Xerxes Break
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Capítulo VIII: El Salón de la Oscuridad por Xerxes Break, Dom Ene 27, 2013 9:34 am
¿Qué puedo decir del Salón de la Oscuridad? ¿Que era una habitación circular con las ventanas tapiadas, paredes en las que se veían reflejadas llamas púrpuras y cuatro candelabros que desprendían llamas azules? Sí, podría. Pero eso sería muy evidente.

Los combates iban sucediéndose uno tras otro. Flextus había demostrado a qué bando pertenecía en realidad, rindiéndose y entregándole a Crescent el Secreto de la Tierra, acto de traición que solventé encerrándole en una de mis prisiones mágicas; Sasha prefirió acabar con su vida antes que dejar que Iaga le arrebatara su magia. Ya le había encargado a mi querida amiga que se encargara de Flextus del modo que ella considerara más oportuno; La lucha entre Andurk y la Reina Egoísta continuaba, para mi sorpresa. Parece que Amy ha encontrado en Andurk a un digno rival; Finalmente, Xehanorth decidió rendirse antes que poner en peligro a los espíritus de su bastón. Le he pedido a Bast que me espere con él en el Gran Salón. Estaba convencido de que el siguiente combate iba a ser breve.

Raven. Mi querida Raven. Todavía recuerdo con amargor la vez que trasladé su alma enferma al cuerpo de la muñeca Rosalie. Tardé mucho tiempo en encontrar al receptáculo adecuado. Recordar a la hermana de Guzmán me hizo pensar en el propio Guzmán. Pobrecillo. En cuanto a su hermana... bueno, digamos que debe de estar volviéndose loca dentro de Rosalie.

Los conocimientos de Raven respecto a la magia habían mejorado en proporciones dantescas. Y ahora que tenía el Secreto de la Oscuridad en su poder, su propio poder se había vuelto incalculable. Pocos pueden ser capaces de hacerle frente.

Pero aún hay algo que me inquieta. ¿Quién ese tal Joseph? ¿Será un digno rival para mi amiga de mi infancia? Bueno, es es lo que en breve voy a averiguar.
Joseph Winterose
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Re: Capítulo VIII: El Salón de la Oscuridad por Joseph Winterose, Jue Ene 31, 2013 7:56 pm
Después de una larga espera, mi turno había llegado. Entré en la Sala de la Oscuridad y las puertas se cerraron a mi espalda. Todo era negro y la única iluminación provenía de un par de llamas púrpuras y otras azules. Sonreí. Parecía que los Secretos se habían esmerado con la decoración y ambientación de las salas y, de haber sido aquello una exposición artística, habría admirado su esfuerzo, pero me resultaba ridículo que se ocuparan de acicalar tanto un escenario que estaba pensado para ser destruido.

No entendía por qué el Concilio había aceptado participar en los duelos y no había atacado directamente la Muralla utilizando todos sus recursos, porque tenían medios para destruir aquel lugar y muchos más. Tampoco entendía por qué los dioses permanecían imparciales ante un par de magos osados que, no contentos con burlarse de ellos, pretendían imitar su poder. Sin embargo, yo sabía que su silencio no significaba la aprobación de su comportamiento, porque la Diosa, defensora del orden por encima de todas las cosas, jamás permitiría algo como lo que estaba sucediendo.

La Diosa. Yo sabía que ella me estaría observando y por eso me tomaba aquel duelo como una prueba. Ella siempre había confiado en mis capacidades, desde el principio, y el hecho de que hubiera enviado al unicornio para que me convirtiera en archimago era algo que lo probaba.

Además de ganarme el favor del Concilio, también estaba allí para recuperar el de la Diosa. No tenía miedo ni estaba nervioso, porque sabía que aquello solo jugaría en mi contra. Así que esperé e hice lo que tenía que hacer, mientras mantenía mi mente ocupada en las historias de mi pasado. Por si acaso.

Estiré los dedos y suspiré, mientras sentía la magia recorrer mis venas. Sabía que podía perderla de un momento a otro, pero el Concilio —la mayor organización mágica del mundo— estaba preparado para todo y no tenía intención de perder esta batalla que, en definitiva, era la que más le interesaba.

Niña —dije, en voz alta—, ya me tienes aquí. Espero que tengas en cuenta que no soy el único que se juega su magia.

Y era verdad, porque, desde que el mundo es mundo, la magia es obra de los dioses y en ellos reside el poder de concederla y destruirla. Por esa razón, muchos en la comunidad mágica no veían mucho futuro en el propósito de los Secretos, aunque nadie les quita el mérito de haber llegado tan lejos.

Raven
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Re: Capítulo VIII: El Salón de la Oscuridad por Raven, Dom Feb 03, 2013 8:49 am
Mi momento había llegado. Observé como aquellos dos individuos penetraban en el Salón de la Oscuridad. Uno de ellos, Felix, continuó su camino sin mediar palabra, rumbo al Salón de la Luz, donde mi querido Xerxes le estaría esperando.

Lo cierto es que me siento un tanto decepcionada. Nada me hubiese gustado más que jugar con la mente de Guzmán mientras luchaba con el cuerpo de su hermana. Hubiese sido muy divertido. Ahora tendré que conformarme con una sustitución de última hora. No sabíamos nada sobre ese tal Joseph, tan solo su rango de Archimago. Da igual. No me asusta. Con el Secreto de la Oscuridad en mi poder, nada puede pararme

- No me subestimes, completo desconocido - le dije, respondiendo a su comentario - Puedes estar seguro de que este combate no lo olvidarás en tu vida

Y sin decir nada más, comencé a mover mis manos, las cuales mediante la magia provocaban que la oscuridad se volviera aún más palpable. No pude evitar soltar una carcajada de diversión, mientras observaba la fría e indiferente mirada de mi adversario

La batalla por mi secreto había comenzado

https://www.youtube.com/watch?v=tvsWJJOaRbY
Joseph Winterose
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Re: Capítulo VIII: El Salón de la Oscuridad por Joseph Winterose, Dom Feb 03, 2013 4:51 pm
Entre las cada vez más espesas sombras, pude distinguir la figura de la maga. Era alta y delgada, de cabellos tan oscuros que se confundían con la oscuridad del entorno.

