Aquel infernal diablo nos había puesto en la picota. Guzmán, a pesar de sus heridas, logró alzar una barrera de hielo que nos ofrecería una oportunidad para sacar de allí a los aprendices. Ordené a Flextus que se llevara a Martah consigo, que nosotros nos ocuparíamos de él. Dudoso, él aceptó. Cogió a Martah del hombro y pronunció el conjuro de teletransportación para alejarse del lugar.

Sin embargo, aquella barrera resultó ser más débil de lo que pensabamos, pues Ilfrit consiguió derribarla justo en el momento en que los aprendices desaparecían. Un fragmento de barrera logró darme en el hombro, si bien no me causó una herida grave. Lo cierto es que Guzmán salió mejor parado.

Pronuncié el conjuro de teletransportación para hacrenos retroceder a mí y a Guzmán unos cuantos metros del demonio. Rápidamente, hize un análisis de la situación en la que nos encontrábamos: Guzmán estaba para el arrastre. Que interviniese en la lucha no me daría más que problemas. Si bien tenía el hombro herido, me encontraba en perfectas condiciones para luchar. Por último, mi adversario era un sublime usuario del elemento fuego, y tenía junto a él a uno de los demonios más poderosos del Otro Lado.

Sin duda, iba a ser una batalla difícil. Pero se estaba olvidando de algo muy importante... y era que mi elemento natural era el agua.

- Tienes mucho valor para atacar a unos pobres aprendices de segundo grado así, por las buenas - le dije a Alquamed, frunciendo el ceño - ¡Y ten por seguro que no saldrás airoso de ésta!

Automáticamente, cerré mis ojos y canalizé mi energía vital dentro del bastón. Su alma y la mía habían entrado en un estado de sincronización perfecta. Y entonces, supliqué ayuda a los Espíritus de la Luz y de la Oscuridad. Respondiendo a mi llamada, las serpientes de mi bastón separaron sus cabezas y volvieron a enrollarse cada una en uno de mis brazos. La perla que sostenían con sus mentones se partió en dos mitades perfectas, incrustrándose cada una en la frente de las serpientes.

Aprendí mucho de mi pelea contra William. Desde aquella refriega, había estado practicando mis habilidades con el bastón de Padre y ahora estábamos más unidos que nunca.

Ahora sí que estaba preparado para luchar

- Guzmán, intentaré ganarte algo de tiempo para que te cures - le dije, sin perder de vista a mi adversario - Luego, quiero que regreses a la Torre y protejas a los demás alumnos. ¡Quién sabe si hay alguien más tramando atacar la Torre!

Lentamente, avanzé unos cuantos pasos hacia donde estaban Alquamed e Ilfrit. Mi expresión era férrea y desafiante:

- ¡¿Queréis luchar?! - les grité - ¡Adelante! ¡¡Estoy listo!!

Cuando se recuperaron de la caída del hielo, Xehanorh utilizó el teletransporte para alejarse. El rayo erró su objetivo.

<< Están a la defensiva, Ilfrit. Atácales por detrás ahora que Guzmán sigue convaleciente. >> dije al demonio mentalmente. Asintió y desapareció.

Xehanort gritó una serie de amenazas, le dijo algo a Guzmán y después algo ocurrió con su bastón. "Hum, aficionados. Depender de un objeto para potenciar su poder... Estos malditos magos de la Torre son cada vez más pusilánimes."

- Grita cuanto quieras, maestrillo. De nada te servirá.

Invoqué mi energía y esperé.

No tuve que esperar mucho, la verdad, hasta que Ilfrit apareció de nuevo, esta vez a la retaguardia de Xehanort y Guzmán. Sin darles cuartel, lanzó una enorme bola de magma contra el herido.

Aprovechando la oportunidad, grité las palabras del conjuro



Uno de los árboles cercanos a Xehanort reventó en miles de pedazos incandescentes, liberando una hiriente lluvia de fuego sobre mis contrincantes. Alguno de los trozos de madera quemando eran tan grandes como un balón, y el golpe podía ser considerable. Otros, sin embargo, eran apenas del tamaño de una nuez. Esos eran mi principal objetivo.

Convoqué las energías del clima y lancé una ráfaga lo suficiente fuerte para avivar las llamas e incendiar el terreno alrededor de los sorprendidos magos, pero no tan potente como para extinguir las llamas que ya se prendían en sus ropas.



Rodeados de llamas, cegados por el humo que el viento empujaba a sus caras y a pocos segundos de ser alcanzados por la llamarada de Ilfirt desde la retaguardia... Verdaderamente, esto había sido demasiado fácil.

