Ocupados por el barco, los jardines de la Torre parecían haberse vuelto más pequeños que nunca. Dejé que Sherak fuera presentándome a los miembros de la tripulación, y los saludé a todos con una sonrisa agradable, porque no vi nada en ellos que despertara en mí ningún sentimiento de desconfianza. Había elfos, humanos, enanos...: aquella asombrosa tripulación reunía a gentes de todas las razas pensantes conocidas, de todos los rincones del mundo. «¿Cómo no he escuchado antes de los progresos de Sherak cuando ha conseguido reunir a esta tripulación gigantesca?».

Cuando me dijo que podían convertir la comida en artefactos explosivos giré la cabeza hacia él, sobresaltada, pero al instante se rio, y me hizo saber que hablaba en broma. No dije nada; respiré hondo, y siguió con las presentaciones: un elfo y una humana, Aravang y Hilda, que eran pareja. No se veían tales uniones interraciales muy a menudo.

—Es un placer —los saludé, como había hecho con los anteriores.

Había otra pareja más; según decía Sherak, en la sala de control. Si aquel barco era tan impresionante por fuera como por dentro, nada podía desear más que descubrir sus interiores:

—¿Podemos entrar? —le pregunté, señalando el barco con la cabeza.

Nunca había visto nada que se pareciera a aquel barco asombroso, ni siquiera en los lugares creados por obra y gracia de la ingeniería humana, o por la exquisita delicadeza de los constructores élficos. Nada era tan extraño, tan distinto, tan impresionante. A medida que paseaba junto a Sherak por las dependencias de la nave me iba maravillando, cada vez más, de que existieran fuerzas capaces de mantener aquel objeto gigantesco a flote. No podía decir que no me gustara, pero aquel entorno desconocido me hacía desconfiar, y avanzaba por los pasillos con un nudo en el estómago.

Hasta que llegamos a la sala de control. Allí, desde el asiento elevado de Sherak, teníamos para nosotros unas vistas idílicas de mi escuela y del Valle que nos ofrecía una cristalera enorme y perfecta. «Diosa, debes haberle concedido una suerte maravillosa a este hombre, o capacidades excepcionales, para que haya conseguido tener en apenas unos años algo como esto...». El tiempo que anteriormente me había parecido abismal ahora me parecía muy breve, porque me imaginaba que, para conseguir aquel barco, seis años de esfuerzo eran pocos.

—Es maravilloso, Sherak —le confesé—. Pocas cosas pueden sorprenderme, pero esto... Jamás habría podido imaginar que existiera algo así.

La contemplación de la Torre y el Valle a través del cristal había aliviado inevitablemente mi estado de tensión, porque una imagen tan hermosa podría calmar los ánimos de cualquiera.

Tomé la copa que me ofrecía, observando admirada la habitación. Repetíamos la escena que había tenido lugar en mi despacho, antes de bajar a los jardines para ver el barco, pero tenía que reconocer que los aposentos de Sherak estaban mejor decorados que los míos, y que el sabor del vino que me ofrecía era mucho mejor que el de las botellas que tenía guardadas en mi armario.

—Con un vino de tanta calidad dejas en ridículo cualquiera de los míos —comenté, esbozando una sonrisa.

Cuánto darían los marineros por tener en el mar barcos como aquel, con camarotes como el de mi antiguo alumno. Era una habitación amplia, provista de varias mesas y sillas, y con unas ventanas que ofrecían bonitas vistas —aunque no tan maravillosas como las de la sala de control—. Sin embargo, lo que más había llamado mi atención había sido la calavera grabada en la puerta, que coincidía con la que se encontraba en la ropa de Sherak. Hasta entonces apenas me había fijado en ello.

—¿Por qué las calaveras? No me digas que este es un barco pirata —pregunté, llevándome la copa a los labios.

En principio, solo bromeaba. No creía que Sherak estuviera enredado en actividades delictivas, aunque aquel símbolo era usado por los piratas y por otros grupos contrarios a la ley, como los magos de la Cueva Oscura, que a menudo se identificaban bien con símbolos de calaveras o de huesos cruzados o de ambas cosas.