No te subestimo —dije—. De hecho, todo buen guerrero sabe que jamás se debe subestimar a un enemigo.

Era tal la oscuridad que nos rodeaba que mis ojos no se acostumbraban a ella, por lo que extraje un frasquito de uno de los bolsillos de mi capa y, rápidamente, me eché un par de gotas en los ojos. Aquel frasco permitía, al menos, distinguir las formas en la oscuridad, por lo que era una gran ayuda; para aquella batalla necesitaba los cinco sentidos.

La mujer se rió sin motivo alguno y yo permanecí impasible. El hecho de que nadie me conociera sumaba un punto a mi favor, porque no podían saber ni mis virtudes ni mis debilidades.

Observé el entorno. Ventanas tapiadas. Decoración austera. Un par de llamas tenues. Candelabros.

Bien, de modo que para ti soy un completo desconocido —comencé a hablar, mientras dividía mi mente entre la conversación y el hechizo que iba a conjurar— y tú, en cierto modo, lo eres para mí...

Candelabros. Bien, se me acababa de ocurrir una idea.

... y, por casualidades del destino, nos han reunido aquí para que uno de los dos muera o pierda su magia o, simplemente, resulte derrotado.

Detuve mis palabras para canalizar la energía en el candelabro, aunque me preocupé por mantener los ojos fijos en mi oponente. En silencio, conjuré el hechizo para elevar la temperatura de las velas, de modo que la cera empezara a derretirse. Conjurar un hechizo de forma mental, sin pronunciar las palabras en voz alta, era más complicado y requería mayor concentración, pero gracias a mi condición de archimago aquello no me suponía ningún problema.

El nombre de Xerxes Break está en boca de toda la comunidad mágica, odiado por muchos y admirado por algunos, aunque nadie en el Concilio lo conoce personalmente salvo Alice, su Maestra. La mujer a la, en cierto modo, le debe lo que hoy es. La que lo instruyó en la magia... y la cual se verá sin ella si sus planes llegan a buen puerto. Bonito agradecimiento.

La cera derretida se deslizó hasta caer sobre el suelo. Las llamas oscilaron, pero no eran llamas normales y no me costó mantenerlas sin necesidad de vela. Luego, aproveché la oscuridad para ordenarle al líquido que fluyera por las esquinas de la sala, por las zonas más oscuras, discurriendo, discreto y silencioso, entre las junturas de las piedras. Cuando la cera caía por aquellas ranuras, apenas podría apreciarse a simple vista, de modo que fluyó rápidamente sin delatarse. Era un hechizo lento y sabía que mi oponente podía atacarme en cualquier momento, pero no me importaba, pues se trataba de un conjuro muy sencillo y podía detenerlo cuando quisiera para levantar una barrera. Además, en una batalla el primer movimiento es casi siempre el que más se piensa, y, siendo este duelo tan importante como era, dudaba que la mujer se dejara guiar por sus impulsos y no pensara sus ataques antes de hacerlo.

Lo dudaba, pero no lo sabía a ciencia a cierta. Al fin y al cabo, yo tampoco conocía a mi enemiga.

Puesto que esa es la lealtad que Xerxes ha tenido con su Maestra y esta es la lealtad que tú le tienes al Dios que te brindó esa túnica —continué—, permíteme que dude de los principios de los Secretos. No nos conocemos y estamos en este duelo por lealtades, pero vuestras lealtades son altamente cuestionables. ¿Qué te hace pensar que, igual que traicionó a la comunidad mágica, no puede traicionarte a ti? ¿Qué promesas pueden durar para siempre?

Todos mis argumentos los fui hilando sobre los testimonios que Alice había ofrecido acerca de su antiguo alumno, porque, realmente, yo apenas sabía nada sobre los Secretos más allá de lo que me habían contado. Aún así, mis palabras sonaron con firmeza y convicción, pues a lo largo de mi vida, tristemente, había mentido, tergiversado y magnificado muchas veces. Ese es el juego de palabras y, aunque suponía que no harían mella en mi enemiga, al menos me habían servido para desviar la atención de la escena lejos del conjuro y cerca del diálogo.

Por ahora.

La cera ya se había extendido por la mitad del suelo. Retrocedí un par de pasos, como poniéndome en guardia, y extendí las manos hacia el frente. Desde la perspectiva de mi oponente, aquel gesto sugería que estaba a punto de invocar una barrera mágica, pero no era eso lo que iba a hacer. Sencillamente me había puesto lejos de la zona por la que la cera había circulado, que era más de la mitad de la sala.

¡Ganes o pierdas, aquí o en el Otro Lado, espero que tengas en cuenta mis palabras cuando compruebes con tus propios ojos cuán ciertas son! —exclamé, con un énfasis y una rabia reales, porque, aunque solo fuera por mis experiencias pasadas, podía sentirlas; aún me quedaban en el alma heridas de promesas que nunca llegaron a cumplirse.

Había llegado la hora de completar el conjuro. Ahora no podía permitirme el lujo de perder más tiempo. Así que, sin más, exclamé:

—¡Tót Ewë Màm Pùther Ewë Reve Iak Ewë Sasel Uv Lindur Tót Reve Ash!

Se trataba del hechizo para elevar la temperatura, pero con mucha mayor potencia y rapidez, lo que requería un gasto mayor de energía. La temperatura de la cera que se hallaba oculta entre las junturas del suelo, ascendió de tal manera y con tal intensidad que, con tan solo dejar caer las llamas que había mantenido sobre los candelabros, se prendió fuego y unas llamaradas fueron despedidas desde el suelo hasta el techo, cubriendo toda la zona que le correspondía a la maga oscura.