Los arboles a nuestro alrededor comenzaron a estallar en múltiples pedazos ardientes. Estaba claro que iba en serio. Pronto el humo comenzó a cegarme, impidiéndome ver con claridad.

Está bien. Tendré que ponerme a la defensiva:


Alzando la mano en la que se enroscaba la serpiente negra, sus ojos comenzaron a brillar, y entonces, una energía oscura comenzó a envolvernos a mí y a Guzmán. Era una energía que no me podía permitir el lujo de emplear en la Torre.

Era magia oscura. Magia de Nigromantes.

La Oscuridad nos envolvió en una cúpula de que absorbió todos los fragmentos de árboles en llamas que nos atacaban. Ahora mismo, esos fragmentos deben estar vagando libremente en algún lugar de otra dimensión.

Pero eso no era más que el principio:

- ¿Crees que atacarnos por la espalda va a funcionar? - pensé

Y sin perder ni un solo instante, me giré y extendí mi brazo justo frente a mí. De pronto, la oscuridad se concentró en mi brazo, deshaciendo la cúpula, y saliendo disparada contra el Ilfrit que había convocado Alquamed. Mi "parte blanca" se había encargado de localizar su presencia, por muy extraterrenal que fuese.

Sin poder hacer nada para impedirlo, Ilfrit se vió envuelto en un halo de oscuridad que rápidamente comenzó a envolverlo hasta atraparlo en la misma cúpula con la que nosotros nos habíamos defendido hace tan solo un instante.

- Mientras estés dentro de la cúpula, no podrás regresar a tu plano - le advertí al demonio - Y cualquier ataque procedente del exterior será enviado a otra dimensión. No puedo arriesgarme a que Alquamed vuelva a invocarte.

Y olvidándome completamente del demonio, me giré para observar fría y duramente a mi adversario:

- Tu turno - susurré, sin cambiar la expresión de mi rostro

Dolor.

Era lo único que podía sentir en ese momento. La quemadura de mi brazo era terriblemente grave, y aunque la magia de Martah había comenzado a hacerla cicatrizar, cuando el hielo cayó sobre nosotros me golpeó en la herida y reavivó el calvario.

Los chicos se habían ido, gracias a la Luna, pero Alquamed seguía lanzándonos ataques sin descanso y el demonio... ¿Donde se había metido el demonio?

De repente, Ilfrit apareció por detrás y atacó, a la vez que un árbol estallaba y una lluvia de fuego nos cubría. Intenté conjurar un escudo, pero el dolor no me dejaba concentrarme. Afortunadamente Xehanort no era un cualquiera y estuvo a la altura de las circunstancias.

En poco menos de un minuto, la escena dio la vuelta; Ilfrit estaba atrapado en un globo oscuro y Xehanort concentraba energía para responder a los ataques de Alquamed.

-Xehanort, ¿Crees que podrás aguantar un tiempo? - La respuesta afirmativa de mi compañero me tranquilizó un tanto. - Aquí en estas condiciones solo te daré problemas. Tienes razón, regresaré a la Torre y me recuperaré. Si veo que todo sigue en orden volveré aquí y te ayudaré a librarnos por fin de ese bastardo.

Dediqué una última mirada a Xehanort, sintiéndome impotente y culpable por dejarle a él el trabajo sucio, pero razonando una vez más y sopesando la situación, realicé el pase mágico con mi mano sana y desaparecí del lugar... Por el momento.

-Suerte...

"Está claro que si quieres algo bien hecho, tienes que hacerlo tu mismo. Ilfrit, eres un inútil." pensé ofuscado.

Guzmán había decidido dejar de meterse en mi camino, por ahora, y había huido a lamer sus heridas. Bien. Solo Xehanort había quedado para plantarme cara.

Alcé la mano y llamé a los espíritus del fuego. Cientos de fuegos fatuos danzarines, que revoloteaban a velocidades vertiginosas, se lanzaron dirección al arrogante mago, que volvió a alzar su extraño escudo de oscuridad. Muchos fuegos fatuos fueron absorbidos, pero otros tantos lograron rodear a tiempo la negrura y atacar a Xehanort.

<< Ilfrit... >> mentalmente, di unas instrucciones al confinado demonio. Como prueba evidente de que me había escuchado, el globo que le envolvía creció casi imperceptiblemente de tamaño a espaldas de Xehanort.

