónita ya no sólo por no entender nada y por la sonoridad propia del idioma, sino que la sentencia final de la rubia fue simplemente absurda, hasta para un extranjero. Así que Zane intentó no ser racista y se calló su comentario.

“No jodas conmigo Rurik, le has dicho que diga algo inventado. Tu idioma no puede sonar así” —pensó indignada, manteniendo todavía ese rostro de diablillo, aunque esta vez, de diablillo muy impresionado. Una vez que fue, con sus dos coletas, la camarera, lanzó un bufido y miró con ironía a su amigo. Ahí había gato encerrado.

¿O quizás acababa de consumir mucho alcohol sin darse cuenta, y su interpretación de la realidad se estaba desmoronando por completo? El nórdico no podía sonar así de mal ¿Cómo que su tía se había puesto bien desde hacía meses? Pero… si no le había llegado ninguna carta. A no ser, claro está, que la hubiera perdido o se acordara de ella. O quizás…

Oye Rurik, una cos…

Pero llegó la camarera, trayendo lo que había ordenado Rurik, interrumpiendo lo que iba a decir Zane: no porque su presencia la intimidara, o porque quisiese privacidad —porque evidentemente, la tenía ya que… bueno, la camarera no hablaba su idioma, asumía—.  Sino porque ya no se sentía cómoda. Aquel era un reencuentro entre amigos: su mente fantasiosa podía esperar, e incluso podrían reírse después de sus ocurrencias.

Una cosa —dijo, recuperando el hilo de la conversación, con naturalidad —. ¿Qué me has pedido?

Y fue respondida. Sinceramente, los sabores agrios no le entusiasmaban demasiado, pero la mermelada de fresa prometía. Seguro que estaba bueno, y si no, rúnita por allí, rúnita por allá y aquí nadie se enteraba de aquella taberna le estaba resultando un verdadero fiasco culinario.

Por favor, Rurik. Llevo siendo lo más interesante que te ha pasado desde que ingresaste en la escuela —soltó, sonriendo con cierta malicia y levantándose del sitio —. Y me parece tierno y triste a la vez, querido amigo.

Zane volvió a coger su bebida, que en algún momento de la conversación la soltó y la alzó en dirección al moreno. Se aclaró la garganta.

Por los amigos, por el paso del tiempo y por el buen tiempo, ¡Eskal! —Brindó la pelirroja, volviéndose a sentar mientras se reía, habiendo bebido previamente y disfrutando del nuevo sabor del hidromiel.

Cogió acto seguido la cuchara, algo pensativa y ausente, y comenzó a remover el skjørr haciendo que en el cuenco quedara una pequeña galaxia de blanco y rojo. Cogió un poco, y lo probó. Vaya, estaba realmente bueno. Probó otra cucharada para confirmarlo.

Está muy rico el scoior confirmó, totalmente impresionada, con los ojos como dos lunas y una sonrisa boba.

Abandonó la cuchara en el cuenco y dio un trago del hidromiel, con una dignidad muy improcedente. Zane solía vivir ajena a la narrativa de las cosas, quedándose resguardada en su mundo: bromeaba, sonreía como una diablilla y se reía con descaro y sin decoro. A veces, le gustaba fingir que era toda una doncella cortesana y se comportaba con la elegancia de un cisne o de un pato. A veces, la narrativa de las cosas era tan cruel que ella misma tenía que atentar contra el orden natural de las cosas.

Santo cielo, aquella música le estaba afectando demasiado. Acababa de pensar que aquel postre le parecía muy simbólico: le recordaba a ella. Pero compararse con un yogur es lo suficiente deprimente para cualquiera, así que la pelirroja se vio en la necesidad de plantear un tema en la conversación.

Oye, si me cuentas de qué va la canción te cuento cómo me uní a una expedición y maté a un dragón.

Respecto a esto último, Zane parecía que bromeaba, pero no era una broma. Era… una larga historia, y lo que iba a contarle anteriormente. También tenía muchas ganas de preguntarle acerca de Godric, peeero no tenía muy claro si era una buena idea. Prefería tantear previamente el terreno: después de todo, aquella historia tenía que ver con él.
Rurik Helgason
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Re: Ġelost ǫ aleene {Priv. Zane}por Rurik Helgason, Vie Abr 24, 2020 8:07 am
Solo tengo un primø —comenté, divertido. Eso no es del todo cierto, pero no tenía mucho contacto con mi familia más allá de Svenja y su hijo. Supongo que es algo común, en especial cuando te retraes unas cuantas generaciones y resulta que tienes familiares en las cuatro esquinas de Garnalia, pero por las circunstancias de mi nacimiento no tengo familia paterna, ni madre como tal. Mi abuelo, padre de Svenja y mi madre, había muerto hace cosa de quince años, habiendo enviudado unos meses antes. En definitiva, formábamos nosotros cuatro (porque mi primo Éirik estaba casado) una pequeña unidad familiar, disimilar a las familias expansivas típicas en toda Garnalia—. Eso es un error comǫ́n, ¿sabes? Hablamos de enanos, no de elfos. Los nórdicos tenemos buenas relaþiones con nuestros vecinos de bajo tierra, aunque igual eso no puede decirse de las demás gentes de Gårnal.

Sopesé la posibilidad de hablarle de los múltiples tratados firmados entre nuestras gentes, los innumerables acuerdos de comercio, de las últimas modas en la capital subterránea de Rocferg, y todas esas cosas de las que Éirik sabe mucho más que yo, como no duda en demostrar cada vez que nos sentamos a comer, por mucho que Svenja insista que en la mesa no debería hablarse de negocios, pero yo le hago caso a mi tía. Además, por muy interesada que pudiera estar Zane en tales temas, parte de mí temía llevarla a error y darle una impresión equivocada (o, más bien, inexacta) de los pormenores de las relaciones entre el Örrík, el Reino de Arriba, y el Unnrrík, el de Abajo. Otra parte simplemente no encontraba muy apasionantes estos temas, y me decía a mí mismo que ya se encargaría Éirik, que chapurrea una curiosa mezcla de siete idiomas garnálicos y otros tantos que no lo son, de ponerla al día sobre el statu quo de los asuntos internacionales.

A Éirik le gusta su trabajo, qué puedo decir. Imagino que le viene de familia: yo sería capaz de ponerme a hablar de centenares de cosas sin parar si me dieran la ocasión. En fin. Recapitulemos: intenté quitarle el hidromiel a Zane, que no me dejó. Llamé a una camarera y pedí lo mejor de la casa. Zane había puesto una cara rara como la que se te queda cuando decides probar una de las pociones del laboratorio de la Torre, esas que huelen muy bien y son de un espeso color rosa palo. ¿Debería preocuparme por su bienestar? En verdad, ella lleva más tiempo que yo, creo, en la Torre, así que si aún no ha caído víctima de las múltiples pseudodelicias de sus muros, dudo que un mal trago de hidromiel fuera capaz de tumbarla.

¿Desde que ingresé a la escuela? Ġa quisieras tú —repliqué con picardía. ¿Quién puede decir que se ha encontrado un dragoncito en medio del bosque, que cuidó de él y luego se lo entregó al mítico dragón archimago del Valle de los Lobos? ¿O que una vez que lanzó un hechizo de teletransporte acabó por puro error en un bosque a semanas de distancia? ¿O...?—. Es lo que es. Es buena vida, si no buscas aventuras.

Pero brindamos. Zane cometió un atentado imperdonable contra mi idioma, pero opté por ignorarlo para conservar nuestra amistad. Lo siguiente, sin embargo, no conseguí contenerlo, a sabiendas de que era una lucha perdida intentar corregirles la pronunciación a los extranjeros. La pelirroja tomó su jarra de skjørr, la mezcló y lo probó, y dijo que el «scoior» estaba muy rico. Casi se me atraganta el trago de meþeglinn que estaba bebiendo al escuchar esa creativa pronunciación del alimento, y entonces comencé a explicarle.

Por las tetas de Svea, Zane. ¡Con ese aþento pareces una paleta de Hundsenkröne! No sé ni de dónde sacas esa ce. O todas esas letras que no he pronunciado. Mira, repite conmigo: skjørr. Pronuncia una haċċe, pero pon la lengua en el paladar, detrás de los dientes, pero sin llegar a tocar ni los unos ni æl otro. Así pronuncias la consonante del principio, mira, skjjjjj. No, no hhhhh, es skjjjjj. La lengua más arriba. Bueno, supongo que podemos dejar la «skj» para luego. La ø... es más fácil —Me tomé un trago del hidromiel para aclararme la garganta—. Que sí, que es más fácil. Lo jodido son las consonantes. Para la ø, pon la boca como si fueras a decir una o, pero luego pronuncias una e. Øøøøø. La erre la has pronunciado bien, pero es que era una de las erres fáciles del nórdico. Y luego, el acento: en esta palabra se comienza entonándola bajo y luego alto. Presta atención, es skjøøøøøørr. Y además...

Ǫ yn þæt rihte heft·hin en skjåvla
ǫ yn þet oðre en håu.
Ǫ frænðr ƿær hinni askeþ:
frá hƿǽr kommst·ðu, Jån Bjørnssen?Y en la derecha llevaba una pala
Y en la otra una azada.
Y los amigos le preguntaban:
¿de dónde vienes, Jån Bjørnssen?

Pero la escalda aumentó la intensidad de su canto, interrumpiéndome con su poderosa voz y el incesante rasgueo de las cuerdas del lůta.

Bueno, bueno. Pareþe que vamos a tener que posponer las lecciones de nórdico al menos durante un rato, que así no hay quien de clases. —Aunque tenía la sensación de que Zane no estaba para nada apenada por la clausura temprana de las clases. Por su parte, la pelirroja preguntó por la canción, ofreciendo contarme a cambio la historia de cómo había participado en una expedición y mató a un dragón. No sé si ambas cosas están conectadas o si quiere contarme dos historias, pero imaginaba que lo descubriría—. Pues... Bueno, es triste. Creo que eso se nota por los alaridos que pega la escalda... A ver, va de que el protagonista acaba de salir de la cǽrcel, creo, y que en el tiempo que estuvo dentro su amada se murió de pena por su culpa. Es más poético en el nórdico original, te lo aseguro.

Pero no pude comentarle nada más, porque por segunda vez en cosa de un minuto volvían a interrumpirme: regresó la camarera de las trenzas de oro con una pesada bandeja en la que traía varias delicadezas, que dispuso en el espacio que nos separaba. Según los colocaba, iba nombrando qué era cada elemento, y yo lo traducía para que Zane supiera con qué manjares iba a regalarse.

Esto es ternera estofada en salsa de mġel y manzana —dije, haciendo referencia a un plato de madera, con una cama de rebanadas de pan cubiertas por trozos de carne cubiertos en una espesa salsa—, esto, bueno, son trozos de pescado ahumado frito, muy crujiente... creo que no hace falta explicarte qué es esto, ¿no? —bromeé cuando la camarera colocó un plato de verduras asadas entre nosotros—. Estas de aquí están encurtidas, creo que en salmuera. Espero que en salmuera, no soporto las de ƿinagre... Una selección de quesos... —y unas cuantas salchichas, diferentes tipos de panes, en múltiples formas y más o menos crocantes, y algunas cuantas frutas de temporada. Un banquete en miniatura—. Me dice que pueden traernos más cosas si queremos, pero creo que con eſto comemos y cenamos —Ahora me giré hacia la camarera, y le dije la palabra nórdica más simple que Zane seguramente haya escuchado en su vida—. TakGracias.

» En fin, no sé tú pero yo tengo hambre. ¿Tienes un puñal? Es como se come aquí. Tengo uno de repuesto si te hace falta —comenté, sacando un cuchillito de uno de los pliegues de mi ropa con toda la naturalidad del mundo. Como única explicación, ofrecí—. Es costumbre llevarlo siempre encima. Aquí o te traes los cůbiertos de casa o comes con las manos. Ah, sí, la canción. ¿Por dónde iba? El colmo es que el padre de la chica es el único enterrador del pueblo. Es una canción bastante cǫmún, aunque de vez en cuando le cambian las cosas. En algunas versiones, la chica se mata porque no puede soportar la soledad. En otras, muere intentando sacar al ämado de la cárcel, o intentando entrar en la cárcel para estar con él.

