Ya faltaban pocas horas para que el sol se escondiese por el horizonte, dejando paso a la voraz oscuridad de la noche. A pesar de eso, los ciudadanos de aquella gran urbe seguían con sus trabajos, otros simplemente paseaban o mendigaban por la ciudad. Justo en el lado contrario por donde el sol empezaba a esconder su dorada luz, en la acumulación de oscuridad del lado opuesto del horizonte, unas horribles, gruesas, y negras nubes crecían a gran velocidad soltando algunos destellos azules que provocaban los rayos a lo lejos y que no tardaban en hacer sonar su furioso rugido que resonaba por toda la ciudad. Justo cuando el astro rey se retiró para descansar, aquellas tenebrosas acumulaciones de vapor taparon el cielo, privando a los amantes de la bóveda nocturna de sus preciadas estrellas que acabaron devoradas por aquellas nubes oscuras y hambrientas que cada vez tardaban menos tiempo en soltar furiosos rayos. Pero algo no encajaba con los fuertes golpes acústicos que provocaban las serpientes de luz, entre todo el estruendo que formaban, se escuchaba un terrible rugido que podría asemejarse con una enfermiza, ronca, grave, aunque potente, versión del rugido de un león. Entre aquellas masas de gas y rayos se movía algo, algo que no dudó en dar la cara, algo que no dudó de descender de esas nubes. Esa criatura era de un tamaño colosal, gigantesco, como describieron algunas personas que fueron testigos de ello. Era de color negro y se movía a una velocidad de vértigo, tanto que costaba fijar la mirada en el, se podían distinguir unas enormes alas igual de negras. Los ciudadanos no tardaron en darse cuenta de aquello que sobrevolaba sobre sus cabezas era un dragón, el pánico se apoderó de algunos de ellos y no dudaron en correr por todos lados para esconderse de la bestia, otros simplemente se quedaron admirando su veloz y orgulloso vuelo, sea como sea, el caos y el desorden ya reinaban en el lugar cuando una misteriosa esfera roja y luminosa empezaba a crecer frente su cabeza, aquella esfera era cada vez más grande y luminosa, hasta el punto que parecía que una estrella fugaz roja estaba sobrevolando la urbe, ahora caótica y confusa. El dragón movió con fuerza su cabeza hacia abajo, haciendo que aquella esfera de fuego rojo cayera en picado hacia el suelo. Cuando el fuego rojo tomó tierra, hubo una explosión, ni muy grande ni muy pequeña, pero con la suficiente fuerza como para destruir bastantes edificios, aquella explosión dejó como residuo un fuego igual de rojo que su progenitora explosiva, no era un fuego normal, este se extendía por todas las superficies y a una velocidad increíble, tanto que parecía como si hubieran rociado toda la ciudad de alguna substancia inflamable . El dragón rugió una vez más mientras continuaba su vuelo, aleteó sus alas para darse más impulso y alejarse de la ciudad antes de que intentasen devolverle el golpe, dejando que su horrible fuego hiciera su trabajo.