Me protegí los ojos de la luz con el brazo y me agaché. Podía notar el calor del fuego aunque me hallaba a uno o dos metros de él y, con los ojos entrecerrados, esperé la reacción de mi enemiga.

Raven
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Re: Capítulo VIII: El Salón de la Oscuridad por Raven, Lun Feb 04, 2013 7:32 pm
Aquellas grandilocuentes palabras no lograron hacer mella en mi. ¿Traicionarme, Xerxes? ¡Eso nunca! Estaba claro que no sabía ni la mitad de lo que había ocurrido. Y está claro que resultó ser más necio de lo que creía. Ser los jueces que deciden quien merece poseer el don de la magia y asegurarnos de que no se empleara para hacer el mal era nuestra única meta. Era algo tan evidente, que ni siquiera me molesté en contestarle.

Fué entonces cuando me di cuenta de su plan. Había estado vertiendo cera de los candelabros a mi alrededor para, a continuación, aumentar la temperatura del entorno y hacer que éstas brotaran en dantescas llamaradas naranjas. No obstante, logré prevenir su ataque, y antes de que la cera prendiera, murmuré las siguientes runas arcanas:

Gaja Hirùl Oblêv Sasel Tót

Mi cuerpó se tornó intangible en cuestión de segundos. Era una variación un tanto siniestra del conjuro del Libro de la Tierra que te permitía atravesar las paredes. Ahí estaba yo, rodeada por intensas llamaradas que contrastaban con la oscuridad del entorno y que me atravesaban como si yo no estuviera ahí. Observé divertida a mi adversario.

- ¿Esto es todo? - le dije, desafiante

Había llegado la hora de demostrar mi poder y valía. Había llegado la hora de demostrarle a mi amado lo mucho que valía.

De modo que sin más dilación, empleé el poder del Secreto de la Oscuridad para pronunicar mi ataque

Ash Màm Ash Tót Ewë Reve Ash Sasel Uv

Acto seguido, la túnica de Jospeh comenzó a ser devorada por una llama de color negro. Cabe destacar que aquellas no eran llamas corrientes. Ardían a la misma temperatura que la superficie solar, y no se apagaban hasta calzinar por completo a su objetivo. Y podía calzinar cualquier cosa... hasta el propio fuego.

Aquellas eran las llamas del mismísimo infierno.

Aproveché mi estado de intangibilidad y la distracción de Joseph (pues lo más probable es que intentase apagar el fuego con agua, en vano) para provocar dos explosiones más a mi alrededor. Pronto las llamas negras sometieron a las de Jospeh, permitiéndome desactivar el conjuro de Intangibilidad y dejar de gastar más magia.

No puedo evitar soltar una risita ante la desgracia de mi adversario. ¿Cómo logrará apagar mis llamas? Y lo más importante: ¿Logrará hacerlo antes de que sea tarde?
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Re: Capítulo VIII: El Salón de la Oscuridad por Joseph Winterose, Lun Feb 04, 2013 9:22 pm
Raven superó mi primer ataque sin problemas y comenzó a formular su respuesta. Las condiciones le eran favorables, pues tenía el Secreto de la Oscuridad y luchábamos en un medio oscuro, pero yo sabía de primera mano que el vencedor de una batalla no es siempre el que más papeletas tiene para ganarla.

No respondió a mis palabras y lo único que hizo fue desafiarme con un: «¿Eso es todo?». Era evidente que aquel comentario pretendía provocarme y alentarme a seguir luchando, probablemente a perder el control, por lo que guardé silencio y, ante todo, mantuve la mente fría, sin dejar entrever ninguna expresión en mi semblante rígido.

Su respuesta a mi ataque fue utilizar unas llamas negras que, por ser obra de las artes oscuras, me resultaban desconocidas. Sin embargo, el color de aquel fuego sugería que no era una llama normal, ni tampoco fuegos fatuos. No eran sombras, porque ardían. Ardían. Ardían tanto que podía notar su calor aún cuando las llamas no me habían tocado y...

Bajé la mirada y, atrevida y mortífera, la llama negra empezó a carcomer mi túnica. No había tiempo para detenerse a pensar, así que actúe rápido. Lo primero que hice fue murmurar las palabras del hechizo de teletransporte; no para mí, sino para salvaguardar lo que llevaba en los bolsillos de mi túnica.

A continuación, cuando el fuego rozó parte de mi pierna, dejé escapar una exclamación y, sin pensármelo dos veces, conjuré una pequeña lanza edáfica que rasgó mi túnica de arriba abajo, veloz. De esa manera, pude librarme del fuego antes de que me provocara algo más que una pequeña quemadura en la pierna. Luego le arrojé una bola de agua, pero la llama no se apagó, así que la hice levitar y la lancé al fondo de la sala. El fuego se había tragado mi preciada túnica dorada y, después de los años que había tardado en recuperarla, aquello no me gustó. No me gustó nada.

Tras la pérdida de mi vestimenta, me quedé tan solo con unos pantalones que llevaba a modo de ropa interior, razón por la que mi siguiente movimiento fue rodear mi cuerpo de una barrera mágica —circular y tan solo cubriendo mi figura— para protegerme. Noté entonces sobre mi pecho el frío de la plata de mi collar y recordé que lo llevaba puesto. Era un colgante que representaba una rosa con dos alas a cada lado, alas de dragón. Aquello me dio fuerzas.

Bien, de modo que tu estrategia es desnudar archimagos —repuse, continuando con el tono desafiante que ella había empleado conmigo.