» Venga, te toca, mi amiga dracofonte, que quiero comer un poco —Para puntualizar, recorté un rectangulito de pan empapado en salsa de ternera y me lo llevé a la boca, junto con un trozo de zanahoria asada. Tras tragar, añadí—. Ah, y espero por el bien de nuestra amistad que haya sido uno de esos ðragones malvados que van por ahí incendiando el mündo, y no como los del Valle. Esos son mucho más agradables, y me apenaría que les pasara algo a ese tipo de dragones.

Zane Beren Ciryatan
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Re: Ġelost ǫ aleene {Priv. Zane}por Zane Beren Ciryatan, Jue Mayo 21, 2020 12:24 pm
La pelirroja se sorprendió ante la revelación de que los enanos mantenían buenas relaciones con el pueblo nórdico. Pocas cosas había escuchado acerca de ellos, y aun así, la mayoría habían sido rumores sin fundamentos: que los enanos raptaban a los niños que no obedecían a sus padres, que los enanos no poseían la capacidad de la magia, que sus mujeres eran casi igual o más barbudas que los hombres. Sin embargo, nunca había visto un enano que llevara la túnica de aprendiz, así que potencialmente aquella habladuría podía ser cierta. Pero, había algo más dentro de los enanos que le ocasionaba cierta incertidumbre.

En Garnalia a la persona que sufren de baja estatura, la llamamos enana—atajó de pronto, intentando no levantar la voz —. Hasta mis padres solían llamarme enana cuando era pequeña para hacerme de rabiar. ¿No les resulta un poco… insultante que utilicemos este término para referirnos a ellos? —le preguntó a Rurik, algo compungida e insegura, pues no sabía si estaba siendo de alguna manera perniciosa para con el pueblo enano.

Quién sabe, quizás los enanos se sentían orgullosos de sus tamaños y mesuras, y se ponían a saltar de la alegría al escuchar que alguien los llamara de tal manera, y no de otra. Ella a diferencia de su amigo, poco sabía del tema e informarse sería la mejor manera de no herir la sensibilidad de nadie. A no ser, claro está, que estuviese siendo sin querer perniciosa tratando de no ser perniciosa.

Pasaron el rato, y Rurik le faltó bien poco para no echar espuma o matar a Zane al escucharla referirse a su yogurt a la nórdica. Ella en cambio, no pudo evitar reírse descocadamente de su reacción, agitando las manos y tratando de excusar diciendo que era de pueblo.

¡Es que soy de aldea! —díjose.

Además, después de sacudirse un poco más, se atrevió a defenderse afirmándose como garnalesa.

¡Y de Garnalia! —Y volvió a beber.

Después estuvieron un buen rato tratando de pronunciar con un mínimo de decencia. Bueno, más bien Rurik intentaba que Zane lo lograra: no era fácil tarea. Cuando Rurik consiguió hacerla entrar en razón y mostrarla que oio no era lo mismo que ø, la cantadora pasó del canto al grito, y casi parecía que quería fastidiarles la clase. Por supuesto, tuvieron que parar.

Oh, es un tema bastante cantado también aquí en Garnalia, aunque las versiones suelen variar un poco. Te cantaría ahora mismo alguna, pero… —Zane puso los ojos en blanco y señaló con la mirada a la interprete, y cuando se volvió para Rurik, tenía los hombros levantados y expresión traviesa —No me gustaría eclipsarla.

En verdad, no es que Zane tuviera mala voz. Pero por algo habían dejado las clases de nórdico para otro momento: apenas eran capaces de escucharse entre ellos, bien si es cierto que había ratos donde la interprete aprovechaba para tocar y cantar más flojito.

Vino la camarera, y trajo consigo una cantidad ingente de alimentos. Zane se le hacía la boca agua, y asentía a toda traducción que su amigo le daba de cualquier alimento a medida que la camarera los iba depositando con cierta complicidad en la mesa.

¡Tak! —repitió, imitando a su amigo, sintiéndose muy nórdica.

Su amigo le preguntó si tenía un puñal para comer, y acto seguido le ofreció uno.

Es que no me gusta comer directamente del cuchillo —dijo ella, la chiquilla de aldea —. ¿Estaría muy mal visto que comiera con un trinchador que tengo? Me resulta más cómodo —Tragó saliva —. Es que hace poco leí que una duquesa de no sé dónde comía de ese modo, y me resulta muy elegante.

Vale, aquello era una excentricidad. Pero nunca habíamos dudado del carácter excéntrico de Zane, capaz de tirarse por una ventana solo por el afán de dar alimentos a una lagartija.

¡Oh, sí, exacto! Esos son más los temas que cantamos por allí. Me parece increíble lo poco que ha cambiado el tema cuando musicalmente no tiene nada que ver, aunque también te digo. No es una cancioncilla demasiado popular en Garnalia…

Y bebieron un poco más, y comieron un poco más, y hablaron un poco más. Al cabo del rato, como si a Zane se le hubiera olvidado (solo estaba esperando que Rurik le insistiera un poco más). “Amiga dracofonte…”, Zane le sacó la lengua.

Ah, claro, por supuesto. Este era un dragón que mataba a personas, que dejaba a niños sin padres y que destruía aldeas.  Quizás he sido un poco insensible, y os avisara de mis nuevas con demasiada excitación y haya podido malinterpretarse el asunto —Zane aprovechó para beber, algo avergonzada—. Bueno, ¿Estás preparado para escuchar mis dracrónicas?

Zane puso cara de pilla. No iba a ser una historia precisamente corta.

Déjame ordenar mis ideas primero, eso sí —advirtió —. Pasaron tantas cosas, que no sabría muy bien cómo contarlas o qué contar de todo. Hmmmm…

La pelirroja se pasó un dedo por los labios, sujetándose la barbilla con el pulgar: acto del gran pensamiento. Le acompañaba una mirada fruncida, caída hasta el borde de su lado de la mesa. Después, clavó sus pupilas al rostro de su amigo, como dos faros de luces verdes y oscuras.

¿Por dónde empezar?

Cosa así de tres meses comencé a relacionarme con uno de los maestros de la escuela, no sé si lo conoces… —Puso las manos sobre la mesa, una encima de la otra, torciendo el gesto. Hizo una breve pausa reflexiva —. Se llama Tolp, es chiíta (¿creo que se dice así?), va por la escuela con turbante y cayado. Aunque creo que es nuevo, así que es normal que no lo conozcas —sopesó, barriendo con la mano unas migas y tirándolas al suelo con cierto disimulo.

» La cosa es que, tras ayudarle a organizar su biblioteca personal, aparte de que el hombre fue super simpático y me regaló un libro, pues me comentó que un dragón había comenzado a atacar de manera indiscriminada aldeas y pequeñas ciudades de Garnalia central, y que peligrosamente su área de actividad se iba aproximando peligrosamente hasta la capital. Claro, y yo le pregunté: “¿Y no se está haciendo nada?”; a lo que el me respondió que llevaban varias semanas investigando el asunto y se sospechaba que había un mago oscuro detrás de todo —y al decir esto, Zane puso los ojos como platos —. Y claro, yo me quedé loca. ¿Un mago oscuro liándola con su dragón? No es algo frecuente de ver, o al menos… —Dudó —, espero que no lo sea. Ya no solo por las víctimas humanas, sino por los dragones en sí. A saber a qué clase de torturas y magias los someterían para tenerlos controlados —Zane aprovechó para beber, entre enfadada y decepcionada con la vida, sin perder su toque cómico que acompañaba a cada cosa que hacía. Era un poco payasa.

» También me comentó que estaban organizando una expedición para darle caza y me propuso unirme. Supongo que me vería capacitada para ello, no sé. Y hostias, se estaban destruyendo aldeas y estaba muriendo gente, ¿Sabes? Por mucha pena que me pueda dar el dragón, más pena me dan los otros. Y no sé, pensé en mi aldea, a las gentes que allí vivían, que podían ser los siguientes… —suspiró —. Pues no me quedó otra cosa que aceptar. En dos semanas nos reunimos varios magos y guerreros en representación de varias escuelas y reinos, y allí vi… Bueno, allí estaba Godric. Parecía algo nervioso al verme, pero como que tenía ganas de hablar conmigo, ¿Sabes? Pero la gente que lo acompañaba no le dejaba. Era… raro. A todo esto, ¿Estás bien, no? No te estoy aburriendo, ¿Verdad? Todavía queda la parte interesante donde me quedo con el abrigo de un mago extranjero que se encaprichó de mí.

Jé, ahora sabéis de dónde venía el abrigo negro que portaba cierta pelirroja risueña.
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Re: Ġelost ǫ aleene {Priv. Zane}por Rurik Helgason, Jue Mayo 28, 2020 4:32 pm
Lo sé —comenté divertido ante su epifanía respecto a la nomenclatura de los enanos en el idioma centrogarnálico. En verdad, me preguntaba si me lo estaba explicando a mí para que pudiera seguir su razonamiento (en tal caso, me ofendería, que no me pasé tantos años chapurreando una mezcla de los idiomas de arriba y abajo para que pongan en cuestión mi actual maestranza lingüística), o estaba más bien pensando en voz alta—. Ese es un problema exclusivamente vuestro, e imagino que de las otras partes del mundo también. Aquí tenemos palabras diferente para los enanos y para los bajitos. —Cuando te detienes para pensarlo un poco, tiene sentido. A fin de cuentas, nosotros, que tenemos muchísimo más contacto con los enanos, hemos acabado llamando de la misma manera en la que se autodenominan. Es bueno para las relaciones comerciales, a fin de cuentas.

Aunque a veces también les llamamos nuestros vecinos de debajo. No parecen tomárselo mal. Pero bueno, dejando de lado posibles insensibilidades raciales, la conversación acabó llevando al polémico tema de la correcta pronunciación del nórdico, al menos de la variante de Wölfkrone, conocida bajo varios nombres, como Köningsmål, el idioma del rey, o Hjåðbjörgstunga, el lenguaje de la capital, porque es bien sabido que el rey del norte tiene su trono en la ciudad de Wölfkrone, y por eso todo lo de esta ciudad tiene una importancia mayor que sus homólogos regionales. Zane acabó admitiendo que mis imprecaciones a causa de su poca habilidad bucal para pronunciar una palabra monosilábica como lo es skjørr, que por mucho que sean seis letras sigue siendo una sola sílaba, eran correctas. Pero en fin, pasé un rato intentando ahorrarle el ridículo de pronunciar lǿrr cuando, en verdad, querría decir ljǫr, o similares hecatombes en la sociedad nórdica.

¿Lo conseguí? No estoy muy seguro, pero lo intenté, que es lo que cuenta, al menos hasta que la escalda me dejó, antes de reclamar nuestra atención con sus alaridos de pasión y mal de amores, lo que invariablemente viró nuestra conversación hacia el tema del ljød que estaba cantando. Y luego llegó la comida, lo que invariablemente viró nuestra conversación hacia el tema de la ternera asada y los buenos modales en la mesa nórdica. Zane rechazó mi ofrecimiento del puñal, preguntando si podía utilizar, en su lugar, un trinchador.

No creo que a nadie le importe que uses uno u otro mientras la comida acabe en tu estómago y no encima de los demás. —Me encogí de hombros, guardándome el puñal de repuesto, y echando unas miradas furtivas a las demás mesas de la taberna por si alcanzaba a avistar algún otro usuario de esta innovación de la gastronomía, aunque entre tanta capa y tanta melena poco pude ver.

En fin, yo había cumplido: ya le había explicado de qué iba la canción y había intentado corregir sus gazapos fonéticos. Me había ganado una pequeña pausa para comer mientras ella tomaba cargo del peso de la conversación, así que me dispuse a escuchar su relato sin mayor intervención que una palabra suelta de vez en cuando para reaccionar ante lo que me contaba. Como un «oh» lleno de desaprobación al escuchar que se trataba de un dragón malvado incendialdeas, o un «ajá» para indicar que estaba listo para el relato.

Todo comenzó con un maestro con el que Zane entabló relación hará cosa de tres meses. Inocentemente, me preguntó si le conocía, que era un tal Tolp y que era chiita.

No sé qué es un chiíta —expliqué, con una sonrisa, mientras en mi mente comparaba el sonido de esa palabra con ċiese, que en nórdico significa queso—, y no, no le conozco. —A fin de cuentas, tƿá ġæren siġenþ frá lætste tide... Así que tendría que ser una integración considerablemente reciente al cuerpo docente de la Torre, alguien que apareciera en escena desde mi exilio autoimpuesto y el momento presente. De vuelta al tema: Zane, como la alumna brillante que es, le ayudó a organizar su biblioteca, y si lo mencionaba es porque había sido o una labor terrible o terriblemente laborioso.

Pues eso, una vez ordenados los libros, el maestro Tolp le comentó que había un dragón así como una expedición en proceso para darle caza. Mientras ella hablaba, describiendo con todo lujo de detalles cómo llegó a inmiscuirse en tal asunto, yo comía con buen apetito, porque no había desayunado en previsión de todo lo que acabaría comiendo en la taberna. ¿Sabéis lo difícil que es conseguir una mesa aquí? Está claro que no, pero yo sí. Por eso, estaba dispuesto a aprovechar estas horas que pasaríamos aquí al máximo, antes de que inevitablemente nos echaran porque tenían la mesa reservada para una fiesta por la noche. Llené un silencio suyo con unas cavilaciones mías.

No sé. Todas las veces que he oído sobre dragones colaborando con magos oscuros, es porque los dragones son malos. Aunque no entiendo muy bien qué les puede ofrecer el bando del Dios a los dragones. Es decir... y lo digo de la mejor manera posible, pero la vida de un dragón no es muy diferente a la de una cabra, ¿sabes? Se pasan media vida comiendo y la otra mitad durmiendo, y todo el mundo les tiene miedo —Me interrumpí unos instantes, masticando mientras meditaba—. Además, ¿por qué existe el estereotipo de que los dragones acumulan riquezas? ¿Qué hacen con sus montañitas de oro? ¿Están regulando la economía? ¿Les gusta como brilla? ¿Consideran que es un buen colchón?

Pero me encogí de hombros y ahogué todas mis demás preguntas bajo un mar de aguamiel. Ahora le tocaba hablar a Zane, y mis intervenciones pluriverbales eran, por lo general, innecesarias. Así que la seguí escuchando con tranquilidad, sin saber que pronto pronunciaría unas cuantas palabras que cambiarían el ambiente del resto de la velada. De haberlo sabido, las habría postergado todo lo posible mediante todos los giros y circunloquios de los que pudiera hacer acopio. Pero no lo supe, así que escuché cómo surgía de su boca aquel nombre que llevaba tanto tiempo intentando olvidar.

¿Ah? Sí, estoy bien. Es... es mi cara de «te estoy escuchando atentamente mientras saboreo todas estas delicias» —me excusé, aunque en verdad era mi cara de «me han abierto una vieja herida que no había cicatrizado por completo y estoy haciendo todo lo posible por ocultarlo»; dos sentimientos casi idénticos, estoy seguro de que ni se daría cuenta de que en mi interior se había gestado una tormenta de sentimientos que a duras penas era capaz de contener—. El abrigo, sí. ¿Qué pasó con el abrigo? ¿Se lo robaste, o...?

En ambos casos, mi reacción no había sido inmediata. Pese a oír el nombre, no lo procesé como tal hasta pasados unos segundos. Quizás es por el esfuerzo consciente de eliminarlo de mi mente, quizás por que no esperaba que lo mentaran. Quizás porque hace poco le había dado una lección a Zane en cómo pronunciar correctamente el nórdico, y en lugar de Godric escuché góð riehs. Fuera lo que fuere, cuando al fin entendí qué me estaba diciendo, se me hizo un nudo en el estómago. Quizás se reflejó en algún gesto antes de que pudiera dominarme: unas cejas levemente fruncidas, un puño más cerrado de lo que estaba hace algunos segundos, una mirada más baja que antes, una sonrisa que se había vuelto tirante.

Pero, para ser sinceros, se me daba fatal mentir. Estoy seguro de que Zane, tan avispada que era, se había dado cuenta de que mi expresión, sea cual sea, no era la que había descrito. Igual, con un poco menos de amargor y tristeza en la mirada, habría sido más factible mantener la fachada de normalidad, pero la única manera que conozco de guardar un secreto es callándome, y si Zane aún no sospechaba algo del vuelco que me dio el corazón tan de repente, seguro que se percataría al ver que, de repente, había perdido el apetito y me había vuelto taciturno.

No cuela, ¿no? —Pregunté, con una sonrisa de circunstancias—. No, no estoy bien. Pero no es por ti —me apresuré a aclarar, aunque de cierta manera sí que lo fuera. Pero no puedo echarle la culpa, no sabe lo ocurrido—. Ya te lo contaré, pero no aquí, y no ahora.

A fin de cuentas, este tipo de cosas se cuentan mejor en las frías e interminables callejuelas de la ciudad mientras vagamos sin rumbo concreto, o a la luz de las velas cuando fuera es noche cerrada y toda persona decente duerme. O en lo alto de las murallas mientras se pone el sol sobre las aguas del... ¿El Elarciag estaba al este o al oeste? No sé si lo que se veía era el amanecer o el atardecer, pero eso da igual. Wölfkrone es la ciudad perfecta para corazones rotos.

Ahora, cuéntame sobre tu abrigo y aquel mago. Comamos hasta hartarnos, que no sabes lo difícil que fue conseguir sitio, y luego demos un paseo. Necesito tiempo para ordenar mis pensamientos, a fin de producir un relato que rivale el tuyo.

Zane Beren Ciryatan
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Re: Ġelost ǫ aleene {Priv. Zane}por Zane Beren Ciryatan, Sáb Jul 11, 2020 2:55 am
Ah, no te preocupes. Yo tampoco sabía qué era hasta que me lo contó —explicó Zane, agitando la mano para restarle importancia—. Chidán, por lo que tengo entendido, es una especie de pueblo seminómada y los que son de ahí, pues son Chiitas… ¿O serían más bien chidanitas?—caviló, aunque con la inquebrantable seguridad de estar equivocada.

A decir verdad, Zane no se llevaba muy bien con los mapas ni con la política. Eran asuntos muy complejos, y prefería dedicar su tiempo a la magia que, a revisar crónicas y antiquísimos manuscritos, aunque alguna vez había tonteado con hacerlo, y había acabado haciéndolo (no durante mucho tiempo).

Lo que sí te puedo decir es que —prosiguió, acompañado su explicación con un gesto en la mano que quería decir «muy pequeño» —, pasan tan desapercibidos hasta para los del sur. Y no me extraña, son un grupo de monjes que se dedican al pastoreo y viven en una pequeña comunidad en mitad de la nada. Una comunidad enan… diminuta —Enfatizó el gesto de la mano. Sonrío, turbada. ¿Quizás estaba un poquitín ebria?

Siguieron hablando, de vez en cuando Zane detenía su relato para pinchar alguna carne con su pequeño trinchador y llevárselo a la boca, eso sí, con ostentosa elegancia. De esta manera no se manchaba, ni tenía que optar por posturas raras para no clavarse el cuchillo en un descuido. Y de vez en cuando, Zane se tronchaba con los comentarios que depositaba su amigo Rurik muy inteligentemente dejados sobre la mesa. Ella los cogía, los examinaba y se los devolvía o con descaro o con elegancia. A veces, Rurik dejaba también interrogantes, y Zane los compartía, asombrada por ver alguien con su misma forma de pensar las cosas.

¡Ya! Es que yo tampoco nunca lo he entendido. Luego hay gente que afirma que hay dragones que se transforman en humanos —se comenzó a reír—. Desternillante —exclamó al son en el que se apartaba una lágrima —. De verdad, Rurik. Lo que hay que oír a veces no tiene nombre… ¿Quizás los dragones se pasean con sus riquezas por las lonjas y los mercados para comprar sus fruslerías, y al ver cómo está todo tan caro, se encabronan y arremeten contra el poblado más cercano? ¡O luego lo de que raptan doncellas! —exclamó, golpeando con su taza no muy elegantemente sobre los tablones de la mesa, salpicando un poco de su bebida impronunciable —. Por favor, dejadnos en paz —pidió desesperada. También incluyó de alguna manera al nórdico en su sentencia, seguramente porque fuese un hombre, y se refería a todos ellos. Quizás fuera un ataque algo gratuito, ya que poco tienen que ver los dragones con los hombres, como bien había defendido previamente la pelirroja.

Sin duda alguna, aquel comentario final respondía a un trasfondo algo más complicado que los dragones gazuzos de capital.

Y todo prosiguió tal y cómo se había contado previamente. Salvo que el moreno, tras la mención de un nombre, se le rompió la expresión al rato. Luego, trato de contenerla y disimular con tanta impasibilidad, que estaba claro que ahí pasaba algo. Y Zane juraría que también se le había roto un poco la voz, pero entre el ruido que hacía y que a don Corazónroto tenía ahora un acento del copón, no lo tenía tan claro. Pero si pudo notar lo de sus ojos. Ya no había el mismo fuego en ellos: su mirada se había apagado.

La nieve corría y bailaba por las calles, desnuda y enferma. El viento al tenerla entre sus etéreos brazos silbaba. Los perros callejeros seguían con frío y pese a que desde la taberna no llegaba el sonido de fuera, todavía rompían la tarde-noche con sus aullidos. Y si las calles de Wölfkrone fueran una mirada, serían la de su amigo: una expresión de hambre, frío. Una mirada de soledad y viento.

A Zane le dio un vuelco al corazón. Estuvo a punto de estirar su brazo y tocar a su amigo, para consolarle, para mostrar su apoyo. De hecho, lo estiró y lo dejo en el aire durante unos segundos, dejando la acción a medio hacer. Pero pensó que quizás no era el momento. La retiró. No quería presionarle.

Trató de hacer como si hubiera ido originalmente a coger un queso, llevando su mano hacia el plato de cerámica con estos y evitando mirar fijamente a lo ojos profundos de su amigo. Fuera por los motivos que fueran, Rurik se delató. Quizás se diera cuenta que no tenía sentido mantener el secreto.

No cuela, ¿No? —preguntó, con una sonrisa de circunstancias. Y lo que dijo a continuación ya es bien sabido por todos, así que…

Vale, está bien. Después hablamos de eso, primero lo del abrigo. —dijo poniendo cara de pilla, aunque poco le duró. Tras pensárselo algo mejor, recordó que el asunto era bastante poco apropiado, y palideció. Pero ya no había marcha atrá, ¿No?

Aprovechó para beber. Iba a ser raro lo que iba a contar, aunque más raro le resultaba que pese a la cuasidrámatica situación que había vivido, no le había afectado demasiado; al menos emocionalmente. Tosió un poco, para aclararse la garganta, o quizá bebió para aclararse la garganta y tosió como consecuencia de un hechizo de ilusión gustativa que estaba dejando de hacer efecto.

Pues se llamaba Hereith, y estuvimos tonteando los primeros días en el campamento. Nunca he sido mucho de responder al juego cortesano del flirteo y las lisonjas, porque nunca he sentido, creo yo, ningún atisbo de pasión o de amor. Quizás por experimentar, le seguí un poco el juego y bueno… —Zane carraspeó, enrojecida porque aquello a lo que parecía referirse era a lo que parecía referirse. ¿Era ella, o el alcohol le había soltado la lengua? ¿O de tanto aclararse la garganta, ahora las palabras fluían de ella sin vergüenza, las muy desvergonzadas? —. Sea como fuera, me acabó prestando su abrigo y yo le decía de devolvérselo, pero él siempre se negaba, como si el hecho de tener yo su abrigo fuera una prueba de amor.

» Cuando pudimos encontrar al dragón e iniciar el ataque, pues el señor mago ya se había encaprichado mucho por mí y yo no sabía lidiar con la situación. Sentí cierto alivio cuando se le dio por desaparecido. Quiero decir, hubo bajas, y algunas quedaron irreconocibles. Chamuscadas, más bien. Y también hubo gente que huyó del enfrentamiento —Y Zane calló, pensativa. No parecía triste, ni traumatizada. Parecía… normal —. Así que no sé si está vivo o muerto, y siento que debería sentirme culpable o mal por lo que ocurrió, pero es que la verdad es que no me siento afectada; ni mal ni culpable, y mucho menos triste. Creo. Bueno, me siento culpable por no sentirme mal, pero me siento aliviada, y eso me hace sentirme peor. No era mal tipo.

Vaya, inesperado y… raro. ¿Culpa del alcohol?

