Kahel Lorliean
Kahel Lorliean
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Nombre : Kahel Lorliean
Escuela : La Torre
Bando : La Diosa
Condición vital : Vivo
Rango de mago : Aprendiz de tercer grado
Clase social : Noble, Heredero al título de Conde-Duque de Ekhleer y de las Islas Negras
Mensajes : 46
Fecha de inscripción : 17/12/2011
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Entrenando la lanzapor Kahel Lorliean, Vie Sep 14, 2012 1:36 am
Finalmente, con el estómago lleno, me había encaminado hasta el campo de entrenamiento, logrando ser aceptado para poder entrenarme también como guerrero en la Torre, no solo como Mago. El primer reto que se me planteaba era adquirir un buen manejo de la lanza, algo que en mi tierra empleábamos más bien poco, si nuestro ejército de infantería pero no nuestros marinos, donde yo había servido y donde había aprendido el uso de la espada, del arco incluso, pero escasamente había manejado una lanza.

A pesar de aquello había comenzado algo de mi adiestramiento de guerrero, y mi entrenamiento de la magia no me había hecho perder la buena forma física, y más aún, tenía la determinación suficiente como para manejar aquella lanza. El primer paso era probar lo más básico con ella, lo que le daba su nombre, lanzarla. Agarré una lanza no muy larga, considerablemente más corta que una pica, que no servía para ser lanzada pero era más útil para empalar a un enemigo que cargase contra ti dada su longitud superior.

Sostuve la lanza con ambas manos primero, cruzada frente a mi, fijándome luego en una de las grandes dianas hechas con madera y cuerda, pasé la lanza a mi mano derecha y la pasé sobre mi hombro colocándola en horizontal. Algo había aprendido del arte de la guerra en Ekhleer, con mi padre, esta lanza era pequeña y manejable, una buena opción para ser lanzada, conocía la forma aunque no lo hubiera practicado. Retrasé el brazo, colocando mi cuerpo en tensión, y luego di un paso al frente, ejerciendo fuerza con todo mi cuerpo hacia delante y después, en el cenit de mi movimiento, soltando el arma, que voló por los aires, silbando al cortar el viento, hacia su objetivo.

Sin embargo, como era de esperar, fallé. Obviamente no esperaba acertar de pleno a la primera, la punta del dardo terminó por estrellarse contra el suelo a un metro a la derecha de mi objetivo, además de que me había quedado un poco corto; desde luego no era como una saeta lanzada por un arco, esto pesaba más. Solté un suspiro y caminé hacia el arma, aferrándola por el asta para sacarla de la tierra, y luego regresé a mi posición original, dispuesto a repetir el proceso unas cuantas veces, hasta cansarme, para ganar poco a poco la práctica que necesitaba, después vendrían cosas más difíciles.
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