Habían pasado cinco días desde mi llegada a La Torre.

Cuando llegué, temblorosa, aferrada con miedo al fuerte brazo del nórdico Rurik tras haber sido telentrasportado los dos al frente de La Torre, me entró el pánico. Sentí miedo. No me sentía capaz de todo esto. A pesar de ser una elfa, un ser tan cercano al mundo mágico y espiritual, había sido criada tan lejos de esta, que me costaba asimilarlo. Y en ese momento, solo tenía ganas de correr marcha atrás y dejarlo todo. No paraba de pensar que no iba a ser capaz de superarlo, que era algo que me venía muy grande, algo que no era para mi. Pero, a pesar de todo, dí un paso hacía delante. Aquel pasó, se convirtió en otro, y luego en otro. Comencé a andar, lentamente hacía la entrada. Era verdad que tenía miedo, era verdad que sentí que era algo que no podía afrontar y era verdad, que a pesar de ni si quiera haberlo intentado, ya pensaba en rendirme. Pero había renunciado a muchas cosas por llegar a aquel lugar, había sacrificado, muchas cosas. Había abandonado mi hogar, había tomado valor y había abandonado a mis padres, a mis amigos y a todos los elfos, y, había abandonado una parte de mí. Abandoné algo muy valioso para mi, algo que encerré en los más profundos rincones de mi mente sin intención de dejarlo salir.  Era un recuerdo tan insignificante, pero a la vez tan hermoso, que me encadenaba a las tierras elficas. También, fue un recuerdo que despertó dentro de mi cuando crucé las grandes puertas de la escuela. Y no pude evitarlo. Un mar de recuerdos estalló en mi mente, el miedo arrinconó a mi corazón, y el estrés juntado con la juventud chocó en mi pecho. Lloré, y no me arrepiento de ello. Lloré como una niña sobre los hombros de Rurik. Cuando me marché de mi hogar, mi madre estaba embarazada. Iba a tener un hermano, y lo había abandonado. Jamás me perdonaría aquello.

Le pedí disculpas a Rurik, y le pedí, avergonzada por el espectáculo que había hecho, donde podía dormir. Me explicó, lo mejor que pudo, donde se encontraban los dormitorios. Se lo agradecí, me despedí de él y comencé a subir las escaleras. No quería hablar con nadie. Rurik no se merecía que le tratara como le había tratado, pero estaba confusa y triste. Lo único que quería era tumbarme en mi cama y llorar, sin que nadie pudiera verme. Haber actuado tan distante con él, no hacía más fácil las cosas.

Mientras pasaban los días, me pasaba gran parte del tiempo buscando a Rurik para pedirle disculpas, pero el nórdico parecía que había desaparecido. Por más que buscara, no lo encontraba. En cierto modo, eso hizo que me acostumbrara rápidamente al lugar y que era capaz de caminar con soltura por las diferentes secciones de La Torre sin tener miedo a perderme. Pero había un problema. Desde mi llegada a la escuela, no había recibido ninguna clase de instrucción de parte de algún maestro ni nada parecido. En mi habitación había una túnica blanca, que había decidido no ponérmela porque no sabía si era correcto o no, y un libro. Un libro donde gran parte de él estaba escrito por una lengua que no conocía. No sabía que tenía que hacer. No me habían explicado nada. Me daba la impresión de que era una prueba. La cosa es, ¿En que consistía? ¿Era una prueba donde se valoraba la paciencia del alumno? ¿O su determinación? ¿Sus conocimientos sobre la magia?

Nada más despertarme aquella mañana, justo al terminar desayunar, ya me encontraba sentada en mi cama, intentando descifrar las partes del libro, pero era algo imposible. Si esto era una prueba, no la estaba superando. Era como intentar leer con los ojos cerrados. Era absurdo, pero yo lo seguía intentando.

Seth aún recordaba las vivencias acaecidas en el bosque, junto al ciervo. Las tenía frescas en sí mismo pero le habían servido para encontrar la determinación que necesitaba para practicar por fin magia por sí mismo. Aquel día volvía de entrenar algunos hechizos y subió raudo al segundo piso a su habitación, tenía ganas de sentarse y descansar, quizá se tumbara un poco y volviera a la biblioteca.