Así que ahora tengo un bonito abrigo, supongo, de una persona que pudo ser o muy cobarde o demasiado valiente —Se encogió de hombros y sus cejas torcieron. Apretó sus labios, torciéndolos ligeramente hacia un lado—Y bueno, me inquieta el hecho de que nunca me he enamorado, o sentido un mínimo atracción por alguien. Me hace sentir rara, como inapropiada. Y nunca he tenido grandes referentes femeninos a los que poder acudir, así que sigo con la mosca pegada en la oreja sobre si sencillamente es que no he encontrado alguien que mereciera la pena o si esta va a ser mi condición de por vida. ¿Qué piensas de todo esto?

Glup. Quizás era mucho que digerir.
Rurik Helgason
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Re: Ġelost ǫ aleene {Priv. Zane}por Rurik Helgason, Vie Nov 13, 2020 8:16 pm
Zane me explicó que un chiita es alguien de Chidán, para poco después dudar sobre la valía de este exónimo que seguramente les había sido impuesto a las gentes del Chi. En mi opinión, el gentilicio más fonológicamente sólido era chidanés, pero ya había desistido de intentar enseñarle a Zane a hablar correctamente mi idioma; no es cuestión de hacerlo en el suyo. Mi única respuesta ante su aclaración fue encogerme de hombros y llevarme más comida a la boca. Tolp es chiita, por lo menos eso sí que me ha quedado claro.

Ella me habló, pues, de sus aventuras con los cazadores de dragones y yo la escuché, lidiando internamente con mi amor por esas magníficas e imponentes criaturas. Es inevitable, no todos los dragones son como Templar o como Nim; algunos, imagino que porque crecieron sin la influencia de los humanos y los elfos, no nos tienen ni cariño ni aprecio y nos ven como sacos de carne con saquitos más pequeño de dinero. Mi compañera pelirroja y cararroja (entre lo paliducha que era, el calor del fuego y de la acumulación de gente, y lo bebida que sospechaba que debería estar a estas alturas, sus mejillas tenían un tierno sonrojo, ese que revela poca habituación a bebidas de mayor contundencia) postuló una hipótesis sobre los hábitos adquisitivos de los dragones, y sus problemas del control de la ira. Prometía ser una cuestión sin respuesta; todos los dragones que no habían intentado comerme mostraban mucho más aprecio hacia una buena comida (Templar prefiere los arces, Nimaerir necesita carne porque aún está en crecimiento) que hacia las monedas y demás objetos brillantes.

Aunque, bueno, Nimaerir se quedaba embobado cuando invocaba lucecitas. También intentaba comérselas, aunque siempre procuraba desconjurarlas antes de que llegara a digerirlas. No sé muy bien qué efectos pueden tener sobre su salud y, sinceramente, creo que alimentar a un dragón a base de lucecitas arcanas podría considerarse maltrato animal. En fin. Pasó eso de que se me da mal mentir y de que, tanto tiempo después, aún me duele lo ocurrido y aún tengo mis sentimientos a flor de piel. Sea, pues: trocaremos historia por historia; primero ella, que ya estaba a medias de contar una, y porque la mía prometía dar para largo. Es decir, seguro que me las podría apañar para resumirla en unas cuantas líneas, o unos cuantos párrafos como mucho, pero me parecía, de cierto modo, traicionar los sucesos. Solo podía dejar que hablaran por si mismos.

Así que hice todo lo posible por apartar mis penas durante un poquito más, como ya había hecho hasta hace unos cuantos segundos, y dedicarle la atención que se merece a su relato. Pero eso es más fácil decirlo que hacerlo. De cierto modo, lo suyo me recordaba a lo mío, aunque sean circunstancias y sucesos completamente diferentes. No podía evitar escuchar hablar de amares y desamores y encontrar alguna manera de relacionarlo con mi situación. Pero, pese a eso, hice mi mejor esfuerzo de escucharla con la cabeza más fría posible, dadas mi tendencia melancólica, la algarabía general de la taberna y la cantidad de aguamiel ingerido. Hereith, cortejos, experimentos, préstamos de abrigos que más bien parecen ser regalos, el amante desaparecido, falta de sentimientos de culpa ante una posible muerte. Al final, me pidió mi opinión sobre su poca propensión a enamoramientos.

Pienso... que soy posiblemente la peor persona del mundo a la que le podrías haber hecho tal pregunta —Me pasé una mano por el cabello—. Es decir, pasé... ¿qué, veintisiete años sin un ápice de romance en mi vida? Bueno, no, alguna vez me han dado un beso y... pero nada duradero, quiero decir. Ni yo tenía inclinación, y el mundo me reciprocaba. —Pensé en qué más decirle. Me llamó la atención eso que mencionó de la falta de referentes femeninos, y... no, sería mala idea decirle que le pidiera consejo a alguna de las maestras de la Torre. Es decir, era sabido que tanto Narshel, la señora, como Lumière, consagrada hace poco como archimaga, habían tenido historias de amor románticas y trágicas, pero no estoy seguro de que fueran eminencias en cuestiones de relaciones interpersonales.

» Mi único consejo... bueno, supongo que no te des prisa. Eres maga, fácilmente tienes cien o ciento cincuenta años para... —Sabía lo que quería decir, pero no tenía ni idea de cómo expresarlo— ¿encontrarte? O encontrar a alguien que te ayude a encontrarte a ti misma. O igual un día decides que lo tuyo no es el romance y que eres más feliz, no sé, investigando por qué los dragones tienden a acumular tanto oro. ¿Entiendes lo que quiero decirte?

Pero bueno, ella había cumplido con su parte del trato. Ahora me tocaba a mí. De cierto modo, quería guardarme el secreto de lo acontecido, proteger para siempre su recuerdo y evitar que el tiempo lo tergiverse. Pero por otra parte ansiaba la liberación. Guardarlo todo dentro acaba dañando. Al igual que el agua que se queda demasiado tiempo en un lugar, acaba estancándose; de la misma manera, todo lo bello del recuerdo acabaría marchitándose y solo queda lo malo, lo doloroso, la tristeza, el dolor. Es decir, puede tener poco sentido, pero dejaría de ser solo mi recuerdo. Si bien seguiría llevando yo la mayoría del peso emocional, al menos una ligera parte ya no me correspondería a mí.

Es un primer paso. Como quien revela un terrible secreto y siente el alivio antes de las consecuencias, salvo que mi secreto no es terrible, solo triste, y no temo a las consecuencias. Confío en Zane, a fin de cuentas, y muy raro me parecería que tuviera una reacción negativa hacia mi persona. Así que tras un silencio demasiado largo, con los ojos demasiado fijos en la jarra ya vacía de meþeglinn, con demasiadas dudas en la mente, comenzaría hablar durante lo que en mi opinión fue un tiempo demasiado largo. Pero es inevitable. Mis palabras son el mar que acaba por derribar el dique de mi recelo.

Así que ola tras ola le conté todo lo acontecido, sin dejarme atrás ni una gota de agua, ninguna escama de sal marina, ninguna cresta de espuma, ningún grano de arena arrastrado por la mar embravecida. Mis palabras engullían famélicas todos los silencios que se presentaban entre nosotros, pero también se alzaban sobre y se estampaban contra los demás ruidos de la sala, derribándolos y ahogándolos como las ondas los muelles, los barcos, los edificios cuando la tormenta las incita.

Pero una vez que el dique se rompe y el mar se precipita encima tuya, pocas maneras hay de pararlo. Hay que esperar a que se desate toda su ira y a que la tormenta amaine. Había comenzado a contarle la historia desde el principio, ofreciéndole el relato más fiel y objetivo que podía de todo lo acontecido, aunque me permití obviar un poco las partes en las que ella misma había estado ahí, presente y testigo. Así que me olvidé del smörgåsbord que teníamos en la mesa, de la carne estofada y de las verduras al horno y del skjørr y comencé a hablarle de mi primer encuentro con Godric, y también me sorprendí del hecho de que tanto Zane y yo lo conociéramos (y nos conociéramos mutuamente) tan poco después, justo ese día.

Mi relato nos llevó, tras eso, a algo acontencido semanas después de nuestro primer encuentro, cuando Godric se presentó en mi cuarto casi suplicándome que le ayudara a conseguir un diablillo, y cómo en aquel momento no había caído en cuenta de las señales de que...

... Godric sentía algo por mí más allá de la amistad —le revelé, con una sonrisa agridulce—. Imagino que tras todo lo que he vivido estas señales me son más evidentes de lo que me resultaban entonces. —Claro, entonces no había sopesado la posibilidad de que alguien experimentara por mí esa clase de sentimientos. Son muchos años de inepcia social, a fin de cuentas. Me preguntaba cómo sería ahora mi vida si... no, nada hubiera cambiado.

Casi una semana después, llevamos a cabo la invocación y captura del demonio. Como en todo asunto en el que están involucrados los demonios, casi sale mal, pero al final conseguimos rescatar el diablillo y no sucumbir ante el otro demonio que quería, no sé, alimentarse de nuestras almas inmortales o algo así. Omití a Nimaerir del relato porque no tenía mucho que ver con Godric y porque ya le había hablado sobre la cría de dragón en mis cartas. Luego, Godric se presentó a la prueba de la tierra, y previendo que iba a superarla (creo que solo un alumno en la historia reciente de la Torre no la superó) le organizamos una pequeña fiesta para celebrar.

Hasta entonces se me daba mal ocultar secretos. Casi me muero del susto cuando te encontré aporreando la puerta, diciendo no sé qué de Godric. Pero sí, el... perro, supongo, que se abalanzó contra ti era el diablillo que habíamos invocado. Godric luego me contó que la criaturilla podía notar sus sentimientos y que actuaba en consecuencia. Así que, para que te saltara encima... creo que sentía celos hacia ti.

Y entonces fue cuando Godric desapareció. Y también cuando Zane desapareció, ocupada con no sé qué proyectos secretos, lo que hizo que nuestra única comunicación se basara en unas cuantas cartas (que, por cierto, debería enseñarle cómo introducir la contraseña para que pudiera leer esa carta desde hace tanto tiempo). Fue, en mis propias palabras, uno de los veranos más solitarios de mi vida. Casi me había resignado a que Godric se convirtiera en otro de esos individuos que desaparecen tras una breve estancia en la Torre. Si lo hubiera hecho, me había graduado tras tantos años y había vuelto al norte. De cierto modo, ocurrió eso, sin los suplicios de la prueba del fuego.

Pero recibí una carta —dije, y tras unos segundos de sopesar la situación y mi estado anímico, la saqué de mi bolsillo y, con cuidado, se la tendí. Había sido doblada y desdoblada una centena de veces, leída y releída otros cientos de veces más. En algunos lugares se había ido borrando la tinta, pero no diré si es por el desgaste físico o por la acción de las lágrimas. Mientras leía la carta, me quedé en silencio, pero esto solo era el ojo del huracán: el mar aún no había acabado con sus estragos. Mi corazón aún estaba medio lleno. Me debatía sobre si estaba siendo egoísta, no dejando de hablar sobre mí y mis problemas durante más tiempo del que Zane habló de su breve pseudoamorío con el señor del abrigo.

De cierto modo, me sentía mal utilizarla como un instrumento para mi propia catarsis emocional. No había dejado de hablar en todo este rato, dejándole tiempo para interjecciones solo cuando tenía que respirar: mi boca era manantial de recuerdos, un río desbocado tras los deshielos. No me preocupaba ir demasiado rápido, o hablar demasiado, o que se perdieran detalles por el camino, o que Zane consiguiera seguir el hilo de mis pensamientos y relatos. Si le quedaban dudas, ya podría esclarecérselas otro día, con la mente más tranquila y el corazón menos tempestuoso. Le dirigí una débil sonrisa cuando me devolvió la carta, y le dije:

Salgamos de aquí. Me estoy ahogando con tanta gente y tanto calor. —De cierto modo, ansiaba la quietud y el frescor de las calles de Wölfkrone, tan poco transitadas aun en el cambio de estaciones, cuando aun se pone el sol temprano. Cuando llegamos aún era de tarde; ahora ya sería de noche. En mi tono de voz, entre la súplica y exhortación, quizás dejaba percibir que lo que iba a contarle a partir de ahora merecía un relato más pausado, menos ahogado por las voces borrachas y los alaridos adolorados de la mujer, acompañados por las cuerdas del lůta.