Éste, que se debatía intentando eludir a una multitud extremadamente esquiva de fuegos voladores, se preparaba para devolver el golpe, por lo que utilicé mi magia para excavar una fosa alrededor mio. La lava que por ella circulaba me inundaba con su cálida energía, notaba su vibrante poder; con solo alzar la mano, una densa cortina de magma se elevaría, interceptando cualquier ataque que se acercase a mi lo suficiente.

Alquamed había pasado a la ofensiva y volvió a atacarme, esta vez con unos fuegos fatuos. Empleé la barrera oscura para protegerme de ellos, pero eran rápidos. Voy a tener que atacar yo también.

Alquamed había creado una fosa a su alrededor con el que se protegería utilizando un río de magma. En ese caso, usaré algo con lo que no se pueda proteger.

Junté las palmas de mi mano y pronuncié mi siguiente conjuro:


De pronto, la mano que tenía enroscada la serpiente blanca, comenzó a brillar con fuerza. Alcé la mano con determinación y el brillo se convirtió, literalmente, en una luz cegadora que haría desaparecer los fuegos fatuos de Alquamed, y que dañaría su cuerpo considerablemente. Un conjuro de lo más útil. Después de todo, ¿cómo puedes protegerte de algo que no puedes tocar?

Xehanort optó por defenderse con una extraña luz. El fulgor me molestó... y seguía creciendo. En unos segundos el brillo era tan intenso que podría decir que mis ojos comenzaban a derretirse.

Esto era nuevo para mi... ¿Cómo salir de esta? La luz seguía rodeándome, y la temperatura de mi cuerpo aumentaba. Si seguía así, en pocos segundos sería literalmente barrido por la incandescencia de esa maldita luz.



Pronuncié las palabras del hechizo de ceguera, para proteger mis ojos. Al instante sentí como mis ojos dejaban de dolerse por el tremendo fulgor, pero mi cuerpo seguía desprotegido, y un escudo no detendría a la propia luz...

Lo único que me quedaba era impedir que la luz me alcanzara ¿y como se bloquea la luz? Con sombras.

!!

Una muralla de rocas se alzó ante mi. Aunque la claridad seguía siendo considerable, la luz no podía incidir en mi tan directamente, lo cual me dio unos minutos extra.

Ya me estaba cansando de los juegos de luces de maldito Xehanort.

Mientras seguía tejiendo sombras a mi alrededor, elevando más y más rocas hasta construir una especie de cúpula opaca que impedía el paso de casi toda la luz, me comuniqué con Ilfrit.
El demonio había seguido mis instrucciones; Xehanort dijo que su globo de sombras absorbía todo lo que llegara de fuera, por lo que mi magia no podría liberarle... pero Ilfrit llevaba ya unos minutos lanzando llamaradas desde dentro, infando el escudo como un globo de agua. A espaldas de Xehanort, su prisión oscura crecía y crecía, estirándose más y más. Y cuanto más grande se hacía, más magia de su invocador consumía. Tarde o temprano tendría que deshacer el hechizo; bien por cansancio, bien por que se haría tan grande que acabaría por alcanzarle a él.

Para ganar tiempo y mantener a Xehanort..."entretenido", invoqué una brutal lluvia de fuego.



Miles de rocas ardientes comenzaron a caer sobre el maldito mago; me había costado mucha energía, pero el resultado debía ser impresionante, aunque yo no podía verlo desde dentro de mi cabaña rocosa.

Escuché el gritó de sorpresa y alarma de Xehanort cuando vio como se le venía encima un maremágnum de llamas, que siseaban y crepitaban con furia, consumiendo gran parte de la vegetación de las cercanías.

Al final, no tendría más remedio que desviar su brazo luminoso para protegerse de las feroces llamas, eliminando el foco de abrasadora luz que ya estaba poniendo al rojo vivo mi cúpula protectora.

Unos minutos más, e Ilfrit estaría de nuevo al pie del cañon, y entre ambos, acabaríamos de una vez por todas con el entrometido mago.

Un muro de piedras comenzó a rodear a Alquamed, quien trataba de defenderse de mi luz. Bien. ¡Lo tengo justo donde quería!

Al utilizar en si mismo el conjuro de ceguera, me ha concedido una ventaja asombrosa. Ahora ya no podrá hacer nada. Con el fin de mantenerme alejado mientras deshacía el conjuro de ceguera, creó una inmensa lluvia de fuego que cayó directamente hasta mí. Nada que resulte una verdadera amenaza.

