Dejé el cuerpo de la inconsciente alumna sobre una de las camillas, y observé como la túnica violeta que portaba iba cambiando gradualmente, hasta convertirse en la túnica roja, llameante, de un mago consagrado. Sin embargo, no perdí tiempo. Mientras murmuraba una larga letanía de conjuros curativos, aunque casi no pronunciaba los conjuros curativos que aparecían en los libros predeterminados. La mayoría de conjuros los fui aprendiendo por mis viajes, o de los libros de la biblioteca de la torre.

Sonreí tontamente, mientras me alejaba de la camilla en la que estaba tendida la elfa. Era la primera vez que me encargaba yo de atender a un alumno recién graduado, pues casi siempre lo hacían Xehanorth o Narshel. Me paseé unos instantes por la enfermería, y me asomé por la ventana, acompañada del canto de unos alegres pajaritos, de alas arcoirisadas, y de cuerpo de un color borgoña. Eran írises del manantial, un pájaro que abunda por la zona. No me molesté en cerrar la ventana, ya que un conveniente hechizo térmico hacía que en la Torre siempre hubiese una temperatura agradable, tanto en invierno, como en verano.

Aun así, arropé a la muchacha — que tendría muchísimos más años que yo, aunque su rostro aniñado intentase embaucarnos —, y salí de la estancia, que se quedó en una cosa parecida al silencio, quebrantada solo por los trinos ocasionales de uno o más pájaros.