Las catacumbas de la Muralla eran un misterio incluso para los propios alumnos. Sólo yo y mi querido Xerxes conocíamos los secretos de tan inhóspito lugar. Titannia caminaba a mi lado, descendiendo las escaleras con la única compañía de un antiguo candelabro. Hacía frío. Mucho frío. Ni siquiera la estructura que nos rodeaba, ni siquiera el hecho de estar descendiendo bajo tierra, nos protegía de aquel frío glacial que te calaba hasta los huesos.

Pero Xerxes lo había ordenado, y para mí eso era más que suficiente:

- Es por aquí - le dije a mi compañera

Tardaríamos unos cuantos minutos en descender las escaleras. Entonces sólo tendríamos que torcer a la izquierda... y llegaríamos a nuestro objetivo.

Raven me había hecho llamar. Por lo visto teníamos que hacer algo por Xerxes. Desde luego, sabía que Raven era la mano derecha de nuestro líder, y había aprendido a no hacerle más preguntas de las necesarias. Además... era mi amiga, y me fiaba totalmente de su juicio.

Por eso, no paré cuando las escaleras descendieron más de lo que nunca me había adentrado en la Tierra. No me quejé cuando el frío se volvió tan intenso que mis labios se amorataron y mis dientes castañetearon. No me detuve y no pronuncié palabra alguna mientras Raven me guiaba hacia La Diosa sabía dónde.

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Llegamos al final de la escalera, torcimos nuestra dirección a mano izquierda... y allí estaba.

Ante nosotros, se encontraba un largo puente que conducía a una plataforma situada en medio de aquella gigantesca caverna. Habíamos alcanzado los cimientos de la Muralla:

- Prepárate, Titannia - le dije a mi compañera - Voy a necesitar tu ayuda

Después de llegar a la plataforma, me acerqué unos cuantos pasos y observé a mi alrededor. Bajo nuestros pies, se podían distinguir las siluetas de más de un millón de cadáveres, algunos todavía en descomposición. Todos y cada uno de ellos dieron su vida para levantar esta escuela en honor a la Luz. Xerxes no tardó demasiado en descubrir este lugar, gracias a que pudo leerle la mente al viejo Sweeny, gracias a la estimada colaboración de Titannia.

Ahora le guerra se avecinaba. En cuestión de días, el ejército de Wolfkrone y todos sus aliados estarán en nuestras puertas, arremetiendo con una furia difícil de aplacar. Y la Guardia del Amanecer apenas cuenta con un centenar de hombres, no es ni una sombra de lo que fue antaño...

... pero eso vamos a arreglarlo.

De modo que alcé las manos, y comencé a pronunciar una lenta y oscura letanía de palabras arcanas, que rezaban así:

"¡Almas sucias, despertad!
¡Alzaos y mi voz escuchad!

¡Os ata un juramento!
¡Dadle ahora cumplimiento!

¡Y por el señor de la Muralla
partid a la batalla!"

Y tras pronunciar estas palabras, el poder de la Oscuridad surgió de mi interior, con una intensidad únicamente equiparable a la furia que sentía sobre aquellos que odiaban a mi amado Xerxes. Mi poder recorrió aquella gigantésca necrópolis, animando y devolviendo la vida a todos aquellos cadáveres que una vez murieron por construir esta escuela...

... ahora, ellos lucharán por nosotros

- Cuando haya terminado - le dije a mi amiga - utiliza tu poder para reforzar sus armaduras. No escatimes en energía. Xerxes quiere las mejores armas y armaduras que tu elemento pueda darles

Antes de alcanzar nuestro destino, yo ya intuía a dónde nos dirigíamos. Y lo intuía porque un murmullo apagado, como la suma de cientos, miles de voces farfullando, maldiciendo o simplemente hablando, se venía escuchando desde hacía rato. O mejor dicho, lo venía escuchando yo, gracias a mis poderes de Kin-Shannai.

Aún lista como estaba, la visión de la necrópolis me sobrecogió, pero más estupor sentí cuando Raven alzó los cadáveres de los Muertos.

En el fondo, a los espíritus no les afectaba, pero todos aquellos que no habían partido al otro lado a su muerte, contemplaron furiosos como sus viejas moradas carnales se levantaban de su descanso eterno y saludaban a la bruja oscura.

Sentí cierto temor, pero me sobrepuse. A fin de cuentas solo eran fantasmas chillones.

Cuando Raven me dijo cual era mi función en este alzamiento, me puse a ello inmediatamente.

De las entrañas de la misma cueva en la que estábamos, extraje la más pura y cortante de las obsidianas, con las que confeccioné sencillas pero eficaces cimitarras, con sus curvas y pulidas hojas despidiendo destellos oscuros.

Para los más fuertes (o mejor conservados, como quieras decirlo) compacté varios kilos de granito hasta crear mazas con púas tan duras como el mejor acero, así como algunas lanzas y unas decenas de hachas.

Para defender los escuálidos esqueletos que tenía ante mi, decidí "recomponer" sus putrefactos miembros con roca viva. Un hechizo complicado pero que merecía la pena.

Tras unos minutos, la primera línea de muertos tenía los brazos recubiertos por miles de pequeños fragmentos de roca, encajados entre sí como engranajes para no perder movilidad. Cualquier espada que chocara contra dicho... escudo, no tardaría en mellarse.

Continué durante casi una hora cubriendo las amoratadas carnes, los amarillentos huesos y los marchitos torsos con la armadura pétrea.

Una vez hube acabado, observé mi trabajo satisfecha. Ahora si parecían un ejercito.

-¿Te parece suficiente, amiga mía? - pregunté a Raven, sin dejar de mirar las póstumas huestes que nos defenderían. - Estos ya no serán tan fáciles de matar.

Sí... sí. ¡Ahora sí que contábamos con un ejército! ¡Xerxes estará muy complacido!

De modo que, con un simple y grácil movimiento de mano, ordené a los cadáveres que se movieran, avanzando hacia una gran obertura que había a los pies del puente en el que nos encontrábamos.

La guerra está próxima. Y se acerca el Invierno...

La cara de satisfacción de Raven contestó por ella.

Con un giro de muñeca, ordenó a los muertos que vinieran hacia nosotras. Les guiaríamos asta la superficie... y mas pronto que tarde, hacia la batalla.