Rigg e Iris acudieron a la invitación anónima que habían recibido por carta. Los enanos que transportaban la carretilla se detuvieron para mirarlos, con desconfianza. Después, se encogieron de hombros y continuaron con su camino por entre la nieve.

Las minas de Förstgard son gigantescas, con numerosos sectores y túneles subterráneos. Los primeros caminos son altos, pero, a medida que se avanza, los caminos se vuelven cada vez más bajos y más estrechos. Nada más entrar, se pueden apreciar las paredes y el techo de piedra fría, y algunas construcciones de madera pensadas para sostener el camino.

Aquella mañana, el viento silbaba y removía la nieve. El acceso a las minas era oscuro, aunque había algunas lámparas de fuego que iluminaban suavemente el lugar.

El primer túnel era largo y recto, pero, tras dar los primeros veinte pasos, los visitantes se encontrarían con la entrada a otro túnel ascendente. En el camino, hay varios tablones de madera y una pica que alguien dejó olvidada.

A los pocos minutos de la llegada de los humanos, un grito procedente del túnel ascendente llegaría hasta sus oídos. El eco hizo que el sonido reverberara por toda la caverna. No debía de estar muy lejos...

Rigg e Iris caminaron en la dirección de la que procedía el grito y se encontraron a una mujer humana sentada en el suelo, con una mano ensangrentada. Tenía el cabello rojo, largo y liso, y llevaba puesta una armadura de cuero. A su lado había una espada tirada sobre el suelo, y la joven se sostenía la mano herida con un gesto de dolor.

Hizo una mueca de dolor y se giró hacia Iris y Rigg. Ver otros humanos en las Minas de Förstgard era un suceso excepcional, por lo que supo al instante que eran las personas que habían recibido la carta.

—Son magos los dos, ¿verdad? ¿De la Torre? Ayúdenme con esto, por favor.

A su espalda, había varias púas de hierro que acababan de emerger del suelo.

—Estas minas están llenas de trampas...

Y ella había caído en una de ellas. Seguía pensando que para guiar a los invitados por los entramados de las minas habría sido mejor contactar con un enano, pero todos se habían negado. Al fin y al cabo, detestaban la magia casi por naturaleza y no querían tener cerca a ningún ser que la practicara.

La mujer se levantó, no sin esfuerzo, y le agradeció al joven muchacho que le curara la herida de la mano, lo que alivió su dolor. Era bastante alta, por lo que su cabeza casi rozaba el techo.

—Soy Nidja Katryóvich, encantada —se presentó—. Mis compañeras fueron las que escribieron las cartas. Y no, no es por la herida. Bueno, esto ni siquiera estaba previsto. —Agitó la mano en el aire—. Los he citado aquí por una cuestión de... bastante importancia.

Nidja se apartó mechones pelirrojos del rostro y se los colocó tras la oreja. Miró a Iris, luego a Rigg, luego a Iris, luego a Rigg, y así sucesivamente. Después, bostezó.

—Resulta que un alto cargo cuya identidad no puedo revelar necesita que encontremos en estas minas una serie de gemas. —Les tendió un mapa—. Ese fue el mapa que nos dieron de las minas, al menos de los sectores explorados que nos interesan. Las cruces azules señalan los lugares a los que tenemos que ir. Son tres gemas: adenathis azul, theikos negro y diamante del sol. O algo así. Son piedras que, según nos han comunicado, solo se pueden extraer mediante magia. Y, por lo que me han contado, encontrarlas es fundamental para el destino de la escuela de la Torre. Que es la escuela de ustedes.

Recitó, por tanto, lo que le habían contado, aunque Nidja no disponía de toda la información que habría deseado. Se miró las manos y luego le echó un vistazo a las púas de hierro.

—Ahí aparecen algunas trampas señaladas —dijo, refiriéndose al mapa—, pero el problema es que el mapa es viejo y no están todas. Por lo que hay que tener cuidado. La línea amarilla es la entrada. Las líneas rojas indican puertas por las que no se puede pasar, por estar obstruidas. Las verdes, son puertas por las que se puede acceder, aunque probablemente haya que activar algún mecanismo. Los círculos marrones son trampas.

»¿Puedo contar con ustedes?

Mapa:

Nidja Katryóvich recogió la espada y la mantuvo en la mano, desenfundada, por si necesitaban enfrentarse a algo o a alguien, aunque las minas estaban tan desiertas que no creía que fuera necesario. Siguiendo el mapa, fueron avanzando por los pasadizos de las minas y bordearon sin problemas la primera trampa señalada; había espacio suficiente para ello. La joven guerrera no creía que tuvieran problemas para conseguir aquella gema, pero no sucedía lo mismo con la cruz azul que se encontraba en un cuadrado en medio de la nada.

Al pasar la trampa, vieron una puerta tapiada con madera, tal como aparecía en el mapa, y el techo fue haciéndose más bajo, de forma que tuvieron que caminar cada vez más inclinados. Pero, al fin, alcanzaron una puerta que debía corresponderse con la línea verde.

Esta puerta era pequeña; perfecta para el tamaño de un enano. Un humano, sin embargo, tendría que agacharse para pasar. Nidja se puso de rodillas y la examinó. En un lateral de la puerta, que era de algún material metálico, había una rueda de hierro.

—Supongo que habrá que girar esto.

El enano que le había entregado el mapa le había explicado algo sobre las puertas, pero, debido a su fuerte acento, no había llegado a entenderlo bien. «Creo que era una vuelta a la izquierda, dos a la derecha y tres a la izquierda». Sí, era eso.

—Izquierda. —Giró la rueda, que produjo un sonido agudo—. Derecha, derecha. Izquierda, izquierda, izquierda.

Se apartó. No sucedió nada. Empujó hacia afuera y no se abrió. Luego, probó a empujar hacia dentro, con fuerza, y, al fin, la puerta cedió.

—Nunca acierto a la primera —comentó, soltando una pequeña risa.

La puerta daba a otro túnel igual que el que habían dejado atrás, pero el techo de este era más alto y pudieron caminar erguidos. Avanzaron, giraron a la derecha y se encontraron con otra curva. Habían llegado al lugar señalado en el mapa.

Y no vieron nada, sino tierra y roca. Nidja entornó la mirada. Gracias a la luz que proyectaba el fuego de Rigg, al acercarse a la pared, pudo distinguir una escalera hecha con cuerdas y madera. Levantó la cabeza y vio que conducía a un nivel superior.

—Tendrá que ser por aquí, porque no veo ninguna gema aquí abajo.

Tiró de la escalera de pared, para comprobar que estuviera bien sujeta, enfundó la espada y se agarró a las cuerdas con ambas manos, para empezar a subir. Finalmente, al llegar arriba, se encontró con una pequeña porción de tierra que parecía una cueva excavada en el subsuelo.

—¡Suban! —les dijo a Iris y a Rigg.

Como picos que emergieran de entre las rocas, piedras azules relucían. No estaban cortadas ni pulidas, por lo que no eran gemas en el sentido estricto de la palabra, pero, trabajadas por unas manos sabias, podrían serlo perfectamente. Nidja alzó una mano para coger una, atraída por el brillo del mineral precioso. Al hacerlo, notó cómo se le quemaba la mano que minutos atrás había tenido herida, y la apartó enseguida, y chilló.

Después se observó la palma humeante.

—Maldita sea —masculló—. No me dijeron que el adenathis azul quemara.

—Gracias —dijo Nidja, cuando la humana le curó la quemadura.

Al tocar el adenathis azul, Iris no se quemó. «Por eso solo se pueden extraer mediante magia», pensó la humana. Entre los dos, acabaron consiguiendo arrancar una de las piedras con éxito, aunque, al terminar de hacerlo, parecían cansados.

—¿Están bien? —preguntó la guerrera, preocupada.

El color de la piedra era precioso, pero Nidja no intentó volver a tocar nada, no fuera a quemarse de nuevo.

—Bien, ya tenemos una. Ahora tendremos que ir a una de las dos restantes, ¿pero a cuál? —La joven volvió a consultar el mapa—. El problema es que para las dos hay que atravesar sí o sí alguna trampa, por lo que debemos tener cuidado. Dentro de lo que cabe, parece más sencilla esta cruz. —Señaló la que se hallaba más lejos de su posición actual—. La que está suspendida en el recuadro tiene una trampa justo donde se encuentran las piedras, y no estoy segura de lo que eso pueda significar.

Les lanzó a Iris y a Rigg una mirada interrogante.

—¿Qué opinan ustedes?

Ya era un mago consagrado, y al parecer, tenía una mención de honor por ser el primer consagrado en la escuela del bosque dorado.

-"Bueno, más bien me dieron las gracias palmadita incluida"-Pensé

Bueno, pero algo es algo. Ahora que ya era mago en pleno derecho y tras un examen que me alegré de no tener que repetir.. decidí emprender la marcha hacia tierras lejanas, correr alguna aventura.. algo.

Según había leído en uno de los antiguos y grandes (y raros, por qué no decirlo también) de la grandísima biblioteca de la escuela, en ciertas minas de Forstgärd, una región del norte de Garnalia, se hallaban una preciadas gemas de desconocidas utilidades pero solo recuperables metiante magia.

-Humm, no veo mejor plan que ese-Me dije.

Por supuesto, no tenía gana alguna de en contrarme en el puerto de Enawë para zarpar al continente Garnálico, por lo que pensé en la teletransportación.

No había visto Forstgärd nunca y mucho menos estado allí por lo que no podía teletransportame, pero recordaba con claridad "Bosqueviejo" una zona al norte de Garnalia, cerca de la torre.

Tras preparar todo lo que consideré necesario y que a la vez pudiese cargar.. salí de mi habitación. Tras una mirada atrás en la que veía la entrada a la escuela, me concentré en las lindes del Bosqueviejo.

