Lumière Noire
Lumière Noire
Humana
Nombre : Lumière Noire
Escuela : La Torre, Escuela del Lago de la Luna, Fortaleza de Aryewïe
Bando : La Diosa
Condición vital : Viva
Cargo especial : Maestra de Magia Básica (La Torre), Miembro del Concilio
Rango de mago : Archimaga, Experta en Magia de Agua, Aprendiza de Magia de Luz
Rango de guerrero : Guerrera experta (Espadas y mazas, una mano), Guerrera aprendiz (Mazas y martillos, dos manos)
Clase social : Plebeya
Mensajes : 399
Fecha de inscripción : 05/05/2011
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Eressëa {Post único}por Lumière Noire, Sáb Ene 17, 2015 2:10 am
Los pasos sobre el suelo de mármol eran lo único que se oía.

Lumière caminaba en solemne silencio por la estancia subterránea, sujetando con ambas manos dos largas ramas de árboles, la base de cada una enrollada en cinta dorada. Vestía una sencilla túnica blanca, y de sus hombros colgaba una ligera capa corta, de color gris apagado, puesto que sabía que en aquel lugar se suponía que no debía vestir de manera demasiado ostentosa. Sus cabellos estaban sueltos, cayendo sobre su hombro izquierdo, llegando hasta su pecho.

La larga galería por la que avanzaba estaba dividida en tres naves. La central era la más ancha y alta que las laterales, y estaban separadas por largos y esbeltos pilares cruciformes de fuste liso erigidos cada pocos metros, conectados entre si y con la pared por arcos ojivales, sobre los cuales continuaba el muro. Cada tres pilares, un arco fajón unía ambas naves laterales, y de estos colgaban lámparas de hierro y cristal que iluminaban la nave central con una luz azul, antinatural, una luz producto de la magia, que dejaban las naves laterales en la penumbra. Lumière no pudo evitar sentirse sola, aunque sabía que eso estaba lejos de ser verdad. En ambas naves laterales, también cada tres pilares, había un guardia oculto en la penumbra, observando, silencioso, a la humana que andaba por aquellas salas subterráneas.

Llevaba ya varios minutos andando en silencio cuando avistó, en la pared ulterior, un gran portón de madera abocinado, reforzado con hierro oscuro. A cada lado del portón había dos guardias elfos, vistiendo armadura plateada y armados cada uno con una alabarda. Al ver que Lumière se acercaba, cruzaron sus alabardas frente las puertas, y, hablando al unísono, exclamaron "Daro!"1, y sus voces resonaron en todo el camino, y Lumière se paró. Habló el de la derecha.

Á quetamme, firyawen: man céstalyë sí? Sina tyarmë tulilyë sí? 2

Lumière extendió sus manos, mostrándoles las ramas: una era de sauce dorado, uno de los árboles del bosque del mismo color, del bosque que rodeaba la escuela de Alta Hechicería del Bosque Dorado; la otra era una rama de pino, de color verde, que había cortado en el Valle de los Lobos, la primera vez que lo pisaba desde que fue a la escuela del Lago de la Luna, y había traído expresamente para su visita.

Á ondolis, Aranín in Edhelion merin ant' alcarnya.3 —Una vez dichas las palabras, y habiéndose asegurado de que los guardias hubiesen visto que iba desarmada y que solo llevaba consigo las ramas, volvió a sujetar las ramas contra su pecho, en silencio.

Na tentuval.4

Dichas estas palabras, los elfos guardias abrieron las pesadas puertas y se apartaron del camino, y apartaron también sus alabardas, y Lumière atravesó el umbral de la puerta en el mismo silencio solemne con el que había recorrido todo el pasillo subterráneo. Las puertas se cerraron detrás de ella, y continuó andando.

El esquema de estas salas era parecido a la de la zona anterior, pues seguía dividido en tres naves, aunque estas eran mayores. Las naves laterales, esta vez, se encontraban compartimentadas por gruesas paredes de sillería, mientras que estos compartimentos se abrían a la nave central por grandes arcos ojivales, parecidos a los de la zona exterior, pero mayores en altura y anchura, cuyo intradós se veía dividido en tres triángulos redondeados, cuyo interior era dividido de tal manera que asemejasen flores: en el interior de las dos flores inferiores se veía el nombre del monarca (los reyes eran enterrados en la nave izquierda, las reinas en la derecha), y en la flor superior bien se veía un retrato pintado al temple del monarca, o bien algo representativo suyo.

