Comencé a subir las escaleras de piedra lentamente, observando con cuidado a los estudiantes que bajaban o subían por ellas. Todos eran diferentes: Venían de sitios diferentes, y algunos eran totalmente diferentes. Algunos eran como yo, humanos; pero había otros, en menor cantidad, que tenían las orejas alargadas y en punta y facciones muy delicadas, casi constituyendo una belleza ideal.

Suspiré, apretando con el puño derecho un trozo de papel que me había dado uno de los maestros de la escuela. Me había costado mucho leerlo, pero básicamente era una carta para pedir permiso a una tal Neion para compartir dormitorio con ella. Me había dicho que teníamos que firmar aquel documento para mostrar nuestro acuerdo de compartir una habitación, pero no terminaba de entender lo que se refería con firmar. Aquello era algo que tenía que preguntarle a mi futura compañera de habitación, y aquel era uno de los motivos por el que tenía que compartir dormitorio con otro estudiante: Antes de aprender cosas sobre la magia, tendría que progresar con el Gárnalico, tanto oral como escrito; además de seguir aprendiendo como se comportaba las personas del exterior, pues ahora formaba parte de ellas.

También me había dado una extraña bola de cristal del tamaño de una nuez, donde dentro de esta brillaban palabras extrañas, palabras en un lenguaje que nunca había visto. «Si ella está de acuerdo con que compartáis dormitorio, estállala contra el suelo de su habitación. Ni se te ocurra hacerlo en otro lugar que no sea el dormitorio» fue lo que me dijo. Así que, opté por guardar el extraño objeto en mi zurrón de cuero: Allí estaría seguro de romperse. O al menos, eso esperaba.

Ya había llegado al undécimo piso, el problema era saber en cuales de las puertas ella estaría.

–Errr… Perdona. ¿Habitación de Neion? –Le pregunte a un alumno que iba a bajar por las escaleras. Me miró sorprendido, tal vez por la forma de expresarme o por el aspecto que presentaba, que era desde luego más diferente que el de los demás. Ellos me hubieran podido, según lo que había oído, decir que era un bárbaro: Él vestía con una elegante túnica azul, mientras que yo vestía con unas ropas de viaje y una pequeña capa verde. Él, tenía el pelo corto, negro, bien peinado: Mi pelo era salvaje, rojo. Él pertenecía a la civilización, yo solo era un extraño en aquel extraño mundo.

–Es esa de allí, creo. –Me dijo mientras señalaba con el dedo una de las puertas que crecían en los alrededores del pasillo. Su rostro seguía reflejando desconcierto.

Sonreí, intentado parecer cordial.

–Gracias.

–De nada. –Su rostro había perdido cierta tensión.

Después de todo, yo era un salvaje muy civilizado.

Él se fue por las escaleras y yo me dirigí hacía la puerta que me había señalado. Fui a abrir la puerta, pero recordé que era de muy mala educación. Di tres suaves golpes a la puerta, avisando de mi presencia. Y me quedé esperando, sin nada que hacer.

Entré en su habitación y me quedé de pie en medio de ella. Fui a gritarla al ver que colocaba las armas debajo de la cama, pero logré reprimir aquel impulso: En Urd la hubieran matado por aquel acto. Las armas eran lo más importante en Urd, el hecho de colocarlas debajo del lugar donde dormías era un insulto hacía Urd y a su gente, hasta rozaba lo que la gente del exterior denomina “herejía”. Así que, era comprensible que mi corazón latiera ferozmente y empezara a sudar de los nervios, porque a pesar de entender que para ellos no era importante, aunque nunca fui realmente un Urdeño, la sangre de Urd corría por mis venas y era complicado olvidar todo lo que me habían enseñado durante toda una vida, a pesar de que yo nunca logré simpatizar con las ideas de Urd.

–Buenas tardes. –Repetí de la forma más natural que pude, aunque sinceramente no comprendía del todo el verdadero significado de aquella frase: Era una forma de saludar, eso lo sabía. Pero lo de buenas y tardes… –Err… Sí, creo que sí. Soy nuevo estudiante y…

Puse una expresión extraña, como si una palabra se me estuviera atragantado.

–Un nuevo estudiante. –Me corregí poniendo mucho énfasis en el “un”. – Me han dado una nota para pedirte permiso para yo desde dormir contigo. Para mejorar el lenguaje y aprender más sobre vosotros. –Expliqué mientras zarandeaba la nota de papel donde lo explicaba más detalladamente.

Ahora que lo pienso más detenidamente, cuando dije “vosotros” no me paré a pensar que podía llegar a sonar algo ofensivo, pero tengo que remarcar que me crié en Urd: Ellos se creían superiores que cualquier otra civilización, humanos en general. Por mucho que no quisiera, parte de esas ideas Urdeñas seguían en mí.


