Me planté frente a la puerta de madera de mi habitación, en uno de los pisos superiores de la escuela, con dos pequeños golems pétreos detrás de mi, uno portando un cofre con todas las cosas que me hizo llevarme mi madre en el momento que fue informada de que el asedio estaba a días de distancia, y que la escuela ya no sería un lugar seguro; y otro portando algunos de mis objetos personales, como un arco y mi lira, entre otros. En fin, madres.

Introduje la llave en su cerradura y la giré tres veces, así desbloqueando la puerta. La abrí, tranquilamente, y dejé que los elementales entrasen primero y que el primero dejase el pesado cofre de madera oscura y hierro junto al escritorio, y el otro los objetos que llevaba encima de la cama. Una vez el segundo acabó con sus quehaceres, lo convertí en una pequeña plumita y la arrojé de la ventana. ¿Qué iba a hacer yo con una docena de rocas en mi cuarto?

Y contemplé la habitación, que estaba casi tal y como la había dejado. Salvo más ordenada, claro está, por llevarme todas mis pertenencias.

A mano derecha se encontraba una gran cama, de madera de un color claro, obviamente procedente del Bosque Dorado, de sábanas de un color rojizo y suave al tacto. Junto a ella, una pequeña mesilla de noche, de madera del mismo color, con un jarroncito pequeño. Probablemente para poner algunas flores, para dar más vida a la habitación, pero el jarroncito de color marrón se encontraba vacío. En fin.

A cierta distancia de la cama, pegado a la pared, se encontraba un armario que era tan alto como la habitación misma, de madera clara del Bosque Dorado y con guirnaldas florales en madera más oscura. Me quité la capa que tenía puesta y la guardé en él, y abrí el cofre y le ordené al elemental que me ayudase a guardar mis túnicas, capas... en fin, todo mi vestuario, en aquel armario. Estuvimos poco tiempo guardando mis ropajes (que tampoco eran tantos), y, finalmente, cerré ambas puertas del armario y me di la vuelta, contemplando el resto de la habitación.

En la pared contraria había una ventana de tamaño considerable, con unas pesadas cortinas que, actualmente, estaban abiertas. Prefería tenerlas abiertas durante el día, pues el sol no me daba directamente en la cara ni la luz era demasiado intensa como para correrlas. Además, la vista era preciosa por lo que prefería tener las cortinas como estaban.

En fin, en la pared contraria a la cama se encontraba mi "zona de trabajo", es decir, un escritorio y una delgada librería, que en este momento se encontraba vacía. Le dije al elemental que comenzase a sacar mis libros del cofre (si os soy sincero, el cofre tenía más libros que ropa y todo eso) y los comenzase a poner en los huecos inferiores, y mientras él lo hacía, yo saqué mis plumas y mis tinteros, cuidadosamente empaquetados, y los coloqué sobre el escritorio. Y, tras hacer esto, simplemente comencé a colocar libros en las estanterías a las que el elemental no llegase.

En fin, el gólem cargó varios libros en una pequeña torrecita e intentó acercarse a la biblioteca, pero tuvo tan mala suerte que se desequilibró y golpeó la puerta, de manera que esta se cerró. Solté un suspiro mientras le ayudaba a recoger los libros, colocando algunos sobre el escritorio y algunos cargándolos entre mis brazos. El pequeño elemental se levantó y recogió también el unos cuantos libros, pero esperó a que acabase de colocar los que ya tenía en brazos.

Y se escucharon unos cuantos golpecitos en la puerta, así que tomé los libros que sostenía el elemental y le dije que abriese la puerta en mi lugar, pues aún tenía unos cuantos libros que colocar. Así que se acercó a la puerta y tiró de ella, abriéndola, y asomando su cabeza de piedra para "ver" quién era.

Y se trataba de una elfa que portaba la túnica blanca. Su cabellera era oscura, lisa, y caía hasta su mentón, quizá un poco más. sus ojos eran azules y parecía estar contenta de ver a alguien más en la escuela. ¿Es que todos se marcharon a causa del asedio? Bueno, en fin, tampoco había visto mucha gente.

—Ah, hola. —Le sonreí, y dejé los dos libros que aún sujetaba sobre el otro montón del escritorio. —Sí, sí claro. Un placer, soy Ilmarin Arahael.

En fin, la elfa de la túnica blanca se sentó tranquilamente en la silla y me escuchó hablar, escuchó pacientemente la historia de como mis señores padres se conocieron. Bueno, no exactamente esa historia pero sí una parte de ella. Y, aunque le pidiese perdón por haberle soltado tal palabrería ella dijo que no pasaba nada.

Y sonrió.

Como si quisiese reconfortarme, como si supiese lo que estaba pensando, colocó su mano sobre mi hombro, para darme ánimos. En fin, no sabía si funcionaba o no, pero algún efecto tuvo. Me comentó que llevaba unos cuantos días, ni una semana llevaba. Hm, yo llevaba unos pocos años e iba por mi túnica verde, lo cual era muy rápido para un elfo.

Se levantó de su asiento y se acercó a la ventana, preguntándome si podía abrir la ventana, para contemplar el paisaje. Y mencionó algo de ser un tanto extrovertida y eso.

—Ah, no te preocupes. Claro, abre la ventana si quieres...

Y sonrió.