Anduvo cohibida, sintiéndose un tanto intimidada al encontrarse entre tanto rey y reina del pueblo élfico. Aquella cripta era una de las varias repartida por la ciudad de Laurälda, la más reciente en ser construída, y esta estaba dedicada exclusivamente a los reyes élficos. Si no se equivocaba, la Marnórë Vanwatárion, traducido literalmente como "La casa subterránea de los reyes muertos", había sido construida hará dos milenios, y había un número considerable de monarcas enterrados en sus confines. Avanzó, observando las flores de cada lado, todas iluminadas por fuegos mágicos. Cerca del final observó la tumba de la reina Nawin, que, según tenía entendido, había sido alumna de la Torre. En la cripta contraria, leyó un nombre, tallado en la piedra y rellenado con pintura dorada, con resplandores dorados. De hecho, no estaba segura de que no fuese oro. La piedra rezaba lo siguiente:
Eressëa {Post único} 8jmmiCc
Pese a estar tallado en la fría piedra, y pese a que sus trazos fueran angulares y no curvos como acostumbraba verlos, el alfabeto élfico que portaba el nombre del difunto rey se antojaba bello a sus ojos. Aquel lienzo sin vida para las letras contenía el nombre del único hombre al que había amado, del único hombre al que había abierto su corazón verdaderamente y del único hombre que se lo había destrozado. Se encontraba, al fin, en el lugar en el que sabía que acabaría, pero que, al mismo tiempo, siempre buscó evitar.

Se encontraba ante la cripta dedicada a Sasha Vonturin Sorent' Alonais, aran edhellen, rey de los elfos. Dentro de su respectivo compartimento, se encontraba un pesado sarcófago de piedra, recubierto de mármol. En la tapa de este, se encontraba tallada en posición supina la efigie del rey de los elfos. La figura parecía tener vida propia, como si solo estuviese descansando sobre el colchón pétreo de la tapa del ataúd, con la cabeza descansando sobre una almohada marmórea. Sus manos estaban unidas en su pecho, sujetando con fuerza un gran mandoble de piedra que le llegaba hasta las piernas. Su rostro, réplica fiel del mismo en vida, era la misma encarnación de la paz, de la tranquilidad.

En la base del sarcófago, había una inscripción grabada y decorada con oro, que leía el siguiente texto: "Aran in Sasha Vonturin nossëo Sorento in Alonais Nawinnion, Edheliontar, Aran Enawëo ar Gadrýlo, Minnístar, Firyendil, ne ifíriéro mí hrívë in Yéno Lúrealion i Enquië."5 Las demás partes del sarcófago estaban ricamente decoradas con varios motivos, florales e históricos, narrando partes de la vida del rey, al igual que las paredes de la estancia.

A Lumière se le encogió el corazón al darse cuenta de dónde se encontraba, de qué hacía ahí. Apretó con fuerza las ramas de los dos árboles. Dio un paso, y luego otro, y otro le siguió, y acabó junto al sarcófago del rey, el del semblante tranquilo y de la pesada espada.

Acca lúmë and’ avánië… —murmuró en voz baja, y se mordió el labio inferior. Se quedó en silencio varios minutos, contemplando la estatua, pensando en qué podía decir, si es que podía decir algo— Nányë Lumière. 6

Aflojó el agarre que tenía sobre las ramas de los dos árboles, y las separó de su pecho lentamente, acercándolas a la estatua, aunque paró a media distancia.

Ela. Tyé... Apáliën tyé i olwar alduo: sinalion, in ëa enna tásaro, sánio na hyana... —volvió a quedarse en silencio, buscando qué decirle a una estatua de piedra. Una parte quería dejar las ramas e irse en aquel instante, pero sabía que una vez empezó a hablar no había vuelta atrás—. Eténië sina: i-vanwain na nirmí Eldaliéo.  7

Tomó cada rama con una mano: en la derecha sujetaba la de sauce dorado, en la izquierda la de pino. Depositó la primera sobre el pecho de la estatua, y volvió a hablar.

I tásaro alda, in laurélassë, in úfírie, málossilon tyé, atanórello —mientras iba hablando, acariciaba las hojas doradas y alargadas de la rama del sauce dorado, intercambiando miradas entre estas y el pétreo semblante pulido de la estatua. Calló, y luego depositó la otra rama, cruzada con la dorada, formando una cruz sobre su pecho, y mientras la colocaba, hablaba—. A’ hyana, in wenya, tulë  Harmalion Naldallo. Tarminarva, sanomë tyé apáriel, as Narshel, as Crescent, as Elvë’ an Aëglos, carnyë. 8

Su mano se alejó de las ramas, y acabó en la piedra fría de la mejilla de la estatua. La miró. Se quedó en silencio un minuto, quizá dos.

