El día, como siempre, era normal. Ya no había incendios, ya no había magos oscuros caminando como si esta fuese su casa, y yo podía descansar todo el día, pues ya no había ningún peligro inmediato. Por lo que estaba durmiendo entre unos matorrales, con mis alas pegadas a mi cuerpo, para no destacar demasiado entre la maleza.

Sin embargo, tras el paso de las horas y cuando la noche volvió a ser día, me desperté, pero no me moví durante un tiempo por pura vagancia. Sin embargo, el hambre triunfó sobre mis deseos de quedarme quieto por lo que tuve que incorporarme y buscar un árbol apropiado.

Y lo encontré.

No era demasiado alto por lo que no causaría muchos estragos al caer, por lo que giré mi cabeza y comencé a roer la parte baja del árbol, usando mis dientes como sierra y mis poderosas mandíbulas para romper el tronco y hacer que se cayese. Y una vez que este se hubiese caído, comencé a roer la madera, masticándola mucho y despacio hasta convertirla en una especie de pasta. Continué haciéndolo hasta roer poco menos de la mitad del tronco, momento en el cual sentí que comenzaba a tener sed, pero no había ningún lago en las proximidades. Así que tomé el tronco a medio comer y comencé a andar lentamente, intentando no golpear nada con el tronco.

Habría sido una vista bastante curiosa la de ver una gran lagartija verde alada caminar por el bosque con un tronco, pero rara vez me encontraba con alguien por esta zona por lo que generalmente no me preocupaba por eso. Esta vez, sin embargo, escuché un grito desgarrador, alguien maldiciendo varias cosas, así que comencé a dirigirme a ese lugar.

Atravesé la maleza, apareciéndome frente a un individuo, posiblemente uno de los alumnos de la Torre. Yo cargaba o arrastraba el tronco, pero lo dejé caer en el suelo para hablar.

—¿Se puede saber a qué viene todo este griterío?

Me sentí mínimamente ofendido.

Podría haber pasado olímpicamente de aquella persona, o podía haberle convertido en un trozo de carbón y luego haberlo incendiado. Pero no lo hice, sino que me acerqué tranquilamente con ganas de dialogar. Pero, en fin, no podía olvidar que era un dragón y que no portaba una túnica de oro y que no tenía cabellos plateados y ojos grises; Sino un gran dragón, de escamas del color de las hojas y unos colmillos blanquecinos y bastante afilados.

En fin, aquel individuo se levantó y sacó una espada que contra mi dudaba que hiciese efecto. En fin, quizá incluso se partiría si intentase golpearme con ella. Se presentó, diciendo que en su familia no había ninguna hazaña sobre dragones, y que, en el caso de que fuese necesario, escribiría él mismo una.

Solté una risotada al ver sus intenciones. No llevaba ninguna túnica y su postura dejaba un tanto que desear, por lo que suponía que bien se había perdido de camino a la Torre o simplemente no se había iniciado aún. Arranqué otro pedazo de madera y lo masqué pacientemente, como si fuese mi aperitivo y él fuese el entretenimiento. En fin, esperaba a ver si se lanzaba al ataque, soltaba la espada y se ponía a correr, mantenía esa pose hasta ver quién era más paciente... algo. Esperaba a ver si hacía algo.

—Y yo soy Templar —Le dije, tras tragar la pasta de madera en la que había convertido aquel trozo. —, de alguna familia de algún lugar. No tengo ni idea si en mi familia hay hazañas sobre humanos, pero si es necesario hoy me comeré a uno —Le imité, con cierto tono jocoso, obviamente parodiando sus intenciones. Le dirigí una sonrisa, mostrando la mayor parte de mis colmillos. —. Ahora que ya nos conocemos, baja esa espada antes de que llegues a hacerte daño. O déjamela como mondadientes, pero no esperes que puedas hacer mucho contra mis escamas con una espada...

