El juicio

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El juicio por La Diosa, Jue Mar 21, 2013 3:58 pm
Recuerdo del primer mensaje :

En la torre izquierda del castillo del Concilio (que es la más ancha, aunque no la más alta), en la planta más baja, existe una puerta enorme, imponente y tallada en madera oscura, casi negra, que está constantemente vigilada por cuatro guardianes inmortales, de piedra. En la parte alta, sobre ella, un letrero de mármol reza: «Juzgado del Concilio». Debajo, hay escrito un pequeño texto en runas arcanas que habla de la prosperidad de la Justicia y de las virtudes de la Diosa.

El primer día de primavera, a las últimas luces del ocaso, las puertas del Juzgado estaban abiertas. La sala era enorme y tenía la siguiente disposición: al fondo, en el centro y en la parte más alta, había un palco con tres majestuosos asientos, ocupados por el triunvirato de Anaë-draýl (Presidente del Concilio), Alice (la Vicepresidenta) y Shewë (la Jueza Suprema); a la derecha, descendiendo un par de escalones, había una larga mesa donde se hallaban los nueve miembros restantes del Concilio. En la parte más baja, en el centro de un espacio circular, se encontraba el banco de los acusados y, detrás, una serie de asientos para testigos, defensores y demás implicados en el caso. El resto de asientos, dispuestos en forma de gradas, estaban reservados para miembros de la comunidad mágica que actuaban como jurado en caso de empate entre los miembros del Concilio o en cualquier otra situación extraordinaria.

Las puertas acababan de abrirse y los únicos que ocupaban la sala eran los miembros del Concilio. Todos estaban presentes (incluso Nerón, que solía eludir aquel tipo de acontecimientos). Todos... salvo la Señora de la Torre. Su silla permanecía vacía, en la esquina derecha. Al lado estaba Joseph Winterose, aún recuperándose de las heridas del duelo y con un cofre en sus manos que rezumaba oscuridad por los cuatro costados.

Pronto, los magos elegidos como jurado entraron en la sala. Todos entraron por su propio pie, pues estaba prohibido el uso de magia, y, en unos veinte minutos, ocuparon buena parte de los asientos libres, aunque varios quedaron vacíos. Algunos eran magos de prestigio; otros, guerreros que habían sobrevivido a la batalla de las Tierras Muertas y estaban en buenas condiciones para asistir al juicio.

Por último, entró Crescent fon Wölfkrone, que, junto con Joseph, eran los únicos presentes que podían hablar de lo sucedido en las Tierras Muertas. Con él iba Michelle Swallow, en representación del ejército del Concilio, y ambos fueron conducidos a la zona de los testigos, donde les cedieron dos asientos privilegiados.

Luego se hizo el silencio, que solo fue roto por Anaë-draýl cuando estuvo seguro de que no faltaba nadie.

Antes de empezar, quisiera agradecer la presencia de todos ustedes en la celebración de este juicio —dijo e hizo una pequeña pausa—. Como tristemente sabemos, una organización denominada los Seis Secretos se ha encargado de sembrar el terror en la comunidad mágica durante los últimos meses...

»Al principio creímos que eran solo unos rebeldes sin importancia, pero, después de la batalla, de las bajas y de la convocatoria de los duelos, se ha convertido en un asunto de gravedad que va en contra de los principios marcados por nuestra Diosa.

»Por eso, pese a la ausencia de prisioneros a los que culpar, hemos aprovechado la celebración de este juicio para decidir el destino que le espera a los implicados.


El Presidente del Concilio clavó la mirada en Joseph, primero, y luego en Crescent y en Michelle. A continuación, fue la Jueza Suprema quien tomó la palabra:

Según las informaciones que nos han llegado, los miembros de esta organización son Flextus, Iaga, Bast, Andurk de Ripernak, Raven Darkhole y Xerxes Break —prosiguió—. De los duelistas, solo dos han regresado con sus respectivos secretos. ¿Qué podéis decir de los demás? —preguntó, sobrevolando con la sala con la mirada—. Vos, Crescent fon Wölfkrone, tengo entendido que fuisteis quien luchó con Flextus. Me gustaría escuchar vuestro testimonio.

Y volvió a alzarse el silencio. Todas las miradas se clavaron en el guerrero exaltado y esperaron a que comenzara a hablar.



Última edición por La Diosa el Lun Sep 02, 2013 12:25 pm, editado 2 veces
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Re: El juicio por La Diosa, Mar Mar 26, 2013 7:52 pm
Contra todo pronóstico, William reconoció haber cometido los delitos de los que se le acusaba. Habló, con lágrimas en los ojos, de lo que le había hecho a Catherine y de sus tratos con nigromantes. Se le veía muy afligido, roto de dolor, y, sobre todo, arrepentido. Muy arrepentido de sus actos. Muchos creyeron que se retractaría entonces de sus acusaciones hacia Narshel, pero se mantuvo firme en su postura y continuó argumentando que lo había utilizado para llevar a cabo sus experimentos.

No tenía nada que ganar, era cierto. De hecho, con sus declaraciones se estaba asegurando una condena. Esto aumentó su credibilidad, porque ¿qué interés podía tener William en implicar a Narshel si lo iban a condenar igualmente?

Mencionó el intento de violación a Catherine y como su obsesión con ella lo había conducido a mancharse las manos con magia negra. Los archimagos del Concilio se miraron entre sí y sus ojos decían más que cualquier palabra. Aquello podía cambiar el prisma de las cosas. Podía restarle culpa a Narshel o agravar aún más sus cargos.

Después, Caroline mostró sus cicatrices ante el público como prueba de su testimonio. Al hacerlo, decenas de exclamaciones ahogadas se escucharon en la sala. Se la veía frágil, decaída y débil, como una muñeca rota. Narshel observó sus heridas con horror y Hernôt se cubrió el rostro con las manos.