Sanomë isíntiemme. 9

Y dichas estas dos palabras, el silencio volvió a apoderarse de Lumière durante varios largos minutos. Recordó con ternura aquellos tiempos. La primera vez que se encontró con el elfo del que acabaría enamorándose, en aquellos días en los que vestía la túnica blanca porque era la que correspondía a su grado y no porque era la que correspondía al luto. Todas las tardes en el bosque, o en los jardines, pasadas con Estela, con el hombre que en aquel entonces conocía bajo el nombre de Aeglos, y con su príncipe. Todas las veces que este le salvó la vida y todas las veces que le salvó la vida a este. Y la vez que se la quitó...

Avánien Tarminar, ya erëa yén, hy’ atta, hy' entë. Lennen Narsillinna, epeta Forostarenna—se sorprendió a si misma hablando para alejar aquellos recuerdos de su memoria, puesto que no había ido a tal lugar a recordar que Sasha una vez se unió a los rangos del Dios y que una vez lo mató—. Asániennyë: autávan ilúví ne istan Ingolen, autávanyë ca ilúví in cuilë. Ar polnen sina: esérienyë rainessë, úpessna.10

Con la mención de la Torre devolvió la mirada a la rama de pino que había traído desde los bosques del Valle. La Torre, que hasta hace poco fue su hogar, un hogar que no se atrevía a abandonar, le parecía ahora lejana, fría, incluso podría decirse desconocida. Había pasado tantos años de su vida en el Valle, y lo había abandonado con tanta facilidad, había dejado atrás tan grande parte de su vida sin pensárselo dos veces. Le temblaron los labios, pero no quería echarse a llorar.

Mal nér úvorima, Sasha... an m' enge ne laian alúsinwa: tyé.11

Y, con esas palabras, sintió la primera lágrima escaparse de sus ojos, una pequeña lagrimilla que recorrió su rostro hasta llegar a su barbilla y que se cayó al frío colchón en el que descansaba la efigie del único hombre al que había amado. Se alejó del sarcófago, y dirigió su atención a los relieves de las paredes, intentando tranquilizarse, intentando no llorar. No quería llorar en un lugar como este por algo que no podía cambiar.

Elyë, íre omócietyën... yá emélietyën, nés tenassenya —volvió a girarse, cubriéndose la boca con las manos, cerrando los ojos, apoyándose en la pared. Se le escapó alguna que otra lágrima, mientras su mente volvía a los días felices de antaño, antes de la lucha entre el bien y el mal, antes de las guerras—. Ai! Sasha... Löar pa löar únótimë avánier, ar ëan hí, sanomë esériet. 12

Tragó saliva, notó que su respiración se hacía más pesada. Volvió a acercarse al sarcófago, acercándose más que antes, y volvió a hablar, en voz baja, casi en susurros, para que nadie pudiera oírla, si es que había alguien más que aquel alma en ese lugar. Si antes se sintió sola con la mirada de los guardias clavada en ella, la soledad que sentía en aquel momento era infinitas veces mayor.

Emélietyën, nant’ ascantet orénya, ananta ëan hí. Tyé moncen, na sanya. Mócatyën cé, ananta ëan hí. Laian istë n' ëa sina—volvió a poseerla el silencio. Se llevó ambas manos a los ojos, y los limpió, y ocultó su rostro con sus manos, y sollozó. Sasha estaba muerto. Hasta ahora, no le había afectado tanto el conocer su muerte, pero ahora que había visitado su tumba y le había dado dos ramas, como era la costumbre, y tenía su muerte por cierta, no se sentía de la misma manera. En vez de resultarle indiferente, le dolía la muerte de Sasha. Sintió de nuevo su corazón partirse, y se arrodilló frente al sarcófago, descansando sus brazos sobre él y escondiendo su rostro en ellos, llorando—. Nan... Ai, nan istan sina! Melmenya anaië nú... núra lá i-ëar lún! N' órë vanwa, avánietyë! 13

En sus exclamaciones alzó su voz, aunque dudó que los guardias de fuera la escuchasen, puesto que las paredes eran gruesas y estaban lejos y el eco de su lloro enmudecía sus palabras. Continuó llorando, triste, como nunca había llorado en su vida. Hace unos días pensaría que había superado todo lo que había ocurrido en su vida pasada, no se habría imaginado que acabaría en una situación como tal, llorando la muerte de Sasha.

