Rigg T. Sunderland
Rigg T. Sunderland
Humano
Nombre : Rigg T. Sunderland
Escuela : Fortaleza de Aressher
Bando : El Dios
Condición vital : Vivo
Rango de mago : Aprendiz de primer grado
Clase social : Burgués
Mensajes : 11
Fecha de inscripción : 26/03/2019
Edad : 32
Localización : Fortaleza de Aressher
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¡Mesero, una cerveza! [Priv. NPC]por Rigg T. Sunderland, Mar Abr 02, 2019 1:15 am
Shaulen. La verdad es que había escuchado a mi padre hablar varias veces de este lugar. Por lo visto era la capital del que ahora era mi nuevo hogar, la Cueva Oscura. Y, ya que aquel día tenía un rato libre en la escuela, decidí pasarme y conocer otros lugares de aquel umbrío hogar. Al fin y al cabo, no podía decir que vivía en la Cueva Oscura y no había visitado Shaulen. Después de todo, no había salido de la Fortaleza de Aressher desde que vivía allí, cuando estaba en casa de mi padre tampoco visité otros lugares. Es más, me encerré en aquellas cuatro paredes que conformaban la nueva casa de mi procreador. Cuando descubrí donde me encontraba no me atreví a salir a ninguna parte, me daba miedo. Solo con pensar que podría toparme con un nigromante que era capaz de fundirme la cara porque le pareciera que le había mirado mal, me ponía los pelos de punta.

Pero desde que comenzaba a dominar aquel don con el que nací, y después de controlar todos los hechizos del libro de la Tierra, la verdad es que sentía nacer una confianza en mí que no tenía antes. Ahora era capaz de pasearme por Shaulen con la confianza de que, ante cualquier cosa, sería capaz de defenderme. Por supuesto no me creía el mago más poderoso de todos, pero sabía que podía crear cualquier distracción con tal de salir corriendo y ponerme a salvo. Además, tampoco era bueno para mi cordura quedarme confinado a un edificio eternamente. Aunque eso de meterme de pleno en la capital, si ni tan siquiera conocer un lugar seguro en el que esconderme en caso de emergencia, no me hacía mucha gracia tampoco.

Aquel día, bueno, si es que era de día porque allí abajo nunca se sabía qué hora era, se respiraba tranquilo. La verdad es que la capital no era, ni mucho menos, como me había esperado. Yo pensaba que vería atracos en vivo y en directo, peleas callejeras, incendios, y demás desastres naturales que todos esperan de los malos y marginados sociales. Pero no, parecía que la gente vivía en aquel lugar como personas normales, como yo había vivido en la aldea antaño. Me gustó mucho, de hecho, pensé que el día que terminara mis estudios en la Fortaleza, podría mudarme y vivir tranquilo en Shaulen. La gente caminaba por la calle, e incluso había un par de tiendas -con un aspecto de mala muerte- abiertas. Lo que me había fijado es que, sobretodo, había bares. Supuse que a los magos oscuros les gustaría tomarse una cerveza con sus amigos mientras contaban viejas historias de las batallas que habían vivido. Era como una sociedad subterránea a la que su reputación le precedía.

Me decidí a entrar en uno de aquellos bares. Posiblemente uno cuyo aspecto era bastante decente. Entré y el bullicio inundó mis oídos, apenas escuchaba lo que ocurría fuera. Tantas conversaciones a pleno grito, tantos sonidos de copas chocando en un posible brindis, tanta alegría. Desde luego, aquel lugar no estaba tan mal, no era lo que yo esperaba, justo todo lo contrario, y todo aquello empezó a gustarme. Así que me adentré y me senté en una silla al lado de una ventana que daba al exterior. En caso de que ocurriera cualquier desastre siempre podía abrirla y salir por ella. Miré a través del cristal, la calle estaba inundada en una eterna oscuridad que solo se disipaba gracias a un par de antorchas colgadas a lo largo de la calle aleatoriamente.

Me había pedido la especialidad de la casa. Y me pusieron una jarra de cerveza que rebosaba del líquido amarillento. Estaba bastante fresquita así que le di un largo trago hasta que había calmé, con creces, mi sed. Me quedé observando a toda la gente que habitaba aquel bar a aquellas horas. Había un grupo de enanos borrachos que ya se habían bebido, por lo menos, un centenar de cervezas como la que yo tenía encima de la mesa. En la barra había, también, un hombre vestido con una larga túnica negra, supuse que sería un mago oscuro. "Vale, nota mental, no meterme con el de la barra", dije para mis adentros. Estaba analizando a cada persona que había en el bar, pues, aunque en primera instancia no parecía que tuviera que haber ningún problema, nadie sabía.

Hubo un momento en el que el mago oscuro se dio la vuelta para mirar con desprecio al grupo de enanos, por lo visto estaban armando demasiado escándalo para su gusto. Pude apreciar que una larga y horrorosa cicatriz le cruzaba la cara de lado a lado. Había perdido un ojo y mostraba la cavidad que quedaba con bastante orgullo. El globo ocular que le quedaba era azul, del mismo color del cielo que hacía tiempo que no veía y en ocasiones echaba mucho de menos.
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