ÍndiceEntre Jardines (Priv. para Crescent)
La Torre :: Garnalia :: El Centro :: Ereaten :: Palacio de Ereaten
Isabella de Garnalia
Humana
Nombre : Isabellina Fountaine de la Garnalia
Escuela : La Santa Academia
Bando : La Diosa (conocida como Dios)
Condición vital : Viva
Rango de guerrero : Experta en espadas (a una mano)
Clase social : Realeza
Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 22/12/2013
Entre Jardines (Priv. para Crescent)por Isabella de Garnalia, Miér Jul 02, 2014 1:50 pm
Verano. Una época maravillosa, sin duda. El Sol brilla alto en el cielo. Las nubes no se atreven a hacer sombra al que sin duda es el rey de todos los astros. Dios, nuestro señor, nos demuestra su amor con cada rayo de luz que desprende. Le doy gracias por crear el Sol.
Era un día estupendo para pasear por los jardines de palacio. Las flores abrían sus capullos, y el aroma que desprendían hacían que mi alma se llenara de júbilo. Decidí sentarme en uno de los bancos de aquel inmenso jardín, mientras me dedicaba a leer historias de caballería. Mis favoritas.
Por la mente me rondaban muchas cosas: la aparición de Dios, la recién descubierta ubicación de una de las mayores escuelas de magia del mundo... él. Ya ha pasado una semana desde que despertó, y me sigue llamando poderosamente la atención. ¿Por qué no puedo quitármelo de la cabeza?
Era un día estupendo para pasear por los jardines de palacio. Las flores abrían sus capullos, y el aroma que desprendían hacían que mi alma se llenara de júbilo. Decidí sentarme en uno de los bancos de aquel inmenso jardín, mientras me dedicaba a leer historias de caballería. Mis favoritas.
Por la mente me rondaban muchas cosas: la aparición de Dios, la recién descubierta ubicación de una de las mayores escuelas de magia del mundo... él. Ya ha pasado una semana desde que despertó, y me sigue llamando poderosamente la atención. ¿Por qué no puedo quitármelo de la cabeza?
Crescent fon Wolfkrone
Señor de los lobos (humano)
Nombre : Crescent fon Wölfkrone
Escuela : La Torre
Bando : La Diosa
Condición vital : Vivo
Cargo especial : Maestro de la Torre (magia y lucha física), Maestro de Guerrero Angelical (La Torre)
Rango de mago : Mago consagrado
Rango de guerrero : Guerrero Exaltado, Especialista en Guerrero Angelical
Clase social : Noble, Príncipe de Wölfkrone y de las Provincias Unidas
Mensajes : 626
Fecha de inscripción : 02/05/2011
Edad : 26
Re: Entre Jardines (Priv. para Crescent)por Crescent fon Wolfkrone, Miér Jul 02, 2014 4:25 pm
En los siete días que habían discurrido desde el momento en que abrí los ojos, sentí como si hubiera vuelto a nacer. No me venían todos los recuerdos de golpe, pero, a medida que pasaban las horas, recordaba a veces imágenes, a veces lugares, a veces caras, a veces nombres, momentos; y cada uno de esos recuerdos suponía un cambio en mi forma de ver y de entender el mundo.
Me llamaba Crescent. Mi ciudad de nacimiento era Wölfkrone. Allí, había vivido en un lugar de piedra, probablemente un palacio, aunque nada tenía que ver con el Palacio de Ereaten. Recordaba haber estudiado en una escuela de magia llamada la Torre, donde había aprendido a utilizar las energías del mundo para hacer cosas que no se veían en aquel palacio, y que no debían verse. Yo lo sabía, debía tener muy interiorizado este concepto, pues sin encontrar auténticas explicaciones para el secretismo en torno a tales habilidades, era consciente de que no debía indagar sobre ellas: debía mantenerlas en secreto, como se guarda cada individuo sus intimidades.
No le comenté a nadie nada sobre lo que iba recordando, no me fiaba realmente de nadie. Pero por mi mente, a veces, pasaban imágenes fugaces de rostros, de personas, y también pasaban nombres. Xerxes Break, Amelia, Narshel. Una cabellera anaranjada, unos ojos rojos, y muchos lobos. Los lobos estaban siempre presentes, pero mi subconsciente parecía especialmente preocupado por silenciar cualquier pensamiento referido a ellos.
Los lobos también debían ser un tema tabú, al igual que la magia. La magia...
Muy cerca del mediodía, salí de mi habitación para pasear por el palacio, pues andar me ayudaba a rescatar recuerdos. Mi aspecto era sustancialmente distinto al que llevaba cuando me había despertado, y todo gracias a los cuidados que recibía en palacio. Mi barba larga y descuidada había sido sustituida por una corta, bien arreglada. Puesto que yo, hombre del norte, no soportaba el calor veraniego de aquella tierra, decidí también cortarme el cabello a la altura de la nuca, y, desde entonces, me sentía mil veces más cómodo. Tampoco podía quejarme de mis ropas: la Reina había sido generosa y tenía a mi alcance vestimenta de gran calidad.
No tenía grandes motivos para sentirme mal, pero a veces la certeza de saberme solo en un mundo desconocido me quitaba el sueño por las noches.
Anduve con los ojos entrecerrados, visiblemente molesto por la potencia de los rayos de sol. Los jardines eran inmensos, llenos de flores que desprendían buenos aromas y árboles frondosos, que proyectaban sombras tentadoras. Bajo uno de esos árboles, en un banco de piedra, encontré sentada a la Reina Isabella, leyendo una novela de caballerías que reconocí al instante, porque la había leído en alguna ocasión. Pero no recordaba el argumento, igual que no recordaba otras tantas cosas.
—Majestad —saludé.
Una brisa ligera me revolvió el cabello negro, corto; y agradecí que soplara, aunque fuera por un momento, el viento. No esperé ninguna invitación: sencillamente tomé asiento en el banco, a su lado, y la miré. El pelo, del color del trigo, le brillaba y también le brillaban los ojos azules, o al menos así me lo parecía. Su gesto era siempre solemne, acorde con su rango, pero no con su juventud. No podía negar que, en conjunto, estaba ante una mujer hermosa. Lo comentaban algunos hombres en palacio, y les había escuchado también palabras vulgares, pero todos callaban cuando pasaba a su lado alguien allegado a la Reina, y cambiaban el gesto, se vestían con sonrisas. De tal modo funcionaba el sistema hipócrita de la sociedad; eso era lo que había podido reflexionar, en mis largos tiempos de silencio.
—Leí esa novela hace algún tiempo, lo sé, pero ya no recuerdo nada. —Sonreí—. Como siempre.
