Catherine
Catherine
Humana
Nombre : Catherine Earnshaw Bennet
Escuela : La Torre, Fortaleza de Aryewïe
Bando : La Diosa
Condición vital : Viva
Rango de mago : Maga consagrada, Experta en Magia Curativa
Clase social : Plebeya
Mensajes : 228
Fecha de inscripción : 02/05/2011
Edad : 30
Localización : La Torre
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Un nuevo adiós [Post único]por Catherine, Lun Ago 03, 2015 9:52 pm
Eran ya las siete de la mañana cuando me dijo, durante el desayuno, que se iba de Wölfkrone. Dejé sobre el plato la cereza que iba a llevarme a los labios, y puse las manos sobre la mesa, invadida de pronto por una ligera náusea que era el resultado de la noticia que no querría haber escuchado nunca. Todavía mientras el cardenal y su séquito se hospedaban en palacio, había creído que no habría negociación ni alianza posible con el Centro, pero se habían marchado sin romper de ningún modo el acuerdo, y ahora Cres iba a luchar junto con inquisidores de Ereaten que no dudarían un solo segundo en matarlo: a él por brujo y a sus padres por ocultarlo. «Tuvo que pelear una vez, contra los Secretos, junto con Amelia..., pero esto es diferente. En la Muralla los dos sabían que aquello era solo un trato temporal para una sola batalla, y ninguno tenía nada que esconder».

Al menos servirá para matar a Dahienna —me dijo, intentando buscar el lado positivo del acuerdo—. Aunque el Concilio debería haber sido quien moviera a sus tropas contra el Sur desde el momento en que supieron que había una nigromante en el trono.

A Anaë'draýl solo le preocupa el bienestar del Reino Élfico, y nada más. Mira lo que pasó en Zhanthé. Ni siquiera importó que Kvothe fuera el hijo de Joseph.

A mis palabras las siguió un silencio intenso, profundo; ninguno de los dos habló, ninguno de los dos comía. En todo el tiempo que había pasado desde que viajé a su tierra para quedarme, los problemas políticos se encargaron de robarnos nuestras horas y nuestros planes. Ya había perdido la cuenta de los días grises transcurridos desde la noche inolvidable en que nos amamos por primera vez, o la noche siguiente en que me pidió matrimonio y acordamos casarnos cuando los reyes volvieran de Narell. Pero la montaña de obligaciones y problemas no dejaba de crecer, y habíamos aplazado tantas veces la fecha en la que anunciaríamos nuestro compromiso que ya no creía que fuéramos a casarnos nunca, porque yo sabía que la idea no gustaba a sus padres ni a los nobles ni a nadie que no fuéramos nosotros dos.

Y justo cuando habíamos planeado anunciarlo la semana siguiente, llegó el cardenal Marco con los hombres de la reina Isabella, y trajo consigo una invitación a una guerra que nadie sabía cuánto podía durar, y nuevamente las circunstancias volvieron a postergar nuestro futuro. Esta vez, de una forma que ninguno de los dos esperaba y que, además, suponía un peligro para la vida de Cres. «Había llegado a pensar que nunca más tendría que verlo partir hacia la guerra...». Cuánto me equivocaba.

¿Tiene que ser mañana...?

Así lo dispuso mi padre.

Son inquisidores...

Le he pedido myrshe a la Maestra.

Y no puedo ir contigo.

No podrías hacer nada con tu magia.

Y si tenía que renunciar al uso de mi magia, ciertamente, no había nada que pudiera hacer por ayudarlo. La suave llovizna que caía fuera no hacía más que engordar mi disconformidad con el destino y alimentar mi amarga tristeza. Todo el cuarto estaba sumergido en penumbras, como si las sombras estuvieran peleándose por comerse las luces débiles que iluminaban a Cres, o por tragárselo a él. Suspiré, recosté la espalda en la silla y dejé caer la cabeza hacia atrás. Mis ojos dieron con un techo oscuro.

Quiero que todos los problemas se acaben de una vez —susurré—. Todos.

Es casi seguro que venceremos al Sur, Cathy, y después todo habrá acabado. Se acabaron los nigromantes, los inquisidores, el Concilio, y todos los tratos, y todos los problemas del reino. Esta será la última vez. Después, viviremos tranquilos.

Ya.

¿Cómo podía tener fe después de las desgracias y decepciones que había visto y vivido? A veces llegaba a pensar que estaba maldita por la misma Diosa, que ella no me quería, o que la había ofendido de alguna manera y me lo hacía pagar. Tenía ganas de llorar, pero no lloré. Las lágrimas se quedaron quietas en mis ojos, como el agua de un pozo. Los cerré y escuché a Cres levantarse de la mesa; se acercó, me acarició, me besó en el cuello, en la mejilla, en los labios, y se agachó a mi lado para abrazarse a mi cintura. No lo miré, pero me dejé abrigar por su calor, y, todavía sentada en la silla, enredé mis dedos entre su pelo.

No te preocupes. Acuérdate de lo que te digo siempre.

Debería haberme enamorado de un granjero —comenté, por no llorar, y me permití con el comentario una sonrisa triste—. Así no tendría que pasar por estas cosas.

Levantó la cabeza y yo la bajé. Él también estaba sonriendo.

Todavía estás a tiempo.

¿Cómo voy a estar a tiempo? Ya era tarde hasta cuando estaba todavía con la túnica blanca.

Nos hizo bien, para pasar el día melancólico, reírnos un poco en las primeras horas de la mañana. Por no desperdiciar las horas, me propuse no derrumbarme hasta que se fuera, y vivimos arrastrados por la magia idílica que comparten tanto las despedidas como los reencuentros hasta que cayó la noche y amaneció la siguiente mañana. Llegado el momento, nos dijimos adiós. A la palabra adiós la acompañó una promesa callada. Mantuve las formas, como hacía la reina al despedirse del rey. Lo vi partir desde la ventana junto con su padre y las tropas. Se había levantado una neblina en la ciudad que habría de acompañarlos hasta que abandonaran Wölfkrone. Perdí de vista su caballo en la distancia.

Para entonces yo ya tenía un vacío inmenso en el corazón y habría podido llenar una bañera con mis lágrimas.


~ FIN DE LA ESCENA ~

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