La reacción de la muchacha ante algo que le resultaba tan cotidiano como era el teletransporte la sobresaltó un poco. Le hizo ilusionada varias preguntas, entre ellas, cómo lo hizo y cuando podría hacerlo ella misma.

Comenzó a explicarle el proceso.

—Una vez tienes suficiente experiencia con la magia, podrás redirigir tus energías y ha-

La interrumpió un rápido tirón. Tesshia la arrastraba literalmente hasta una habitación vacía y se sentó en la cama, pidiéndole que le enseñaste lo que hizo.

—Vaya... qué entusiasta. Pero me temo que aún no vas a aprender a teletransportarte... Eso se enseña en el libro del Aire... —avanzó hasta el escritorio colocado frente a la ventana, y tomó un pesado libro encuadernado en piel de un profundo color marrón, y se sentó junto a Tesshia en la cama—. Primero tienes que estudiar el libro de la Tierra. Ese es el orden: tierra, aire, agua, fuego. Ten... —se lo ofreció—. Si no sabes aún, deberás aprender a leer y a escribir, bien en alguno de los idiomas garnálicos o en alguno de los élficos, y luego tendrás que aprender el alfabeto arcano. Pero es fácil, no te preocupes.

Como se temía, la muchachita no sabía leer. Se preguntaba por qué su padre, un mago (negro, sí, pero mago a fin de cuentas) no le había enseñado a hacerlo, pero evadió la pregunta, porque quizá le resultase incómoda. Tesshia cogió el libro y lo abrió, lo miró unos segundos, y le preguntó que dónde podría aprender el idioma.

—El alfabeto arcano y sus runas vienen explicadas en el primer capítulo del libro de la Tierra, aunque se supone que primero tienes que saber leer... —Tesshia cerró el libro y le preguntó quién podría enseñarle a leer y escribir—. Ah, mucha gente. Alguno de tus compañeros, algún maestro, la Señora de la Torre ... a mi me enseñó la Señora, Narshel, aunque por entonces éramos mucha menos gente... creo que unos seis u ocho alumnos —paró de hablar y miró por la ventana un instante antes de continuar—. Qué rápido pasan los años. En fin, me estoy distrayendo. También podrías aprender sola, hay gente que lo hace.

Suspiró y miró sus manos. ¿Había dicho algo malo, o la había ofendido de alguna manera? Quizá quería que ella le enseñase a leer y escribir. Iba a decirle algo, pero la vio abriendo el libro y buscando algo, así que decidió esperar a que hablase. Luego, le enseñó el libro, y le señaló una de las runas arcanas, .

Le preguntó qué era y qué significaba.

—Sí, claro que lo conozco, es una de las runas arcanas... Es la runa Shæd, los de Enawë la llaman Sæd —se quedó en silencio un instante y miró a la muchachita—. Significa "sombra". Es la runa de lo oscuro, pero también de la tranquilidad y el sueño. ¿Por qué lo preguntas?

Tras la explicación, la muchachita le enseñó su mano a Lumière, y entendió por qué le preguntaba sobre la runa, puesto que la tenía grabada sobre su piel. Había visto que tenía algo en la mano, pero no le había visto la palma con detenimiento hasta aquel momento. En ella podía ver la runa trazada con suma perfección. Se quedó mirándola, mientras Tesshia le hablaba. Decía que tenía más, pero solo aparecían cuando veía sangre, y que su padre, Maro, el mago oscuro, estaba muy orgulloso. Decía que solo le da instintos asesinos y deseos de sangre y odio hacia la luz. Frunció el ceño.

Se quedó en silencio y suspiró, y se llevó la mano en la frente, dubitativa. ¿Había leído algo similar cuando estaba traduciendo el Ars? Estaba segura que aún conservaba varias de sus posibles traducciones de las páginas que había llegado a traducir antes de irse, puesto que la lengua arcana es enrevesada y difícil de descifrar, y lo que se conservaban eran los hechizos y las runas a las que se ligaban los poderes de los magos.

—No lo sé —respondió, francamente.

Y volvió a quedarse en silencio, contemplando las opciones que tenía. ¿Quizá podía llevarla a Aryewïe? Sí, estaba llena de elfos Enawinos, pero podía servir. O quizá no, quizá simplemente la ignorasen o no tuviesen tiempo para ella, o no encontrasen ninguna respuesta.

—¿Y sólo ocurre eso cuando ves sangre?

La jovencita le dijo que cuando pasaba mucho tiempo en la oscuridad las runas actuaban de manera diferente, y luego decía que estaba anocheciendo, y que sería mejor que Lumière se fuese. Lumière se levantó, pero no para irse. En cambio, juntó sus manos en frente de su pecho, haciendo como un bol. Inspiró una vez y pronunció con voz clara una palabra arcana, concentrando sus energías en sus manos.


En sus manos aparecieron unas pequeñas chispas, luego pequeñas esferas que iluminaban la estancia con una luz dorada. Alzó la mano y las luces se expandieron por la estancia, iluminándola con una luz apacible y agradable.

—No necesitas velas —dijo, y sonrió.

Tras hacer el hechizo de iluminación, Tesshia la abrazó, dándole las gracias, y hasta le parecía que estaba llorando, pillando por sorpresa a Lumière, que no se esperaba una reacción tan sentimental. Luego, al romper el abrazo, la chica soltó una maldición, y vio como la runa Shæd parecía drenar la luz de los alrededores. Tesshia se encogió sobre si misma, y anunció que hacía frío.

