Zanthé. Jamás llegué a imaginar que regresaría a esta inhóspita tierra. Y mucho menos que volvería a verme las caras con Xing-Huo.

Caminé tranquilamente por sus calles. Observaba con mi ojo bueno (el único que me quedaba después de que Riak se las arreglara para infectarme lo con magia negra) como los habitantes del lugar vivían sus vidas como siempre lo habían hecho: las mujeres decapitaban peces que luego sus maridos se encargaban de vender en sus tiendas; los niños jugaban con espadas de madera; los nobles de la región les observaban desde carros tirados por criados. Nada parecía cambiar en aquel lugar alejado del mundo.

Zanthé tenía una historia muy interesante. Tiempo atrás, estaba gobernada por un emperador que, bajo su estandarte, logró hacerse con el control de casi todo el este de Ereaten. Era un reino prospero, cuyo emperador gozaba del afecto y apoyo del pueblo... al menos hasta que el Rey Henricus II les conquistó. Desde entonces, Zhanté está dividido en diversos feudos, todos encabezados por un señor feudal, que sólo responde ante el Rey de Garnalia.

Con respecto a la magia, Zanthé también tiene su propio historial de magos y brujas legendarios, que lograron entrenar sus disciplinas en las diferentes escuelas de alta hechicería (se decía que muchos, en los tiempos remotos, frecuentaban la Escuela del Sol Poniente), para después perfeccionar sus habilidades con la magia local. ¡Resulta sorprendente ver que la sombra de la Inquisición no ha llegado hasta aquí, a pesar de ser una tierra al amparo de Garnalia!

Pero si algo caracteriza de verdad a esta tierra, desde tiempo inmemorial, es su recelo a la hora de tratar con forasteros. Pude sentir como figuras envueltas en sombras me vigilaban desde los tejados de la Calle Principal. Me estaban siguiendo. Querían asegurarse de que no estaba ahí para hacer nada malo. No entiendo por qué: sólo soy un semi-elfo que ha venido a ver a una vieja amiga...

Tras recorrer las calles de Zhanté, llegué a las afueras. Ahí había un templo, tradicional de la cultura Zhantiana, que estaba rodeada de árboles y césped. Tras atravesar el umbral, me encontré en el patio principal. No tuve tiempo ni de dejar que mi ojo bueno pestañeara, antes de ver cómo las sombras de los tejados me amenazaban con arcos y flechas. También pude apreciar cómo varias sombras salían de suelo para rodearme y cortar mi retirada.

Observé detenidamente a aquellos individuos. No eran sombras, sino hombres vestidos de tal manera que, en la oscuridad, podrían volverse prácticamente invisibles. Además, iban armados hasta los dientes.

Me reí. Pensar que simples humanos como ellos pudieran vencerme era simplemente ridículo. De modo que decidí ignorarlos y dirigí mi mirada a la entrada del templo:

- ¿Es así como recibís a vuestros amigos, mi señora? - grité, a fin de que me oyeran

- Chinmoku, shin'nyū-sha! (¡Silencio, intruso!) - me pareció que me ordenaba uno de los guerreros.

- Teishi! (Detenéos) - gritó una voz femenina, pero fuerte

Todos los guerreros bajaron las armas tras oír aquella voz. Del interior del templo, apareció una figura esbelta, cuya mera presencia denominaba a la vez poder y sabiduría. Su rostro, adulto, expresaba serenidad y calma. Se podía incluso divisar la sombra de una sonrisa.

- Ha pasado mucho tiempo, Xerxes - me dijo la mujer, en lengua común

- Mi señora - le dije, mostrando mis respetos a la vez que me inclinaba

Al fin había encontrado a Xing-Huo. Ella sabría cómo solucionar mi problema.