Con un pase mágico, la comida que quedaba en la mesa (aun cantidades abundantes, porque hablamos más de lo que comimos) desapareció según mi brazo se desplazaba por encima suya y reaparecería en la mesa del comedor de la casa del primo Éirik. Después, me guardé la carta con cuidado, me puse de pie y volví a colocarme mi pesada capa de lana y piel. Entre que Zane se preparaba para nuestro pronto éxodo, me abrí paso hasta la barra donde pagué con coronas lo que habíamos gastado en comida y bebida. Tras eso, recuperé a mi compañera y salimos del establecimiento.

Y creo que nunca antes había apreciado tanto sentir el latigazo del viento contra mi mejilla. Lo disfruté durante unos segundos antes de levantar la capucha y cerrar mi capa más sobre mí mismo, puesto que todo en exceso es malo. Me había equivocado: aún no era noche cerrada, sino que, con el cambio de las estaciones, el día y su débil calor iban alargándose. Comencé a andar en una dirección cualquiera sin decir mucha palabra. Quería un tiempo para tranquilizarme, pero también para darle a Zane una oportunidad de organizar sus pensamientos, de, quizás, darle la oportunidad de nadar a la superficie, de agarrarse a un trozo de madera, de no ahogarse en este mar de palabras. Mis pasos acabaron llevándonos hacia una de las puertas de la ciudad, la más cercana, la del suroeste. Le tendí una mano enguantada a Zane.

Vamos a subirnos a las murallas —le propuse, poco antes de que una ráfaga de viento me levantara un palmo del suelo, cerrando más la capa a mi alrededor. Si me tomaba la mano, la llevaría conmigo y, si no, bueno, podría apañárselas ella sola para llegar. La cuestión es que nos elevamos hasta las murallas de Wölfkrone, macizas construcciones de bloques de roca tallados y reforzados, cada tramo con puntiagudos techos de madera y teja para que no se acumulara la nieve y dificultara el paso de la guardia. Eran murallas gruesas en las que fácilmente podrían andar tres personas lado a lado, y bien altas, para ofrecer un mínimo de protección contra los vientos y el granizo.

Hacia el interior de la ciudad, se veían tímidos puntos de luz esparcidos como las estrellas en el cielo nocturno. De cierto modo me recordaba a Ekhleer, la ciudad de los magos, con sus altos tejados, la oscuridad de sus edificios, la luz que se filtraba a través de celosías y ventanas cerradas, excepto que aquí y allá había hogueras y braseros, y que había muchas menos luces mágicas. Al otro lado de la muralla, una planicie blanca y aún inhóspita que se vería reemplazada pronto por cultivos bajos, protegidos de los vientos gélidos por una serie de muros bajos e inclinados de piedra. Había alguna casa aquí y allá, pero aún era raro ver edificios fuera de las murallas, debido a que son de reciente edificación y la gente aún no había tenido tiempo para expandirse fuera de ellas.

Al oeste, se veía un indicio de día tras los montes escarpados del Förstgard, esas garras y colmillos que rasgaban el cielo y ocultaban el naranja del ocaso, del sol escondiéndose más allá del horizonte. Los picos se alzaban blancos y orgullosos en la incipiente noche, algunos coronados de nubes y ocultando tras de sí estrellas. Al este ya se veía el cuarto menguante de la luna alzarse en el firmamento, con el cielo de noche cerrada en contraparte al del oeste, que aún conservaba un ápice de su luminosidad diurna.

De vez en cuando nos encontraríamos con un guardia en patrulla. No era que los ciudadanos de Wölfkrone no tuvieran el derecho de pasear por las murallas, pero consideraba que era mejor tener que explicar nuestra presencia en este lugar, así que lancé un encantamiento para pasar desapercibidos. No éramos invisibles, pero sí éramos poco interesantes: si posaban sus miradas sobre nosotros, resbalarían, y nuestras voces parecerían lejanas, como si estuviéramos hablando a los pies de la muralla en lugar de estar justo a su lado. No había dejado de practicar magia en todo este tiempo, pero más que practicar hechizos del libro del fuego, me concentré en afianzar conocimientos de los libros anteriores.

Atravesamos despacio la longitud de la muralla. Había proseguido con mi relato, contándole mi reacción al recibir la carta y enterarme que mi amigo no había desaparecido de la faz de la tierra. Le relaté cómo lo dejé todo atrás en un abrir y cerrar de ojos para ir a su encuentro a medio camino entre Siris y la Torre. Le conté cómo me quedé sin energía entre tanto volar y rastrear, cómo me paró la caída un árbol justo donde estaba Godric, nuestro fugaz reencuentro, la emboscada que nos tendió su hermanastro. Le hablé tanto del beso y de los hechizos que nos salvaron la vida a cambio de las de los secuaces del hermanastro, todo esto con la frialdad y la lejanía que permiten la distancia en el tiempo y el exceso de reflexión. Meses atrás, me habría dado vergüenza lo primero y me habría hecho llorar lo segundo. Hoy día, son hechos del pasado, cosas que han ocurrido; básicamente historia, por muy reciente que sea. Me entristece, pero no tengo otra opción que aceptarlo.

Tras el encuentro del bosque, le expliqué, regresamos al palacio de Siris, que habría de ser mi hogar durante los próximos meses, como pronto descubriría. Los acontecimientos de aquel día me afectaron de sobremanera: el amor y la muerte habían hecho acto de presencia en mi vida uno tras de otro, en tan corto periodo de tiempo. Mi corazón latía descompasado y no sabía si era por estos sentimientos que comenzaban a florecer o, al contrario, por la angustia de, si bien en defensa propia, haber matado. Aún puedo recordar esos dos instantes; se han quedado congelados en mi memoria. Le hablé de las atenciones que me dedicó Godric, de la utilitaria elegancia de mi cuarto, de todos los manjares que me trajo aunque mi estómago estuviera revuelto, de todos esos bálsamos y sales de baño que no podrían limpiarme la suciedad que sentía haberse apoderado de mi ser.

Le hablé de cómo en mí se arremolinaban dudas y cómo quería preguntarle a Godric qué había pasado, si todo lo que ocurrió hoy no había sido un sueño o una pesadilla. Le hablé de cómo abrí la boca, dispuesto a pronunciar las palabras que pugnaban por escapar de mi garganta, aquel mar que arremetía contra el dique que aún resistía contra sus acometidas, como las murallas se mantienen soberbias frente a los vientos gélidos del norte. Durante un instante sopesé la posibilidad de decirle que, en efecto, le había preguntado a Godric si tenía algo que quisiera decirme, que notaba su comportamiento extraño. Pero no es verdad.

Realmente no dije nada; me quedé sumergido bajo el agua en silencio —comencé de nuevo mi relato tras estos instantes de duda—, aunque en mi mente aún resonaba su voz: «No voy a decir que no he soñado con esto». No dijimos mucho más aquella noche. Él acabó por irse tras desearme las buenas noches, y yo me quedé en la cama luchando contra el sueño, deseando que mi vida se parara justo en ese instante. Me daba miedo lo que escondía el futuro. Ya me había resignado a que Godric se hubiera convertido en solo un recuerdo en mi vida, para que ahora reapareciera y de manera tan contundente. Todo me dejó sin aliento, pero no de manera agradable, más bien como un puñetazo en el estómago que te corta la respiración.

» En los días siguientes me encontré desganado. Me costaba conciliar el sueño, pero también detestaba quedarme a solas con mis pensamientos. No veía mucho a Godric, salvo en el desayuno y de vez en cuando en la comida. Su padre, el duque de Siris, se mostraba agradecido porque le hubiera salvado la vida a su hijo menor, y por eso me concedió el honor de poder acompañarle a él, a sus hijos, a la señora la duquesa, y algunos miembros de confianza de su corte, en las comidas. Godric no dejaba de alabar mi poder y mi habilidad con la magia, y hasta el hermanastro parecía mostrarse amistoso frente a mi, pero Godric me explicó luego que no debía decirle a nadie que él estuvo a cargo del ataque.

» Pero, de cualquier modo, hacer vida social era lo último que tenía en mente. A menudo pedía que me excusaran del privilegio de comer junto con el duque, prefiriendo comer a solas en mi cuarto o, como mucho, con una de las personas con las que entablé amistad en ese periodo, la maga principal de la corte, una tal Rita, que buscaba a alguien con quien compartir hipótesis sobre la magia y debatir sobre hechizos. Me gustaba porque no se callaba en ningún momento y escucharla me impedía ahogarme en mi propia desesperanza. Era un compañero de conversación terrible, peor de lo que lo soy hoy día, pero a ella no parecía molestarle. Quería que alguien la escuchara largo y tendido y yo necesitaba distraerme.

» Y del mismo modo que yo cazaba pretextos para quedarme a solas conmigo mismo, Godric también parecía tener pretextos para no pasar tiempo conmigo las veces que me encontraba de suficiente buen humor para querer hablar con él y disfrutar de su compañía. Me estaba evitando, en resumidas cuentas, y eso me hacía daño. Era una situación difícil. Su hermanastro había intentado matarlo, y quizás lo hubiera logrado si no fuera porque llegué en el momento preciso para evitarlo. Tener que hacer como que no había pasado nada... Imagino que él también tenía miedo, pese a tener a Sacharissa a su lado.

Pero no puedo estar seguro de eso. Estaba demasiado centrado en mi propia desgracia para fijarme en las de los demás, pero no creo que se me pueda culpar por eso. A fin de cuentas, estoy condenado a vivir mi vida entera conmigo mismo, mientras que los demás vienen y van. Para mí mismo soy lo único que es seguro en esta existencia, y no creo que sea ruin centrarme en mí en un momento cuando lo necesitaba. Me detuve cerca de uno de los braseros y me senté en una de las almenas, dejándole sitio a Zane por si quería acompañarme. Extendí mis manos hacia el fuego. Ahora añoraba el calor de la taberna, pero no su ambiente ruidoso.

Pasé mucho tiempo en la biblioteca del palacio, la que regentaba Rita, en parte porque ahí es donde solía reunirme con ella para que me hablara y me distrajera, pero también porque, en los momentos en los que se encontraba ocupada, por lo general podía distraerme leyendo. Cosa de dos semanas tras mi llegada a Siris, entré en la biblioteca dispuesto a proseguir mi lectura sobre la cronología del periodo de los reinos enfrentados, hará cosa de... quinientos años, o así, no sé, cuando me encontré con que el sillón que solía usar yo estaba ocupado, por nada más y nada menos que Godric.

» Te ahorraré los detalles de nuestro reencuentro casi a solas, porque ninguno de los dos fuimos capaces de articular una frase completa mientras intentábamos ver... bueno, quién se quedaba sentado y quién se buscaba otro asiento. Además, Rita estaba ahí y nos chistaba cuando nos pasábamos demasiado tiempo hablando. Acabé sentándome a los pies del sillón, insistiéndole a Godric que no tenía que levantarse ni que irse. Añoraba pasar tiempo con él y tenerle cerca, así que pasar una tarde de estudio juntos me parecía una buena manera de volver a la normalidad.

» En algún punto acabé por quedarme dormido. El silencio, la lectura, la tranquilidad y el cansancio acabaron por vencer y, pese a la posición y el lugar, conseguí echar una cabezada. No recuerdo bien lo que soñé, no soy de esas personas que recuerdan sus sueños. Pero me desperté al rato, me había quedado apoyado en la pierna de Godric y este me estaba acariciando el pelo, aunque no podía verle porque le estaba dando la espalda, así que no sé si seguía leyendo o si lo había dejado. Dejó de hacerlo nada más darse cuenta de que me había despertado, aunque, si por mi fuera, me habría gustado que lo hubiera hecho durante un rato más.

» De cualquier modo, hice como si no me hubiera percatado para evitar un momento incómodo, y me puse en pie. Le pregunté si quería dar un paseo por los jardines y, para mi sorpresa, no puso ninguna pega a la idea y me acompañó. El palacete de Siris se encuentra encima de un acantilado, una posición fácilmente defensible, y tiene un patio amurallado entre el castillo y el borde del acantilado con unos jardines, un capricho de la señora duquesa. Me recuerda un poco a los jardines de la Torre, en cuanto a que son más grandes de los que te imaginas. Paseamos en silencio, un poco como hicimos tú y yo hasta llegar aquí.