Mis ojos cazaron al vuelo el título del libro: El Caballero y la Fortuna. Este título me hizo recordar El Caballero y la Fuente de la Fortuna, que era un cantar de gesta de un número de versos considerable, y del que solo recordaba un verso, sabrán los dioses por qué: "Bebió y bebió de la fuente, y se le entintó el corazón". Fuera de contexto, no tenía ningún sentido. Así que me callé y obvié el detalle.
—Me extraña encontraros sola, señora.
Era habitual que la Reina estuviera siempre acompañada de un séquito de nobles, o de guardas. Había tenido la oportunidad de comprobarlo en aquella semana, igual que había tenido la oportunidad de comprobar que a la llegada del alba todos los días empezaban a cantar las mismas alondras, que se callaban siempre cuando se escondía el sol. Sobre nosotros, en el árbol, una de ellas cantaba, y esto me hizo recordar mis despertares matutinos, que eran cada vez más agradables.
Se respiraba en el jardín una sensación de paz, la brisa soplaba racheada, y los únicos sonidos que se escuchaban eran los de la naturaleza, los árboles, los pájaros, y a veces voces en la distancia, pero eran como murmullos apagados, y en algunos segundos, muy cortos y muy escasos, reinaba un silencio armonioso, que daba al conjunto del fluir del tiempo una sensación de calma y de serenidad muy apropiada para un paseo tranquilo por los jardines.
Me llamaba Crescent. Mi ciudad de nacimiento era Wölfkrone. Allí, había vivido en un lugar de piedra, probablemente un palacio, aunque nada tenía que ver con el Palacio de Ereaten. Recordaba haber estudiado en una escuela de magia llamada la Torre, donde había aprendido a utilizar las energías del mundo para hacer cosas que no se veían en aquel palacio, y que no debían verse. Yo lo sabía, debía tener muy interiorizado este concepto, pues sin encontrar auténticas explicaciones para el secretismo en torno a tales habilidades, era consciente de que no debía indagar sobre ellas: debía mantenerlas en secreto, como se guarda cada individuo sus intimidades.
No le comenté a nadie nada sobre lo que iba recordando, no me fiaba realmente de nadie. Pero por mi mente, a veces, pasaban imágenes fugaces de rostros, de personas, y también pasaban nombres. Xerxes Break, Amelia, Narshel. Una cabellera anaranjada, unos ojos rojos, y muchos lobos. Los lobos estaban siempre presentes, pero mi subconsciente parecía especialmente preocupado por silenciar cualquier pensamiento referido a ellos.
Los lobos también debían ser un tema tabú, al igual que la magia. La magia...
Muy cerca del mediodía, salí de mi habitación para pasear por el palacio, pues andar me ayudaba a rescatar recuerdos. Mi aspecto era sustancialmente distinto al que llevaba cuando me había despertado, y todo gracias a los cuidados que recibía en palacio. Mi barba larga y descuidada había sido sustituida por una corta, bien arreglada. Puesto que yo, hombre del norte, no soportaba el calor veraniego de aquella tierra, decidí también cortarme el cabello a la altura de la nuca, y, desde entonces, me sentía mil veces más cómodo. Tampoco podía quejarme de mis ropas: la Reina había sido generosa y tenía a mi alcance vestimenta de gran calidad.
No tenía grandes motivos para sentirme mal, pero a veces la certeza de saberme solo en un mundo desconocido me quitaba el sueño por las noches.
Anduve con los ojos entrecerrados, visiblemente molesto por la potencia de los rayos de sol. Los jardines eran inmensos, llenos de flores que desprendían buenos aromas y árboles frondosos, que proyectaban sombras tentadoras. Bajo uno de esos árboles, en un banco de piedra, encontré sentada a la Reina Isabella, leyendo una novela de caballerías que reconocí al instante, porque la había leído en alguna ocasión. Pero no recordaba el argumento, igual que no recordaba otras tantas cosas.
—Majestad —saludé.
Una brisa ligera me revolvió el cabello negro, corto; y agradecí que soplara, aunque fuera por un momento, el viento. No esperé ninguna invitación: sencillamente tomé asiento en el banco, a su lado, y la miré. El pelo, del color del trigo, le brillaba y también le brillaban los ojos azules, o al menos así me lo parecía. Su gesto era siempre solemne, acorde con su rango, pero no con su juventud. No podía negar que, en conjunto, estaba ante una mujer hermosa. Lo comentaban algunos hombres en palacio, y les había escuchado también palabras vulgares, pero todos callaban cuando pasaba a su lado alguien allegado a la Reina, y cambiaban el gesto, se vestían con sonrisas. De tal modo funcionaba el sistema hipócrita de la sociedad; eso era lo que había podido reflexionar, en mis largos tiempos de silencio.
—Leí esa novela hace algún tiempo, lo sé, pero ya no recuerdo nada. —Sonreí—. Como siempre.
Mis ojos cazaron al vuelo el título del libro: El Caballero y la Fortuna. Este título me hizo recordar El Caballero y la Fuente de la Fortuna, que era un cantar de gesta de un número de versos considerable, y del que solo recordaba un verso, sabrán los dioses por qué: "Bebió y bebió de la fuente, y se le entintó el corazón". Fuera de contexto, no tenía ningún sentido. Así que me callé y obvié el detalle.
—Me extraña encontraros sola, señora.
Era habitual que la Reina estuviera siempre acompañada de un séquito de nobles, o de guardas. Había tenido la oportunidad de comprobarlo en aquella semana, igual que había tenido la oportunidad de comprobar que a la llegada del alba todos los días empezaban a cantar las mismas alondras, que se callaban siempre cuando se escondía el sol. Sobre nosotros, en el árbol, una de ellas cantaba, y esto me hizo recordar mis despertares matutinos, que eran cada vez más agradables.
Se respiraba en el jardín una sensación de paz, la brisa soplaba racheada, y los únicos sonidos que se escuchaban eran los de la naturaleza, los árboles, los pájaros, y a veces voces en la distancia, pero eran como murmullos apagados, y en algunos segundos, muy cortos y muy escasos, reinaba un silencio armonioso, que daba al conjunto del fluir del tiempo una sensación de calma y de serenidad muy apropiada para un paseo tranquilo por los jardines.
Isabella de Garnalia
Humana
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Re: Entre Jardines (Priv. para Crescent)por Isabella de Garnalia, Jue Jul 03, 2014 8:54 am
Al oír mi rango me giré: nuestro invitado se hallaba a pocos pasos de mi, realizando una leve reverencia, en señal de respeto:
- Buenos días - le respondí - Os veo muchísimo mejor
Sin esperar a que yo se lo dijera, tomó asiento a mi lado. Por alguna extraña razón, notar su presencia me hacía tener escalofríos. Era una sensación que no había tenido nunca, mas no sabría decir si me agradaba o no.
