Alicia apareció en frente de la casa en la que había nacido, y en la que había crecido. Había tantos recuerdos ahí encerrados...

Se acercó a la vieja puerta de madera y la abrió. Un molesto pero familiar chirrido acompañó al movimiento.

- ¿Papá? ¿Aranissë? ¿Estáis en casa?- llamó a su padre y a su hermana, pero nadie contestó. Qué extraño. Si no recordaba mal, ese era el día que tenían libre y no trabajaban. ¿Dónde estarían? La casa no era muy grande, tan sólo constaba de un salón con una pequeña mesa de madera y cuatro sillas, dos dormitorios a la izquierda del salón, una cocina a la derecha y en el fondo el taller, donde ella había trabajado la mayor parte de su infancia tras la muerte de su madre.

Avanzó hasta la mesa de madera. Qué raro, no tenía nada encima, ni el mantel que tanto le gustaba a su madre, ni el primer jarrón que ella hizo al comenzar con la artesanía. Deslizó el dedo por la superficie y lo giró: estaba lleno de polvo. Su padre no soportaba tener la casa sucia, y menos aún la mesa, donde comían todos los días. Todo esto era muy raro. Avanzó hasta la puerta del fondo, que conducía al taller. Costó abrirla, pero al final cedió. Se asomó a la gran sala donde guardaban todos los materiales y las herramientas necesarias para trabajar. Estaba vacía, a excepción de una gran rosa marchita en el centro de la sala. Se acercó y la cogió. El olor de la rosa la invadió por completo, le era tan familiar...

¿Dónde estarían? ¿Qué significaba esa rosa? Sólo se le ocurría una cosa, pero no quiso creer que era cierto. No podía serlo. Salió rápidamente de la pequeña casa. Tenía que volver a la escuela del Bosque Dorado y pedir ayuda. Pero, ¿a quién?

Extendió los brazos, pensó en su habitación y pronunció las siguientes runas: