Lumière Noire
Lumière Noire
Humana
Nombre : Lumière Noire
Escuela : La Torre, Escuela del Lago de la Luna, Fortaleza de Aryewïe
Bando : La Diosa
Condición vital : Viva
Cargo especial : Maestra de Magia Básica (La Torre), Miembro del Concilio
Rango de mago : Archimaga, Experta en Magia de Agua, Aprendiza de Magia de Luz
Rango de guerrero : Guerrera experta (Espadas y mazas, una mano), Guerrera aprendiz (Mazas y martillos, dos manos)
Clase social : Plebeya
Mensajes : 399
Fecha de inscripción : 05/05/2011
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La carta [ Post único ]por Lumière Noire, Mar Jul 22, 2014 4:16 pm
Un día como cualquier otro, Lumière recibió una carta.

La encontró en el suelo, nada más entrar en la casa. Recibir una carta era una ocurrencia extraña, algo excepcional para ella: Pese a tener conocidos y amigos a los que enviarles cartas y de los que recibirlas, generalmente no se tomaba las molestias de escribir una carta y encontrar a un mensajero que la llevase. Sin embargo, alguien se había tomado la molestia de hacerlo. La pregunta era quién la había enviado.

Dejó el cesto con ropa mojada, recién lavada en el riachuelo cercano, junto a la chimenea, desde la que aún se escuchaba el crepitar de las llamas y en la que estas aún bailaban sobre los leños. Aún quedaba algo de tiempo para que se apagase el fuego, y la estancia estaba bastante iluminada, puesto que el sol aún no se había perdido por las montañas del occidente.

Tomó la carta y la examinó, sin aún abrirla. Era papel de una calidad bastante buena, bastante blanco y liso. Tenía un pegote de cera sellando la cara, pero ningún sello. Frunció el ceño, sujetando la misiva con ambas manos mientras avanzaba hacia una de las sillas junto a la mesa rectangular, colocada junto a una ventana. Se senté, tranquila, y antes de abrirla echó un vistazo por la ventana. Desde ahí se veían las ruinas del fuerte, y otra casa más en la distancia, con sus campos. Los nórdicos, tan supersticiosos como eran, evitaban la zona que rodeaba al fuerte, por lo que era una zona considerablemente pacífica y tranquila, sin conflictos. Sólo un puñado de personas lo suficientemente locas decidían acercarse a las ruinas, supuestamente embrujadas. Había cientos de casas abandonadas de cuando el fuerte aún estaba activo, incluida aquella en la que ella vivía.

Devolvió la mirada a la carta, y, curiosa como el gato muerto, rompió el sello y la abrió, y comenzó a leerla.

«Ciertamente, el que ha escrito la carta no tiene el don de la palabra...» Pensó, retirando la mirada y soltando un suspiro. Soltó la carta sobre la mesa y me levantó, decidiendo que no tenía tiempo para tales chorradas. El "Orador de Yéhnev" le ofrecía tras deseos con tal de ir al desierto. Chorradas. No tenía tiempo que perder para ir en busca de deseos. ¿Qué podía desear? Tenía una vida tranquila, alejada de la incesante guerra entre el bien y el mal que implicaba el poseer el don de la magia. Siempre estaba ocupada, por lo que no tenía tiempo para aburrirse.

Soltó un suspiro mientras recogía nuevamente el cesto de la ropa, dispuesta a continuar con sus tareas y olvidar la carta. Y la olvidé, aunque fuese durante unos pocos días. Ocuparse del campo y de los animales y de ella misma no le dejaba tiempo para pensar, y casi siempre acababa tan cansada que quedaba dormida en el momento que descansaba su cabeza sobre la almohada. La mayor parte de los días tras recibir la carta fueron así, pero en la noche del quinto día simplemente no conseguía conciliar el sueño.

Pese a que había tomado la decisión de alejarse de todas las cosas mágicas, no pudo evitar sentir, finalmente, algo de curiosidad por el asunto. ¿Quién era el Orador, y por qué, de todas las personas con poderes, la había elegido a ella, justo la que había decidido no usarlos? ¿Qué secretos escondía el desierto? ¿Era verdad lo de los tres deseos?

En la mañana del sexto día se levantó temprano, más temprano de lo habitual, y volvió a leer la carta, centrándose en las primeras frases. "Desierto Eterno. Territorio de los Djinn. La Cueva de la Dama." Al menos le decía dónde tenía que ir, el problema era llegar. No recordaba haber ido nunca a Garnalia del Sur, y mucho menos al Desierto Eterno. Lo único que sabía de él es lo que había leído en libros y lo que había visto en los mapas. No conocía ni dónde estaba el territorio de los Djinn con exactitud, y menos una cueva con forma de estatua caída.

Soltó un suspiro. Se había alejado de la magia para volver a ella.

Se colocó un chal sobre el vestido y tomó un cubo, y anduvo unos cuantos minutos hasta el riachuelo cercano para tomar algo de agua. No se encontró con nadie por el camino, quizá porque era temprano o porque estaban ocupados en sus campos y sus demás problemas. O quizá es que porque no había nadie. Había pasado un mes desde que había visto por última vez a su vecino.

Llenó el cubo con agua y regresó a casa. Una vez de vuelta, tapó todas las ventanas y atrancó la puerta. No quería ninguna interrupción del exterior, y los norteños quizá no se tomasen bien el hecho de hacer magia junto a unas ruinas encantadas, aunque, ¿quién más vivía ahí? Prácticamente estaba aislada del mundo.