De modo que luchaban contra la Inquisición y, por eso, no era extraño que los del Centro los consideraran piratas. Era una tarea loable: la caza de brujas en el reino de Ereaten, donde estaba prudentemente escondida nuestra Torre, había sido desde tiempos inmemorables uno de los mayores problemas para los magos.

—Libertad e igualdad... —musité, saboreando las dos palabras de la misma forma que saboreaba el vino—. Me alegra que esos sean tus principios, y los de toda tu tripulación.

Estaba dispuesta a ofrecerle a Sherak toda la ayuda que necesitara si sus objetivos estaban encaminados a desarticular la Santa Inquisición. Hablaba con sensatez, tenía una destreza e inteligencias asombrosas para haber conseguido lo que había conseguido, y los principios sobre los que se asentaba su conducta eran sólidos y admirables. Fue un buen alumno en otro tiempo, pero ahora se había convertido en un gran hombre. Y yo tenía la suerte de tenerlo junto a mí, en mi bando, unidos los dos por el vínculo entre un aprendiz y su Maestra que nunca debería ser roto.

—Hay un archimago en el Concilio que comparte objetivos contigo —comenté—. Se llama Rahnag Ahgóh. Seguramente habrás oído hablar de él, porque es uno de los brujos más buscados por la Inquisición. Debería presentártelo. Si viera todo esto, estaría encantado de participar contigo en cualquier ataque que prepararas contra los fanáticos del Centro.

Desde luego, curioso era una buena palabra para definir a mi compañero Rahnag. Quizás mostrara algún recelo al principio, pero estaba convencida de que, tarde o temprano, acabaría colaborando con Sherak para combatir a la Inquisición. Mientras veía al joven capitán con la mirada perdida, como si hubiera alguna preocupación que lo atormentara, tomé un largo sorbo del delicioso vino, tratando de imaginar qué podía ser lo que se le pasaba por la cabeza.

—Confío en que algún día, no muy tarde, todos nosotros podamos vivir tranquilos en Garnalia, sin la amenaza de la Inquisición. —Hice una pausa, llevando mis ojos hasta el haz de luz que entraba por las ventanas—. Aquí, en el Valle, hemos estado a salvo muchos años..., pero, si consiguieron llegar hasta la escuela del Lago de la Luna, también pueden encontrar el camino hasta la Torre.

Para ese entonces, esperaba, yo tendría a mi disposición las tropas y las fuerzas necesarias para combatirlos tanto o mejor de lo que los había combatido Alice. Era una causa común. Era una escuela de magia. Aunque Anaë'draýl centrara siempre su atención en los dominios de los elfos, aunque simpatizara más con la escuela del Lago que con la mía, yo sabía, o quería creer, que, si corríamos el riesgo de ser arrasados por la Inquisición, el Concilio nos ofrecería toda su ayuda.

La copa de Sherak estalló. Estaba nervioso. Verdaderamente le preocupaba lo que podía sucederle a la Torre si la Inquisición descubría su ubicación. Y lo demostró no solo con este gesto involuntario, sino con las firmes palabras que dijo, con la firme promesa que pronunció, y que yo habría de recordar en todos los años venideros, porque pocas veces en mi vida me habían prometido algo tan hermoso.

Me quedé sin palabras unos largos segundos. Por primera vez en mucho tiempo, el discurso de una persona había hecho brotar en mí la emoción. Y suspiré, y tomé otro trago más, y otro, hasta vaciar la copa, y entonces hablé:

—Gracias, Sherak. No olvidaré esto que has dicho. La Diosa debe estar muy orgullosa de ti. Y yo también.

Sonreí, con cierto brillo ilusionado en los ojos. «Ojalá cumplas tu promesa —pensaba—, porque de ti nunca me esperaría una traición...». Era cierto que me habían traicionado personas a las que tenía en gran estima, pero no quería perder la fe, y me esforzaría por confiar en Sherak, pues nunca me había dado motivos para no creer en su palabra.

Hice un pase mágico, y recogí todos los pedazos de cristales para dejarlos amontonados sobre la mesa.