Pero Lumière sabía que había un hechizo térmico que afectaba la Torre entera y hacía que las temperaturas fuesen agradables hasta en el más frío invierno, por lo que pensó que era culpa de las luces. Extendió las manos hacia varias de las luces.


Varias de estas desaparecieron, y la luz se atenuó. La estancia aún estaba bastante bien iluminada, pero no tanto como antes. Esperaba que esto acabase con la aflicción de la chica.

La runa de su mano dejó de "brillar" y la muchacha se desmayó, y Lumière se arrodilló rápidamente junto a ella, tomando su cabeza. No parecía herida, sino solo parecía estar extenuada a causa de la runa en su mano. Le envió un mensaje mental a Narshel, pidiéndole que viniese a la undécima planta, aunque nunca sabía cuando la Señora de la Torre estaba ocupada. O cuándo estaba.

Sin embargo, en la espera, pareció recobrar el conocimiento.

—Eh, eh, tranquila... acabas de desplomarte, no creo que...

Sin embargo, la mirada que le lanzaba la jovencita no le gustaba lo más mínimo. Se alejó unos pasos y se concentró, para poder responder a cualquier movimiento que hiciese la chica. ¿Había sido todo esto una trampa?

¿De verdad la voz que estaba escuchando en mi cabeza era la voz de Lumière Noire? Costaba creerlo. Habían pasado meses, años quizás, desde la última vez que tuviera noticias de ella. Y estaba allí, en la Torre, y no habría tenido ningún problema para entrar pese al refuerzo de las defensas: los amigos siempre eran bienvenidos en la escuela a la que pertenecían. Pero el mensaje telepático que cruzó por mi mente no era un anuncio de su llegada, sino un aviso para que me dirigiera a la undécima planta, y eso solo podía significar, supuse, que había algún tipo de problema.

Así que eso hice. Me levanté del escritorio de mi despacho, e hice un ligero pase mágico, sin apenas esfuerzo, para transportarme a la planta de abajo. Al principio, en el pasillo que conectaba con las habitaciones, todo fue silencio. Después hubo un grito: «¡APÁGALAS!», y, entonces, todos mis sentidos se pusieron alerta. No era la voz de Lumière, ni ninguna otra que recordara.

Corrí en la dirección de la que procedía la voz, y llegué a una de las habitaciones, y entré en ella. Lo primero que me llamó la atención fue la iluminación artificial, mágica, de la estancia. Luego, la presencia de la antigua Maestra de la Torre. Y, después, el motivo de la urgencia: una muchacha joven, de cabellos rojos, que gritaba y sufría, con las manos en la cabeza, con ciertos signos de putrefacción en algunas partes de su piel. «Magia negra. Pura magia negra». Fuera lo que fuese, había que evitar que las luces se apagaran.

Estiré las manos hacia el frente y de mis dedos escaparon nuevas esferas de luz que se sumaron a las de Lumière, reforzando la iluminación de la estancia. Luego me mantuve en guardia, observando a la muchacha, que parecía ser víctima de una maldición.

—Escúchame, no hagas nada —le dije—. Quédate quieta y quédate cerca de la luz, y todo pasará.

Sin embargo, no sabía si estaba ante una víctima o ante una culpable, o ante alguna trampa. Fuera como fuese, procuraría reducir el efecto de la magia negra con lo que como archimaga sabía de la luz.

La muchacha le dijo que, aunque se lo pidiese, no apagase las luces, y luego le gritó que las apagase. No tenía ni idea de qué hacer, aunque se decía a si misma que debía escuchar lo primero que dijo la joven, por lo que se quedó observándola en silencio, preparando para defenderse en el caso de que pasase algo malo. No le gustaba verla en aquella situación, con el cuerpo pudriéndosele pese a que aún estaba vivo, aunque ella mismo le había dicho que no apagase las luces.

En aquel momento, apareció Narshel, entrando con rapidez (incluso podía decirse que con violencia) en la habitación. Tras un segundo o dos, estiró las manos hacia el frente y aparecieron muchos más orbes de luz como los que invocó Lumière, iluminando aún más la estancia, y  le dijo a Tesshia que se quedase quita, cerca de la luz. Afortunadamente, la chica la escuchó, y el efecto de la runa Shæd, la que tenía grabada en la mano, disminuyó, hasta desaparecer.

Tesshia les dio las gracias, y Lumière podía notar el cansancio en su voz. Se acercó a ella y la tomó en brazos, dejándola tumbada sobre el lecho. Tesshia comenzó a llorar, confesando que esperaba poder hacer lo que ellas hicieron algún día.

—Seguro que sí —respondió Lumière.

Miró de reojo a Narshel. «Creo que es víctima de una maldición... —le dijo a la Señora, mentalmente—, que posiblemente le lanzase su propio padre. Tiene la runa Shæd en la palma de su mano, y, según me contó, tiene más, pero solo aparecen cuando esta se activa. Dice que esto ocurre cuando ve sangre, o cuando está demasiado tiempo en un lugar oscuro... En fin, no sé qué se podemos hacer con ella. ¿Llevarla a Aryewïe, tal vez? Nunca he visto nada parecido...»