Al volver a su cuarto, se fijó en que la habitación que quedaba justo en frente de la suya estaba habitada por alguien, podía ver a una elfa leyendo un libro. Reparó levemente en ella y le dió la impresión de que no se encontraba bien. ¿Sería quizá otra alma perdida? ¿Una de tantas como él? El peso de la vida y del pasado a veces recaía en los hombros de los demás y en uno mismo... Quizás notó que él mismo en algún momento estaba en el lugar de esa chica. Después de todo, si acababa de verla podía deducir que acababa de llegar a la torre hacía poco.

Él no era un hombre de palabras, bien podía saberlo, pero en el fondo quizá pensaba que le hubiera gustado tener a alguien cerca, en aquella estancia de la torre algo más silenciosa, que no fueran habitaciones abandonadas. Pero él era demasiado huraño y no soportaba el ruido como para meterse en un piso abarrotado de gente. Desde luego tampoco iba a dirigirle la palabra sin más a una desconocida, asi que recurrió a lo que había aprendido desde que entró de lleno en el mundo de la magia: A actuar.

Se acercó a la entrada de su habitación, con el libro de la Tierra en la mano, exactamente igual que el ejemplar que ella tenía y tocó a su puerta, a pesar de que estaba abierta, para que ella saliera de su ensimismamiento y le prestara atención.  Hizo una leve reverencia con la cabeza, y le enseñó el libro de la Tierra. Él era una persona bastante parca en palabras pero estaba convencido de que ella sabía lo que él quería decir.

Levantó la mano, y pronunció suvamente con el eco que desprendía de su máscara, lo siguiente:

(Lanzas Edáficas)

Controló la fuerza del hechizo al mínimo, manteniendo una distancia de la grieta donde lo estaba ejecutando, en aquella torre, con clara afinidad a la tierra era fácil que la energía pudiera salirse de banda. No obstante, a cierta distancia y manteniendo contacto visual, pudo hacer brotar una raíz verde con espinas, sinuosa y afilada. Del tamaño de un pequeño animal. Se concentró totalmente en esa pequeña planta y su raíz, e hizo brotar levemente una flor. Él no podía controlar ni saber qué tipo de flor ni su color. Pero brotó.

Bajó la mano levemente, y lo conjurado del hechizo fué bajando gradualmente hasta desaparecer relajadamente entre las grietas de las piedras de la torre. Como si no hubiera pasado nada nunca.

-Todos somos en algún momento una raíz. Algo efímero y con espinas. Recuerdos quizá. Pero hasta algo tan tosco como la magia de Tierra puede ser bella, si queremos. Como nosotros.

Hablaba pausadamente, enfatizando con un breve silencio cada punto. Mientras desarrollaba el hechizo hasta que lo terminó, como si tratara de comunicarse con la magia y la necesitase porque para él las palabras nunca eran suficientes.

Seth era así.

Cada segundo que pasaba mirando aquellas páginas, más frustrada me sentía. Era como leer una página en blanco, e intentar comprenderla. Era frustrante e imposible. No me habían dicho nada. Ni tampoco hice lo posible para que las demás personas me ayudaran. Nada más entrar a la escuela, había dado una mala impresión de mi, y no quería empeorarla aun más.

Agotada, decidí que si en cinco minutos no pasaba alguna clase de milagro que me hiciera comprender aquel tedioso libro de texto, iría a buscar otra vez a Rurik, a pesar de que sabía que no iba a ser capaz de encontrarle, pero necesitaba despejarme, y en el caso de encontrarlo, pedirle disculpas.

Unos delicados golpes sonaron en mi puerta. Estaban llamando a mi puerta. Levante la mirada y miré hacía la entrada de mi habitación y lo que vi, me sorprendió de una forma, que no entendí por que no grité. Ante mis ojos, se encontraba una figura donde todo el cuerpo era humano menos la cabeza, que era la de un chacal negro. Tardé en darme cuenta de que aquella supuesta cabeza, era simplemente una máscara, me tranquilicé un poco. Pero, aun así, seguí sorprendida. Daba un poco del mal rollo. Y creo, que era lógico. ¿Cuántas veces se te presentan una habitación, una persona que oculta su rostro con una máscara de un animal que simboliza la muerte? Vi que tenía el mismo libro que yo en una mano y me lo enseñó. Di por hecho que me quería enseñar algo.