Crescent (así creo recordar que se llamaba) se había fijado en el libro que estaba leyendo: El Caballero y la Fortuna. Era sin duda uno de mis favoritos: un caballero solitario que deja atrás a su amor verdadero para luchar en las cruzadas. Lucha por la fortuna de un reino, sin saber que la verdadera fortuna la había dejado atrás al partir. Su corazón se tornó oscuro, y sucumbió a la Oscuridad. Tal era la ambición de los Hombres.
- Adoro las novelas de caballería - le expliqué a mi invitado - Aventuras, romances, grandes gestas heróicas... Lo siento, se que no es propio de una mujer leer estas cosas, mas no puedo evitarlo.
Fue entonces cuando hizo ademán de preguntarme por qué me hallaba tan sola:
- Aunque no lo parezca, nunca estoy sola - le respondí - Ahora se que ÉL siempre está a mi lado, cuidándome y protegerme
Me llevé una mano al crucifijo que colgaba de mi cuello, antaño perteneciente a mi madre, quien me regaló en su lecho de muerte. Era un pensamiento muy triste, no me agradaba recordarlo.
- ¿Y vos? - le pregunté, para distraer mi mente - ¿Cómo os encontráis? ¿Se van rellenando las lagunas de vuestra memoria?
Quería asegurarme de que se encontraba mejor para empezar a indagar en sus orígenes. Debe pertenecer a algún lugar. ¿Habrá alguien esperando a que regrese?
- Buenos días - le respondí - Os veo muchísimo mejor
Sin esperar a que yo se lo dijera, tomó asiento a mi lado. Por alguna extraña razón, notar su presencia me hacía tener escalofríos. Era una sensación que no había tenido nunca, mas no sabría decir si me agradaba o no.
Crescent (así creo recordar que se llamaba) se había fijado en el libro que estaba leyendo: El Caballero y la Fortuna. Era sin duda uno de mis favoritos: un caballero solitario que deja atrás a su amor verdadero para luchar en las cruzadas. Lucha por la fortuna de un reino, sin saber que la verdadera fortuna la había dejado atrás al partir. Su corazón se tornó oscuro, y sucumbió a la Oscuridad. Tal era la ambición de los Hombres.
- Adoro las novelas de caballería - le expliqué a mi invitado - Aventuras, romances, grandes gestas heróicas... Lo siento, se que no es propio de una mujer leer estas cosas, mas no puedo evitarlo.
Fue entonces cuando hizo ademán de preguntarme por qué me hallaba tan sola:
- Aunque no lo parezca, nunca estoy sola - le respondí - Ahora se que ÉL siempre está a mi lado, cuidándome y protegerme
Me llevé una mano al crucifijo que colgaba de mi cuello, antaño perteneciente a mi madre, quien me regaló en su lecho de muerte. Era un pensamiento muy triste, no me agradaba recordarlo.
- ¿Y vos? - le pregunté, para distraer mi mente - ¿Cómo os encontráis? ¿Se van rellenando las lagunas de vuestra memoria?
Quería asegurarme de que se encontraba mejor para empezar a indagar en sus orígenes. Debe pertenecer a algún lugar. ¿Habrá alguien esperando a que regrese?
Crescent fon Wolfkrone
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Re: Entre Jardines (Priv. para Crescent)por Crescent fon Wolfkrone, Jue Jul 03, 2014 1:34 pm
«Aventuras, romances, grandes gestas heroicas...». Todo aquello me atraía, por eso me gustaban, o debían haberme gustado, los cantares de gesta y las novelas de caballerías como aquella. Tales historias reunían los elementos necesarios para mostrarse atractivas ante cualquier lector; si dicha lectura era propia o no de una dama, eso no podía saberlo, no lo recordaba, y tampoco recordaba las razones para que fuera así. Quizás esas fueran las normas sociales de aquella zona.
Isabella de Garnalia me dijo que nunca estaba sola, y se llevó, con devoción en los gestos y en los ojos, una mano al crucifijo que pendía de su cuello. Cuando hablaba de Él, debía referirse a Dios. Esa deidad estaba presente en las bocas de todos los habitantes del palacio; por eso, aunque tan solo llevaba una semana andando por allí, sabía que era realmente importante para ellos. A mí no me gustaba escuchar hablar de Dios. Mi mente ligaba esa denominación a las sombras, a lo oscuro, a la sangre y a la ponzoña. Sin embargo, la Reina y todos los que la rodeaban parecían amar y respetar a ese ser, y yo no podía mostrar mi desagrado si quería ahorrarme problemas. Simplemente asentí, como si me mostrara conforme con su pensamiento.
Se interesó por saber cómo me encontraba, si empezaba a recordar cosas. Yo no podía ser totalmente sincero; debía ser selectivo con la información, y no pensaba revelar más de lo necesario, aunque eso supusiera alargar mi estancia en el palacio y dificultar mi regreso a la vida anterior que tenía.
—Estoy mejor —respondí—. Este tiempo me ha servido para recuperarme y, por suerte, empiezo a recordar algo sobre mi vida anterior, aunque no demasiado. Espero poder quitarme esta niebla de la cabeza pronto. Sé que vengo de Wölfkrone, que nací allí, que era una ciudad fría... Aunque creo que alguna vez estuve también aquí, en Ereaten. Vivía en un lugar de piedra. Tenía una espada, la he empuñado, he luchado varias veces...
Desde el día en que me levanté, no había vuelto a pedir ningún arma, no fuera a ser interpretado tal deseo como un gesto de hostilidad. Pero eso no quitaba que la echara en falta muchas veces; me sentía desprotegido sin ella, y limitado en mis acciones y en mis palabras, sin defensa alguna. No mencioné nada más, aquella era la información que consideraba inofensiva. El resto, debía callármelo, aunque saber sobre ello, sobre la Torre, era lo que más me interesaba.
No dije nada, era mejor pecar de precavido que de ingenuo.
—Os agradezco vuestra hospitalidad, Majestad, ya podéis ver que ofrezco un aspecto más humano. —Sonreí—. Y vuestro palacio, vuestros jardines, son realmente hermosos, pero, ante todo, quisiera saber cuál es mi hogar y regresar a él. Si es de vuestro parecer, quisiera regresar a Wölfkrone cuando esté totalmente recuperado, pues tal vez allí encuentre respuestas.
Volví a mirarla.
—Mientras, reconozco que vuestro palacio no es mal lugar para hospedarme, aunque a veces me desespera tanto tiempo de descanso. ¿Os complacería pasear por los jardines, si no os incomoda interrumpir vuestra lectura? Andar me ayuda a recordar.
