Alicia entró por primera vez en su habitación. Había soñado con este momento desde que era niña, y ahora al fin se hacía realidad. Dejó su pequeña bolsa a un lado, en la que sólo llevaba un vestido de repuesto. Se sentó en el suelo y aspiró el aroma a magia que corría por todas partes. Una sonrisa triste apareció en su rostro. Si su madre pudiese verla en ese instante, seguro que estaría orgullosa de ella. Pero bueno, no era momento de entristecerse. Se enjugó una lágrima que caía por su mejilla, se levantó del suelo estirándose el vestido, y se dirigió hacia el exterior, a la búsqueda de gente a la que conocer. Pero entonces vio que en su cama había una túnica blanca y un gran libro encima. Se acercó y cogió el libro. En la portada se podía leer: el libro de la Tierra. Así que ese era el libro que debía estudiar. Dejó el libro a un lado.
Con mucho cuidado, desabrochó los lazos en la espalda de su vestido, dejándolo caer al suelo. Con la punta de su pie derecho, lo enganchó y lo tiró a su cama. Alicia se rió. Nunca antes había hecho cosas así, era genial poder relajarse un poco, sin nadie al que cuidar y sin ningún trabajo que realizar. Bueno, había que estudiar, y mucho, pero ella llevaba preparándose toda la vida. Cogió la túnica blanca, entró los brazos, luego la cabeza, y la dejó caer hasta sus pies. Con el libro ya en la mano, salió de la habitación en busca de un lugar en el que poder estudiar y practicar algunos hechizos, si es que se daba la ocasión.

Ya hacía un tiempo que había realizado el examen para el libro de la Tierra, y aún no sabía nada de los resultados. Se precipitó a su habitación con la esperanza de encontrar allí su túnica verde y el libro del aire. Tropezó al pisar el borde de su  túnica, y tuvo que agarrarse a los pies de su cama para no caer. Levantó la vista del suelo y miró al gran libro que había sobre su cama. ¡Sí! ¡Lo había conseguido! Rodeó la cama rápidamente y cogió el libro. Una gran sonrisa afloró a su rostro. Se acercó al escritorio y, con mucho cuidado, dejó el libro. Se giró hacia el armario y allí dejó su túnica blanca, que hace unos instantes había llevado puesta. Cogió la túnica verde y la extendió delante suya. Era preciosa. De reojo vio su silueta en el espejo de cuerpo entero que había a unos metros de donde se encontraba. No pudo evitar acercarse más y observarse atentamente. Tenía el pelo revuelto y enredado, unas ojeras que hacían que sus ojos castaños no resaltaran y los labios agrietados. Se le notaban las costillas, y estaba su piel, que a simple vista parecía suave y brillante, pero que en realidad estaba llena de cicatrices por el trabajo. ¿Cuándo había dejado de cuidar su aspecto? Un nombre le vino instantáneamente a la cabeza: Arwë
Hacía bastante que había perdido a su madre, pero eso tan sólo fue la gota que colmó el vaso. Todo venía desde mucho antes.
Recordó la época en la que no tenía nada de lo que preocuparse. Recordó cuando su melena era tan brillante como el Sol. Recordó los brazos de Arwë a su alrededor, mientras que la susurraba al oído. "Eres mía, pequeña." Solía decir, con esa voz tan melodiosa. Entonces Alicia se lanzaba a sus brazos y le besaba. Ella pensó que nunca podría llegar a ser más feliz de lo que lo era en ese instante. Hasta que Arwë rompió su corazón, ¡y de qué manera!
No se había dado cuenta de que estaba llorando hasta que su vista quedó totalmente nublada. Se secó los ojos con la mano y se vistió con la nueva túnica verde. Intentó sonreír frente al espejo, dejándola con una cara bastante ridícula, pero a ella le sirvió. Respiró hondo varias veces. ¡Menudo ataque de histeria que acababa de tener, y de qué manera más estúpida! Se sentó frente al escritorio y comenzó a estudiar el nuevo libro.

Entonces vio el hechizo de teletransporte y decidió que ya era hora de visitar a su familia. Extendió los brazos, pensó en su casa  e invocó las siguientes runas:

Alicia reapareció en su habitación. Estaba exhausta ya que había gastado mucha energía en el teletransporte, y también temblaba de pies a cabeza. ¿Dónde estaba su padre? ¿Y la pequeña Aranissë? Un gran escalofrío la recorrió. Presentía que esto no era nada bueno. Se miró a las manos temblorosas que sujetaban la marchita rosa. ¿Qué significaba? Quienquiera que hubiese sido, ¿qué quería de ellos? Se tumbó en la cama y se rodeó las piernas con un brazo, mientras que con el otro sujetaba la rosa justo en frente suya. El olor volvió a llegar hasta su nariz. Le invocaba muchos sentimientos, pero no lograba ubicarlos. Le infundía amor, ternura, pero a la vez un enorme pavor. Cerró los ojos y una pequeña lágrima rodó por su mejilla. Allí, se quedó dormida.

Alicia llegó un poco más animada después de haber realizado la prueba del aire, que había pasado con mucho éxito. "Mamá estaría muy orgullosa de mí" pensó. Rápidamente llegó a su cama, donde se encontraba el libro del agua y su nueva túnica. Se quitó la túnica verde rápidamente. Desde un principio no le gustó esa túnica verde, no le quedaba bien ese color desde su punto de vista, aunque a lo largo de las semanas se fue acostumbrando a ella y sobre todo a su significado. Sin embargo le cogió un especial cariño a la túnica azul desde que se la probó. Por ahora, la magia etérea era su favorita, le hacía sentir igual de ligera que el viento y poderosa, aunque no a simple vista. Tras cambiarse, guardó la túnica verde en el armario y dejó el libro del agua es su escritorio. Allí seguía la rosa seca que encontró tiempo atrás en su antigua casa. La cogió con cuidado de no estropearla y se sentó en el suelo. ¿Quién habría dejado allí esa rosa? ¿Qué había sido de su familia? Quien quiera que hubiese sido, ¿qué quería con ella y su familia? Desde siempre había sido una familia humilde, había realizado su trabajo a tiempo y nunca había molestado a nadie, por lo que Alicia no entendía el porqué de la situación y se sentía obligada a ir en busca del culpable. Se dirigió rápidamente a su armario de madera y cogió su bolsa, que enseguida llenó con las cosas necesarias para una pequeña visita al centro de la ciudad. En un pequeño trozo de pergamino dejó una nota en su escritorio por si alguien iba a buscarla y, con la rosa en la mano, se teletransportó al primer lugar que se le ocurrió de El Anillo.