La propia llama me proporcionó la idea para mi próximo ataque. Coloqué las manos de modo que formara un círculo entre ellas y pronuncié:

Ash Ewë Reve Oblêv Oblêv Xén Iak

Todo el aire y, con él, el oxígeno de la sala fluyó hasta mis manos formando una esfera de viento entre ellas. Estábamos en una habitación cerrada, con ventanas tapiadas, y decidí jugar con ello. Como anteriormente había conjurado la barrera mágica, mantuve el oxígeno dentro de ella para que yo pudiera respirar, pero el resto del aire que quedaba en la sala fue concentrándose en mis manos, por lo que Raven tendría que hacer algo rápidamente para respirar si no quería morir asfixiada.

La falta de oxígeno inmovilizó las llamas, que se mantuvieron estáticas e inservibles, hasta confundirse con las sombras. Contemplé desde la seguridad de mi escudo mágico, el siguiente movimiento de la maga oscura, mientras iba condensando más y más la bola de viento, hasta formar una masa etérea y extraña.


Raven
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Re: Capítulo VIII: El Salón de la Oscuridad por Raven, Jue Feb 07, 2013 7:30 pm
Mi enemigo estaba comenzando a absorber todo el aire de la sala, con la intención de dejarme sin oxígeno. Comenzaba a jugar fuerte, y eso me estaba excitando. Me pregunto cuanto habrá pasado desde que estalló la guerra.

Alcé mi mano y cerré mi puño, provocando una explosión en el tejado que dejó la estancia al descubierto y con el aire del exterior penetrando en él. Ahora podría tirarse toda la vida absorbiendo aire, que nunca me quedaría sin oxígeno. Pude apreciar que era de noche. Las tropas continuaban batallando en el exterior, mientras la luz de la Luna iluminaba mi cuerpo y el de mi rival.

La Luna... se me ocurre una idea.

Comenzé a elevarme lentamente mientras extendía mis brazos. Ordené a las llamas negras (las que se encargaron de apagar el fuego de Jospeh) que atacaran a mi enemigo con el fin de hacerme ganar tiempo. Mientras las llamas aprovechaban el vórtice para ganar velocidad, yo continuaba elevándome con la cabeza bien alta. Mis llamas ya estaban abrazando el escudo de Joseph (que acabarían calzinando para después calcinarle a él) cuando pronuncié mi siguiente ataque:

Ewë Chahl Lindur Iak Pùther Sasel Ewë

Entonces, una sombra comenzó a teñir la Luna de Oscuridad. Estaba utilizando el poder del Secreto para realizar un eclipse que me proporcionaría la ventaja necesaria para derrotar a Joseph. Entonces, consciente de que mi victoria era inevitable, comencé a reír. Era una risa infantil y diabólica, una risa con la que cualquiera que osara desafiarme comenzaría a temblar de miedo

- Esta será tu tumba, Archimago - solté, entre carcajadas

Y el eclipse alcanzó su cénit, brindándome un poder del que jamás hubiera imaginado. Mi poder... el poder de la Oscuridad

Miré a Joseph y choqué las palmas de mis manos frente a mi, formulando unas runas arcanas

Lindur Oblêv Behv Oblêv Lindur Uv Nän Ash Reve

El leve esplandor que desprendía la Luna eclipsada comenzó a ganar fuerza, hasta que brotó, literealmente, en múltiples corrientes de luz, que adquirían el aspecto de lobos. Mentalmente, ordené a mis lobos lunares que cayeran en picado desde el cielo para eliminar a mi oponente de una vez por todas.
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Re: Capítulo VIII: El Salón de la Oscuridad por Joseph Winterose, Sáb Feb 09, 2013 10:01 pm
No pude evitar que una sonrisa curvara mis labios cuando Raven reaccionó tal y como había previsto. Con el cielo al descubierto y el techo derruido, se había acabado el problema de la falta de luz, pues aunque fuera de noche y su eclipse cubriera la luna, ¿acaso iba a gastar su magia en apagar todas las estrellas? Allí, en las Tierras Muertas, se veían todas claras y puras, como si ellas también estuvieran luchando con sus rayos contra la oscuridad del cielo nocturno.

La maga oscura volvió a utilizar su conjuro de las llamas para ganar tiempo y conjurar el eclipse, seguramente para recuperar parte de su ventaja sobre mí. Sin embargo, aquel fuego maldito se entretuvo calcinando mi escudo y me bastó con un simple hechizo de teletransporte para escapar de aquella cárcel mortal. De esta manera, reaparecí en la parte alta de la sala, sobre el techo de lo que debía ser el pasillo.

El viento helado me tocó la piel y, rápidamente, fortalecí el conjuro térmico. No nevaba, pero el campo de batalla seguía cubierto de nieve y sangre, aunque cada vez había más de esta última y de cuerpos sin vida. Raven levitó y ambos nos quedamos a la misma altura. Su siguiente movimiento fue lanzar una manada de lobos de luz contra mí, cosa que me sorprendió porque el hecho de utilizar la luz no solo era opuesto a su Secreto, sino al tipo de magia que alguien de su rango poseía.

Aún tenía la bola de aire acumulado en las manos, por lo que decidí aprovecharla:

Lindur Uv Màm Ewë Nän Sasel Hirùl Ash

La esfera de aire se convirtió en una esfera de luz que fue propulsada hacia la manada de lobos, de modo que solo algunos de ellos lograron provocarme heridas leves antes de que ejecutara mi contraataque. Me mordí el labio y evité pensar en el dolor. La luz de la bola se extendió en cientos de haces de luz y estos se mezclaron con los lobos. Luz con luz; eran la misma materia, al fin y al cabo.

Empezaba a notar el cansancio y supe que tenía que actuar con rapidez, pues aquella oportunidad era única. Gracias a mis conocimientos de archimago, sabía manejar la magia de la luz y, en aquel instante, todo lo que me separaba de mi oponente era una pared de luz blanca, luz de luna, una luz conformada por aire transformado y por las figuras de los lobos mimetizadas.