Estas heridas se corresponden con el hechizo Terwüm Caeris, sin ninguna duda ―comprobó Lord Strord, acercándose a la mujer y examinando sus cicatrices―. Han sido creadas por un mago muy poderoso, no hay más que posar la mano sobre ellas para notar la energía que desprenden.

¿Podría ser la magia de un nigromante, Lord Strord? ―preguntó Alice.

El carcelero se detuvo un momento y cerró los ojos para percibir mejor la energía que transmitían aquellas horribles heridas. Tardó un par de minutos durante los que todos contuvieron la respiración y, luego, volvió a hablar:

Es una sensación extraña. A pesar de que se trata de un conjuro de magia prohibida, la energía que desprende es pura. Es la magia de un archimago. Puede comprobarlo quien quiera.

Narshel agachó la cabeza. Todas las pruebas se volvían en su contra y no podía hacer nada para evitarlo. Ofrecer sus recuerdos, como había hecho Crescent, iba en contra de las reglas del Concilio en aquel juzgado. Solo le quedaba esperar.

Ningún archimago (salvo usted) ha visitado la Torre en los últimos tiempos ―repuso Shewë―. Esas heridas son muy similares a las que tenía el cuerpo encontrado en el sótano de la Torre. Es, por lo tanto, una prueba irrefutable en su contra…

»Por favor, traed el espejo.


Dos de los guardas se introdujeron tras la puerta pequeña por la que había salido Narshel y, al rato, volvieron a aparecer con un espejo de pie en sus manos. No era un espejo normal. Su superficie era líquida y no de cristal. Era un espejo de agua, agua que no se derramaba y que permanecía fija, incrustada en el espejo, agitándose en forma de ondas cocéntricas.

Alice, experta en el uso de la magia acuática, bajó hasta la zona de los acusados y se colocó frente al espejo. Posó sus manos sobre la superficie y las gotas de agua se adhirieron a sus dedos. Entonces pronunció las complejas runas trazadas en los bordes, en una retahíla rápida de la que los oyentes no habrían podido extraer casi ninguna palabra.

Entonces, una imagen empezó a cobrar forma en el espejo. Eran las montañas que bordeaban la Torre. Se veía una cascada y, junto a ella, estaban Narshel y un joven Crescent, muy distinto al actual, de cabellos rubios y ojos azules. En el suelo, agonizando, había un mago oscuro. Anthon. Uno de los que había jugueteado con el báculo que robaba la magia a quien lo tocara.

«Tal vez en otra vida… ―dijo el mago― haya una oportunidad para mí…, para los dos… Te quiero». Luego, el espejo reveló como Narshel se acercaba a aquel servidor del Dios y, ante la mirada expectante de todos los presentes y de la propia archimaga, se acercaba a él y lo besaba en los labios. «Espero que encuentres la paz», le respondió ella, visiblemente triste.

Los apoyos que le quedaban a Narshel empezaban a desaparecer. Alice la miró con cierta pena en la mirada y volvió a tocar el espejo. Una nueva imagen tomó forma en él. Esta vez se trataba de la habitación de la Maestra. De nuevo, aparecía Narshel… y otro mago oscuro. Felix Vonturin.

Así, se apreció perfectamente como Narshel se acercaba al mago oscuro y lo retenía tomándolo del brazo. «Por favor…», le susurró. Entonces ella, con una lágrima resbalándole por la mejilla, cerraba los ojos y le plantaba, también, un beso en los labios. El respondió a su beso y luego, Narshel le preguntó: «¿Me conducirás hasta el espejo?».

Ante aquel segundo beso, se levantó una nueva oleada de exclamaciones exaltadas e hirientes hacia la Señora de la Torre, que permanecía muda y lívida en el banco de los acusados. Por tercera vez, Alice utilizó el espejo para mostrar una escena nueva y los magos presentes ya se esperaban cualquier cosa. Incluso William y Caroline tenían los ojos abiertos de par en par.

Lo primero que se vio en la tercera escena fue a Narshel encerrada en un lugar oscuro, muy oscuro. Por lo poco que podía apreciarse, se podía deducir que se hallaba en un templo. Un templo consagrado al Dios. Fuera de la prisión, había otro mago oscuro. Un joven rubio, de ojos azules, como el que había descrito Caroline. Haku. «Veinticinco años. Y, tal vez, ya no recuerdes nada de ellos», dijo Narshel. «Lo recuerdo todo ―le respondió él―. Todo. Cada sonrisa, cada mirada, cada detalle. Veinticinco años no se borran de un plumazo. Ni siquiera en mi memoria… “frágil”. ―Hizo una pausa―. ¿Y tú? ¿Qué hay de tu memoria? ¿Me has olvidado en este tiempo?». De nuevo, silencio. Narshel parecía muy afectada. «Ojalá pudiera hacerlo. Todo sería más fácil si tú… y tu recuerdo desaparecierais sin dejar rastro. ¿Por qué lo has hecho? ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué me has traicionado?! ¡Tú, de entre todos! Oh, ¿por qué? Solo dime eso… Solo dame una razón… Una maldita razón». En la siguiente pausa, todo el juzgado permaneció en silencio. «¿Quieres que te dé una razón? Si te dijera que porque te quiero… ¿me creerías?», respondió él. Y desapareció la imagen del espejo.

Durante varios minutos, nadie dijo nada. Después Shewë rompió el silencio:

Estas imágenes demuestran su estrecha relación con tres magos oscuros, señora Letswick. Anthon, Felix Vonturin y Haku, para ser exactos. ―Luego miró a William―. Usted, William Arkwright, se declara culpable de uso de magia negra, de trato con nigromantes, de haber controlado mentalmente y e intentado violar a una maga consagrada y de haber sido cómplice en los experimentos de Narshel. Todos estos cargos tendrán consecuencias, pero este jurado valorará su valentía al confesar los crímenes y la denuncia a la Señora de la Torre, en el caso de que las acusaciones sean ciertas. No obstante, esperamos que usted haya sido sincero tanto ahora como en lo que contó al Concilio cuando denunció a Narshel. Supongo que sabe lo que quiero decir.