Aunque se encontrase triste, no podía decir que el llorar y el confesarse, aunque fuese a una estatua de piedra que nunca estuvo viva, no la ayudasen a sentirse mejor, o, al menos, más tranquila con su conciencia.

Ilfirin nairelmë. Manquityën, aní save... Ar úsinwa manquë avatyarmë. Ní avátyariet lillúmelissen, únótimessen, ar tevinya úmernyët sina savë...14

Lentamente, las lágrimas iban cesando, iban haciéndose cada vez menos. Lumière permaneció en la misma posición, arrodillada frente el sarcófago, como alguien que rezase junto a un altar. No dijo nada más, centrando su atención en sus recuerdos, todos los recuerdos que le venían a la cabeza: recuerdos de la Torre, de Sasha y de Estela y de Aeglos y sus demás amigos, de su juventud... tanto los recuerdos buenos como los recuerdos malos. Y recordó aquella noche en Ekhleer, pero esta vez la recordó en silencio y los aceptó, como si se estuviese confesando, aunque no hubiese nadie que escuchase su confesión, que leyese sus pensamientos y sus recuerdos.

Tras varios minutos en silencio, se incorporó y volvió a hablar:

Onë sí, lómessë cuiviétyo, mí hrívëtyo, né acca lenca, avánie'n aurë —se limpió los ojos, y contempló la estatua, la misma estatua de piedra, con las mismas facciones tranquilas y muertas, que, en ese momento, se le antojaba más viva que cualquier otra cosa del mundo—. Úlumë nainauvan cardalínyë.15

Soltó un suspiro, recolocó las dos ramas, la dorada y la verde, y se inclinó sobre la estatua y depositó un corto beso en la frente de esta. No esperaba sentir, ni sintió, la suavidad o la calidez o la ternura que tendría un ser vivo, sino que sus labios se encontraron con la frialdad y la dureza de la piedra fría.

Se limpió el rostro con la manga, y comenzó a andar en dirección a la puerta, paseando entre los sarcófagos de los reyes y reinas de los elfos.

«Úlumë nainauvan cardalínyë... nán sí úvistanyë máracarë cardai ne acárietyën. Alasí. »16



TRADUCCIONES (A no ser que se indique lo contrario, serán casi literales).
1 ¡Alto!
2 Hable, mujer mortal/humana: ¿qué es lo que busca? ¿Qué la trae aquí?
3 Guardias, deseo dar mis respetos a los Reyes de los Elfos.
4 Puede pasar.
5 El rey Sasha Vonturin de la casa Sorent’ Alonais, hijo de Nawin, Rey de los Elfos, Rey de Enawë y Gadrýl, Mago primero, Amigo de los mortales/humanos, que ha muerto en el invierno del Año de los Seis Secretos.
6 Ha pasado demasiado tiempo... Soy Lumière.
7 Mira. Te... te he traído dos ramas: de ellas, una de sauce, otra de pino. Escuché esto: es una costumbre del Pueblo Elfo, para los que se han ido.
8 La rama de sauce, la de hojas doradas, la que no muere, de tus bosques, de tu patria... La otra, la de verdes hojas, viene del Valle de los Lobos. De la Torre, donde estudiaste, con Narshel, con Crescent, con Estela (Elvëa) y Felix (Aeglos), conmigo.
9 Donde nos conocimos.
10 Me dije: olvidaré todo lo que sé de la Magia, dejaré todo lo vivido atrás. Y lo conseguí: descansé en paz, sin ser molestada.
11 Pero no duró eternamente, Sasha... puesto que hubo algo que no podía ser olvidado: tú.
12 Incluso cuando te amaba... o te odiaba, estabas en mi mente. ¡Ay! Sasha... Han pasado años y años incontables, y estoy aquí, donde descansas.
13 Te amé, y rompiste mi corazón, y aún así estoy aquí. Te odié, es verdad. Quizá te siga odiando, y aún así estoy aquí. No sé por qué. Pero sé esto: mi amor (por ti) fue más profundo que el profundo océano. ¡Pero estás muerto, te fuiste!
14 Mi dolor no muere. Te lo pido, créeme. No pude pedir perdón. Tú me pediste perdón en muchas ocasiones, en incontables, y mi odio no me permitió aceptarlo.
15 Pero ahora, en la noche de tu vida, en tu invierno, fui demasiado lenta, se fue el día. Siempre lamentaré mis acciones.
16 Siempre lamentaré mis acciones... pero no podré enmendar las cosas que te hice. Ya no.

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