Devolví mi mirada al elemental, y le dije que continuase con su trabajo de colocar los libros. Para hacer esto, tomó la silla del escritorio y la devolvió a él, y se subió a ella para alcanzar a los libros que había encima del escritorio (he de aclarar que el elemental era pequeñísimo), los cuales colocaba en las estanterías bajas, a las cuales alcanzaba.

Abrió la ventana, se quedó asomada durante unos instantes y habló. Dijo que una vez se escapó y se escondió en los bosques y que, pese a sus deseos de quedarse ahí a vivir, su faimlia la encontró y la obligó a volver. Me hizo un poco de gracia la naturalidad con la que lo dijo, como si todas las personas hiciesen eso en algún momento de su vida.

En fin, ayudó al elemental a colocar los últimos libros que quedaban mientras yo le decía que no hacía falta que lo hiciese, y tras eso se sentó a mi lado, sin decir nada, y el pequeño elemental acercó la silla a la ventana para mirar también, como si imitase a la elfa de la túnica blanca. Sonreí suavemente al verlo actuar como un niño pequeño. Salvo que estaba hecho de piedra.

En fin, creció el silencio entre nosotros, y la elfa sonrió. El silencio era callado pero aunque estuviese callado se decía más de lo que podríamos decir con las palabras. Me preocupaban los resultados del asedio, me molestaba haber recordado aquel auto de fe que presencié (al menos hasta que mi madre me cubrió los ojos y nos fuimos de aquel lugar), y también estaba un tanto cansado por el viaje. Y parecía que aquella elfa de ojos bonitos y sonrisa brillante se daba cuenta de aquello, aunque yo no tenía ninguna manera de saber qué pasaba por su mente.

Y, así, inesperadamente, me abrazó. Me tomó por sorpresa, pues tampoco es que esperase que cada persona con la que me cruzase por el pasillo me abrazase. Pero, en fin, me abrazó, y aunque tardé un momento en ordenar mis pensamientos (otra vez, debido a la sorpresa), le correspondí al abrazo, mientras el elemental seguía mirando por la ventana.

Finalmente, cuando se rompió el abrazo, otra vez reinó el silencio, pero esta vez un silencio más incómodo. En fin.

—Y dime... ¿cuales son tus aficiones? —Pregunté, tanto por romper el hielo como el silencio.

Layla volvió a la ventana, junto al elemental, y se sentó ahí, con sus piernas asomando fuera y ella contemplando el paisaje. Aunque me preocupaba por si acaso se caería, estaba bastante seguro de que podría conjurar algunas lianas a tiempo para evitarle una caída y una estancia en la enfermería.

Acarició al elemental en su pétrea cabeza, y pronto pareció darse cuenta de que yo también estaba en aquella habitación. Me confesó que una de sus aficiones era la música, y que cantaba y tocaba algún instrumento. También me preguntó a mi si tocaba algún instrumento, y tomé la lira que tenía encima de la almohada.

Estaba tallada para que pareciesen dos cisnes alzando el vuelo, con sus cuellos y cabezas haciendo de brazos, sus alas ocultando el yugo al cual estaban atadas las cuerdas y sus cuerpos fundiéndose en la parte baja, creando así la caja. Toqué unos cuantos acordes, para darle a entender que no era solo decoración.

En fin, acabó preguntándome también cuántos años tenía, lo cual era una pregunta... no era nada incómoda ni nada así, pero era difícil de responder.

—Esto...—Intenté hacer memoria de los eventos recientes en mi vida. —Doscientos...dieci...¿ocho? No estoy muy seguro, pero era algo así. Y por cierto, estamos muy alto... ¿No tienes miedo de caerte?

Convivir con Layla iba a ser interesante.

En fin, se agarró a las lianas que conjuré y, a medida que estas iban retrocediendo, ella iba subiendo. Al final, ella se subió al alféizar y yo le ofrecí la mano para ayudarla a bajarse. Se disculpó por haberme preocupado y me agradeció el haber ido a socorrerla.

—Oh, no te preocupes. Como tú dijiste, al final vine a cogerte, ¿no?— Y le sonreí.

Y entonces me tomó de los hombros y me susurró algo de mis reflejos antes de desquilibrarme y hacerme caer sobre la cama, para posteriormente colocarse encima mía, como si fuese a besarme. Vale que fuese amistoso y ella también, pero solo nos conocíamos desde hace unos minutos. Se estaba tomando demasiadas libertades.

Y se puso de pie de un salto como si no hubiese hecho nada, y yo me incorporé suavemente. Nervioso, algo avergonzado y sonrojado. Y se despidió, diciendo que tenía que volver a sus estudios y que le había encantado pasar estos minutos conmigo. Cuando se fue, esperé unos segundos y suspìré, descolocado y un tanto aliviado.

Me incorporé, sacudiendo la cabeza, y cerré la puerta. Me di la vuelta y observé al elemental, sentado en el suelo a causa de que la silla en la que estaba sentado cayese al intentar "salvar" a Layla. Me miró fijamente con sus ojos brillantes, de color verde. Yo le devolví la mirada.

—¿Sabes qué acaba de pasar? —Le pregunté, antes de darme cuenta de que hablaba con un elemental. —No, claro que no lo sabes. Tu cerebro no deja de ser una roca, al fin de al cabo.

Solté un suspiro mientras devolvía la silla al escritorio. Él movió la cabeza de arriba a abajo, haciendo que chocase con la roca que le hacía de cuello. Bien me estaba dando la razón, o se estaba riendo.

Llamadme loco, pero el elemental se estaba riendo.