»Antes de pasar a la siguiente prueba, me gustaría escuchar que tiene que decir la acusada sobre las imágenes que muestran el espejo.


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Re: El juicio por Narshel, Miér Mar 27, 2013 1:29 pm
El primer atisbo de magia irrumpió en el juzgado con la aparición del espejo. Aquello solo podía significar que las imágenes se habían presentado como pruebas mucho tiempo antes del juicio, pues solamente presentando una solicitud junto a la denuncia y con largos y tediosos trámites podía admitirse la utilización de métodos como aquel. Y, aún así, el uso de recuerdos o la intrusión en la mente de alguien no estaban muy bien vistos en el Concilio.

Eso me inquietaba. Si todo aquello había estado planeado desde meses atrás, ¿cómo es que no me había dado cuenta hasta aquel momento? ¿Por qué el Concilio había guardado un silencio tan sepulcral en torno a aquel tema? Y lo que más me inquietaba… ¿Quién había cedido aquellas imágenes? Todos los indicios apuntaban a Riak... o a Haku. La primera imagen se veía desde su perspectiva. La segunda, Riak se la había mostrado. Y la tercera… De la tercera no podía decir nada. ¿Tendría el nigromante un óculo entonces? ¿Había ofrecido él las pruebas? Nada parecía encajar.

Lo único que puedo decir es que esas imágenes están sacadas de contexto, señoría. Puedo demostrarlo. Puedo mostraros mis recuerdos, aunque tenga que salir del juzgado para ello, o puedo hacerlo aquí mismo. Creo que la gravedad del asunto merece la excepción, porque se está juzgando mi destino. ¡Se me está juzgando por crímenes que no he cometido...!

Sin embargo, las heridas de Caroline jugaban en mi contra. Si habían sido creadas por un archimago y yo no había tenido nada que ver..., ¿quién era el responsable de aquella atrocidad? William, por su parte, tras haber confesado todo lo que Crescent me había insinuado en una ocasión, seguía defendiendo mi culpabilidad. ¿Cómo había sido capaz de traicionarme de tal manera? ¿Es que en aquella sala no había nadie cuerdo, mas que Crescent y Michelle?

Me llevé las manos a la cabeza y mis dedos se entrelazaron con mis mechones de pelo. No sabía qué más podía hacer para demostrar mi inocencia y empezaba a pensar que había alguien entre los archimagos del Concilio que pretendía hundirme. Tal vez Shewë, que más de una vez se había visto interesada en mi escuela.

No sé quién le habrá hecho esto a mi aprendiza. Tampoco sé quién os habrá cedido esos recuerdos, porque solo pudo ser algún mago oscuro. Solo sé que yo no soy culpable de nada. ¡¿No habéis pensado que esto puede ser una estrategia de Riak?! ¡Él pudo haber cedido esas imágenes...!

Ya no dije nada más. En el juzgado, las opiniones eran muy variadas, pero no me habían pasado desapercibidos los gritos que me señalaban como una sádica que disfrutaba experimentando con sus alumnos. Los ojos se me llenaron de lágrimas de furia y desespero y agaché la cabeza, clavando en el suelo la mirada.

Según las palabras de Shewë, había una prueba más en mi contra. Según ella, se había encontrado un cadáver en el sótano de la Torre. Según William, él me lo había proporcionado.

Todo mi mundo se estaba cayendo a cachos y ya solo dejé que pasara el tiempo, porque nada podía ir peor.


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Re: El juicio por La Diosa, Miér Mar 27, 2013 2:39 pm

Emociones encontradas. Eso era lo que había en el juzgado en aquel momento. Opiniones enfrentadas. Para muchos, era difícil sostener la inocencia de Narshel tras las pruebas que se habían presentado. Entonces, Marie Du Ciel, una de las archimagas que había permanecido en silencio, se puso en pie para hablar a favor de Narshel:

Riak es un nigromante muy poderoso y retorcido. El joven que aparece en la imagen, Haku, es el hijo de mi prima Aglae, que en paz descanse. Estaba muerto y fue el kai de Narshel. Riak odiaba a mi prima y no me extrañaría que lo hubiera resucitado solo para vengarse. ¡Él puede ser el responsable de todo esto! ¡Tiene los medios para hacerlo...!

Lord Strord la miró, no muy convencido:

¿Y cómo explicas que estas heridas sean obra de un archimago? Es evidente. Ni siquiera un nigromante experto en metamorfosis podría engañarnos en algo tan claro. Narshel es culpable. ¡Es culpable y merece pagar por sus crímenes!

Y regresaron las discusiones, a las que se sumó incluso el carcelero, que se había preocupado por mantener el silencio. Anaë'draýl y Shewë observaron la escena, callados, hasta que agotaron su paciencia.

¡Silencio! —exclamó el Presidente del Concilio—. Presentad la última prueba y luego se decidirá el futuro de Narshel por votación, como corresponde hacerlo.

La jueza volvió entonces a retomar la palabra, cuando los gritos y murmullos se apagaron:

Coincido en que la gravedad del asunto merece la excepción, señora Letswick, pero usted es una archimaga. Conocemos su poder y usted sería perfectamente capaz de esconder aquellos recuerdos que no le interesa que veamos —dijo Shewë, abandonando por completo la objetividad que, en teoría, debía tener todo juez—. Pido que se arreste a William Erik Arkwright como sospechoso y que se coloque en el banco de los acusados.