No me gustaba el clima de Ereaten, su calor, pero sí me apetecía caminar por los jardines, estirar las piernas y fijarme en cada rincón, en cada flor, en busca de que sus aromas despertaran mis recuerdos dormidos. Por otra parte, llevaba demasiados días de silencio y soledad, y conversar con la Reina, aunque fuera sobre temas intrascendentes, me resultaba una idea agradable.
Isabella de Garnalia me dijo que nunca estaba sola, y se llevó, con devoción en los gestos y en los ojos, una mano al crucifijo que pendía de su cuello. Cuando hablaba de Él, debía referirse a Dios. Esa deidad estaba presente en las bocas de todos los habitantes del palacio; por eso, aunque tan solo llevaba una semana andando por allí, sabía que era realmente importante para ellos. A mí no me gustaba escuchar hablar de Dios. Mi mente ligaba esa denominación a las sombras, a lo oscuro, a la sangre y a la ponzoña. Sin embargo, la Reina y todos los que la rodeaban parecían amar y respetar a ese ser, y yo no podía mostrar mi desagrado si quería ahorrarme problemas. Simplemente asentí, como si me mostrara conforme con su pensamiento.
Se interesó por saber cómo me encontraba, si empezaba a recordar cosas. Yo no podía ser totalmente sincero; debía ser selectivo con la información, y no pensaba revelar más de lo necesario, aunque eso supusiera alargar mi estancia en el palacio y dificultar mi regreso a la vida anterior que tenía.
—Estoy mejor —respondí—. Este tiempo me ha servido para recuperarme y, por suerte, empiezo a recordar algo sobre mi vida anterior, aunque no demasiado. Espero poder quitarme esta niebla de la cabeza pronto. Sé que vengo de Wölfkrone, que nací allí, que era una ciudad fría... Aunque creo que alguna vez estuve también aquí, en Ereaten. Vivía en un lugar de piedra. Tenía una espada, la he empuñado, he luchado varias veces...
Desde el día en que me levanté, no había vuelto a pedir ningún arma, no fuera a ser interpretado tal deseo como un gesto de hostilidad. Pero eso no quitaba que la echara en falta muchas veces; me sentía desprotegido sin ella, y limitado en mis acciones y en mis palabras, sin defensa alguna. No mencioné nada más, aquella era la información que consideraba inofensiva. El resto, debía callármelo, aunque saber sobre ello, sobre la Torre, era lo que más me interesaba.
No dije nada, era mejor pecar de precavido que de ingenuo.
—Os agradezco vuestra hospitalidad, Majestad, ya podéis ver que ofrezco un aspecto más humano. —Sonreí—. Y vuestro palacio, vuestros jardines, son realmente hermosos, pero, ante todo, quisiera saber cuál es mi hogar y regresar a él. Si es de vuestro parecer, quisiera regresar a Wölfkrone cuando esté totalmente recuperado, pues tal vez allí encuentre respuestas.
Volví a mirarla.
—Mientras, reconozco que vuestro palacio no es mal lugar para hospedarme, aunque a veces me desespera tanto tiempo de descanso. ¿Os complacería pasear por los jardines, si no os incomoda interrumpir vuestra lectura? Andar me ayuda a recordar.
No me gustaba el clima de Ereaten, su calor, pero sí me apetecía caminar por los jardines, estirar las piernas y fijarme en cada rincón, en cada flor, en busca de que sus aromas despertaran mis recuerdos dormidos. Por otra parte, llevaba demasiados días de silencio y soledad, y conversar con la Reina, aunque fuera sobre temas intrascendentes, me resultaba una idea agradable.
Isabella de Garnalia
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Re: Entre Jardines (Priv. para Crescent)por Isabella de Garnalia, Vie Jul 04, 2014 2:24 pm
Aquel hombre me invitó a dar un paseo por los jardines, disculpándose por interrumpir mi lectura:
- ¡En absoluto! - le respondí, cerrando el libro
Me levanté del banco de piedra y, juntos, comenzamos a caminar lentamente por los jardines de palacio.
- Conque queréis regresar a Wolfkrone - le dije - No negaré que me resulta lo más lógico. Pero os ruego tengáis paciencia: Vuestras heridas aún han de acabar de sanar.
Mientras caminábamos, me fijaba en que aquel individuo de porte elegante resultaba ser mucho más. Poco a poco, sin quererlo ni beberlo, empezaba a sentir algo que nunca había sentido por nadie. Era como... desazón.
- ¡En absoluto! - le respondí, cerrando el libro
Me levanté del banco de piedra y, juntos, comenzamos a caminar lentamente por los jardines de palacio.
- Conque queréis regresar a Wolfkrone - le dije - No negaré que me resulta lo más lógico. Pero os ruego tengáis paciencia: Vuestras heridas aún han de acabar de sanar.
Mientras caminábamos, me fijaba en que aquel individuo de porte elegante resultaba ser mucho más. Poco a poco, sin quererlo ni beberlo, empezaba a sentir algo que nunca había sentido por nadie. Era como... desazón.
Crescent fon Wolfkrone
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Re: Entre Jardines (Priv. para Crescent)por Crescent fon Wolfkrone, Vie Jul 04, 2014 4:23 pm
Ella se mostró entusiasmada ante mi propuesta, más de lo que había esperado en un principio, y echamos a andar por los jardines, lentamente, sin ninguna prisa, disfrutando de la belleza del entorno y de un tranquilo paseo sin sobresaltos. A nuestra izquierda, en aquel sector, crecían jazmines blancos, unas flores muy bonitas que, a primera vista, daban a los espectadores la impresión de que las ramas verdes estuvieran salpicadas con restos de nieve. Pensar en nieve despertó en mí un sentimiento de añoranza...
De estas divagaciones me rescató Isabella, comentando que entendía mi deseo de querer regresar a mi tierra, pero que debía esperar a que se cerraran todas mis heridas. ¿Eran imaginaciones mías o, ciertamente, la Reina no quería que me fuera? Mi mirada paseó suavemente sobre ella y aparté tales impresiones de mi pensamiento, porque no creía que fueran interpretaciones certeras de sus intenciones. Al fin y al cabo, no veía qué ventaja podía obtener su Majestad manteniendo a un desmemoriado.
—Sí, así lo haré. Cuando parta, quiero estar recuperado, para ser capaz de hacer frente a lo que quiera que me aguarde al regresar a mi pasado...
Seguimos andando. Todavía podía permitirme un tiempo más de descanso, pero no era una idea que me agradara especialmente. La inactividad me resultaba desesperante, me angustiaba, me consumía la paciencia; no era agradable navegar en un océano de brumas, sin rumbo.