» Pero, a diferencia de tú y yo... No, nos adelantemos. Llegamos a los jardines y deambulamos en silencio, como he dicho. Creo que ambos disfrutamos de volver a estar juntos, pero no teníamos nada que decir. No sabíamos muy bien qué decir, no sabíamos por dónde empezar, quién debía disculparse por qué motivo, quién debía perdonar al otro si es que había algo que perdonar. Entramos en el pequeño laberinto de setos, con el objetivo de llegar al pequeño cenador que se encontraba justo en el centro.

» Hoy día aún no consigo entender muy bien mis motivos para hacer lo que ocurrió a continuación, pero en un punto de la aventura paré en seco y Godric se paró a ver qué pasaba. Tras un último instante de duda, me acerqué a él, coloqué una mano sobre su hombro y la otra sobre su mejilla, y me incliné para besarle. No opuso ningún tipo de resistencia, aunque no parecía habérselo esperado. El beso... no tengo palabras para describir cómo se sintió. En aquel momento, pensaba que... no sé, que igual arreglaría las cosas entre nosotros. Godric había estado raro desde que me besó y la situación me reconcomía por dentro, y no podía adjudicarle otra causa salvo esta.

» Nos separamos y, si antes no sabíamos qué decirnos, ahora nos encontrábamos peor. Fijé mis ojos en los suyos, aún sin creerme lo que había podido hacer. Notaba cómo mi corazón había comenzado a latir con rapidez, cómo me fluía la sangre a las mejillas y a las orejas. Notaba la cercanía de Godric, su calor, su sorpresa. Sus ojos tenían un brillo extraño, pero no tuve tiempo para estudiarlo porque apenas dejé de besarlo se lanzó él a mí, rodeándome con sus brazos, plantando sus labios sobre los míos...

Cerré los ojos. Creo que había vuelto a sonrojarme al recordar todo lo acontecido pero, por suerte, no se me notaría a la luz de la luna y el brasero. Me levanté de mi asiento y le dije a Zane que deberíamos ir partiendo para casa del primo Éirik, que la tía Svenja quería conocerla y que tendríamos tiempo más que de sobra para acabar el relato entre que llegábamos. Imagino que tendría que estar hambrienta, porque no comió mucho en la taberna.

En fin, tras ese momento y tras hablar largo y tendido, pareció que las cosas mejoraban. Godric me confesó que se había sentido atraído hacia mí casi desde el momento de conocerme... dijo algunas otras cosas que no repetiré porque no es el tipo de cosas que se dicen en compañía decente —expliqué, algo avergonzado, pero dispuesto a no traicionar la confianza de Godric y a no incomodar a Zane con un relato demasiado en profundidad—. Y, bueno, también dijo que me había echado mucho de menos y que la separación le sirvió para entender que sus sentimientos iban más allá de la simple atracción, que me había apoderado de su corazón y...

» Resultó que mi beso... bueno, había sido más significativo de lo que pensaba. Yo le dije la verdad: que le había echado mucho de menos, que había sido uno de mis mejores amigos y que le tenía mucho cariño, pero que la situación es muy confusa y no estaba seguro de mis sentimientos. Le dije que aún me afectaba demasiado lo que había ocurrido cuando nos reencontramos, y también le aseguré que de ningún modo me desagradaban o repugnaban sus sentimientos hacia mí. Es decir... aquí, en el norte... a ver, no será lo más común, pero... aquí los hombres pueden amar a los hombres y las mujeres pueden amar a las mujeres, no tenemos... esa especie de repulsión que parece haber en Centrogarnalia hacia ese tipo de relaciones. Yo era principiante en esas cuestiones amorosas, e imagino que a día de hoy lo sigo siendo, pero algo en mí me decía que estaba dispuesto a amarle, a ser más que amigos. Solo... necesitaba tiempo.

» Pero le dije, y era verdad, que le echaba de menos y que era terrible pasar los días solo entre libros, y que me dolía que me evitara. Él dijo que temía haberme enfadado, sea por el asunto del beso o lo de la emboscada, y que apenas había reunido la suficiente fuerza de voluntad para intentar hablar conmigo. Además, su padre se había preocupado mucho por él desde la emboscada y no quería dejarlo sin supervisión. Le estreché entre mis brazos largo y tendido, ahora que nadie podía molestarnos.

» Los días siguientes fueron mucho más felices que los anteriores, y nuestras disposiciones mejoraron tanto que la corte entera lo notó. El señor duque, incluso, me felicitó por haber conseguido resolver mis diferencias con su hijo, que sabía que éramos buenos amigos y que había estado preocupado por nuestra tendencia a evitarnos mutuamente y por nuestras repentinas actitudes más sombrías y retraídas. No recuerdo muy bien que excusa le di, pero se dio por contento y dejó el tema en el olvido, y yo dejé de buscar pretextos para no compartir mesa con Godric, su familia y los individuos distinguidos de Siris.

Habíamos bajado de las murallas y ahora nos abríamos paso por las callejuelas entre los edificios, que eran más agradables de navegar, menos susceptibles a las inclemencias del tiempo y a las precipitaciones. Para navegar correctamente, había activado un hechizo de ojos de gato, porque no tenía a mano un farol y tampoco quería llamar demasiado la atención. No es que hubiera mucha gente capaz de hacerme daño en Wölfkrone, pero prefería evitar conflictos dentro de lo posible. Esta vez, estando menos meditabundo y más animado, le ofrecí mi brazo a Zane, así no teníamos que hablar en tan alta voz y nos era más fácil atravesar las calles cuando estrechaban.

Godric aprovechaba cada momento que podía para pasarlo conmigo. Se notaba que la distancia y la frialdad le habían hecho tanto daño a él como a mí, y estábamos dispuestos a recuperar el tiempo perdido. Cuando no había nadie mirando, me acorralaba en cada esquina, en cada recoveco, detrás de los árboles... me besaba, me abrazaba, me acariciaba, me sonreía... Y es decir, sé que dije que le había pedido tiempo, pero sería una gran mentira decir que no apreciaba estas atenciones. Cuando había gente, era Sacharissa quien tomaba el relevo, que, por compartir los sentimientos de Godric, era como un canalizador de su amor.

» No temo decir que aquellos han sido los meses más felices de mi vida hasta la fecha, por mucho que hoy día me entristezca recordarlos. Pero... no estaba destinado a durar —Solté un suspiro con todo el peso de estos meses de silencio según salíamos a una calle más principal—. Un día, el duque de Siris le dijo a Godric que debía contraer nupcias con una mujer de otra casa noble de rango similar para afianzar su posición en la sociedad garnálica. No podemos olvidar que, aunque fuera el heredero de su padre, no dejaba de ser un hijo natural nacido fuera de su matrimonio legal, y la señora de Siris, aunque no se mostró abiertamente hostil, prefería claramente al hijo de su propio vientre.

» Tras la noticia, me sentí como si me sumergiera en el lago Elarciag en pleno invierno. Godric estaba furioso, no dejaba de decir sinsentidos y proponer planes sin pies ni cabeza para evitar o postergar el matrimonio todo lo posible. Sin embargo, yo sentía cómo mis días felices en Siris pronto llegarían a su fin. Es decir, Godric tendría que casarse, es un mal inevitable, pero yo... no quería tener que esconder lo nuestro. Aunque nos amemos, no quería sentirme como un amante ilícito, como algo a quien Godric deba amar a escondidas.

» Y, de cierto modo, era algo que supe desde la vez que le besé en los jardines. Godric y yo no podíamos estar juntos si él aspiraba a una vida entre la nobleza. Tendría muchas obligaciones que le mantendrían alejado de mí, y... Siris está en Centrogarnalia. Por mucho que puedan habernos aceptado ahí, porque a fin de cuentas es el futuro duque, ya es arriesgado utilizar abiertamente la magia con la extensa influencia de la inquisición; no necesitaba también temer por el hecho de querer a otro hombre.

» Así que fui cobarde, o fui valiente, según quieras mirarlo. Sabía lo mucho que a Godric le había alegrado encontrar su nueva familia y ver ese futuro tan brillante que le aguardaba, y yo no soy quién para arrebatárselos. No quería hacerle elegir entre su vida y nuestro amor, habría sido egoísta y cruel. Y, bueno... ya sabes eso que dicen, que «si amas a alguien, déjalo ir». De cierto modo, tomé yo la decisión por él, algo sin duda también egoísta, pero que... quiero pensar que fue la mejor opción. El más leve de dos males. Decidí que mi tiempo en su vida había llegado a su fin, y que, por una vez, yo sería el que desapareciera.

» Pero me tomé mi tiempo. Intenté hacerle entrar en razón, decirle que quería que tuviera la mejor vida posible, pero él me dijo que de ningún modo quería separarse de mí ahora que estábamos juntos y nos amábamos. Yo le dije que no quería una vida en la corte, pero él arguyó que no tenía por qué vivir en el palacio si no me gustaba, y yo le respondí que no me entendía, que no quería ser ni un amante ni un mantenido ni tener que esconderme ni meterle a él en problemas con su padre y su futura esposa y...

Habíamos llegado a casa antes de lo previsto y a mí aún me quedaban cosas que narrar, así que di media vuelta y continuamos paseando, aunque a Zane no le había pedido su opinión sobre el asunto. Lo siento si tienes hambre, prometo que te lo compensaré, pero mi tempestad aún incita a mi mar interior a la ira y a la violencia. Aún no clarea.

Creo que le hice daño. No era mi intención, pero no había otra manera de decir las cosas. Simplemente se negaba a ver un futuro en el que no estuviéramos juntos, cuando a mí me era imposible ver uno en el que ambos pudiéramos estarlo sin que cada uno sacrificase algo. No parecía que Godric fuera a volver a la Torre, y aun si lo hiciera lo nuestro tenía una fecha límite. Y yo... bueno, ya lo he repetido mucho, no quería esconder mi amor por él.

» Mientras nosotros discutíamos y debatíamos, el hermanastro de Godric urdió un plan para hacerse él con el ducado con la ayuda de su madre, que aún sentía rencor hacia el señor de Siris por sus infidelidades. No me enteré muy bien de qué ocurrió pues volvía a estar envuelto en mis desesperanzas, pero intentaron envenenar sin éxito tanto al señor como a Godric. Sacharissa, con sus agudos sentidos de perro demoníaco, notó que algo no iba bien e hizo un estropicio de la comida, evitando que ninguno de los comensales probara bocado. Tras la comprensible molestia, Rita se puso a analizar la comida y encontró varias hierbas dañinas que habían sido mezcladas con las especias. Una búsqueda en el castillo y unas cuantas interrogaciones después, el plan se descubrió y encarcelaron a los culpables.

»... Excepto que no fue así del todo. El hermanastro de Godric pidió un juicio por combate porque era la única manera en la que tenía una mínima posibilidad de resultar inocente. Él mismo tuvo que luchar porque nadie en la corte quería ser su campeón tras algo tan deplorable, sin importar cuánto dinero les prometiera una vez estuviera en el trono. Al contrario, la gente no podía dejar de discutir sobre quién debería proteger el honor de padre e hijo. Yo mismo me presenté como candidato y revelé que había sido el hermanastro el que había organizado la emboscada hacia Godric, queriendo librarse de un obstáculo en la línea de sucesión, puesto que el padre prefería al hijo bastardo, puesto que demostraba mayor promesa para la magia.

» El padre se quedó sorprendido y Godric no quería decir nada, pero en ese momento el hermanastro, que ya estaba perdiendo la paciencia, se declaró también culpable de intentar matar a su hermanastro. Es decir, ya era culpable de ello, pero un segundo cargo. El señor de Siris accedió a que yo era la mejor persona para obtener justicia en este asunto, dado que era casi un mago consagrado y que no quería poner a Godric en peligro. Inmediatamente nos dirigimos a un patio cerrado, donde solían entrenar los espadachines.

» El hermanastro (te juro que no me sé su nombre, nunca antes me había dirigido la palabra) optó por luchar con una espada y un escudo. Yo no pedí ningún arma. Era una batalla injusta para una persona injusta. El hombre tenía cierta aptitud para la magia, eso es cierto, pero era una gema en bruto que no había sido tallada o pulida, en parte por su propia pereza, por pensar que es suficiente con tener el don de la magia en las venas para demostrar que es hijo de su padre.