De nuevo, nuevos guardas se dirigieron a la puerta trasera y regresaron con cadenas. William no ofreció resistencia cuando le colocaron los grilletes en las manos y lo empujaron hasta el banco de los acusados. Miró a Narshel y una sonrisa ligera, artificial y casi imperceptible, se dibujó en su rostro, pero luego apartó la mirada de la archimaga y la clavó sobre la jueza.

Con disimulo, una fila de cuatro guardas se colocó cerca de la mesa de los testigos, en la zona de Crescent y Michelle. Se los veía tan alterados que temían que en cualquier instante se abalanzaran sobre William, Caroline o sobre cualquier miembro del Concilio.

Solicito la presentación de la última prueba —dijo Shewë.

Luego, silencio. Pasaron varios minutos hasta que, de la puerta trasera, emergió una figura. Era una elfa y, por un momento, todos pensaron que se trataría de un nuevo testigo, pero no fue así. Simplemente arrastraba, junto a dos elfos más, una rústica camilla de madera, de cuatro ruedas, que colocaron en medio del juzgado, entre los acusados y el triunvirato del Concilio. Los elfos llevaban en sus túnicas la insignia de la Fortaleza de Aryewïe.

Sobre esa camilla había un bulto cubierto por una sábana blanca. Se podía adivinar una figura humana por las formas, que permanecía completamente inmóvil. Miradas de incredulidad recorrieron todo el juzgado. ¿Acaso habían traído el cuerpo encontrado en el sótano hasta allí?

Narshel contuvo la respiración y William también lo hizo, tal vez porque sabía lo que se iba a encontrar. A una señal del Presidente, los elfos retiraron la sábana blanca, que era en realidad una mortaja, y...

Gritos, exclamaciones ahogadas y hasta oraciones a la Diosa recorrieron la sala. Hernôt Trenï no pudo soportarlo y rompió a llorar y abandonó su silla y estuvo a punto de salir del juzgado, pero Rahnag lo detuvo y le pasó el brazo por los hombros, intentando tranquilizar al muchacho. Aliwen se cubrió la boca con las manos y Joseph bajó la mirada, apretó el puño y frunció el ceño. El resto permanecieron impasibles, especialmente Shewë, a la que nada parecía afectarle.

La jueza abandonó su posición y se colocó junto a la camilla. Allí estaba el cuerpo, perfectamente conservado pero con heridas horribles, muy semejantes a las de Carol. La expresión de su rostro, aunque pálido, frío y con cicatrices, era serena, como si durmiera. Sus formas de mujer se adivinaban tras la túnica roja que llevaba, la misma túnica desgarrada con la que había muerto. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho, ligeramente amoratadas. Pero, sin duda, lo que más llamaba la atención era el largo y denso cabello pelirrojo que le llegaba hasta la cintura.

Era el cuerpo de la mujer que, sin estar presente, había sido protagonista de los testimonios de aquel juicio. Era el cuerpo de la víctima de los abusos de William y de, quizás, los experimentos de Narshel. Era Catherine, la famosa Catherine, y estaba muerta. Y así se había guardado el secreto de su muerte a la espera de que la Señora de la Torre se pronunciara al respecto.

Pero no lo hizo. Solo rompió a llorar.

Este es el cuerpo que encontramos en el sótano de la Torre. William Erik Arkwright aseguró haber secuestrado a esta mujer, Catherine, para que Narshel probara sus experimentos sobre ella. Dijo en su denuncia que la Señora de la Torre se lo había pedido, argumentando que necesitaba un mago consagrado, pero que no supo que lo que realmente necesitaba era a la chica muerta hasta que fue demasiado tarde. Dijo que él mismo encontró su cuerpo en el sótano.

»Son las heridas de un archimago. ¡Narshel ni siquiera ha tenido la decencia de revelar la identidad de la fallecida! ¡La Señora de la Torre es una asesina!
—proclamó Shewë, viperina, señalando a Narshel con el dedo.

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Re: El juicio por Crescent fon Wolfkrone, Miér Mar 27, 2013 6:39 pm
Shewë, como no, continuó siendo la juez malhumorada que siempre fue.

Pero lo que más me sorprendió y agradó fue el hecho de que Will reconociese su culpa. Una sonrisa apareció en mi rostro al ver que reconocía haber hecho todas las cosas de las que había sido acusado, y, aunque esperaba que su culpabilidad cambiase el parecer de la juez, no fue así.

Pero por lo menos el mundo supo lo que hizo Will, y era un tanto reconfortante pensar que quizá acabaría en Supplicium durante unos cuantos años, al menos.

Mi sonrisa se borró cuando trajeron el espejo a la sala, y, simplemente, la llama de la esperanza de que Narshel saliese impune del juicio se hacía cada vez más pequeña con cada escena que se veía reflejada en la superficie del espejo. Anthon, Felix... Haku. Los conocía a todos, o los había conocido en algún punto pasado. Aquellas imágenes habían sido sacadas de contexto, yo lo sabía y Narshel también, pero, ¿quién iba a creerme al hablar? Joseph, quizá, y Narshel, y podría ser que Michelle también, o incluso unos miembros del concilio tras ver que mis acusaciones hacia William eran ciertas.

Pero con lo que vino tras eso, no importaría. Nada de lo que pudiese decir para salvar a Narshel importaría, ni yo ya estaba tan seguro de que era inocente, o de que mis esfuerzos para defenderla eran en vano.

Bien, unos cuantos elfos entraron en la sala portando una camilla de madera en la que obviamente había tendido alguien. Nada más tras que los elfos, portando los emblemas de la fortaleza de Aryewïe. Lentamente quitaron las mortajas del cadáver, y las reacciones fueron variadas.