Lo que me disponía a hacer me llevaría más energía que cualquier hechizo que había hecho hasta el momento, pero confiaba en que funcionara. Estiré las manos hacia delante y pronuncié unas nuevas palabras mágicas:

Ewë Lindur Ewë Chahl Tót Reve Oblêv

La pantalla de luz empezó a lanzar chispas. Había utilizado el conjuro "Electro" para cubrir la luz de potencia y de corrientes eléctricas.

¡Ríndete, ríndete de una vez! ¡Vuestra empresa, Secretos, está condenada al fracaso!

Y, dejando escapar un grito, le lancé aquella mole de luz y electricidad, que debía estar iluminando medio campo de batalla. Era tal la corriente que me quemé las palmas de las manos al lanzar el hechizo. Mi enemiga tendría que ser rápida para defenderse y para cubrirse los ojos, pues si aquella luz se le acercaba demasiado corría el riesgo de que se le quemaran las retinas.

Los segundos siguientes los aproveché para recuperar un poco las fuerzas y para aliviar, aunque solo fuera en una pequeña parte, el escozor de las quemaduras. Allí, en el punto álgido del duelo, no podía bajar la guardia.


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Re: Capítulo VIII: El Salón de la Oscuridad por Raven, Sáb Feb 16, 2013 8:01 am
Una pantalla de luz eléctrica se acercó a mi a gran velocidad, obligándome a utilizar el conjuro de teletransportación para descender de las alturas y regresar a la sala. Fue entonces cuando me di cuenta de que no se había vuelto a proteger con una barrera, momento que aproveché para pillarle con la guardia baja

Ash Màm Ash Tót Ewë Reve Ash Sasel Uv

Esta vez, las llamas negras empezaron a arder con fuerza en su pecho. Si, es posible que, debido a su calidad de Archimago, lograra salir airoso, pero a Dios pongo por testigo que de hacerlo, lo hará mal herido. Además, ni siquiera se está dando cuenta de lo que le está ocurriendo ahora mismo.

Pronto, no podrá ni tenerse en pie...
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Re: Capítulo VIII: El Salón de la Oscuridad por Joseph Winterose, Sáb Feb 16, 2013 2:15 pm
Raven volvió a utilizar sus llamas negras, cosa que no me sorprendió porque las había utilizado unas tres veces a lo largo del duelo, lo cual me hizo suponer que, pese a sus prometedoras capacidades, no tenía mucha experiencia en librar batallas de magia. Gracias a eso, había tenido tiempo de analizar y conocer dicho conjuro y de pensar formas de librarme de él sin problemas. De esta manera, decidí aplicar los conocimientos que había aprendido en mis primeros años de archivista en el Concilio, tras la lectura del Libro de las composiciones y reacciones mágicas.

Dòh Iak Sasel Pùther Ewë Reve Sasel Oblêv

Con aquellas sencillas palabras (pronunciadas en un susurro casi inaudible), dispersé la energía de las llamas en distintas direcciones. Al haber separado cada una de las milésimas partes que componían el conjunto, no reaccionaban entre ellas y, por lo tanto, no podían quemarme. Sin saberlo, al reutilizar su conjuro me había permitido adivinar la composición del hechizo y, con ello, lo único que había hecho era regalarme la energía que necesitaba para sanar mis heridas. Y eso hice.

El hechizo curativo me alivió el dolor, aunque la energía reconvertida de las llamas no me valió para cerrar las cicatrices y aún me sangraba la pierna. Sin embargo, me dio las fuerzas que necesitaba para seguir combatiendo.

A continuación (esta vez sí), levanté una nueva barrera. Para ello, decidí utilizar un sencillo hechizo del Libro del Fuego, que, por su simpleza, me bastó con pronunciarlo mentalmente:

Màm Iak Reve Reve Oblêv Reve

Se trataba del hechizo Espejo invisible, muy útil porque, además de protegerme, reflejaría cualquier conjuro que Raven me lanzara y ella sufriría los daños. Por otro lado, al ser invisible solo podría darse cuenta de su existencia cuando volviera a atacarme.

Era hora de iniciar una nueva ofensiva. Mi enemiga regresó a la sala, pero yo preferí mantenerme en las alturas. Eché un vistazo al campo de batalla y luego a las montañas de nieve. Nieve. Tras haber pasado toda mi infancia en Wölfkrone y media vida en el lejano Forstgärd era como jugar en casa. Y yo llevaba ocho años deseando regresar a mi hogar.

Había nieve acumulada en el techo de la Muralla y decidí aprovecharla. Desplacé dicha nieve sobre Raven sin que cayera sobre ella, formando así un techo blanco.

fed Reve Oblêv Sasel Tót

El hechizo cristalizó la nieve hasta convertirla en una superficie de hielo. Bueno, realmente eran dos. Había cristalizado la nieve en dos capas, formando un dobletecho, para poder aplicar dos conjuros diferentes. La capa de abajo no era recta y uniforme; dejaba vacíos varios círculos a lo largo de su estructura, pero la de arriba si estaba completa. Sobre la capa baja realicé el hechizo de Espejo invisible, de modo que, si se teletransportaba, el conjuro rebotaría y regresaría al mismo lugar en el que estaba.

Luego retrocedí varios pasos hasta situarme a varios metros del hielo, donde ya no podía ver a Raven. La sangre de mi pierna dejó un rastro en la nieve y me mordí el labio. Bien, aquello también podría resultarme útil.

Apoyé las manos sobre la nieve, exactamente en el punto donde comenzaba el camino de mi propia sangre. Como aquello era parte de mí, pude aprovechar para conducir la magia hasta la superficie helada.