» Al principio me mantuve a la defensiva. Dejaba que me atacara, utilizando hechizos para defenderme o para esquivar. Con cada espadazo que bloqueaba, con cada vez que me desvanecía un instante antes de que un ataque impactase, se enfadaba más, sus movimientos se volvían menos calculados y más salvajes. Lo más importante en una lucha, según he aprendido tras tantos años en la Torre, es tener una mente fría y no dejarte llevar. Puedes hacerte mucho daño usando mal una espada, pero puedes morir si se descontrola un hechizo complicado. Pero bueno, tú ya lo sabes, no tengo que explicártelo.

» Cuando me cansé de jugar con él, pasé a la ofensiva. De un manotazo le partí la espada; de otro, le hice astillas el escudo. Esto no iba a ser un típico duelo de magos, de lanzarse bolas de fuego y relámpagos. Aquel hombre había intentado matar dos veces a Godric, y seguramente volviera a intentarlo si no lo quitaba de en medio. Quería hacerle pagar por lo que hizo y disuadirle de volver a intentarlo en el futuro. Quería hacerle sufrir, por Godric... pero también por mí. El hermanastro representaba un motivo por el cual nunca más volver a poner el pie en Siris. El padre no quería ejecutar a su propio hijo pese a que hubiera intentado matarle a él y a su hermanastro. Era una manera de... de enemistarme con el padre, de hacer que me prohibiera volver alguna vez a sus tierras, ¿entiendes?

» No voy a decir que no lo disfruté en el momento. Hice lo que tuve que hacer. Al verse desarmado, el hermanastro salió corriendo despavorido hacia los portones, pero según se abalanzaba ante ellos, estos se vieron tragados por el muro de piedra. Yo andaba con paso lento y meditado en su dirección, como un cazador que acecha a una gacela. No dejaba de chillar, y eso y nuestros pasos eran el único ruido que se oía. Al principio, la gente me animaba desde las almenas, pero ahora se habían quedado callados. Creo que, para bien o para mal, entendieron cuál era mi propósito. Algunos miraban aterrados, otros emocionados, pero todos en silencio.

» De vez en cuando, del suelo salía una raíz que le agarraba la pierna o le ponía una zancadilla y le hacía caer de bruces. Sin embargo, no dejaba de levantarse y alejarse de mí. Tengo que admitir que era tenaz, que no quería rendirse. Pero daba igual, nada habría cambiado su destino. Prolongué este periodo todo lo posible, porque no me habría sido difícil matarle. Algunos le lanzaron armas desde arriba para que intentara defenderse, pero todas acabaron como la espada. También intentó ponerse a trepar los muros, pero se resbalaba al poco de subirse y volvía a caer.

» Y por fin perdí la paciencia. Me abalancé contra él y le derribé. Tras tantos años como aprendiz, no tenía ningún problema para utilizar hechizos del libro de la tierra y del libro del aire, mientras que a él le costaba horrores incluso levitar alguna piedra para lanzármela. Me levanté y le puse en pie tirando de su peto acolchado, invitándole a que me atacara. Pero ya estaba cansado y asustado y no me hacía falta utilizar hechizos para evitar sus ataques. Le propiné unos cuantos puñetazos y acabó volviendo a caerse al suelo. Pero no había sido suficiente. Volví a levantarle y volví a esperar a ver qué hacía.

» Pero solo se quedó ahí de pie. Y le chillé: «¿A qué esperas? ¡Corre!», y mi voz pareció hacer que se espabilara y que hiciera como le dije. De nuevo arremetí contra él y le derribé, metódicamente volviendo a levantarlo y a lanzarlo contra el suelo. La gente había vuelto a hablar, algunos instándome a seguir golpeándole, a matarle a puños, mientras que otros me suplicaban u ordenaban, según quién, que parase, que ya había tenido suficiente. Les hice caso solo a los primeros. Algunos hasta intentaron bajar de las almenas para despegarnos, pero no consiguieron acercarse a mí: les derribaban fuertes ráfagas de viento nada más intentaban acercarse.

» Los magos de la corte podrían haberme detenido con facilidad, pero no le tenían aprecio al individuo. En especial Rita, que era la que llevaba la voz cantora y que había tenido que intentar meterle cuanto poco conocimiento mágico le cupo en la cabeza. yo me encontraba arrodillado, a horcajadas encima suya, golpeándole una y otra vez. Izquierda, derecha, izquierda, derecha. Mis puños estaban ensangrentados y era poco posible que el hermanastro sobreviviera aun con hechizos curativos, y aun así no me detuve. El mismísimo duque de Siris exigió que parara al instante porque iba a matar a su hijo, y aun así no me detuve.

» No fue hasta que escuché la voz de Godric más cerca de lo que debería, y que noté a alguien tirando de mí. Godric había sorteado la barrera que había creado teletransportándose dentro, y tanto él como Sacharissa estaban tirando de mí, con una mezcla de furia y lágrimas y miedo. Entonces me detuve. Miré lo que obraron mis manos: tenía bajo de mí a un hombre destrozado, a las puertas de la muerte. Tenía, muy literalmente, su sangre en mis manos. Y, sin embargo, no sentía culpabilidad por lo que hice. Ahora, cuando pienso en ello, me doy asco a mí mismo...

» Pero volvería a hacerlo. Miré a Godric y se me partió el corazón verle esa expresión de terror que me tenía. Había conseguido que me detuviera y que me levantara, y ahora él se alejaba de mí. Sacharissa me gruñía. Pero me dije a mí mismo que lo hacía por su bien. Es lo que quiero creer. Luego, miré al duque de Siris, fuera de sí de la ira. Mi condena fue rápida y severa: era un hombre repudiado en Siris, y si volvía a poner el pie en esas tierras, reclamarían mi cabeza. El duque quería ejecutarme ahí mismo, pero nadie parecía dispuesto a llevar a cabo sus órdenes, bien por miedo hacia mi persona u odio hacia el hermanastro. Además, tampoco me habrían atrapado. Siempre podría haber escapado teletransportándome bien lejos.

» Nunca me despedí de Godric. A fin de cuentas, exigieron que saliera cuanto antes del territorio, y yo sabía que, cuanto más esperara, más difícil sería. No les hice esperar. Nunca más volví a pisar Siris, así como tampoco he vuelto al valle. Regresé a la casa de mi infancia, esa que sabía que estaba deshabitada, porque la tía Svenja se mudó con el primo Éirik hace unos años, y pasé ahí unas semanas, como en Siris, intentando aceptar todo lo que había hecho y lo que había ocurrido. Luego, me presenté en Wölfkrone, y supongo que ahí se acaba mi relato.

» Hace mucho que no sé nada de Godric. No me sorprendería si ahora todo el amor que tenía por mi se haya convertido en odio o, al menos, se haya visto templado por el miedo que parecía tenerme. Me duele, pero creo que esta opción egoísta es lo mejor, al menos para él. Será un buen duque, no me cabe duda. Acabará por dejarme atrás y reconstruir su vida, cásese o no, y volverá a amar. En cuanto a mí...

Me sentía ligero. He derramado todo los contenidos de mi corazón por las calles y tabernas de Wölfkrone. El mar comienza su lento descenso agua adentro, la tierra firme vuelve a serlo, y la gente reconstruirá todo lo que ha perdido en la tormenta. El cielo antes cubierto de nubes y relámpagos ahora brilla incierto, pero tranquilo. Los estragos del mar no serán fáciles de olvidar, pero la gente aprende de lo sufrido, ¿no es así? Me pregunto con qué ojos me verá Zane ahora. No es raro que los magos lleven vidas belicosas y llenas de conflicto; ella misma ha participado en cazas de dragones.

Vayamos a casa, debes de estar hambrienta.

Zane Beren Ciryatan
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Re: Ġelost ǫ aleene {Priv. Zane}por Zane Beren Ciryatan, Miér Nov 18, 2020 12:22 am
Rurik y Zane fueron atravesando las distintas calles de Wölfkrone a la par que este continuaba su trágico relato. La pelirroja se mantuvo en silencio, esperando pacientemente a que terminara; salvo por algún que otra seña de afirmación o expresión de asombro que pronunció en los momentos adecuados; en los silencios y en las partes más tensas.

En general, Zane era un buen público. Escuchaba, dejaba hablar, no interrumpía y en los momentos oportunos, dejaba ver que estaba pendiente. Pero la verdad es que, el norteño habló muchísimo; prácticamente durante todo el camino. A la joven no le importó, pero sí hubiera agradecido que su amigo hubiera sido algo más breve en aquella extensa verborrea sobre los últimos años de su vida. Había anochecido, hacía frío y de vez en cuando, iba dando tumbos: estaba soñolienta, aunque atenta; mas le hubiera gustado estar más despierta para poder haberle respondido con mayor agudeza. Se sentía en el imperativo moral de ser una buena amiga, pero a la vez, sentía que poco podía decir, pues no quería ser presuntuosa con su relato, ni restarle valía, ni compadecerse de su amigo. Tampoco quería traerle más dolor, ni removerlo.

Aún así, lo primero que salió por sus labios, fue una disculpa.

—Lo siento.

¿Por qué lo sentía? Nadie sabe. Quizás se sentía culpable por no haber estado a su lado en tan duros momentos. Quizás, y solo quizás, reconocía en aquella frase que podía entender aquellos sentimientos, los del amigo suyo; que los sentía, que también eran suyos: que no estaba solo en aquello. Quizás había bebido demasiado, demasiado para ella.

¿Pero de verdad podía entenderlos?

Rita me ha caído bien, parece simpática —resolvió Zane, quitándole algo de hierro al asunto —. Por lo demás… Yo ya era consciente del vuestro galanteo, desde el primer día en que nos conocimos los tres algo me olía, mas nunca me hubiera imaginado que tales asuntos te llevarían a ti a obrar de tal manera.

» ¿Quieres mi opinión más sincera? Despójate de toda culpa, se merecía aquella afrenta —alojó Zane, pasándole la mano por el hombro, apretándoselo con cariño— Si no hubiera sido por ti, otras sangres se habrían derramado en el pasado, como la de Godric y hubiera muerto por fratricidio. ¿Acaso se merecía consideración alguna? ¿Acaso se merecía que te pararas, cuando fue por ti, por no parar, que su hermanastro todavía vive?

» “El que siembra cardos, recoge espinas”, decíanlo mucho en mi aldea, y creo que es buen dicho. Si tan solo aquel príncipe hubiera sido justo, en definitiva, buen príncipe, no te hubiera tocado a ti ser justiciero. Que le zurzan, esté vivo o muerto. La vida de un hombre así vale poco —Soltó Zane, encabronada de repente, casi furiosa. Más relajada al rato, añadió—: ¿Tus manos están manchadas de sangre? Las mías, también —Y acto seguido, las levantó teatralmente, quizás con el fin de demostrar con aquel gesto que nadie se libraba de la culpa, o más bien, que todos éramos igual de culpables: que el destino, en definitiva, era una rueda cruel.

Las manos de Zane estaban cubiertas por unos guantes de piel, varios anillos repartidos entre sus finos dedos: plata, madera, pergamino y cuero, cobre. Capas y capas la cubrían. Levantadas parecían más pequeñas, pues no las cubrían las mangas del abrigo. Allí, la sombra de una pelirroja, no pasaba frío.

Sus padres habían muerto cuando ella era una niña por hombres cuyas vidas valían poco. Aquello no era tan diferente, ni tan distinto. Normal que hubiera levantado accidentalmente la voz. Casi pareciera que todos los males provinieran de la misma simiente. Aunque hay que ser justos: el alcohol avivaba las llamas de aquellas antiguas luchas ya superadas. Y de tal forma en la que las llamas del recuerdo vinieron, el viento del norte se las llevó.

Zane estaba ahora en calma.

Me apena lo de Godric, pero si las cosas sucedieron así, creo que no lo fueron por nada —añadió, algo más templada—. Ahora sabes, por ejemplo, que los nobles son pésimos amantes, que la vida de palacio no es lo tuyo, y que merecedes algo mejor. ¡Qué le den al amor! —gritó Zane, quizás algo afectada por el alcohol, quizás demasiado motivada por su improvisado y manido discurso —. ¡Qué le den! ¿Quién lo necesita?