La mayoría de los archimagos exclamaron su sorpresa, aunque uno de ellos, el más joven, sin duda, echó a llorar y parecía que quería salir de la sala, pero lo interceptó otro de los archimagos que intentó tranquilizarle. Sin embargo, algunos de los archimagos del Concilio no murmuraron palabra ni rezo alguno al ver el cadáver, y, como no, entre ellos estaba Shewë. Cada vez dudaba más de si tenía un corazón que le permitiese sentir... ¡lo que sea! ¡Dolor, pánico, alegría! ¿Podría sentir algo aquella elfa?

¿Cual fue mi reacción?

Yo simplemente negué con la cabeza, apenas moviéndola unos milímetros de lado a lado, incrédulo de lo que veían mis ojos. No cayeron lágrimas por mis mejillas, no solté ningún alarido de dolor. Ni salió de mi boca un susurro que parecía decir no: Nada, parecía estar muerto.

Y es que, por dentro, mi mundo se desmoronaba lenta y dolorosamente, al ver el cuerpo de la finada. La túnica roja que portaba, la palidez de su piel, las cicatrices y los moratones que podían verse en ella... y su cabello: La muchacha era pelirroja, como Catherine.

Era Catherine.

Ya se me hizo difícil, si no imposible, decidir si de verdad Narshel era inocente y todo era una estratagema de algún nigromante, Riak o Amelia, si es que seguía viva tras los duelos, o si de verdad Narshel era la persona que Will y Carol describían.

Me senté de nuevo en la silla, mientras escuchaba los lloros de Narshel, y la sentencia de Shewë.

Michelle Swallow
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Re: El juicio por Michelle Swallow, Miér Mar 27, 2013 9:40 pm
Cathy estaba muerta. Y, desde que su cuerpo entró en la sala, dejó de importarme la suerte de Narshel, si imputaban a William, si Carol mentía o si se acababa el mundo. Perdí la fe en todas las personas y en todas las cosas.

Shewë dijo algo, pero no lo escuché. Toda mi atención estaba puesta en el cuerpo de Cathy. Los ojos se me llenaron de lágrimas y me temblaron los brazos. Miré a Crescent, pero toda su reacción fue una negación de cabeza. Luego se sentó en su silla, callado e impasible, como Shewë. Como si en lugar del cuerpo de Cathy estuviera viendo un insecto aplastado. Como si no le importara nada, como si después de cinco años aquella mujer fuera una extraña para él.

Así perdí la fe también en el que creía mi único apoyo en el juzgado. Me sentí sola. Sola en el juzgado y sola en el mundo. Más sola y miserable que nunca.

Miré a William, que había jurado amarla con locura cuando todo lo que había hecho era cumplir sus propios caprichos a cualquier coste. Miré a Narshel, que presumía de proteger y cuidar a todos sus alumnos cuando utilizaba su salud y sus vidas para su propio beneficio. Y, por último, mis ojos volvieron a Crescent. De él solo podía decir que no lo entendía. Incluso empezaba a pensar, dolida y desconfiada, que había salvado a Cathy aquella noche únicamente para vanagloriarse de sus hazañas. «Panda de hipócritas…», pensé.

Las lágrimas seguían cayendo por mi rostro, pero guardé silencio, aún asimilando lo que mis ojos veían.

No me lo puedo creer… —susurré, con una voz entrecortada.

Me levanté de la silla y abandoné la mesa. Corrí hasta el cuerpo de Cathy sin importarme si los guardas venían detrás de mí, a detenerme. Pero nadie me detuvo. Shewë me miró y creí que iba a decir algo, pero se calló cuando Alice bajó junto a ella y, tomándola del brazo, negó con la cabeza.

Verla allí, tan cerca y a la vez tan lejos... Fue una imagen que nunca se borraría de mi memoria. Era incapaz de creerme que aquella chica pelirroja, que había sido mi única familia y apoyo en los últimos años, hubiera muerto. La toqué. Estaba fría. Le tomé el pulso. No tenía. Su pecho ya no se movía al compás de la vida. Y, como señas del beso frío de la muerte, todo en ella era palidez, moratones y cicatrices.

Entonces me fallaron las piernas y me arrodillé junto a ella y grité de dolor. Los guardas, esta vez sí, me tomaron de ambos brazos y me arrastraron lejos de Cathy, intentando llevarme de vuelta a la mesa de los testigos.

¡¡¡HIJOS DE PUTA!!! —exclamé y mis palabras iban dirigidas a William, a Narshel, al Concilio y a todo el que las escuchara, porque en aquel momento odiaba a todo el mundo—. ¡¡Todos, todos ustedes son los culpables de que ella esté muerta!!

No me contuve más. Lloraba desconsoladamente, rota por dentro y con el fuego de la ira ardiendo en cada punto de mi ser. Me desasí de los brazos de los guardas y avancé un par de pasos, todo lo que pude sin que volvieran a apartarme aquellos dos cerdos que pretendían mantenerme anclada, con la boca cerrada como una estúpida damisela de ciudad, en la mesa de los testigos, haciendo a un lado mi verdad y mis emociones a favor del protocolo. Como hacían otros.

No… No, no, no, ¡¡ella no tenía que morir!! —grité y me volví hacia William, señalándolo—. ¡Tú! ¡Tú, maldito cerdo, tú tendrías que ser quien estuviera en el Otro Lado o en el Laberinto de las Sombras! ¡TÚ ERES EL MAYOR CULPABLE QUE HAY EN ESTA SALA! ¡ASESINO! —Empezaba a perder el control sobre mi conciencia y sentía al lobo latiendo en mi interior, luchando por salir y desgarrar a todos los presentes—. ¡Asesino…! Si sales vivo de Ekhleer, te juro que te mataré con mis propias manos…

Agaché la cabeza y traté de respirar. Extendí los dedos, intentando mantenerme en mi forma humana. Pero me costaba. Me costaba muchísimo en aquellas circunstancias. Levanté la mirada. No me importaban ya las consecuencias de mis palabras. ¡Todo estaba perdido! ¡Todo! ¡Todo perdía el sentido!

