Se trata una mujer de altura mediana, midiendo algo como ciento setenta centímetros. Su cuerpo es enfermizamente delgado, tan delgado, de hecho, que si uno lo recorre con sus dedos podrá sentir los huesos a través de su piel. Sin embargo, esto no es evidente, a causa de que las túnicas de sacerdotisa (o las túnicas de nigromante, en la ocasión que decida llevarlas) ocultan su delgadez. Esta delgadez no se debe -ni de cerca- a que sea una persona muy devota y que por ello decida ayunar, sino que simplemente se olvida de comer al estar tan absorta en la oración y adoración de su dios.

Sus cabellos son largos y lisos y oscuros como el carbón y la oscuridad que suele reinar en el Templo. Sus cabellos alcanzan la parte baja de su espalda, y no se molesta demasiado en elaborados recogidos y peinados sofisticados, pues, al fin de al cabo, es ciega. Por ese motivo, casi siempre lo lleva suelto, a no ser que alguien se moleste en trenzárselo o algo similar.

Su piel, a causa de pasar todo su tiempo recluida en la Cueva Oscura, concretamente en el Templo Oscuro, es muchísimo más pálida que la de la gente normal, casi como si fuese un fantasma, o un ser de ultratumba que regresó para tomar venganza. Su piel, a causa de que apenas lucha o sale al exterior y se enfrenta a los elementos, es suave, pero eso no quiere decir que esté libre de cicatrices, la más visible es aquella de su mejilla izquierda.

Bien, llegados a este punto procedería a describir los ojos del personaje, pero tenemos un problema: No tiene ojos. Por eso, lleva una venda de color rojo, un tanto raída en los extremos y de menos de un metro en longitud, que cubre las cuencas vacías de sus ojos.

Se trata de una persona que es leal a sus creencias, profundamente religiosa. Está dispuesta a hacer lo que fuese con tal de que sean órdenes del Dios, y sea lo que sea: Matar, realizar rituales, dar su propia vida. En fin, supongo que se me entenderá. Por esto, de vez en cuando se ha dicho que la Dama Roja no es una persona en si, sino una personificación del Dios. O una marioneta.

A vista de otra gente, a la Dama Roja se la califica de loca. Quizá por su indumentaria, quizá por lo que se dice de ella, pues hay gente que dice que se sacó los ojos; o quizá por sus acciones, como teñir las aguas del lago Gadrýl de rojo con la sangre de todos aquellos elfos a los que cortó las orejas. Y si hay que ser sinceros, esta calificación no se aleja demasiado de la realidad, pues el comportamiento de la Dama puede resultar un tanto variopinto para la gente que no la conoce, como todas esas horas de oración y todas aquellas comidas que nunca come...

Sin embargo, aún hay una parte cuerda en su ser. Esa parte que es una gran estratega, que es más inteligente que lo que demuestra su figura enfermiza y su reputación de loca. Esa parte de su ser que es racional, que actúa por conciencia propia, claro está, para el beneficio del Dios.

Nadie sabe dónde nació, cuál es su verdadero nombre o en qué escuela estudió. Lo único que se conoce de la Dama Roja es su extenso historial de delitos, la mayoría relacionados con el mundo de los muertos. Las malas lenguas cuentan que se arrancó los ojos para potenciar sus habilidades extrasensoriales y sus habilidades chamánticas. Se ganó su sobrenombre por el color de la venda que cubre sus ojos y, en el Concilio, por la tragedia del Lago Gadrýl, donde tiñó las aguas con sangre de aldeanos élficos a los que les había cortado las orejas. Según sus propias palabras, había recolectado todas aquellas orejas para aumentar su capacidad auditiva y escuchar el mensaje de El Dios. Lleva 18 años en la Necravia, pero casi nunca acude a las pocas reuniones celebradas, pues permanece encerrada en el Templo Oscuro por voluntad propia, dedicándose a la vida contemplativa.