Ewë Xén Pùther Lindur Oblêv fed Reve Ewë Ewë Zyn Ewë

Una especie de corriente eléctrica azulada circuló a toda velocidad por la sangre como si se tratara de un río, y desembocó en el hielo, que era su mar. Una vez allí, el ruido de una explosión hizo crujir el suelo helado. Realmente, no era una explosión normal; era una explosión fría, cuya finalidad era fragmentarse en estacas de hielo. Un conjuro como aquel solo podía tener éxito en regiones como en la que combatíamos.

Hacia arriba saltaron pocas estacas de hielo, algunas de las cuales rebotaron en mi escudo y fueron devueltas hacia la sala. Sin embargo, la mayor parte del conjuro había sido propulsada hacia dentro, hacia Raven, creando una red de estacas afiladas que debieron atravesar la sala en varias direcciones, colándose por entre los círculos que había dejado la capa encantada con el Espejo invisible. No me acerqué a la sala para ver si mi oponente había encontrado alguna forma de eludir el conjuro o, por el contrario, había sido atravesada por alguna de las múltiples estacas. Al fin y al cabo, Raven era una mujer astuta y no podía subestimar sus capacidades.

De haber sido otras las circunstancias, me habría llevado buena parte de mis energías, pero el frío de las Tierras Muertas me proporcionaba las condiciones favorables para realizar aquel tipo de conjuro. Aún así, me mantuve inmóvil, procurando reservar toda la energía que me quedaba y concentrándome, sobre todo, en reforzar la barrera para que Raven no volviera a pillarme con la guardia baja.

Raven
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Re: Capítulo VIII: El Salón de la Oscuridad por Raven, Sáb Feb 16, 2013 9:14 pm
Parece que a nuestro invitado le ha dado por jugar con la nieve del exterior... no importa. Es solo cuestión de tiempo que este combate termine.

- Toda esa birguería no te servirá de nada - le advertí - Lo único que vas a lograr es acelerar tu muerte

Dicho esto, pronuncié las siguientes palabras:

Nän Iak Ewë Behv Lindur Ash Oblêv Sasel Chahl Uv Reve Ash

Acto seguido, empecé a expulsar vapor oscuro por mi boca, creando una cortina de humo que me rodeó a gran velocidad. Aquellas agujas de hielo atravesaron la pantalla a la velocidad del rayo, pero yo ya me había desvanecido. Era un conjuro muy útil que ralentizaba los ataques del enemigo, no lo suficiente como para hacerlos eludibles, pero si lo suficiente como para permitir a una bruja tan experimentada como yo salvarse con el conjuro de teletransportación.

No obstante, ese no es el motivo principal por el que he creado el humo. Mi neblina oscura fue creada con el propósito de que Joseph no pudiera adivinar el conjuro que acababa de pronunciar.

Me hallaba en aquel instante justo encima de él. Y sin perder un instante, creé una lanza de llamas negras con la que esperaba poder atravesar su escudo.

Fuera cual fuera el resultado daría igual. Solo estoy tratando de ganar tiempo en lo que el eclipse termina su trabajo... y cuanta más magia gaste él, mejor para mi.
Joseph Winterose
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Re: Capítulo VIII: El Salón de la Oscuridad por Joseph Winterose, Dom Feb 24, 2013 8:16 pm
La lanza con la que Raven pretendía romper mi escudo, rebotó en el mismo gracias al encantamiento de Espejo Invisible y fue propulsada hacia ella. Desde la seguridad de mi barrera, me quedé inmóvil. Mi energía menguaba más de lo que había previsto en un principio, más de lo que habría sido normal con los hechizos que había utilizado durante el duelo.

Deshice las estacas de hielo y canalicé parte de su energía, que ya no era demasiada. Con esto, levanté una doble barrera de hielo para protegerme aún más de cualquier ataque que mi oponente pudiera ejecutar. Al fin y al cabo, sus hechizos simples solo indicaban que se preparaba para algún golpe mayor.

Para probar algunas de mis sospechas, permanecí unos segundos sin hacer ningún movimiento. Me notaba más cansado, como si estuviera aplicando mi energía en algún conjuro. Posiblemente aquello se debiera a alguna estrategia de Raven y habría sido un buen ataque de no haber sido por las condiciones del duelo. Y es que, antes de pisar las Tierras Muertas, ya sabía que podía perder mi magia en el transcurso de la batalla. Y, si sucedía, tenía alternativas para ganar sin ella.

«Anaë'draýl, ¿lo estás viendo todo?», le pregunté telepáticamente al Presidente del Concilio. «Estad preparados. Me está consumiendo la energía. Lo único extraño que veo ahora mismo es el eclipse, pero posiblemente se deba a algún efecto secundario de las llamas negras...». Dado su interés en hacerse con el Secreto de la Oscuridad casi por encima de cualquier otro, el Concilio había abierto un óculo en las Tierras Muertas para controlar que las aguas fluyeran por donde a ellos les convenía.

«Intenta economizar el gasto, Joseph. ¿Desde cuándo notas el consumo de energía?».

«No lo sé, no me había fijado hasta que detuve los conjuros. En condiciones normales, una simple barrera consumiría mucho menos».

«Sea como sea, céntrate en evitar la oscuridad. Solo le darás ventaja».

Debía contraatacar con luz.

Luz.

«Necesito el libro», le respondí. Poco después, el Ars Goetia se materializó entre mis manos1. Dicho libro formaba, junto con el Ars Sacratorum y el Ars Tanasia, la trilogía de ejemplares de magia más poderosa y ancestral en la comunidad mágica. El que tenía en aquellos instantes, justamente, era el volumen dedicado a la magia lumínica y sagrada. La magia más adecuada para desmantelar cualquier conjuro de oscuridad.

Y, en manos de un archimago, las posibilidades de éxito aumentaban considerablemente.

«Cuídalo bien. Ese libro vale más que tu vida».