¡Ojalá te pudras en el infierno que te mereces! ¡Tú la humillaste, tú la destrozaste! ¡LA MATASTE EN VIDA! Y ahora… Y ahora te atreves a llorar por ella… ¡Guárdate esas lágrimas para algo que te importe de verdad!

Hice ademán de ir a por él, pero los guardas me detuvieron y Shewë levantó la voz: «¡Cálmese! ¡Esas no son formas de hablar en un juzgado, si quiere decir algo espere su turno y…».

¿Que me calme? ¡¿ME ESTÁ PIDIENDO QUE ME CALME CUANDO TENGO EL CUERPO DE MI MEJOR AMIGA FRENTE A MIS OJOS?! ¡¿CUANDO SUS ASESINOS ESTÁN EN ESTA SALA?! ¡NO, NO VOY A CALMARME!

Jadeé. Me sequé las lágrimas, aunque era inútil, porque seguía llorando. Shewë estaba perdiendo la poca paciencia que le quedaba, pero me daba igual lo que dijera aquella elfa racista a la que no le importaba un comino la vida de Cathy.

Y usted, Maestra… Yo no sé si de verdad habrá sido capaz de matarla. No sé si realmente la utilizó, pero no me importa. —Hice una pausa—. Solo sé que ella está muerta y que usted, aun siendo la Señora de la Torre, no hizo nada para impedirlo. ¡Nada! ¡Absolutamente nada…!

«¡Vuelva a su sitio y cállese ahora mismo, señora Swallow, si no quiere ser expulsada de esta sala! Aprenda a guardarse su dolor, porque todos aquí estamos sufriendo por esta situación», exclamó Shewë, cada vez más enfadada.

Yo la miré y me reí ante su comentario. Era una risa fría e irónica, mezclada con lágrimas.

¿Todos? ¿No me diga? —respondí, porque yo era la única a la que le importaba realmente Cathy—. ¿Incluso usted, que no respeta la memoria de Catherine y exhibe su cuerpo aquí, ante todos, como si fuera un trofeo? ¿Incluso William…. o, perdón, el señor Arkwright, que le destrozó la vida? ¿Incluso Narshel, que está acusada de haberla matado? Y dígame, ¿también sufre Caroline, que ni llegó a conocerla? ¿Sufre usted, señoría, por la muerte de una humana de la que no sabe sino su nombre? ¡Dígame! ¡¿De veras sufre alguien más en esta sala aparte de mí…?!

Volví a mirar a Crescent. «¿Y sufres tú, Maestro, que eras el hombre a quien ella amaba?», pensé, pero no lo dije en voz alta. Mis ojos se pasearon por la sala, evitando a toda costa el cuerpo de Cathy, porque no podía soportar aquella realidad.

Regresé a la mesa de los testigos, pero no me senté. Tan solo cogí mi capa y me la eché por los hombros. Shewë no me respondió, al menos no inmediatamente. Se veía que no estaba acostumbrada a que alguien se atreviera a contestarle. Me mordí el labio. La furia empezaba a convertirse en tristeza, en una tristeza infinita. Ya nada volvería a ser igual. Nada es igual cuando un amigo se marcha para no volver.

Pensaba que tú eras de los pocos que aún tenía corazón en esta sala —le susurré a Crescent cuando fui a coger mi capa—. Pensaba.

»Si alguna vez has sido real, si te queda algo de humanidad, lleva su cuerpo a la Torre. Ya me encargaré yo de llevarle rosas a la tumba.


Con esas palabras cargadas de dolor, abandoné la mesa de los testigos y salí de aquel juzgado envuelta en pena y en un dolor que me desgarraba el alma. Atravesé entonces el silencio y los dejé atrás a todos, a aquel circo que era la justicia del Concilio y a la hipocresía. Dejé atrás el cuerpo de Cathy, porque ya no soportaba estar ni un segundo más en aquel maldito juzgado, y atravesé las puertas y salí del castillo, pero me senté en los escalones de la entrada.

No había nadie. Solo estaban el viento, las estrellas y la luna. Ya era de noche, la noche más triste del mundo. Y entonces apoyé la cabeza y, mirando al cielo oscuro, lloré hasta que me quedé sin lágrimas.

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Re: El juicio por La Diosa, Jue Mar 28, 2013 12:01 am
Michelle abandonó la sala tras decir en voz alta todo lo que pensaba. Se había atrevido a contestarle a Shewë y, aunque era una desfachatez, era tal el dolor que reflejaban sus palabras que pocos se atrevieron a juzgarla.

El juicio debía continuar. Después de la partida de Michelle, se quedó una sensación de desconsuelo y de amargura en la sala.

Shewë, continúa —le pidió Anaë’draýl—. No vamos a permitir que las insolencias de una humana detengan el juicio de los acusados.

La elfa le lanzó una mirada cargada de ira, ira contenida hacia la chica que le había llevado la contraria.

Faltas de respeto como estas no se permiten en el Concilio, ¡que os quede claro a todos! —advirtió—. Y disculpad este pequeño altercado.

La mujer tomó aire y volvió a centrarse en los acusados. Aquella situación no le estaba gustando nada y se le notaba en la cara.

Podemos observar que Catherine ha sido asesinada, le pese a quien le pese. Las cicatrices que se pueden apreciar en su cuerpo son obra de un archimago. Usted, William Arkwright, ¿puede contarnos su versión sobre la muerte de esta mujer? ¿Cuál fue su papel en ella, en los planes de Narshel? ¿Por qué accedió a hacer lo que ella le pedía?

Shewë estaba haciendo un esfuerzo por continuar el juicio como si nada hubiera pasado, como si Michelle nunca hubiera estado allí. Pero ella los había conmocionado a todos con su llanto desgarrador y todo lo que había dicho permanecía en las mentes de los presentes y en las conciencias de los acusados.

