No sabía que un muerto podía cansarse. Pero sí. Fue un esfuerzo sobre humano, lógicamente extracorporal. No sentí dolor en los músculos que ya no tenía, no noté mi corazón inexistente acelerarse, no percibí aire cargado en mis desaparecidos pulmones... Pero lo que "sentí", fue mucho peor que el más fatal de los dolores corporales.
Logré regresar durante unos segundos al mundo de los vivos. Seguramente a través de un círculo de invocación que algún estudiante no se esmeró en cerrar. Afortunadamente, tuve tiempo para encontrar la habitación de Michelle.
Escribí una carta mísera con las pocas fuerzas corporales de que dispone un fantasma en el mundo de los vivos.
Mientras lo hacía, sentía ese terrible dolor, que no era dolor en sí, sino el castigo por escapar del Otro Lado sin permiso. Era la energía misma recordándome que estaba fuera de lugar, que había hecho trampas.
Muy bien, universo, hice trampas, pero soporté el castigo.
En cuanto acabé la nota para la que esperaba fuera mi aliada postmortem, deje de resistirme contra la fuerza natural que me llamaba al Otro Lado.
Y aquí estaba, vagando entre las nieblas del más allá, entre infinitos rostros de desconocidos y alguno que otro familiar...

Es curioso lo que significa estar muerto. No era infeliz. Todos estos meses transcurridos desde mi muerte en la Muralla habían sido un suspiro para mi, morador de infinito destino, pero ahora, desde ese segundo en que noté una rendija abierta y me colé por ella para visitar la Torre, el ansia, el deseo, las ganas incontrolables de volver a la vida hacían que el tiempo no pasara...
Había citado a Michelle para el solsticio, dándole margen para prepararse, y para pensar si quería participar en esto. A penas faltaban unos días, y la apática y resignada indiferencia que caracteriza a la mayoría de lo muertos había sido suplantada en mí por un poderoso sentimiento de esperanza.

Mientras esperaba el día en que sería invocado por mis amigos para tramar un plan, decidí aprovechar el tiempo para hacer unas cuantas preguntas y para visitar a algunos nuevos inquilinos del Otro Lado.

Llevaba varios "días" (si esque en este lado había algo parecido) sin hacer otra cosa que esperar.
Ya había localizado a los padres de una de mis aliadas... ¿En otra vida podría decirse que había sido mi amiga? No nos conocimos mucho, pero ahora daba lo mismo... Ese mundo estaba lejos, había quedado atrás. Pero si todo salía bien me juraría a mi mismo implicarme más con la gente y menos con los libros. Al fin y al cabo, los libros no iban devolverme a la vida.

Mientras divagaba por los infinitos girones de niebla, entre innumerables almas que hablaban, caminaban, permanecían inmóviles e incluso reían (más bien pocos...) escuché una pregunta dirigida a nadie, una voz surgida para no ser escuchada. Pero la escuché y miré hacia la fuente. Una joven (al menos en aspecto) que vagaba sin rumbo. Vagar. La actividad favorita de los muertos.

-No acaba. - Dije cuando la muchacha pasó por mi lado. -En el fondo creo que ni existe la distancia en este...lugar en el que estamos. Son suposiciones, pero - continúe hablandole como si me hubiera invitado a pasear con ella. Tenía ganas de contarle a alguien mis impresiones sobre el Otro Lado, y si se sentía molesta... ¿Que iba a hacer? ¿Matarme? - creo que en realidad no tenemos manos ni pies para caminar por este infinito y dichoso valle tenebroso. Simplemente nuestras mentes necesitan "ver" algo parecido a lo que siempre conocieron. Fíjate en las caras de esta gente. - Y mientras lo decía, deseé "estar" en otra parte. No en otra parte, sino cerca de un alma conocida. Instantáneamente los rostros de nuestro alrededor eran otros. Otras almas nos ignoraban ahora. -¿Ves? Lo único que hay aquí son almas, asique puedes encontrar a almas conocidas sin necesidad de andar mucho.

Acabada la lección, pensé que tal vez ella llevaba muerta más tiempo que yo, y no habría hecho otra cosa que el ridículo queriendo dármelas de listo... Pero es curioso el poco sentido de ridículo que se tiene una vez muerto...

en fin, si la chica gustaba de pasar un rato de esta eternidad hablando conmigo era cosa suya. Yo ya había dado el primer paso.

La muchacha prestó atención a lo que le contaba, pero en vez de seguir la conversación, se perdió un instante en sus pensamientos.... Pensamientos que desencadenaron en una de las preguntas más lógicas que se podían hacer en un lugar como aquel.

Si. -Fue lo único que le pude decir antes de hacer una pausa para recordarme a mi mismo que no todo estaba perdido aún. - Perecí en una gran batalla, pero aún no se muy bien como. No importa, había tantos enemigos que lo extraño es que durara tanto. - Bromeé. No quería amargar esta inesperada y bienvenida conversación con historias de guerra.

-Anos ha fui el heredero de un noble señor del norte, pero en los últimos tiempos que viví, dediqué mis esfuerzos al estudio de la magia, los demonios, las puertas dimensionales... Y un sinfín de cosas más... Que como ves, de poco me sirvieron. - Continúe con tono jocoso para intentar borrar la extraña expresión de la cara de la joven. Intentaba que se relajara... Después de todo, puede que nos quedara una eternidad entre la bruma y mejor pasarla animado.

-Y tú que me dices...¿cuál es tu historia?

Algo que ya había aprendido sobre el otro lado es que el tiempo no transcurre de la misma manera que en el mundo mortal. No se cuanto tiempo llevaba "paseando" con aquella agradable mujer, pero ese tiempo que a penas pasa de pronto se detuvo por completo.

-¿Eras alumna del Lago de Luna? -Casi grité de la emoción. En mi fuero interno sabia que no era para tanto...miles de alumnos habían pasado por sus muros, caminado por sus terrazas abiertas al eterno cielo nocturno, pero saber que en vida habíamos compartido escuela, no se, me hacía sentir unido a ella, unido a algo en ese mundo tenebroso lleno de brumas y almas ajenas a todo lo que no conocieron en vida. Seguramente, por la manera en la que hablaba, llevaba muchos años muerta y no conoceríamos a nadie en común, pero el solo hecho de ser alumnos de la
misma escuela me alegraba.

-yo también me convertí en mago en esa escuela. Y tienes razón. Me encantaba practicar mis hechizos en la calma constante de su noche cálida, o refugiado bajo sus cúpulas cristalinas viendo la lluvia estamparse contra las vidrieras. -Suspiré. Aún era duro recordar lo dulce que era estar vivo.