Suspiré. A nuestro lado, florecían esta vez los lirios, algunos de color amarillo y otros de color rosado. Las alondras seguían sobrevolando los jardines, y cantando. De vez en cuando, llegaba a mis oídos también el zumbido de una abeja. Mientras, entre nosotros se instauró un silencio incómodo. No me gustaba tal silencio, y decidí romperlo:
—Tal vez sea demasiado osado por mi parte —comencé—, pero siento curiosidad por saber algo más de vos, de vuestra vida, más allá de vuestro cargo de Reina de Garnalia. Soy consciente de que es descortés pediros tales datos sin ofrecer primero los míos, pero ya sabéis cuál es mi estado.
Esbocé una sonrisa.
—Me parece que por la corte circulan demasiadas mentiras referentes a la nobleza. Debí yo haber estado alguna vez metido en círculos nobles, porque tales redes de hipocresía me resultan terriblemente familiares, por desgracia.
Apenas nos encontramos con nadie en los jardines, todos los habitantes del palacio debían estar ocupados en otras tareas. Llegó un momento en que ya no vi más jazmines, ni tampoco lirios, ni margaritas. Estas flores que me habían parecido bonitas y sencillas, dieron paso a un mar de rosales rojos, que me hicieron considerar al resto de plantas poco más que un esperpento. Las rosas eran grandes, vivaces, preciosas, perfectas.
Me detuve para contemplarlas, mientras me latía el corazón, y todos mis pensamientos eran de color naranja. Una brisa sopló y me revolvió el pelo. Tragué saliva. Sentí algo, sentí muchas cosas, y casi creí, por un momento, que se me caería la cabeza a pedazos, al fijarme detenidamente en cada una de aquellas soberbias rosas.
Casi sin pensarlo, estiré el brazo para arrancar una; nuevamente, a nadie pedí permiso. Y eché a andar, abrumado sin saber por qué, pero tuve que evitar a partir de entonces el temblor de mis dedos y, sobre todo, tuve que evitar que me consumiera aquel remolino de emociones, que mezclaba pedazos de emoción con pedazos de pena y con pedazos de...
Miré al frente, luego al palacio, luego a Isabella. Mientras andaba, le iba dando vueltas entre mis dedos a la rosa, por aquella parte del tallo en la que no sobresalía ninguna espina. Tenía la impresión de que el aroma que desprendían aquellos pétalos rojos podía ser la llave de mi memoria, o de parte de ella.
«O quizás no sean más que delirios provocados por esta niebla que me pesa en la cabeza». Me centré en Isabella.
—Sois muy joven —seguí comentando, sin prestar demasiada atención a lo que yo mismo decía, solo por no caer en el silencio—; debéis llevar poco tiempo en el cargo. Si me preguntaran, os habría confundido con una Princesa más que con una Reina. Aunque tenéis porte de soberana, belleza de mujer de sangre real y ojos que muestran gran solemnidad y poder.
Mis palabras eran producto de un deseo de rellenar el silencio, no de un deseo de expresar mis auténticas reflexiones. Posé mis ojos en la rosa, su olor iba corriendo por el viento, por mi pecho, por mi corazón, por mis recuerdos...
De estas divagaciones me rescató Isabella, comentando que entendía mi deseo de querer regresar a mi tierra, pero que debía esperar a que se cerraran todas mis heridas. ¿Eran imaginaciones mías o, ciertamente, la Reina no quería que me fuera? Mi mirada paseó suavemente sobre ella y aparté tales impresiones de mi pensamiento, porque no creía que fueran interpretaciones certeras de sus intenciones. Al fin y al cabo, no veía qué ventaja podía obtener su Majestad manteniendo a un desmemoriado.
—Sí, así lo haré. Cuando parta, quiero estar recuperado, para ser capaz de hacer frente a lo que quiera que me aguarde al regresar a mi pasado...
Seguimos andando. Todavía podía permitirme un tiempo más de descanso, pero no era una idea que me agradara especialmente. La inactividad me resultaba desesperante, me angustiaba, me consumía la paciencia; no era agradable navegar en un océano de brumas, sin rumbo.
Suspiré. A nuestro lado, florecían esta vez los lirios, algunos de color amarillo y otros de color rosado. Las alondras seguían sobrevolando los jardines, y cantando. De vez en cuando, llegaba a mis oídos también el zumbido de una abeja. Mientras, entre nosotros se instauró un silencio incómodo. No me gustaba tal silencio, y decidí romperlo:
—Tal vez sea demasiado osado por mi parte —comencé—, pero siento curiosidad por saber algo más de vos, de vuestra vida, más allá de vuestro cargo de Reina de Garnalia. Soy consciente de que es descortés pediros tales datos sin ofrecer primero los míos, pero ya sabéis cuál es mi estado.
Esbocé una sonrisa.
—Me parece que por la corte circulan demasiadas mentiras referentes a la nobleza. Debí yo haber estado alguna vez metido en círculos nobles, porque tales redes de hipocresía me resultan terriblemente familiares, por desgracia.
Apenas nos encontramos con nadie en los jardines, todos los habitantes del palacio debían estar ocupados en otras tareas. Llegó un momento en que ya no vi más jazmines, ni tampoco lirios, ni margaritas. Estas flores que me habían parecido bonitas y sencillas, dieron paso a un mar de rosales rojos, que me hicieron considerar al resto de plantas poco más que un esperpento. Las rosas eran grandes, vivaces, preciosas, perfectas.
Me detuve para contemplarlas, mientras me latía el corazón, y todos mis pensamientos eran de color naranja. Una brisa sopló y me revolvió el pelo. Tragué saliva. Sentí algo, sentí muchas cosas, y casi creí, por un momento, que se me caería la cabeza a pedazos, al fijarme detenidamente en cada una de aquellas soberbias rosas.
Casi sin pensarlo, estiré el brazo para arrancar una; nuevamente, a nadie pedí permiso. Y eché a andar, abrumado sin saber por qué, pero tuve que evitar a partir de entonces el temblor de mis dedos y, sobre todo, tuve que evitar que me consumiera aquel remolino de emociones, que mezclaba pedazos de emoción con pedazos de pena y con pedazos de...
Miré al frente, luego al palacio, luego a Isabella. Mientras andaba, le iba dando vueltas entre mis dedos a la rosa, por aquella parte del tallo en la que no sobresalía ninguna espina. Tenía la impresión de que el aroma que desprendían aquellos pétalos rojos podía ser la llave de mi memoria, o de parte de ella.
«O quizás no sean más que delirios provocados por esta niebla que me pesa en la cabeza». Me centré en Isabella.
—Sois muy joven —seguí comentando, sin prestar demasiada atención a lo que yo mismo decía, solo por no caer en el silencio—; debéis llevar poco tiempo en el cargo. Si me preguntaran, os habría confundido con una Princesa más que con una Reina. Aunque tenéis porte de soberana, belleza de mujer de sangre real y ojos que muestran gran solemnidad y poder.