William E. Arkwright
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Re: El juicio por William E. Arkwright, Jue Mar 28, 2013 7:20 pm
Ver el cuerpo de Catherine fue doloroso, aunque ya sabía que estaba muerta. No obstante, había tratado de eludir aquella realidad por todos los medios y, ahora que estaba frente a mis ojos, ya no estaba en posición de negar mis pecados. Allí estaba su melena pelirroja, sus brazos fríos e inertes y sus labios, que ahora lucían tristemente morados. Los labios de los que tomé tantos besos robados.

En aquel momento, me odié más a mí mismo de lo que odiaba a Crescent o a Riak.

Michelle fue la primera en hablar. Sus palabras fueron como jarros de agua fría. Puso en duda la veracidad de mis lágrimas, cuando nada me había importado en el mundo más que Cathy. Me tachó de asesino… y en eso, aunque me duela reconocerlo no se equivocaba.

Se fue de la sala, exasperada, y yo permanecí con los ojos fijos en Catherine y las cadenas en las manos. Había lágrimas en mis ojos, pero eran lágrimas discretas y calladas, las únicas que podía derramar después de haber llorado mil veces su muerte. Shewë continuó con el interrogatorio, pero los gritos de Michelle habían alborotado las emociones de todo el juzgado. Sin embargo, para mí, era más escalofriante el silencio de Crescent que las palabras de Michelle, porque no sabía qué podría estar pasando por su cabeza en aquellos instantes.

Shewë me preguntó entonces sobre la muerte de Catherine. Yo sentía una punzada en el pecho, una punzada de dolor que iba más allá del dolor físico, porque era el dolor del alma. La carga de la culpa. La desesperación ante el paso del tiempo. El arrepentimiento por lo que sucedió aquel día… y la certeza de que ya no la recuperaría más.

Narshel me pidió el cuerpo de una maga consagrada para realizar sus experimentos —dijo Riak, abriéndose paso entre el mar de pesadumbre en el que me ahogaba—. Catherine cumplía con los requisitos que ella necesitaba y me convenció para que la secuestrara, ya que, tras haber ejecutado un hechizo de control mental sobre ella una vez, podría volver a hacerlo. Ella no quería mancharse las manos. Me encomendó a mí la tarea.

»No lo conseguí. Tras un forcejeo, la golpeé en la cabeza y la llevé, inconsciente, al sótano de la Torre. Narshel me prometió que no le sucedería nada malo, que el conjuro que iba a utilizar sobre ella era seguro…
—Agaché la cabeza. Mi voz sonaba temblorosa. Riak no hacía más que soltar mentiras y pretendía culpar a Narshel de una muerte en la que yo había sido el único culpable. Aquello me hizo recordar las palabras de Haku en los bosques de Tamika. No, la Maestra no tenía por qué cargar con mis crímenes—. Dos días después la encontré muerta y…

Mi voz se detuvo. Mis puños se cerraron. Volví a contemplar el cuerpo de Catherine y la rabia que sentí al ver su piel pálida y su inexpresivo rostro me dio fuerzas para luchar. Todo mi odio se centró entonces en Riak, porque era él quien me había conducido a estos extremos. ¡Porque era él quien lo había destrozado todo, porque era él el mayor culpable! Entonces pensé en mí, pensé en mi pasado, pensé en cosas que él no podía conocer. Centré todas mis fuerzas en derrotar aquella presencia que dominaba mi voluntad y descargué en esa tarea el huracán de emociones que me había provocado la muerte de Cathy.

Y, entonces, pude mover a voluntad los dedos y los ojos y los labios… El nigromante seguía allí, batallando por controlar los hilos de mi conciencia, pero yo levanté todas las barreras que pude y exclamé:

¡YO LA MATÉ! Nada de lo que he dicho es cierto, fui yo quien la mató. Narshel no tuvo nada que ver. Cathy y yo nos encontramos en el Valle de los Lobos y empezamos a discutir. La ataqué, nos enfrascamos en un combate. Ella logró vencerme y pudo haberme matado, pero me perdonó la vida y, cuando se giró, yo aproveché para atacarla por la espalda… Perdí el control. No medí la fuerza de mis actos. Y la maté —confesé, antes de que Riak pudiera volver a dominar mis palabras. Recordaba aquella escena con imágenes fugaces y borrosas, como si formaran parte de la peor de mis pesadillas—. Riak… Riak está… ¡Ah! —Había querido decir que él estaba allí, en mi mente, pero no pude hacerlo. El nigromante volvía a apagar mi voluntad—. Riak estaba allí. Me había prestado el Ars Sacratorum y yo utilicé conjuros de ese códice para acabar con ella.

»Él y yo preparamos una estratagema para denunciar a los padres de Cathy ante la Inquisición. Luego aproveché la situación para chantajearla con la vida de sus padres y le prometí salvarlos a cambio de que hiciera lo que yo le pidiera. Ella estaba desesperada y… accedió, pero yo no cumplí mi promesa. Después discutimos… y ya sabéis lo que sucedió.

»Cuando Narshel nos descubrió, dijo que me ayudaría a esconder el cuerpo y que no debía preocuparme por nada. Después se la llevó y, entonces sí, la encontré en el sótano de la Torre, con señales de magia prohibida en todo su cuerpo…


Riak arregló como pudo mi confesión y ya solo me quedaba el consuelo de que alguno de los archimagos del Concilio sospechara algo tras la repentina variación en mi versión de los hechos.

Joseph Winterose
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Re: El juicio por Joseph Winterose, Vie Mar 29, 2013 1:51 pm
Presencié todo el juicio contra Narshel sin pronunciar palabra porque yo no tenía nada que hacer en aquel caso. Porque sabía que todo era una farsa. Porque solo estaba esperando el momento adecuado.