Sonreí por su comentario y, a continuación, analicé la situación ante la que me encontraba. Era evidente que el eclipse estaba producido de forma artificial, por una sombra impresa sobre la luna, pues, de lo contrario, Raven habría tenido que mover la Tierra y la Luna para alinearlas con el Sol y no existe mago en este mundo (con Secreto o sin él) capaz de hacer algo como eso.

Debía contar con el handicap de que mi energía mágica empezaba a escasear, así que busqué rápidamente en el libro algún hechizo que me ayudara. Mis años en la Biblioteca del Concilio también me ayudaron en esta ocasión, pues conocía a la perfección la estructura de aquel tipo de libros y encontré rápidamente lo que quería.

Vèth Iak Tót Ash Lindur Iak Sasel Lindur Uv Màm Uv Sasel

Se trataba de un conjuro muy útil en casos como aquel, pues me permitía reutilizar la energía de cualquier foco de luz del entorno para elaborar otras filigranas mágicas, siempre y cuando estuvieran relacionadas con la magia lumínica. Con el Ars Goetia a mi disposición, no tenía ningún problema para encontrar nuevos ataques.

Sabía que no había nada específico para desmantelar el conjuro de Raven, pero sí para eliminar el eclipse. Y así, cuando encontré uno lo suficientemente interesante, rescaté las luces del fuego, de las antorchas y del reflejo de las estrellas y de la circunferencia de luz de luna que aún decoraba el cielo. Las convertí en energía y se mostraron amigables, porque sabían que estaban en manos de un hombre que, pese a su condición mortal, era muy estimado por la Diosa que las había creado.

«Michelle —llamé, mediante telepatía, a la capitana del ejército—, crea fuego, luces, todo lo que puedas, pero no dejes que todo se quede completamente a oscuras». Dicho aquello, procedí a ejecutar el conjuro:

Lindur Uv Xén Ash Ewë Tót Ewë Reve Nän Ash

Una luz intensa, radiante y poderosa, brilló en el cielo como un sol de mediodía, alzándose sobre las sombras que conformaban el eclipse de Raven. Gracias al primer hechizo, los costes de energía fueron mínimos y pude mantenerme en condiciones medianamente decentes. La imagen era, a un tiempo, hermosa y curiosa, porque el cielo seguía siendo oscuro, pero, sobre la luna, brillaba una bola de luz semejante a un sol.

No sabía si surtiría algún efecto sobre Raven, pero sí sobre sus conjuros (fuera cual fuese el que me producía el descenso energético), pues, ante la ausencia de las sombras producidas por ella, durante los minutos que siguieron a mi hechizo no noté ningún descenso gradual en mis energías mágicas, más allá de lo que me había llevado mi último conjuro.



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1 Está hablado con Lumière, la propietaria del libro.

Xerxes Break
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Re: Capítulo VIII: El Salón de la Oscuridad por Xerxes Break, Miér Feb 27, 2013 3:42 pm
No podía dejar de reír ante la ineptitud de aquel fichaje de última hora. Observándolo todo a través de mi Espejo Generoso, me regocijé ante el hecho de que alguien como Joseph, miembro del prestigioso Concilio, hubiera cometido la estupidez de de convocar el Ars Sacratorum. ¿Acaso no sabe que nunca se debe combatir a la Oscuridad con Luz?

Esa es la razón por la que la eterna lucha entre el Bien y el Mal nunca va a terminar: porque los humanos son tan necios que piensan que esas son las armas que siempre utilizan.

Pero es inútil. Invocar el Ars Sacratorum ha sido demostrar la ineptitud de los del Concilio. Ni siquiera es capaz de ver que todo lo que hay a su alrededor ha sido cosa de Raven desde el principio. Y es que los cuervos llevan sobrevolando el campo de batalla desde antes incluso de que comenzara. Los cuervos son las mascotas de mi querida Raven, y el campo de batalla ya no tiene secretos para ella.

Aquel Sol artificial hacía notar su resplandor, pretendiendo rivalizar con el eclipse de mi amiga. Aunque es cierto que llegó a iluminar un poco la zona, desearía poder teletransportarme ahí y gritarle que aquello era una completa estupidez.

La victoria es nuestra.

NOTA: Con "campo de batalla" se refiere a los dos ejércitos y a sus comandantes, incluyéndo a Michelle.
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Re: Capítulo VIII: El Salón de la Oscuridad por Raven, Miér Feb 27, 2013 3:57 pm
Joseph Winterose... gracias por darnos algo que nos pueda beneficiar en el futuro.

Tras sacar de la nada el legendario Ars Sacratorum, utilizó su poder para convocar un Sol que iluminara la oscuridad de mi eclipse.

- Es inútil - le dije

Las luces de las llamas del campo de batalla buscaban iluminar el lugar todo lo que fuera posible. Pero nada de aquello le serviría. Yo tengo el control. Yo dicto las normas.

Pero... creo que jugaré con él un poquito más antes de dar el golpe de gracia... a él, y a todos los que están ahí debajo.

Tót Oblêv Reve Nän Ash Dòh Oblêv Nän Ewë Gaja Reve Oblêv

Tras pronunciar aquellas runas arcanas, comencé a soplar y a soplar, hasta crear un remolino de aire negro como la boca de un lobo. El tornado comenzó a avanzar hacia nuestro querido amigo, dispuesto a arrollarlo con todo el poder que poseía. No contaba con que le hiciera daño... solo espero que no se le ocurra respirar.

Aunque como ya he dicho, no importa... TODO es cuestión de tiempo.
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Re: Capítulo VIII: El Salón de la Oscuridad por Joseph Winterose, Lun Mar 04, 2013 12:04 pm

«Es inútil».