-

Gracias al inpertumbable silencio del bosque dorado aparecí en una extensa llanura, atrás quedaba el Bosqueviejo. Una punzada de frio me recorrió el cuerpo, y tube que sacar una túnica gruesa con el estandarte del bosque dorado, servía para el frío. Aunque sabía que no sería suficiente en las regiones nórdicas por lo que había traído más ropa.
Aunque me había ahorrado mucho más de la mitad del viaje, aún me quedaba un largo, y cada vez más angosto camino.
Pensé en que ya que mi especialidad escogida iba a ser el aire, me pusé a practicar.
Bueno, no exactamente.

- -Pronuncié

Con alegría ví cómo aparecía ante mí el Garuda.
Era tan alto como yo, monté sobre su grupa y até mis cosas a su lomo, no quería perderlas en el trayecto.
Con un suave movimiento hice alzar el vuelo al Garuda, en dirección al paso helado.

Al día siguiente me levanté, había dormido en una posada del Paso helado.
Con renovadas energías convoqué a mi garuda y reemprendimos el viaje hacia las minas de Forstgärd.
Para asegurarme de llegar en el menor tiempo posible le apliqué un hechizo de velocidad.
Lo toqué y tomé las energías de los vientos, asegurandome de que estas llegasen a todos los rincones del ser.
El Garuda cogió una gran velocidad.
* * *
Las minas de Forstgärd eran tan frias como el propio Forstgärd,  pese a ser verano, las nieves seguían cubriendo el suelo y las nubes, el cielo. La entrada a las minas se encontraba en la base de una montaña enorme, muy blanca. Se trataba de un cuadrado con la altura suficiente para que un humano pase por él. No había nadie en los alrededores. Tan solo se encuentran en la zona dos enanos que transportan una carretilla con piedras. Iban muy abrigados y hablaban entre ellos.

Mi Garuda, que gracias a las tormentas de nieve había tenido que reducir velocidad y volar raso estaba cansado.

-Gracias fiel amigo-Le acaricié el lomo

- -Deshice el hechizo.

Estaba abrigado hasta los dientes, guantes, abrigo de piel gruesa con el estandarte de mi linaje (yo mismo lo había bordado, con hilo dorado) en la parte trasera de este, me bajé la capucha.
Con mis ropas parecía más un gran señor de un importante reino o fortaleza que un joven elfo en busca de una aventura, celebrando su consagración.

Me arrebujé en mi abrigo, era un abrigo marrón oscuro, que le llegaba a los pies abierto por delante, no era que le quedase grande, era así la forma que tenía, una ropa habitual entre las clases altas.

- Los Otros se lleven este frío- Maldecí

Entré en la mina, oscura como la boca de un lobo. Convoqué una esfera de fuego que me alumbraría y me daría calor.
Saqué el mapa de entre las mangas de mi abrigo, más bien era una copia que había conseguido en los barrios menos indicados la noche que pasé en el Paso Helado.

Lo miré y acerqué la esfera, no demasiado, no quería quemar el papel.Era un papel viejo de lineas no muy marcadas, envejecido por el tiempo supuse.

Siguiendo la ruta que me indicaba comencé a caminar. El camino estaba plagado de trampas, pero me las arreglé para ir por el camino con menor número de ellas, y de no caer en ellas.
Tras un tiempo vagando, me encontraba cerca de la primera X.Casi mirando más el mapa que el camino entré en la  sala de la primera X. Me llevé una sorpresa, un grupo de personas se hallaba ante mí, hablando.

Tras un segundo de vacilación decidí reaccionar.

Sabiendo que la primera impresión es la que cuenta, y la imagen regia y buen porte ya lo tenía, hablé con seguridad.

- ¿Quienes son ustedes?¿Qué hacen aquí?-Les pregunté, la esfera iluminaba mis rasgos, parecía un importante señor de algún reino, y eso les dí a entender. No quería mostrar debilidad, por si acaso.

Rigg desapareció sin decir nada y, cuando Nidja bajó por la escalera y llegó de nuevo al pasadizo, no lo vio por ninguna parte. En su lugar, acababa de llegar una persona bien abrigada, que vestía ropas propias de la nobleza. La humana lo observó de arriba abajo: era evidente que no se trataba de un enano, pero tampoco parecía ser un humano.«¿Un elfo en las minas del Förstgard?», se preguntó, sorprendida.

No sabía si sería conveniente confiar en él; por este motivo, lo mejor era asegurarse primero, antes de proporcionar ningún tipo de información, de que estaba frente a alguien honrado. Al fin y al cabo, según tenía entendido, buena parte de los que se adentraban en las minas lo hacían con el objetivo de conseguir alguna pieza de oro o algún otro mineral de gran valor. Que no era, realmente, un fin muy distinto del que le habían encomendado a ella.

—Soy Nidja Katryóvich, y estoy aquí cumpliendo órdenes. Pero la auténtica pregunta es qué hace un elfo en las minas de Förstgard. ¿Quién eres? ¿Cuál es tu rango?

Se apartó los mechones de cabello rojo de la cara y miró al joven elfo con determinación.