Sin embargo, sentí pena por Narshel y por Michelle y un poco por Crescent y por William. Yo sabía mejor que nadie la angustia que se siente al estar en el banco de los acusados y, para la Señora de la Torre, que era inocente, debía estar siendo aún peor.

Hernôt, Aliwen y Nienna, por ser los miembros más recientes del Concilio, no sabían nada. El pobre chico nunca había presenciado los horrores de la muerte y de la guerra y se vio muy afectado cuando sacaron el cuerpo de Catherine. Yo me limité a bajar la mirada y a cerrar el puño, porque sabía que el momento se acercaba y estaba nervioso.

Narshel nunca nos perdonaría lo que le estábamos haciendo. Pero eso no importaba cuando se trataba del líder de la Necravia, el nigromante que llevaba sembrando el mal en el mundo y escapándose de la justicia más de cuatrocientos años.

Riak habló desde su escondite en la mente de William y creyó que nos engañaba a todos cuando él era el verdadero engañado. Primero intentó culpar a la Señora de la Torre de la muerte de Catherine, manteniendo la teoría de los experimentos, pero luego debió perder el control sobre el chico porque cambió inmediatamente su versión. Aquellas eran, sin duda, las palabras de William, porque estaban teñidas de una emoción especial. Porque yo sabía que esos eran sus recuerdos con respecto a la muerte de Catherine.

«Le está costando controlar la mente de William», le dije entonces a Haku, que esperaba en la atalaya. «Ahora es el mejor momento; tendrá todos sus sentidos puestos en mantener el conjuro».

Riak volvió a dominar las palabras de William justo cuando el joven iba a delatarlo. Manipuló el discurso de forma loable y tal vez consiguió engañar a los que no sabían lo que estaba ocurriendo, pero, para nosotros, era inútil. Shewë continuó con su papel viviendo cada minuto con intensidad e incluso llegué a pensar que disfrutaba inculpando a Narshel, aunque fuera mentira.

¿Se declara entonces culpable de la muerte de Catherine, señor Arkwright? ¿Acusa a Narshel de experimentar con su cadáver? ¡Responda, William, y sea consciente de que caerá sobre ustedes dos todo el peso de la ley!

La jueza estaba presionando a William para que Riak no desviara su atención del hechizo de control mental. Si yo no hubiera sabido nada, me habría creído, sin duda, cada una de las cosas que estaban pasando en el juzgado. Y, si el nigromante permanecía allí, eso solo podía significar que nuestra estrategia había funcionado y que el Concilio se preparaba para un momento histórico.

«Preparad todo para que no escape. Lo que he hecho solo servirá para ganar un poco de tiempo, pero no tardará en encontrar la forma de deshacer todos los conjuros», me pidió Haku. Lord Strord sabía exactamente cómo actuar en aquellos casos y lo tenía todo preparado para atrapar a Riak con la mayor rapidez posible.

«No te preocupes por eso; está todo bajo control», le respondí. «¿Está todo listo?».

«Sí. Venid cuanto antes».

Bien, ya era hora de acabar con todo aquello. Avisé a Lord Strord por telepatía y él, discretamente, se introdujo por la puerta trasera del juzgado. Alice y Anaë’draýl me miraron y yo golpeé con disimulo un frasco de tinta que había sobre la mesa, derramando su contenido. El frasco sonó al romperse. Esa era la señal.

En menos tiempo del que dura un parpadeo, casi todos los archimagos del Concilio se teletransportaron y desaparecieron del juzgado. El resto de los presentes (los otros tres archimagos, Narshel, los magos y guerreros que ocupaban las gradas y los testigos) permanecieron atónitos, preguntándose qué estaba sucediendo.

¡TODOS A LA ATALAYA, RÁPIDO! —grité, poniéndome en pie—. ¡HAY UN NIGROMANTE ALLÍ, NO HAY TIEMPO QUE PERDER!

Confusos y entre preguntas y gritos, todos empezaron a teletransportarse. Yo corrí hacia Narshel y la liberé de sus cadenas.

Lo siento, Narshel, ya te lo explicaremos todo. Corre, ve a la atalaya —le dije, en voz baja. La archimaga me miró sin entender y dudó unos momentos; hizo ademán de pedirme explicaciones, pero luego se teletransportó.

Finalmente, la sala se quedó casi vacía. Yo era el único archimago que quedaba y me acerqué a William y a la camilla donde reposaba el cuerpo de Catherine. Caroline corrió hacia nosotros, seguramente tan atónita como todos, pero, si dijo algo, no la escuché.

Tú te vienes con nosotros —le comuniqué a William, sin liberarlo de sus cadenas.


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Re: El juicio por William E. Arkwright, Vie Mar 29, 2013 8:10 pm
Iba a responder a la pregunta de Shewë cuando, de pronto, todos empezaron a desaparecer de la sala. Joseph les descubrió a todos la presencia de Riak en Ekhleer y, aunque al principio no supe cómo reaccionar, luego caí en la cuenta de que el nigromante había desaparecido de mi mente y de que pronto sería capturado.

Narshel fue liberada y entonces me pregunté si todo aquello había estado planeado desde el principio, si había sido una estrategia para apresar a Riak. No lo sabía, pero, dentro de mi desgracia, me sentía mejor porque él por fin iba a pagar por todo el daño que nos había hecho.

«Tú te vienes con nosotros», me dijo Joseph.

Yo lo miré. Supuse que yo también pagaría por mis crímenes y era lo justo. Si me condenaban a morir lo aceptaría de buen grado, porque en el Otro Lado podría ver a Catherine de nuevo y le pediría perdón por todas las cosas que hice.

El archimago tomó el cuerpo de Cathy entre sus brazos y nos pidió a Caroline y a mí que nos acercármos. No lo miré, no dije nada. Aún estaba como en una nube. Después pronunció las palabras del hechizo de teletransportación y desaparecimos del juzgado del Concilio.

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