Mis palabras eran producto de un deseo de rellenar el silencio, no de un deseo de expresar mis auténticas reflexiones. Posé mis ojos en la rosa, su olor iba corriendo por el viento, por mi pecho, por mi corazón, por mis recuerdos...
Isabella de Garnalia
Humana
Nombre : Isabellina Fountaine de la Garnalia
Escuela : La Santa Academia
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Re: Entre Jardines (Priv. para Crescent)por Isabella de Garnalia, Mar Jul 08, 2014 12:34 am
Mientras continuábamos con el paseo, Crescent hizo hincapié en mi juventud, alegando que el trabajo de reina debía de resultar muy duro para alguien como yo, que además de joven, era mujer.
- Las cosas nunca han sido fáciles para mi - reconocí - Pero una reina no debe mostrar debilidad ante nadie. Juré por Dios, nuestro señor, que haría todo cuanto estuviese en mi mano para proporcionar felicidad a mis súbditos, y que me aseguraría de brindar la paz a este reino
Realicé aquella afirmación de forma solemne. Hice un juramento, y a Dios pongo por testigo que nada ni nadie se interpondrá en mi camino.
- Las cosas nunca han sido fáciles para mi - reconocí - Pero una reina no debe mostrar debilidad ante nadie. Juré por Dios, nuestro señor, que haría todo cuanto estuviese en mi mano para proporcionar felicidad a mis súbditos, y que me aseguraría de brindar la paz a este reino
Realicé aquella afirmación de forma solemne. Hice un juramento, y a Dios pongo por testigo que nada ni nadie se interpondrá en mi camino.
Crescent fon Wolfkrone
Señor de los lobos (humano)
Nombre : Crescent fon Wölfkrone
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Re: Entre Jardines (Priv. para Crescent)por Crescent fon Wolfkrone, Mar Jul 08, 2014 2:33 pm
Sus intenciones para con su reino eran justas y buenas. Paz y felicidad. Eso era lo que querían todos, lo que todos queríamos, pero era algo sumamente difícil de conseguir. El mundo estaba lleno de conflictos, de intereses y opiniones contrarios, y eso desencadenaba todas las guerras, con su consecuente infelicidad.
—Comparto vuestra opinión. Un Rey debe ser fuerte y pensar en su reino por encima de sus intereses personales.
Tal afirmación, mientras seguía dándole vueltas a la rosa entre mis manos, me trajo recuerdos; era un pensamiento que había pasado muchas, muchas veces por mi mente, y a veces, con tintes amargos. «Yo no juro por Dios. Yo juro por Svea». Pero quizás no fuera conveniente mencionar a Svea, dada la fe que todos tenían allí en Dios.
—Eso es lo que yo siempre he pensado.
El trono. El palacio. Mi padre, Haakon fon Wölfkrone. Mi madre, Ellara de Garnalia. Fue como si, en un momento, la niebla que cubría esos recuerdos se despejara por completo. Nuevamente, me sentí abrumado ante tanta información, pero mi mente trabajaba rápido, atando cabos. «Oh..., ¿cómo es posible que no pudiera recordarlo?».
Mi mirada regresó a Isabella. No, no había ningún inconveniente en que ella lo supiera. Pero antes, quería asegurarme.
—Majestad, si no os incomoda la pregunta..., ¿cómo son vuestras relaciones con Wölfkrone y con su Familia Real?
—Comparto vuestra opinión. Un Rey debe ser fuerte y pensar en su reino por encima de sus intereses personales.
Tal afirmación, mientras seguía dándole vueltas a la rosa entre mis manos, me trajo recuerdos; era un pensamiento que había pasado muchas, muchas veces por mi mente, y a veces, con tintes amargos. «Yo no juro por Dios. Yo juro por Svea». Pero quizás no fuera conveniente mencionar a Svea, dada la fe que todos tenían allí en Dios.
—Eso es lo que yo siempre he pensado.
El trono. El palacio. Mi padre, Haakon fon Wölfkrone. Mi madre, Ellara de Garnalia. Fue como si, en un momento, la niebla que cubría esos recuerdos se despejara por completo. Nuevamente, me sentí abrumado ante tanta información, pero mi mente trabajaba rápido, atando cabos. «Oh..., ¿cómo es posible que no pudiera recordarlo?».
Mi mirada regresó a Isabella. No, no había ningún inconveniente en que ella lo supiera. Pero antes, quería asegurarme.
—Majestad, si no os incomoda la pregunta..., ¿cómo son vuestras relaciones con Wölfkrone y con su Familia Real?
Isabella de Garnalia
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Re: Entre Jardines (Priv. para Crescent)por Isabella de Garnalia, Mar Jul 08, 2014 3:01 pm
Me alegró saber que Crescent compartía mis ideales. Era todo un punto a su favor. Sin embargo, lo perdió al querer tomarse demasiadas confianzas, preguntándome nuestra relación con la casa real de Wolfkrone:
- Deberías ser más cauto, norteño - le avisé, sin malicia - Cualquiera podría considerar esa pregunta como una falta de respeto
No dejé que aquello fuera a más. Estaba convencida de que no lo dijo con mala intención. Mas no podía permitir insinuaciones como aquella. Yo era reina, ella no. Cada uno debemos pertenecer a nuestro lugar... muy a mi pesar.
A pesar de todo, debía reconocer que la pregunta se me antojaba interesante. Ningún representante del norte acudió a mi coronación a prestar juramento. ¿Significaba aquello que el norte, así como el sur y Zhanthé, despreciaban a su reina?
- Deberías ser más cauto, norteño - le avisé, sin malicia - Cualquiera podría considerar esa pregunta como una falta de respeto
No dejé que aquello fuera a más. Estaba convencida de que no lo dijo con mala intención. Mas no podía permitir insinuaciones como aquella. Yo era reina, ella no. Cada uno debemos pertenecer a nuestro lugar... muy a mi pesar.
A pesar de todo, debía reconocer que la pregunta se me antojaba interesante. Ningún representante del norte acudió a mi coronación a prestar juramento. ¿Significaba aquello que el norte, así como el sur y Zhanthé, despreciaban a su reina?
Crescent fon Wolfkrone
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Re: Entre Jardines (Priv. para Crescent)por Crescent fon Wolfkrone, Mar Jul 08, 2014 3:43 pm
Ante la contestación fiera de la Reina, deduje que había hecho bien en callarme. Así que guardé silencio y respiré hondo. Quizás se debiera a las lagunas de mi memoria, pero no veía en mi pregunta ninguna falta de respeto. «En este reino, las costumbres son realmente extrañas».
Seguí andando, con la cabeza alta y mirando al frente. Sí, yo era el Príncipe de Wölfkrone. Pero no entendía por qué estaba allí, tan lejos de mi tierra, ni cómo había acabado en el palacio de otro Reino, ni tampoco por qué motivo nadie había venido a buscarme. Y preguntarle a Isabella sobre el Norte parecía ser como pisar terreno pantanoso; no encontraría, por tanto, en ella ninguna explicación.