» Y sí, Rurik, sí que estoy hambrienta. Pero creo que también estoy un poco borracha. Hip —Titubeó un rato, abrazando ahora a su amigo (¿Quizás había tropezado y se había agarrado a él?)—. Espero que tengas alguna pócima o remedio mágico para curarme esto.

Vale, quizás Zane estaba exagerando un poco. Pero pese a todo lo dicho en aquella reunión, no estaba acostumbrada a beber alcohol. Era toda una rara avis, ¿Pues quién no bebía vinos o cervezas en aquel siglo?

Zane se separó de su amigo, recuperando a su vez, el hilo de la conversación. Los perros habían dejado de aullar. El viento había parecido amainar. El mundo respiraba dormido. Pero la pelirroja, tan absorta en su propia retahíla, no se dio cuenta.

Eres inmenso, Rurik Helgason. Amarás y serás amado durante muchas lunas, y vivirás en las historias que cuenten sobre ti. ¿Qué más te puede preocupar? Para mí, sigues siendo un buen amigo y un gran mago. Nada en ti me parece diferente, salvo que ya no tienes cara de niño, todo me es igual, nada me es distinto.
Rurik Helgason
Rurik Helgason
Humano
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Re: Ġelost ǫ aleene {Priv. Zane}por Rurik Helgason, Miér Nov 18, 2020 5:41 pm
Lo primero que hizo Zane al terminar mi relato fue pedirme disculpas. Yo, por mi parte, quería disculparme por haberla arrastrado por media ciudad mientras le contaba sobre mi único y fallido romance, uno que aún me dejaba un sabor agridulce en la boca. En especial porque ella despachó lo suyo en cosa de cinco minutos, e imagino que yo también había podido hacer algo parecido: Me enamoré de Godric tras unas circunstancias imprevistas pero lo nuestro no podía ser, así que casi maté a su hermano para escabullirme.

Aunque creo que el relato pierde fuerza de manera tan resumida. En fin. Solté un suspiro, aún con cierta pesadez en el alma pese a la catarsis de revelar algo que tanto tiempo llevaba oculto; Zane dijo que Rita le caía bien y respondí con un encogimiento de hombros desenfadado, dándole la razón. Luego comentó que había visto lo nuestro desde el principio, cosa que hizo que ocultara el rostro tras la mano, para luego volver a suspirar y pasarme dicha mano por el cabello. Daba gracias por estar prácticamente a oscuras, porque así no se veía el rubor que habían adquirido mis mejillas.

¿Y no se te ocurrió avisarme? —le pregunté, pese a todo, con un tono divertido. Las bromas eran un primer paso para la sanación espiritual—. No todo el mundo puede ver lo que tiene delante de sus ojos, ¿sabes? Aunque... supongo que fue muy descarado. Al menos, es lo que pienso ahora que soy más viejo y más sabio.

Zane luego intentó reconfortarme diciendo que, pese a todo, había obrado bien y que le había salvado la vida a Godric (y a su padre, que no le mencionó, pero saber que troqué una vida a cambio de otras dos me hace sentir mejor). En sus ademanes, sus palabras y su gramática podía notar que aquellos tragos de aguamiel se le habían subido a la cabeza pese al efecto estimulante del viento nocturno de Wölfkrone, ese que te cala hasta los huesos. Supongo que el abrigo la protegía, junto con algún hechizo térmico.

Su vena dramática continuó haciendo acto de presencia y, durante un segundo, tuve la impresión de que de pronto nos encontrábamos en una obra de teatro, que tendría que medir las sílabas de mi respuesta y seguir cierto patrón de rima. Cuando alzó sus manos enguantadas al cielo preguntándome si estaban manchadas de sangre, tuve mi confirmación. Pero bueno, ya lo decía el refrán: yn meþe mæriġtIn vino veritas. Demostraba que le importaba y que estaba de mi parte mediante estos arrebatos de pasión facilitados por el aguamiel.

Pareció calmarse luego, recuperando sus estribos, para luego volver a chillar en plena noche, haciendo que me sobresaltase y que la instara a bajar un poco el volumen. Pero pese a todo apreciaba su entusiasmo y me conmovía su empatía. Acabé por estrecharla entre mis brazos en un arrebato propio de agradecimiento y amistad, al tiempo que ella reconocía que tenía hambre y que, posiblemente, estaba un poco borracha.

No hay ningún remedio agradable contra la borrachez. Te va a tocar sufrirla y, mañana, la resaca —le mentí, con una sonrisa pícara. En casa le haría un antídoto con el hechizo del libro de la tierra, de eficacia probada y, si no le resultaba, nada mejor que un balde de agua fresca a la cara para espabilarse.

Así que nos separamos y comenzamos a desandar lo recorrido para regresar a casa. Durante el camino, Zane siguió hablando y, de cierto modo, me daba un poco de vergüenza lo mucho que estaba intentando reconfortarme y tranquilizarme, aunque lo entendía. De nuevo, desparramé todos los contenidos de mi corazón que habían inundado la ciudad de Wölfrone, como si toda la nieve de las montañas se derritiera de pronto y el deshielo amenazara por engullir la ciudad.

Me paré frente la puerta de casa con una sonrisa y, antes de entrar, le dije.

Ninguna palabra de esto a nadie, Chisparroja. Quizá tia Svenja no te pueda entender pero Éirik sí, y prefiero guardarme mis desamores ante ellos. Demasiadas cosas que explicar —Y, pese a todo, no lo decía con un aire de tristeza. Para bien o para mal, mi tía, mi primo y su esposa eran gente más bien simple y no quería perturbar sus vidas con demasiadas intrigas de corte y del mundo de la magia.

Llamé y poco después nos abrió la puerta Lotta, la mujer de mi primo, que al verme a mí me sonrió y al ver a Zane su mirada adquirió un deje de perplejidad, pero luego se acordó de lo que había anunciado y sonrió.

Debe de ser tu amiguita, ¿no?Müss'n hät frjåundlinn denn, neġ? —me preguntó con voz cálida y divertida, con su particular acento isleño. A veces me pregunto cómo hacemos los nórdicos para entendernos cuando una sola palabra la podemos pronunciar de ocho maneras diferentes, pero nos las apañamos. Lotta era una mujer un tanto menuda, su cabello era de un castaño claro, suave y lo llevaba en dos trenzas, una a cada lado de la cara. Su vientre hinchado era una prueba de su embarazo avanzado, pero era una mujer activa y no le gustaba pasar demasiado tiempo sentada o en la cama, aun con los achaques y cambios típicos de su estado. Se estaba limpiando las manos en su delantal, por lo que supuse que deberían estar preparando algo para la cena. Debería bastar con lo que envié desde la taberna, pero Svenja nunca quiere quedar mal con los invitados—Entrad, debéis estar congelados. Komm'n hjär, du müss'n frysglicher!

Puse una mano en la espalda de Zane y la invité a entrar en la casa.

Sí, pero las presentaciones mejor las hacemos en la mesaJa, då färstælner siġenþ bætre alġekomtliċ bord —le dije a Lotta, que asintió y volvió a sus quehaceres, lo que me dio tiempo para explicarle a Zane, tras cerrar la puerta y quitarme la capa, quién era la mujer—. Esa es Lotta, la esposa del primo Éirik. Dije que dejaríamos las presentaciones para cuando nos sentáramos a cenar, así no tengo que presentarte tres veces, ¿no crees?

Aunque el momento no tardó mucho en llegar. Dejé a Zane sentada en una silla, cerquita de la chimenea para que se acostumbrara al calor de dentro, mientras yo me iba a la cocina a prepararle un brebaje que le quitara la embriaguez, para lo que eché en un cuerno vacío algo de agua, perejil, eneldo y demás hierbas que teníamos por casa, que se convirtieron en un antídoto decente al pronunciar en voz baja esna. Le di un abrazo a la tía Svenja, que estaba afanándose con sus famosas tortas de miel y nueces, y le dije que iba a darle algo a mi amiga, que le había sentado mal el almuerzo.

Y así lo hice: regresé a Zane y le puse el cuerno entre las manos.

Es un antídoto, como los del libro de la tierra. Debería hacerte sentir mejor —le expliqué, antes de regresar a la cocina para ayudar a poner la mesa, que ya estaba medio lista con la comida que habíamos traído, pero en el norte nos gusta comer bien; para cinco personas, un banquete como el de la taberna se queda corto. Éirik, según me contó Lotta en la cocina, mientras servía estofado en unos cuantos cuencos, estaba ocupado con sus cartas, pero bajaría a cenar.

Tras unos cuantos minutos más de barullo, porque no iba a hacer que ni Svenja ni Lotta trabajaran más, que parece que llevaban horas faenando en la cocina, de vaivenes y algún hechizo de levitación para poder llevar más platos cada vez, en la mesa se había erigido tal festín que tendríamos comida de sobra para varios días. Nos sentamos todos alrededor de la mesa y me dediqué a hacer las presentaciones.

Familia, esta es mi amiga Zane Beren Cirtyatan. No es elfa, pese al nombre. Es una colega mía de la Torre del Valle de los Lobos, y también es hechicera como yo.Ljoð, hjær freundlin mġn Zane Beren Ciryatan. Neġ ǽlva, då ausnamen hæres. Fjäla mġn ok Tårne ab Völksvåål, samliċ trøllabynnra lik mig —Tras eso, miré a Zane según apuntaba a cada comensal—. Esta de aquí es mi tía Svenja, luego está Lotta, que ya la conoces, y el señor de la barba es el primo Éirik, con el que más o menos te puedes entender, porque habla tu lengua bárbara —bromeé.

El resto de la noche pasó mucho más tranquila. Éirik y yo hacíamos de intérpretes para poder entendernos entre todos. La conversación, pese a las dificultades lingüísticas, fue agradable. Lotta nunca se cansaba de escuchar historias sobre magia, y hasta alguna vez me había pedido que le enseñara magia a su bebé si demostraba aptitudes para ello. Svenja era un poco más precavida con la trøllabynniHechicería, como ella la llamaba, aunque le tranquilizaba saber que en la Torre se le rendía culto a Svea, o su homónima arcana sincretizada. Tras la cena y la sobremesa correspondiente, ayudamos a limpiar y a guardar los restos de comida que nos quedaban; Svenja prefería cocinar cantidades ingentes de comida una vez a la semana que pasarse todos los días horas tras cazos y calderos. Eso sí, el pan lo horneaba ella cada día, y siempre procuraba que en la mesa hubiera verduras y frutas, según nos permitiera la temporada.

El resto de la noche fue tranquila. Zane dormiría en la habitación de Svenja, donde le habíamos instalado (es decir, transformado mediante magia) un pequeño camastro, porque, pese a todo, mi tía no era partidaria de que dos jóvenes, por amigos que sean y por pocas intenciones que haya de ser algo más, pasaran la noche juntos. No le puse pegas al asunto, aunque a ambas les dije que me buscaran si necesitaban entenderse y no lo lograban mediante señas o imágenes.

Aquella noche me fui a dormir más tranquilo que de costumbre. No sé si es por la presencia de Zane y la alegría en la casa, puesto que no recibíamos muchos invitados de cuya presencia disfrutáramos genuinamente, o por la ligereza que me había provocado dejar ir eso que llevaba tantos meses escondiendo. Fuera, el manto de la noche sumergía el mundo en la oscuridad. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí con las fuerzas de rezar antes de dormir.

Le di las gracias a Svea por las alegrías y las amistades y le pedí perdón si había errado, aunque también le dije que no me arrepentía de lo que hice para llegar hasta aquí. Le pedí a Hersä que hubiera llevado su justicia al hermanastro en Siris que, si bien se encuentra fuera de los territorios del Norte, eso no debería ser impedimento para una deidad. Le pedí a Berkno, el dios del amor y de la guerra, pues para nuestras gentes hay pocas diferencias entre ambos, que ayudara a sanar el corazón de Godric, si no hubiera superado aún lo ocurrido, para que pudiera volver al campo de batalla con energías renovadas.

Y, por último, le di las gracias a Rimis, señora de la noche y de las estrellas, por la noche de descanso que me esperaba, por los astros que nos alumbraban de noche, y por su protección ante los peligros de las sombras. Me quedé dormido con facilidad, nada más descansar la cabeza sobre la almohada, disfrutando del calor de la chimenea y las mantas, de la comodidad del jergón, del silencio de la noche.

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