Entonces, habló. El sonido de su voz salió tras su negra máscara. El sonido viajó hacía mi, como si fuera la cálida arena del desierto guiada por el aire. Tras aquella lengua desconocida, vi vida. Dentro de mi, pude contemplar algo único. Aquellas palabras, volvieron a despertar en mí algo inusual. Noté el olor a la arena del desierto, al fuerte sol emitiendo todo su calor, a las noches frías, a la dulzura del agua tras la sed. En sus palabras, vi el desierto.

Cerca de aquella persona, tras una grieta, comenzó a brotar una raíz verde, fue creciendo hasta tomar el tamaño de un pequeño animal. De aquella planta, brotó una flor. Una flor amarilla, parecía dorada, formada por tres pétalos. En el centro de la flor, descansaba una pequeña esfera, lisa, casi plateada y rodeada por una especie de corona formada por un tipo de algodón marrón. Era una flor que nunca había visto. Era, la flor más hermosa que había visto nunca. Era magia.

Cuando habló, escuché atentamente cada palabra que decía. Hablaba despacio, cada frase que decía, dejaba un silencio. Sus palabras eran enigmáticas, al igual que su forma de decirlas. Tras terminar de hablar, la flor dejó de crecer, de adaptar una forma.

Tenía que decir algo, ese era mi momento para hablar, pero no se me ocurría nada. Lo que dijo se podría interpretar de muchas formas.

-Tienes razón.- Me atreví a decir.- Pero esta flor morirá. Yo no puedo ayudarla, yo todavía son un raíz. Muchas espinas, pocos pétalos. Algo tan pequeño no puede cuidar algo tan grande. Si me transformas en flor, creo que seré capaz de cuidarla. Ayúdame, por favor. -Añadí rápidamente. Le esta pidiendo que me enseñara. ¿Por que él y no otro?. Él era diferente al resto. Llevaba una máscara de un chacal, y me daba la impresión que para él, la magia era algo más que magia. Y el ultimo motivo, es que, él tenia una historia que contar. Era... como si fuera un libro y los demás fuéramos personajes secundarios. Él, era el protagonista. Me gustaría poder decir que lo vi en sus ojos, o que en su rostro lo noté, pero ese no era el caso, pues llevaba una máscara.

Abrió plácidamente los ojos al oir la voz de aquella chica, y meditó durante unos segundos lo que sus puntiagudas orejas significaban. Era una elfa, joven quizá, pero una criatura ancestral que vivía el tiempo a otro ritmo. De lo poco que había leído y experimentado de ellos y los pocos que había visto en la torre, vivían las emociones a un ritmo más lento. ¿Sería esa la razón de que su forma de comunicarse fuera especial con ella y cualquier otra humana estaría asustada?

Cuando terminó de hablar, Seth volvió raudo a su habitación sin mediar palabra y cogió una maceta vacía, junto a una semilla de tantas que tenía en su pequeño habitáculo de botánica y volvió a donde estaba ella.

Colocó la maceta en su mesa, y delante de ella enterró con mimo la semilla. Plácidamente, sin prisas, como si acurrucara a un recién nacido. Parecía mentira que apenas unos segundos antes esa semilla estuviera guardada entre tantas otras en una bolsa de cuero, pero a partir de ahí, él le dió otro significado. Mientras lo hacía, volvió a hablar pausadamente:

-Ésta eres tú. Antes eras como yo. Ahora yo soy sencillamente otra planta como ésta, con raíces y sin florecer en mi escritorio. Podría hacerla brotar con magia, hacerla crecer sana y fuerte, darle agua mágica. Verla vivir. Verla florecer. Verla morir...

Ésta vez tomó una pausa más larga de la habitual antes de continuar hablando, pero la semilla ya estaba enterrada en esa maceta.