Entonces, me fijé de verdad en ella, no solamente en sus acciones. Era pelirroja, no como yo, pero después de todo, tenía el pelo como el fuego. No pude evitar sonreír al ver a alguien que se parecía en algo a mí.

–Yo ser Yil: Tres sombras. –Expliqué señalándome al pelo, al corazón y hacía abajo, refiriéndome a los pies. –¿Encantado, Nei? –Dije dudando, no estaba seguro sí era lo que tenía que decir. En Urd era más fácil presentarse: Las personas decían su nombre y después decían una palabra para mostrar educación y respeto, pero todo variaba de las sombras de vuestros nombres: Kain si tu nombre tenía más sombras que el suyo, Kirtain si tenías el mismo número de sombras y Graáin si tenía menos sombras. Si no decías nada, era una forma bastante desagradable de mostrar bastante desagrado.

Por raro que sonara, Nei era parecido a un nombre Urdeño, uno con una sombra: Nyed, la doble cara.

Cuando terminó de hablar, una carcajada nerviosa se escapó de mí: Al final tenía razón con su sombra y su “doble cara”.

–No problema, no reír por tu problema si no por pensamiento propio –, me disculpé apresuradamente mientras me acercaba a ella. – No me importa, he vivido cosas peores. Quiero vivir aquí: Aprenderé mucho contigo. –Esto ultimo lo dije señalando el papel que sujetaba.

«Y viviré cosas peores», pensé recordando algo que venía acosándome desde hacía mucho tiempo: Al marcharme de Urd… ¿Habían enviado cazadores de hombres para protegerse de los daños que podía ocasionar en el mundo exterior? La verdad: Antes aquel pensamiento me asustaba y no podía evitar dormirme con el temor de no despertarme al finalizar la noche, pero poco a poco, en cuanto los días fueron pasando al ver que no ocurría nada, aquel pequeño pensamiento apenas me dejaba indiferente. Ya me había acostumbrado a aquel pequeño temor.

–Nei, por cierto: Yo estudio magia –, expliqué apuntando las palmas de mis manos hacía ella; las bajé rápidamente. – Y tengo dos preguntas: ¿Cuándo duermes quién eres? Y la otra pregunta, ¿Te puedo llamar Nyed? –. Sonreí. No, mentira: Moví la comisura de mis labios hacía arriba y cerré un poco los ojos; era una sonrisa sin sonreír. Era la expresión de alguien que se expresaba por costumbre y necesidad, no por naturaleza. Era falsedad y amabilidad, era en sí misma la facción de una sonrisa y su propia antítesis.

–Sí, gracias. –Afirmé, dibujando mecánicamente una sonrisa. Era odioso no poder comunicarme bien. –Tenemos que firmar el papel, aunque no sé qué significa firmar realmente… –Admití tímidamente, mirándola a los ojos. «Explícamelo», decía mi cuerpo entero. No te preocupes, yo tampoco entiendo muy bien a que me refiero con esto, pero sinceramente, fue lo que ocurrió.

La verdad, es que siempre había creído que “firmar” algo era la acción de poner algo firme; pero dado que no tenía mucho sentido poner firme entre dos personas una hoja de papel, había simplemente admitido que no tenía ni idea de su significado, y saber una palabra y no su significado era algo muy molesto, casi tanto como tener un trozo de cartílago entre los dientes.

«Luego tengo que estallar la canica de cristal contra el suelo», recordé cuando miré a las tablas de madera que constituían el suelo que pisaba. No sabía que ocurriría cuando lo hiciese, pero tenía ganas: Aquel artefacto era mágico, no hacía falta ser muy inteligente para saberlo; el problema era saber qué ocurría cuando sucediese, pero igualmente, ver un acto de magia era siempre emocionante.

Asentí un par veces para dar a entender que había entendido su explicación. Aunque a decir verdad, la idea de «firmar» me parecía algo que rozaba lo estúpido: alguien lo suficiente habilidoso podía hacerse pasar por ti si era capaz de reproducir tu firma, y la identidad es casi tan importante como peligrosa. No podía asimilar que la tinta, la sangre o un sello —en aquellos momentos no sabía lo que era, pero decidí no preguntar— tuvieran el suficiente valor para algo así. Pero decidí dejarlo estar.

Cuando se pinchó el dedo y firmó con su sangre, me sorprendí bastante: no era algo que se viera en Urd ni en el «mundo exterior». Se me dibujó una leve mueca de dolor al verlo, y entendí el porqué “los de aquí” no les hacía mucha gracia. Me pareció bastante dramático, ni me pareció algo útil: sobre todo, me pareció dolor innecesario.