Una vez sola, sacó unas velas de un pequeño armario, y una a una las encendió y las dispuso sobre la mesa, describiendo un círculo. En medio de ese círculo colocó un cuenco metálico, de un color gris apagado, y vertió parte del agua del cubo en el cuenco, con cuidado de no mojarse o mojar la mesa o apagar las velas. Luego, vertió el agua sobre las brasas de la chimenea. No quería que ningún ruido la molestase, incluso si ese era el acogedor crepitar de las llamas.

Finalmente, se acercó al cuenco de metal, cerró los ojos al tiempo que colocaba las manos encima del agua, y se concentró. Se concentró y redirigió sus energías mágicas hasta la palma de sus manos, y de ellas a la superficie del agua. No le era complicado crear un óculo, ya lo había hecho varias veces en el pasado. Ahora, sin embargo, no era una simple aprendiza, era una maga consagrada, una maga especializada en la magia acuática. Una maga que decidió dejar de usar la magia para llevar una vida mundana. Permitió que en su rostro, iluminado por la luz de nueve velas, se apareciese una corta sonrisa, aunque pronto la borró. No quería perder la concentración. Aunque el crear óculos no le era complicado, sí era un proceso que llevaba su tiempo y requería concentración.

Tras unos minutos, abrió los ojos. Sentía que el óculo ya estaba creado. Miró la superficie del agua, y no alcanzó a ver nada, ni el fondo del cuenco. Completa oscuridad. Decidió comprobar si el hechizo había salido bien, así que dio voz a sus pensamientos, pronunciando el nombre del primer lugar que se le pasó por la cabeza.

La Torre del Valle de los Lobos. —Dijo en voz alta y clara, mirando fijamente la superficie negra del agua. En ella no se reflejaban ni las llamas de las velas.

Pronto, la superficie negra del agua fue tiñéndose de color y en ella se pudo ver una torre erguida en medio de un bosque, con las montañas a su espalda. Soltó una sonrisita, aunque no se permitió demasiado tiempo en observar su antiguo hogar. Pronto sacudió la cabeza, y al mismo tiempo la imagen de la Torre se perdía, era consumida por las aguas negras del óculo.

Tomó la carta, y volvió a hablar.

El Desierto Eterno. El Territorio de los Djinn. La Cueva de la Dama, que tiene la forma de una estatua caída, de una mujer de piedra. —Leyó con cuidado las palabras de la carta. El óculo le enseñó los primeros dos lugares, pero con la mención de la Cueva de la Dama la imagen de un desierto cálido desapareció, y se volvió a ver nuevamente la superficie negra del agua.

Lumière frunció el ceño. «¿Qué ha pasado? ¿No puede encontrar la cueva, o me está mostrando el interior?» Se preguntó. Volvió a probar, esta vez con un pequeño cambio en sus palabras.

El Desierto Eterno. El Territorio de los Djinn. Exterior de la Cueva de la Dama, que tiene la forma de una estatua caída, de una mujer de piedra —Volvió a decir. Se le aparecieron tanto el Desierto como el Territorio de los Djinn, pero el óculo rechazaba mostrarle la cueva. Al parecer, tendría que buscarla. —. El Desierto Eterno. El Territorio de los Djinn.

Soltó un suspiro. Sólo hasta ahí le iba a ser fácil. Ahora tenía que encontrar una cueva en tierra incógnita. Esperaba que fuese fácil, aunque sabía que no lo sería.

Efectivamente, no lo fue. Se pasó horas mirando las arenas y las arenas del desierto. Las velas casi se consumieron, hasta que encontró, finalmente, la Cueva de la Dama. Memorizó el lugar y los alrededores, para teletransportarse más tarde, y deshizo el óculo y volvió a encender el fuego y destapó las ventanas y desatrancó la puerta. Guardó las velas y devolvió el agua al cubo y guardó también el cuenco. Tras eso, volvió a salir, esta vez a casa de su vecino. Llamó a la puerta y esperó unos minutos antes de que un hombre con aspecto amenazante abriese. No tardó mucho en convencerle de que cuidase sus animales, unas cuantas cabras, cerdos y gallinas, a cambio de que pudiese quedarse con los huevos y la leche en su ausencia, y un lechón cuando regresase de su "viaje", si es que alguna vez regresaba.

No le gustaba demasiado el hecho de que en la carta le hubiese advertido de ir sola y armada, por los monstruos.

Regresó a su casa, cerrando la puerta con llave y atrancándola nuevamente. Aunque le había pedido a su vecino que cuidase de sus animales, no confiaba en él lo suficiente para dejar la puerta abierta. Aunque no tenía demasiadas cosas de valor. Comió algo, algo de pescado ahumado que compró en el pueblo más cercano y queso con un mendrugo de pan, y un vaso de vino mezclado con agua. No era una comida digna de reyes, pero le serviría. Preparó un pequeño zurrón en el que puso algo de carne seca y unos cuantos trozos de pan, además de un odre lleno de agua. Siempre que necesitase más comida o bebida podría usar magia, pero prefería no gastarse sus energías en eso. No sabía qué le esperaba en su viaje.

Convirtió sus ropas en armadura y su chal en un manto de color ocre, ligero, que se colocó encima, y conjuró su espada y su escudo, envainando una y colgándose el otro de su cinto. Finalmente, asegurándose de que no le faltaba nada, se colocó la capucha del manto sobre la cabeza y cerró los ojos, y pronunció unas palabras en alto.


VèthEwëLindurTót

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