-Pero no he usado magia con mi planta. Sólo la miro crecer como otra, mientras la riego. A veces la escucho, y aún hoy aunque ella sea mi única amiga cercana, no puedo expresar con palabras lo que me dice. A veces me da las gracias. A veces... me pregunta si sabe qué tipo de flor va a ser. A veces creo que teme ser recolectada. Pero en el fondo sabe que todos volveremos a la tierra tarde o temprano. Su vida es tan efímera... que aunque hayan pasado meses desde que brotó y la mire todos los días, siento que en su pequeña vida hayan pasado milenios teniéndome como único acompañante. Una semilla y una pequeña planta me han enseñado la primera lección que aprendí en ésta torre: La magia es la energía que nosotros proyectamos. Efímera.

Volvió a hacer una pausa, se encaró a la elfa que probablemente habría dicho algo entre pausas y continuó:

-Quizás si fuera Maestro del elemento Tierra podría convertirte en una planta. O en una flor. O un árbol. Pero eso no cambiaría lo que sientes. Quizá algún día esa planta de mi habitación muera y cuando yo fallezca dentro de una década yo sea una planta. Y esa planta podría ser quien me riegue todos los días.

Se encogió de hombros y musitó, finalmente:

-Pero ahora yo soy el aprendiz de mago. Y ella es la planta. Y tú eres otra persona. ¿Quieres ser una maga o quieres ser una planta?

Entonces sencillamente volvió a enseñarle el Libro de la Tierra.

Sin más. Seth era así.

Cuando aquel misterioso hombre terminó de hablar, se fue de mi habitación. Me sorprendió un poco, su forma de actuar era rara, diferente. Él era silencioso, impredecible, y estaba aislado del resto de las personas por una máscara. Hablaba como si la magia estuviera viva, y hablaba de tal forma, que tal vez de forma inconsciente, decía las cosas para que la gente no lo entendiera. Me costaba entender sus palabras. No conocía la forma que tenía el mundo, y mucho menos sabía cosas sobre magia y plantas. Me daba un poco de lástima. Él si lloraba, o si si mostraba una sonrisa, nadie sería capaz de saberlo. Tal vez se sentía... solo. Y tal vez... al igual que yo necesitaba ayuda, él tal vez la necesitaba también. Pero a lo mejor... él no lo sabía. Cada persona era un mundo, pero su mundo... Era un mundo demasiado complejo.

Entonces, volvió a mi habitación, con una maceta en manos. No pude evitar sonreír. Yo no podía entender a las plantas, ni sentir el amor que él sentía por ellas, pero era algo tan bello, tan único, que no podía evitar sonreír. Ojala pudiera ver el mundo con sus ojos, y ver tal y como él lo veía.

Colocó la maceta en la mesa, y enterró en ella una semilla, con delicadeza, con cariño. Lentamente, lo hizo con ternura y lo hizo con la misma calidez que una madre acaricia la cabeza a su hijo. Tal vez, de todas las semillas que habían en este mundo, para él, aquella semilla que descansaba entre la tierra, fuera especial, diferente al resto. No era una semilla, ni era la semilla, ni era su semilla. Era algo más.

Habló, y lo escuché como siempre. Su voz no reflejaba nada, su rostro estaba oculto. Pero, noté tristeza cuando terminó de hablar, podían ser imaginaciones mías, pero era como si dentro de aquellas palabras durmieran tristezas.. Terminó de enterrar la semilla.

Pausa.

Volvió a hablar. Sus palabras están muy lejos de mí. Hablábamos el mismo idioma, pero nuestros corazones usaban otro lenguaje. No podía entenderlo. Tal vez, si tuviera tiempo de reflexionar lo que él decía, sería capaz de darle un significado, pero en una conversación, no me daba precisamente tiempo a hacerlo.

Pausa.

Y volvió a hablar. Me esforzaba, realmente me esforzaba para intentar entenderlo. No me daba tiempo a pensar. Entonces, se encogió de hombros y me preguntó:


No sabía que responder. Quería ser una maga, ¿Pero qué significaba ser una planta para él? ¿Era literal? ¿O era una metáfora? Todo lo que él decía se podía interpretar de muchísimas formas. Si tan solo le conociera más... podría saber a que se refería. Podría responder sin temor a equivocarme, podría ser algo sencillo. Tal vez me estaba preocupando tanto por entenderlo, que tal vez por ese mismo motivo no podía hacerlo. Tal vez...

