Me habían admitido en Guardiadragones del Mar, pero el camino desde la Roca hasta la escuela era inmenso: ¡había que ir a la otra punta del mundo! Y yo no tenía las piernas largas de un humano ni la resistencia de cualquier otro enano para hacer rápido el camino, así que acabé deteniéndome en cada ciudad y en cada pueblo, y terminé perdiendo la cuenta del tiempo que llevaba viajando. Tras días, semanas o meses, conseguí dejar atrás la tierra de humanos hostiles que llamaban Sacra Herodea y acabé perdida en un bosque en medio de un valle, en el que, para colmo de males, había lobos a los que escuchaba aullar cada noche. Por suerte, además de lobos había otras presas fáciles para cazar, y algunos vegetales, y mi caminata por el maldito bosque no fue tan mala como había esperado.

Llevaba conmigo un mapa, pero, tras tanto tiempo en el bosque, era muy probable que me hubiera perdido. Seguí caminando y caminando —y maldiciendo— hasta que me encontré con una sombra alargada, y, al levantar la cabeza, vi que esa sombra pertenecía a una torre muy espigada, de color marrón. ¿Será un buen lugar? No lo sabía, pero era, desde luego, un lugar cubierto, y yo ya estaba harta de dormir a la intemperie.

Todo estaba vacío. Llegué hasta unas rejas, y estas se abrieron de par en par. Solas. «Espero que esto sea mecánica y no magia», pensé. Pero no estaba segura de que llegara hasta allí el ingenio de los enanos. Aún así, avancé. La necesidad era más poderosa que el miedo.

Rodeé la Torre y encontré una puertecilla abierta, por la que entré. Esta puertecilla daba a lo que parecía ser una cocina —buenas noticias—, pero, antes de detenerme a devorar lo que encontrara, decidí abrir la otra puerta que vi en la estancia y llegué hasta el vestíbulo: vacío, grande, con unas amplias escaleras. Y allí, frente a ellas, había un joven de pelo blanco. «Espero que no tenga malas intenciones, o que no le ofenda que haya entrado sin avisar». Decidí confiar, y preguntarle qué era aquello.

—¡Eh, joven! —dije, acercándome a paso lento—. Me he perdido y he llegado hasta aquí, ¿podrías decirme dónde estoy?

Mis peores temores se hicieron realidad.

—¡¿Magia?! ¡¿Magos?! ¡Por las rocas! Tengo peor suerte de la que creía.

Para colmo de males, mi interlocutor era también uno de esos extraños magos, o uno de los aprendices, pero, al menos, no era el propietario de aquella inmensa torre y no se ofendió porque me colara en ella. Respiré hondo varias veces, mirando a todos lados. Ya no podía hacer nada: estaba perdida en una torre en medio de un valle, rodeada de magos, y, ciertamente, el tal Valle de los Lobos era un territorio tan amplio en mi mapa que era difícil saber en qué punto exacto me encontraba.

Era demasiado tarde para retroceder, así que, si quería correr los menores riesgos posibles, tendría que intentar no enfadar a los magos de aquella torre para poder hacer allí el descanso que necesitaba y continuar mi viaje.

—Entonces... ¿no sabrás quién es el propietario o la propietaria de esta... escuela de magia?

Oh, un archimago de gran poder. Suspiré, pensándome entonces si de verdad quería hablar con el misterioso propietario o no. Pero no había alternativa. «Al menos ha dicho que nadie me echará un conjuro», me dije. Y lo cierto era que no parecía tener malas intenciones.

—Ekatia Raskólnikov —dije cuando me preguntó el nombre, con cierto orgullo, pues mi propio nombre era uno de mis bienes más preciados—. ¿Y el tuyo?

Miré a mi alrededor: no había nadie más, ni se escuchaba ningún ruido. ¿Acaso en aquella Torre no estábamos sino yo, el aprendiz de magia y el archimago de gran poder? Bueno, no nos quedaría más remedio que comprobarlo, y, puesto que aquel joven parecía de fiar y estaba buscando a la misma persona que yo, lo mejor sería no separarme de él hasta que encontráramos al propietario.

—Podemos ir a buscarlo juntos, entonces. —Levanté la cabeza y miré las escaleras—. Espero que no haya que subir demasiadas escaleras para encontrarlo.

La sola idea de subir tantísimas escaleras preparadas para humanos era, para cualquier enano, una idea aterradora. Para mí, con mi pierna izquierda artificial, la situación era todavía peor.