Un día como otro cualquiera, empaqueté mis cosas, me despedí de mis conocidos en la escuela y marché. No sabía dónde iba ni por qué de repente sentí la necesidad de partir, simplemente sentí que mi ciclo allí ya había terminado. Tabit, como de costumbre, me acompañó en mi viaje.

Pasadas unas horas, decidí volver a la Torre. El que fue mi segundo hogar. Sabía que no me quedaría durante mucho tiempo, pero añoraba el ambiente, la gente y los parajes que la rodeaban.

— Iremos a la Torre. –dije de repente, tras un tiempo sin decir absolutamente nada.

«Algo importante va a pasar, lo noto» , pensé entonces.

Pasaron unos días hasta que por fin, a lo lejos, divisé la majestuosa silueta de la Torre. Aunque sabía que quedaban al menos un par de días para llegar, me alegré de todas formas. ¡Estaba ansiosa por contarle a Narshel todos mis avances en el campo de la magia!

Alcanzamos una aldea cercana y decidimos pasar la noche en un pequeño hostal donde podía dejar a Destino a salvo de la tormenta que habría esa misma noche.

La habitación que nos asignaron era muy sencilla, sólo había una pequeña cama, una mesita y una ventana por la que se veía gran parte del valle.

Aquella noche no tenía mucho sueño, así que Tabit y yo nos quedamos hablando durante varias horas y admirando el paisaje.

Hablamos de muchas cosas: de cómo era mi vida antes de convertirme en aprendiza, de por qué decidí especializarme en magia del agua, de mi familia... Y yo también le pregunté sobre cómo era su vida antes de morir.

Sé que ese es un tema muy delicado para los fantasmas. A nadie le gustaría hablar de cómo fue su prematura muerte. Le dije que si no quería hablar del tema, que podíamos hacer como si nada hubiese pasado, pero pensé que ya llevábamos mucho tiempo juntos y que éramos muy buenos amigos y que no supondría ningún problema.

—Se está haciendo tarde, debería ir volviendo ya a la posada. —comenté a Carla, ya que habíamos alargado demasiado nuestra caminata.

 Desde que me consagré como mago habían cambiado un par de cosas en mi vida. Aparte de la aparición de Carla, estaba empezando a llevarme bien con la música, lo cual me sacaba de mi rutina de magia entre libros y libros. Así que me hice con una mandolina y he estado tocando todo este tiempo. Pero últimamente me encuentro en un proyecto también en el tema de la música, el lutier con el que trabajo ha aportado los materiales que necesitaba y, si es exitoso, me ayudará a comercializarlo. Básicamente es un instrumento con un mástil alargado y cuerdas gruesas, para que adquiera una tonalidad grave. Aunque tengo pensado descansar un poco del proyecto esta noche y practicar un par de acordes, ya que tengo la mandolina un poco olvidado. Y dentro de unos días he de regresar a la torre, en esta aldea son un poco supersticiosos y tengo los hechizos un poco oxidados.

—Buenas, Meli. –saludé a la recepcionista.

—Anarion, he asignado a una forastera una habitación bastante cercana a la tuya, así que nada de montar jaleo, no quiero oír el ruido infernal de todas las madrugadas.

—De acuerdo, Meli. —le contesté en tono jovial. Sus malas pulgas no ayudaban a erradicar los estereotipos hacia los enanos, aunque el hecho de que tuviera mala leche no quitaba que fuera buena persona. Era una mujer muy simpática, ella me aconsejó que no usara la magia, al parecer no tuvo reparo en que me hospedara siempre y cuando no la liara de ninguna manera. Además, teniendo en cuenta lo que salía de la boca de mi mandolina, "ruido infernal" era un calificativo generoso.

Bueno, pues tendré que aplazar mis planes y dormir por la noche como la gente normal.
O podría tocar bajito.
Sí, si tocara bajito no molestaría a nadie. Al menos es lo que pensé antes de que mis torpes manos dejaran caer mi mandolina desde el estante de mi habitación, produciendo un sonoro golpe contra el suelo. Por suerte, la mandolina no sufrió ninguna lesión. Eso sí, la bronca de Meli me la llevo.