Esas fueron las palabras de Raven, pero yo no estaba tan seguro de su veracidad como ella parecía estarlo. Finalmente estaba cayendo en el mismo error del que me había advertido al principio: subestimarme. Y, como ya he dicho, todo buen guerrero sabe que jamás debe subestimar a un enemigo.

Con una fuente de poder como la del Ars Goetia en mis manos, me sentía muchísimo más seguro. La maga oscura invocó un remolino de aire negro, posiblemente tóxico, que se acercó a mí a toda velocidad. Invoqué una barrera de piedra para protegerme y, aunque pudo detener el hechizo, algunos bloques salieron disparados a causa del viento y se me clavaron en el brazo izquierdo. Procuré no prestar atención al dolor y contuve la respiración.

En el campo de batalla, Michelle había dado órdenes de iluminar el paisaje lo máximo posible y los efectos empezaban a manifestarse. Afortunadamente, Raven no había hecho nada por impedirlo, así que utilicé la energía de aquella luz para transformar la piedra en poderosos rayos luminosos que propulsaron el remolino lejos de mí, perdiéndose en los tramos oscuros de la noche.

¿De verdad crees que es inútil? —le pregunté, cansado ya de sus aires de suficiencia—. ¿De verdad crees, Raven, que vamos a permitir que desaparezca la magia del mundo?

Fruncí el ceño y pensé en mi próximo movimiento. Debía concentrarme ya en obtener el Secreto y largarme de allí, porque, de lo contrario, aquello se eternizaría. El problema radicaba en que no sabía dónde estaba y, por esta razón, mi única opción era aprovechar algún despiste suyo para averiguarlo.

Pero entonces, una imagen me vino a la mente. En mi primer conjuro, cuando había utilizado las llamas aprovechando la cera de las velas, Raven se había vuelto intangible para zafarse del hechizo. Dentro de ella, sobre su pecho, había visto una bola de oscuridad que, en principio, había atribuido a su alma oscura. Sin embargo, puesto que mi oponente no llevaba el Secreto a la vista, todo indicaba que era aquella esfera lo que buscaba. Al fin y al cabo, de esa manera me estaba obligando a atravesarla para vencer el duelo.

Deshice todos los conjuros que pesaban sobre mí. La sangre me corría a toda velocidad por el brazo herido, pero no podía gastar energías en curármelo.

Creo que ya es hora de poner punto y final a este duelo... —dije, con los ojos fijos en ella.

«Michelle, invoca una llamarada. Lo más grande que puedas», le pedí. Con unas palabras arcanas, el Ars Goetia desapareció para regresar al Concilio. Los hechizos que pensaba utilizar ya los conocía, así que preferí mantener a salvo aquel preciado volumen de magia.

La Guerrera Exaltada hizo caso de mis palabras y, en pocos minutos, una hoguera inmensa cubría el campo de batalla. Por el extraño color blanquecino de las llamas, supe que, para economizar gastos, se había centrado más en la luz que en el calor que pudiera provocar. Y, así, me había ofrecido las condiciones que necesitaba.

Utilicé aquel torrente de energía y pronuncié las siguientes palabras:

Lindur Oblêv Nän Gaja Iak Nän Gaja Chahl Iak Ewë Lindur

El foco de luz se condensó y formó una larga columna luminosa que se alzaba hasta rozar las nubes. Puesto que mis energías menguaban, elegí la opción más fácil para convertir aquella luz en un arma mortífera: electrifiqué sus partículas. De esa manera, además del daño que podía provocar la luz en la oscuridad, podría calcinar a Raven.

Tót Oblêv Reve Màm Ewë Nän Tót Ash Lindur Uv Xén

A toda velocidad, aquel rayo inmenso se dirigió hacia la maga oscura y la atravesó, aunque sin provocarle daño alguno. Había vuelto a utilizar el conjuro de intangibilidad, que era justo lo que necesitaba para corroborar mis teorías.

Allí estaba. El Secreto de la Oscuridad. Sin pensármelo dos veces, aproveché la luz para saltar hacia ella sin que me viera y, justo cuando el último tramo de rayo terminaba de atravesarla, lo hice yo también, alcanzando el Secreto con la mano.

Había saltado a tal velocidad que caí de bruces sobre el suelo, con los ojos cerrados y sobre la nieve fría. No sabía cuántas heridas me habría abierto en la caída, pero no me importaba. Abrí los ojos y los clavé sobre mis manos entumecidas. Allí descansaba el Secreto. Al tacto, provocaba una sensación siniestra, gélida y descorazonadora, nada agradable para un archimago, aunque yo, dado mi oscuro pasado y mis años de prisionero, estaba acostumbrado a sensaciones del estilo.

Aún así, me costaba entender como Raven había podido tenerlo dentro. Tuve que mirar el Secreto dos veces para creerme que lo había conseguido.

«¡Vamos, Joseph, date prisa! ¡Vuelve al Concilio antes de que pueda reaccionar!».

La voz de Anaë'draýl me sacó de mi ensimismamiento y regresé a la situación. Miles de copos de nieve caían de la noche oscura, que más oscura me parecía desde que tenía el Secreto en mis manos. Sobre La Muralla, una escuela en ruinas, estaba yo y estaba Raven, la viva apariencia de la oscuridad. A lo lejos, resonaban los gritos agónicos de los heridos de muerte y la nieve blanca estaba teñida de sangre y de luces y de cuerpos... Pero, acabado el duelo, todo se me antojaba silencio. Un silencio que solo se atrevía a romper el viento que nos rodeaba.

Vi a mi oponente girarse hacia mí, mientras un hilo de sangre me bajaba por la frente, y supe que jamás olvidaría aquella imagen ni aquella escena de sangre y destrucción sobre las Tierras Muertas.

Vèth Ewë Tót Iak


Con una simple palabra de un simple conjuro de teletransportación, desaparecí de allí para que nada ni nadie pudiera arrebatarme mi victoria.

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