—Creo que prefiero la tinta —afirmé con una sonrisa intentando mostrar cordialidad, suavizando así mis palabras se hubieran sonado algo toscas.

Cogí la pluma que sostenía y me dirigí a la silla del escritorio pensando cual sería mi firma. Opté al final —esto lo decidí ya sentado— que sería una “Y”, pues como todavía no dominaba bien el alfabeto y mi escritura era bastante desastrosa, pensé que lo mejor sería optar por algo sencillo. Además, cada trazo que formaba la “Y” podría simbolizar una de mis sombras, y la verdad es que, ahora cuando me pongo a pensarlo, fue una elección bastante dramática, ni me pareció útil: sobre todo, me pareció dolor innecesario.

Y firmé.

Al hacerlo, me sentí liberado de aquella responsabilidad, la de firmar un documento por primera vez. Pero sobre todo, decepcionado: esperaba que al hacerlo, sucediese algo. No sabría explicarlo, pero me esperaba otra cosa muy diferente. Solo vi una letra negra algo torcida y muy fácil de falsificar. Aunque la firma me pareciese un sistema de seguridad bastante inseguro, lo que significaba y lo que representaba me parecía algo demasiado profundo, demasiado personal. Demasiado importante.

Creo, que en aquel momento, idealicé mucho las firmas y lo que representaban. Después de todo, acababan de firmar con una “N” sangrienta no hacía tan solo unos segundos. Creo que mi reacción estaba justificada, más teniendo en cuenta mis raíces Urdeñas. Esa fue, aunque comparadas con las demás sea algo ridícula, la primera de muchas desilusiones que viví en La Torre.

—Ya hemos firmado —dije con voz ronca.

Me levanté entonces de aquella silla de madera, dejando aquel papel sobre la mesa y abrí uno de los bolsillos mi macuto. Me separé un par de centímetros escritorio y saqué aquella canica de cristal, manteniéndola entre mi índice y mi pulgar. Olvidándome del fiasco que supuso firmar, y mirando con atención los extraños caracteres que danzaban como luz y desaparecían como humo en su interior, y fantaseé con la idea de que al arrojarla contra el suelo como me había indicado el maestro, ocurriese algo inaudito: como que las paredes se expandieran, formando una habitación más grande; o que algunos muebles emergieran del suelo y que durante el proceso, brillasen con una pálida luz blanca; o que una fila de muebles diminutos saliesen del cristal al romperse para después obtener un tamaño natural y que se colocasen en el poco espacio que les quedaba. Pensé en la infinidad de cosas que podían pasar, y la verdad es que todo lo que pensé, lo que soñé que pasará distó mucho de la realidad. Y aquella fue mi segunda desilusión en La Torre.

Sosteniendo la diminuta esfera de cristal con mi mano derecha, elevé todo mi brazo formando un ángulo que desencadenó en una fuerte sacudida hacía abajo, arrojando en el proceso aquel instrumento al suelo, esperando que al romperse, sucediera algo maravilloso. Pero francamente, no ocurrió nada.

Cuando aquella bola tan diminuta como una uva tocó el suelo, se fragmentó formando varias esquirlas de diversos tamaños que se evaporaron en el aire, desapareciendo en un hilillo plateado y polvo. Esperé, expectante a que sucediese algo mirando al lugar donde había arrojado la canica de cristal. Pero después de varios minutos esperando, me di cuenta de que no sucedería nada.

Fruncí el entrecejo y me pregunté qué había pasado, y comencé a barajear varias posibilidades. Teniendo en cuenta que había seguido las instrucciones de un maestro, dudaba que hubiera sido fallo de aquel hechizo, pues seguramente lo hubiera elaborado él y dudaba bastante que un maestro pudiera dar a un alumno algo defectuoso, sobre todo cuando implicaba magia. Me plantee la posibilidad que hubiera sido fallo mío, pero había seguido unas instrucciones demasiado sencillas y vagas sobre lo que tenía que hacer: «Si ella está de acuerdo con que compartáis dormitorio, estállala contra el suelo de su habitación. Ni se te ocurra hacerlo en otro lugar que no sea el dormitorio». Así que me quedé perplejo, con los ojos muy abiertos. No había mirado a mi compañera de habitación en todo aquel tiempo y seguramente estaría pensando cosas. Tampoco dirigí la mirada hacía ella al darme cuenta de ello. Me limité a pensar porque le hechizo no había funcionado.

Intenté recordar, barajeé más posibilidades y me quedé en blanco varias veces. Intenté recordar algo que se me pudiese haber olvidado, como una frase o una palabra: algo.

Entonces, recordé una cosa. Un detalle que no entendía, pero que jamás le di mucha importancia.

—Nyed, ¿túnica de los maestros son verdes? —Pregunté mirando al suelo, con voz de duda. Con voz grave.