—Disculpadme —le dije, entonces—. No era mi intención ofenderos si en algún modo lo he hecho. Sin embargo, como ya sabéis, hay muchas cosas que no recuerdo, e ignoro cuáles son los problemas vuestros y de vuestro Reino, ni sé qué temas son los que debiera evitar tocar por cautela.
También estaba limitado en mis palabras, y sin poder usar ni armas ni palabras me sentía perdido e indefenso. ¿Cuánto tiempo tendría que esperar? Apreté la rosa entre mis manos, como si en ella estuvieran todos los recuerdos, como si estrujándola fueran estos a traspasar mi piel y a llegar hasta mi mente.
—Lamento haberos robado vuestro tiempo para indagar acerca del pasado de un hombre que ni siquiera forma parte de esta ciudad, y que nació, o debió nacer, en algún lugar que quizás no esté en buenos términos con vos. Si es así, os pido disculpas en nombre de esa tierra a la que no sé si pertenezco, pero a la que creo pertenecer. Aunque mis disculpas probablemente no valgan nada.
«O puede que sean esencialmente importantes». En la distancia, vi un guarda que se alejaba, en dirección a la puerta del palacio.
—Si por algún motivo que desconozco consideráis ingrata mi presencia, decídmelo y me iré. Habéis sido generosa y sería para mí deshonroso abusar de la ayuda que me habéis concedido de forma desinteresada.
Seguí andando, con la cabeza alta y mirando al frente. Sí, yo era el Príncipe de Wölfkrone. Pero no entendía por qué estaba allí, tan lejos de mi tierra, ni cómo había acabado en el palacio de otro Reino, ni tampoco por qué motivo nadie había venido a buscarme. Y preguntarle a Isabella sobre el Norte parecía ser como pisar terreno pantanoso; no encontraría, por tanto, en ella ninguna explicación.
—Disculpadme —le dije, entonces—. No era mi intención ofenderos si en algún modo lo he hecho. Sin embargo, como ya sabéis, hay muchas cosas que no recuerdo, e ignoro cuáles son los problemas vuestros y de vuestro Reino, ni sé qué temas son los que debiera evitar tocar por cautela.
También estaba limitado en mis palabras, y sin poder usar ni armas ni palabras me sentía perdido e indefenso. ¿Cuánto tiempo tendría que esperar? Apreté la rosa entre mis manos, como si en ella estuvieran todos los recuerdos, como si estrujándola fueran estos a traspasar mi piel y a llegar hasta mi mente.
—Lamento haberos robado vuestro tiempo para indagar acerca del pasado de un hombre que ni siquiera forma parte de esta ciudad, y que nació, o debió nacer, en algún lugar que quizás no esté en buenos términos con vos. Si es así, os pido disculpas en nombre de esa tierra a la que no sé si pertenezco, pero a la que creo pertenecer. Aunque mis disculpas probablemente no valgan nada.
«O puede que sean esencialmente importantes». En la distancia, vi un guarda que se alejaba, en dirección a la puerta del palacio.
—Si por algún motivo que desconozco consideráis ingrata mi presencia, decídmelo y me iré. Habéis sido generosa y sería para mí deshonroso abusar de la ayuda que me habéis concedido de forma desinteresada.
Isabella de Garnalia
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Re: Entre Jardines (Priv. para Crescent)por Isabella de Garnalia, Miér Jul 09, 2014 8:40 am
Me apenó mucho escuchar esas palabras. Algo me decía que había malinterpretado mi advertencia:
- No os equivoquéis - le dije, en tono solemne - He dicho que cualquiera podría considerarlo una falta de respeto. No que yo lo considere como tal. Aquí, en la capital, hay que ser muy cuidadoso con lo que se dice.
"Las maquinaciones campan a sus anchas, nadie resulta ser tan leal como jura ser. Para sobrevivir en un lugar como este, debéis aprender lo que es conveniente preguntar y lo que no. No se por qué, pero os he cogido aprecio a lo largo de estos días. Es por eso que doy este consejo si queréis sobrevivir en Ereaten.
Lucho sin descanso para acabar con la herejía, tanto dentro como fuera de mis fronteras. Y en mi reino no debe haber cabida para las intrigas y los traidores. En Garnalia solo hay una reina. Y esa reina soy yo.
Por favor, no os ofendáis por lo que he dicho. Me importáis. Sois mi invitado. Vuestra seguridad será una de mis prioridades hasta que decidáis marchar a Wolfkrone"
Con estas palabras, esperaba aclarar que no estaba enfadada con él. Garnalia puede ser un lugar peligroso. Me pareció conveniente hacérselo saber.
- No os equivoquéis - le dije, en tono solemne - He dicho que cualquiera podría considerarlo una falta de respeto. No que yo lo considere como tal. Aquí, en la capital, hay que ser muy cuidadoso con lo que se dice.
"Las maquinaciones campan a sus anchas, nadie resulta ser tan leal como jura ser. Para sobrevivir en un lugar como este, debéis aprender lo que es conveniente preguntar y lo que no. No se por qué, pero os he cogido aprecio a lo largo de estos días. Es por eso que doy este consejo si queréis sobrevivir en Ereaten.
Lucho sin descanso para acabar con la herejía, tanto dentro como fuera de mis fronteras. Y en mi reino no debe haber cabida para las intrigas y los traidores. En Garnalia solo hay una reina. Y esa reina soy yo.
Por favor, no os ofendáis por lo que he dicho. Me importáis. Sois mi invitado. Vuestra seguridad será una de mis prioridades hasta que decidáis marchar a Wolfkrone"
Con estas palabras, esperaba aclarar que no estaba enfadada con él. Garnalia puede ser un lugar peligroso. Me pareció conveniente hacérselo saber.
Crescent fon Wolfkrone
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Re: Entre Jardines (Priv. para Crescent)por Crescent fon Wolfkrone, Vie Jul 11, 2014 1:33 am
Las afirmaciones de Isabella eran relativas. Si al hablar de Garnalia se estaba refiriendo a todo el continente, no era ella la única reina, o, al menos en el Norte, había otro rey, y ese rey era mi padre. Pero no dije nada, no comenté nada para no avivar los fuegos que pudieran estar ardiendo en aquellos momentos sobre todas las fronteras entre los territorios...
Ella se explicó, asegurando que no estaba ofendida. Incluso dijo que me había tomado aprecio y que velaría por mi seguridad mientras estuviera allí. Yo sonreí. Me pareció que eran sinceras sus palabras y, ciertamente, le agradecí la advertencia. No era Ereaten, ni mucho menos la corte, un lugar donde cualquiera pudiera expresarse con libertad y, mientras no estuviera en posesión de mis plenas facultades ni conociera a la perfección los detalles del juego social, el silencio era la mejor de mis opciones.