Silencio.

Cerré los ojos, y dejé de pensar. Tal vez, hablaba mucho con la cabeza, tal vez... tenía que hablar con el corazón. No pensaba en nada, y a la vez pensaba en todo. En mi mente, los pensamientos danzaban veloces, cambiantes en mi interior. Recordé el desierto que había contemplado en sus palabras. Y entonces, lo entendí, pero a la vez no lo entendí. Una parte de mi lo entendía, pero otra parte de mí lo desconocía. Yo me encontraba en medio de ambas en aquel momento.

-Quiero ser fuerte, poder proteger a mis amigos, no quiero que sean ellos quienes me rieguen, quienes yo miraré tras una segura maceta de protección, sin peligro, sin valor. Quiero tener poder, para ser yo quien les cuide a ellos. Quiero morir sin remordimientos, quiero poder entender tus palabras. Si eso implica ser una maga, lo seré. -Respondí mientras abría los ojos. Mis labios se movían solos, no sabía lo que decía, pero no dudaba en mis palabras. Esas palabras había dormido durante mucho tiempo en mi, y no me había fijado en ellas.- Pero antes de poder andar, hay que saber gatear. Antes de proteger a un amigo, tengo que tener uno. Mi nombre es Lira, y aunque para ti, yo pueda ser una desconocida, para mi tu ya eres mi amigo. -Añadí, con decisión mientras le miraba a lo que debería ser su supuesta cara.

Una parte de mi, corría libre por mis palabras, sin miedo a equivocarme, y otra parte de mi, encerrada en una maceta de inseguridades, tenía miedo de haberse equivocado.

Escuchó nuevamente a su compañera de segundo piso, ojalá pudiera haber visto el efecto de sus palabras en la cara de Seth pero su máscara impedía casi toda interacción con el resto del mundo y su cara.

(Amigo... hacía tanto que no escucha eso de alguien fuera de mi hogar en las dunas que... no recuerdo bien su significado. ¿Sería ésto? ¿El de dos almas perdidas que se encuentran y deciden ayudarse y apoyarse mutuamente?)

Seth esperó unos segundos y respondió tendiéndole la mano:

-Mi nombre es Seth y ya no eres una desconocida para mi.

Esperó pacientemente a oir lo que ella tenía que decirle, y se sentó junto a ella a leer el Libro de la Tierra. Los símbolos, las runas, la lectura. Narraba cada párrafo de él como si naciese de sí mismo y de sus raíces. Prontó cambió de tema y habló de su pasado, con parsimonia, su clan. Un poco el desierto, detalles sin importancia, matices, pero que todos reflejaban soledad y añoranza. Fueron unas horas estupendas y Seth se dió de cuenta de mucho con sus vivencias con la chica del bosque y la elfa que acababa de conocer. Era más fuerte de lo que él creía. La prueba del elemento Tierra estaba cerca y lo único que creía necesitar era seguridad en sí mismo.

Se levantó al rato, para desenvolver los vendajes sus manos, las laceraciones ya habían cicatricado, miró a su amiga seguir esforzándose en el libro y él ahora quería dedicar el resto de los días a su prueba. Quizás lo consiguiera, quizás no. Pero la experiencia de conocer a una recién llegada también le demostró que él, al menos hasta ese momento, había trabajado muy duro durante los meses de su estancia.

Mientras ella seguía leyendo, escribó en un papel, una ubicación en la biblioteca del segundo piso, y una fecha cercana a dentro de una semana.

Le hizo un gesto con la mano y se despidió, cogió todas las cosas de su habitación como si fuera a irse de viaje, unas pequeñas pócimas, unguentos, bolsas de cuero pequeñas que iba atando a su túnica blanca, su bastón nudoso y en cuanto volvió a mirarla cerró la puerta y se marchó por el pasillo.

En 7 días, quizá volvería a verla. O estaría muerto.

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