En fin, aunque dudaba de que desease probar las delicadezas de la cocina de los dragones, recogió los restos chamuscados de ardilla y les dio un mordisco, y luego otro, siendo ya evidente que no habría comido en algo de tiempo para lanzarse tan vorazmente hacia un animalillo chamuscado que había sido expulsado de la garganta de un dragón.

En fin, yo supuse que podría continuar con lo que estaba haciendo antes, por lo que volví a tomar el árbol para continuar devorado sus restos. Bueno, al principio lo agité un poco, vigorosamente, de tal manera que me asegurase que ta no tendría otra sorpresa como tal. Así que arranqué otro trozo de madera, esta vez una rama, y me puse a masticarlo.

Y de los árboles bajó una muchacha, que llevaba la túnica blanca de los aprendices de primer grado, que confesó haber escuchado nuestra conversación. En fin, Ulfrik se sobresaltó y se echó a un lado y tiró la ardilla y enarboló su espada rota, pero eventualmente se calmó. Y me señaló, y aunque no dejé de mordisquear el tronco, la escuché, y me dijo que la asusté al derrumbar el árbol y entonces me siguió y todo era ya obvio.

—Pues, si te sirve de consuelo —Alcé levemente el tronco, para darle énfasis a mi argumento —, está delicioso.

Y continué comiéndolo, mientras escuchaba la conversación que se entablaría entre los dos individuos antropomórficos. Y preguntó Ulfrik si lo aceptarían, así como era.

—Oh, claro. Narshel no rechaza a nadie, sea rico o pobre o noble o campesino. —Miré un tanto al cielo antes de continuar hablar. —De hecho, creo que el príncipe del norte es uno de los maestros de la escuela. ¿O era alumno? —Solté un suspiro. —En fin, no te van a rechazar por ser como eres. No es la Escuela del Bosque Dorado, que ahí solo aceptan a gente rica. Bueno, solo a elfos.

Aquella elfa empleó el término "amigo" con ironía. Durante un segundo me pregunté por qué, pero ignoré los motivos y me dediqué a seguir comiendo, pues no quedaba mucho del árbol. Mientras tanto, la elfa me daba la razón: Narshel no era de esas personas que rechazaba a la gente por ser como era. Exceptuando las claras excepciones de gente practicante de magia oscura o que quisiese dañar a la Torre y a sus alumnos.

Y luego la elfa me deseó buen provecho, y continuó hablando con Ulfrik, diciendo que le podría enseñar la Torre y que podrían ser amigos y todo eso. Yo seguía masticando, arrancando trozos de árbol hasta que eventualmente acabé comiéndomelo todo. Ulfrik comenzó a hablar, diciendo que hoy había escrito una gesta, una hazaña de amistad, o algo similar.

—Bueno, contarle a tus hipotéticos nietos que una vez un dragón se atragantó con una ardilla que escupió carbonizada y te ofreció que te la comieses, con perdón, no suena mucho a hazaña... —Y bostecé, mostrando mis colmillos, y mientras bostezaba, Ankris me preguntó si vivía en el valle. —Oh, sí, llevo bastante tiempo viviendo aquí. Antes también vivía aquí, pero me tuve que ir, pero volví, como ves. Como en casa, en ningún sitio.

Y luego mencionó que siempre bajaba al bosque desde la mañana hasta la hora de comer y que nunca me vio por la zona.

—Eso es a causa de que, generalmente, no me despierto tan... temprano —Pronuncié aquella palabra como quien odia a muerte la misma —, ni me quedo por esta zona del bosque.

E hizo una larga pausa, Ulf dijo que probablemente hubiese muerto si no fuese por mi atragantamiento con una ardilla y yo levanté y bajé la zarpa, como para dar a entender que ni lo mencionase. Más que nada porque ese no fue mi plan, honestamente, pues no contaba con que hubiese una ardilla entre las ramas. Y finalmente la elfa me preguntó si queríamos ser amigos.

—Oh, esa pregunta no es para hacérsela a los dragones... La amistad llegará si es que llega, no basta con solo decirlo y ya ser amigos...