—Nuevamente, os agradezco vuestros cuidados. Supongo que si quiero mantener la cabeza sobre mis hombros, me vendrá mejor mantener los labios sellados. Sobre todo cuando no sé nada sobre la materia de la que pretendo hablar.
Había en la Reina una especie de afán por estar a la altura de su cargo. Debía tener muy en cuenta todas sus responsabilidades y obligaciones, para con el reino y para con su Dios. «Las responsabilidades son terribles. Y agobiantes». Ese concepto sí lo recordaba; recordaba la sensación de ahogo entre un mar de lugares a los que acudir, cartas que firmar, espadas a las que dirigir... Aunque no sucedía lo mismo con los momentos concretos, solo con las sensaciones.
—Me habéis salvado la vida. Me habéis rescatado de los lobos —dije mientras andábamos, cambiando de tema. Miré la rosa, aún roja, bonita y con los pétalos abiertos. Con la sonrisa en los labios, se la tendí—. Y yo solo puedo daros como muestra de mi gratitud una flor de vuestro propio jardín. No es un regalo digno de vos. Bueno, ni siquiera es un regalo. Pero alguna vez me dijo alguien que las intenciones son más importantes que los hechos en sí.
Esperaba que el detalle y el tono jovial que había empleado sirvieran para volver a distender la conversación. Discutir era lo último que deseaba en aquellos momentos; todo cuanto me apetecía en aquel cálido día de verano era pasar un rato agradable.
—Tomadla al menos hasta que encuentre alguna forma mejor de compensaros —dije, y reí.
El simple hecho de reír me pareció una experiencia maravillosa, casi nueva, como si hubiera pasado años sin reírme, sin tener un momento distendido en mi vida. ¿Habría sido así, quizás? Era probable. Cada vez que recordaba, las imágenes venían ligadas a momentos tensos, aburridos o dolorosos.
Pero en aquel momento, solo recordé un jardín, otro jardín lejano, y me recorrió el pecho una sensación de calma e, incluso, de cierta alegría.
Ella se explicó, asegurando que no estaba ofendida. Incluso dijo que me había tomado aprecio y que velaría por mi seguridad mientras estuviera allí. Yo sonreí. Me pareció que eran sinceras sus palabras y, ciertamente, le agradecí la advertencia. No era Ereaten, ni mucho menos la corte, un lugar donde cualquiera pudiera expresarse con libertad y, mientras no estuviera en posesión de mis plenas facultades ni conociera a la perfección los detalles del juego social, el silencio era la mejor de mis opciones.
—Nuevamente, os agradezco vuestros cuidados. Supongo que si quiero mantener la cabeza sobre mis hombros, me vendrá mejor mantener los labios sellados. Sobre todo cuando no sé nada sobre la materia de la que pretendo hablar.
Había en la Reina una especie de afán por estar a la altura de su cargo. Debía tener muy en cuenta todas sus responsabilidades y obligaciones, para con el reino y para con su Dios. «Las responsabilidades son terribles. Y agobiantes». Ese concepto sí lo recordaba; recordaba la sensación de ahogo entre un mar de lugares a los que acudir, cartas que firmar, espadas a las que dirigir... Aunque no sucedía lo mismo con los momentos concretos, solo con las sensaciones.
—Me habéis salvado la vida. Me habéis rescatado de los lobos —dije mientras andábamos, cambiando de tema. Miré la rosa, aún roja, bonita y con los pétalos abiertos. Con la sonrisa en los labios, se la tendí—. Y yo solo puedo daros como muestra de mi gratitud una flor de vuestro propio jardín. No es un regalo digno de vos. Bueno, ni siquiera es un regalo. Pero alguna vez me dijo alguien que las intenciones son más importantes que los hechos en sí.
Esperaba que el detalle y el tono jovial que había empleado sirvieran para volver a distender la conversación. Discutir era lo último que deseaba en aquellos momentos; todo cuanto me apetecía en aquel cálido día de verano era pasar un rato agradable.
—Tomadla al menos hasta que encuentre alguna forma mejor de compensaros —dije, y reí.
El simple hecho de reír me pareció una experiencia maravillosa, casi nueva, como si hubiera pasado años sin reírme, sin tener un momento distendido en mi vida. ¿Habría sido así, quizás? Era probable. Cada vez que recordaba, las imágenes venían ligadas a momentos tensos, aburridos o dolorosos.
Pero en aquel momento, solo recordé un jardín, otro jardín lejano, y me recorrió el pecho una sensación de calma e, incluso, de cierta alegría.
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Re: Entre Jardines (Priv. para Crescent)por Isabella de Garnalia, Vie Jul 18, 2014 10:02 am
No pude evitar soltar una pequeña risilla ante la acción de mi huésped. Una rosa de mi propio jardín como agradecimiento por salvarle la vida. Cada vez me resultaba más interesante.
Iba a agradecérselo cuando un criado se interpuso entre nosotros:
- Majestad - se disculpó, visiblemente nervioso - Lamento mucho importunaros. Lord Gladius ya ha llegado, solicita audiencia con vos
Marcus ha acudido a mi llamada. Bien, es hora de iniciar los preparativos para la guerra. Dios, nuestro señor, ha tenido a bien revelarme la ubicación de una de las mayores escuelas de brujería del mundo. Si la destruimos, el mundo estará un paso más cerca de convertirse en el paraíso en la Tierra.
- Mis disculpas, sir Crescent - le dije a mi huésped - Pero el deber me reclama, debo irme.
Hice ademán para marcharme, pero en el último momento, me giré y me dirigí a Crescent
- Gracias por el paseo
Y sin más dilación, seguí al criado hasta donde debía encontrarse Marcus. La guerra está a punto de empezar.
Iba a agradecérselo cuando un criado se interpuso entre nosotros:
- Majestad - se disculpó, visiblemente nervioso - Lamento mucho importunaros. Lord Gladius ya ha llegado, solicita audiencia con vos
Marcus ha acudido a mi llamada. Bien, es hora de iniciar los preparativos para la guerra. Dios, nuestro señor, ha tenido a bien revelarme la ubicación de una de las mayores escuelas de brujería del mundo. Si la destruimos, el mundo estará un paso más cerca de convertirse en el paraíso en la Tierra.
- Mis disculpas, sir Crescent - le dije a mi huésped - Pero el deber me reclama, debo irme.
Hice ademán para marcharme, pero en el último momento, me giré y me dirigí a Crescent
- Gracias por el paseo
Y sin más dilación, seguí al criado hasta donde debía encontrarse Marcus. La guerra está a punto de empezar.
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