- ¿Eso es todo lo que sabes hacer? - le pregunté mentalmente

Me giré en dirección a la prisión de Ilfrit que, curiosamente, había crecido en proporciones dantescas. Imaginé que el demonio intentaría librarse de su prisión. No importa, casi mejor. Decidido, extendí mi brazo frente a la prisión de Ilfrit y, mentalmente, la hize levitar hasta colocarla justo encima mía. Las llamas que caían del cielo fueron absorbidas por la prisión gigante, que seguía creciendo cada vez más debido al vano intento de Ilfrit por liberarse.

No pude evitar sonreir. La victoria era inevitable.

- Por la Torre del Valle de los Lobos - murmuré

Y con una sonrisa triunfante, lanzé la prisión gigante en dirección a la cúpula terrestre en la que se encontraba Alquamed. Si tenía dos dedos de frente, devolvería al demonio a su plano para que, al estallar la burbuja, las llamas no lo calcinaran por completo. La cúpula está perdida, pues la burbuja la absorberá para enviarla a otra dimensión. Y... bueno, siempre puede tratar de esquivar la burbuja una vez desinvocado Ilfrit. Pero claro... ¡no ve nada!

Xehanort alzó la prisión de Ilfrit por encima de su cabeza para que la barrera negra absorbiera las llamas que caían sobre él.

Después, Ilfrit me comunicó que la barrera estaba por ceder. Entonces Xehanort lo lanzó contra mi.
Antes de que la negrura alcanzara mi cúpula de rocas, las sombras de la prisión de Ilfrit se consumieron entre las furiosas llamas del demonio. Con un rugido de ira, Ilfrit se liberó y con él, todo el fuego que había estado inflando la prisión. La explosión fue terrible y la onda expansiva derribó a Xehanort y reventó la barrera pétrea.

Sin embargo, cuando las llamas alcanzaron mi cuerpo y prendieron mi ropa, simplemente acudí al poder ancestral que albergaba dentro de mi desde hacía siglos. Antaño, en la Escuela del Sol poniente, los espíritus del desierto me habían concedido el Secreto del Fuego.

Desvelé mis ojos y pude ver la expresión de sorpresa y frustración del arrogante mago, que ya daba el combate por finalizado. Le dediqué una cínica sonrisa.

Acto seguido, utilicé mi poder y convoqué al fuego.

Mi cuerpo se convirtió en un "centro gravitatorio" para todas las llamas que había en las cercanías. Me elevaron sobre el suelo, envolviéndome en una torbellino ardiente, con llamas azuladas, rojas e incluso blancas, que se asemejaba a un sol en miniatura. Desde dentro de la bola de fuego, desprecié al maldito mago que me había causado tantas molestias.

Liberé energía y las llamas salieron disparadas hacia Xehanort como un rió que logra reventar una presa, arrasando todo lo que encontraban a su paso, convirtiendo el claro en una tumba gris, reduciéndolo todo a simple ceniza. Tal era el calor que desprendía que algunos árboles estallaban en llamas aún sin entrar en contacto con el fuego.

Ilfrit colaboró, sumando su demoníaco poder a la marea ígnea que asolaba el área. La inmensa ola, que tenía más de una decena de metros de ancho y por lo menos cuatro de alto, avanzaba veloz hacia el mago.

Si Xehanort era tan estúpido como para intentar protegerse en lugar de huir mientras estaba a tiempo, allá él.

Cuando la maestra, el aprendiz y yo nos materializamos cerca del claro donde litigaban Xehanort y Alquamed, el panorama era sobrecogedor. Una marea de fuego avanzaba hacia Xehanort, una marea de fuego tan espectacular que ni un archimago podría convocarla más grande.

-¡Cuidado! - grité instintivamente, pero el rugir del fuego acallaba todos los demás sonidos.

No podía hacer nada por Xehanort; un escudo de hielo se derretiría antes siquiera de formarse un barrera mágica lo suficientemente poderosa como para resistir tardaría mucho en cerrarse por completo y el viento más feroz no lograría desviar la tremenda columna de fuego. No. Si quería salvarse, tendría que teletransportarse.

Sabedores de ésto, miré a la mujer y ambos supimos lo que teníamos que hacer.

- Tú prepara el mejor escudo que seas capaz de conjurar - le dije a Anarion.

Esperaba que Xehanort apareciera de un momento a otro a nuestro lado y reforzara con su magia las defensas que Anarion se esforzaba en crear entorno a nosotros.
Sin esperar más tiempo, comencé a recitar la larga letanía que devolvería a ese maldito demonio a su plano y Lumière se preparó para hacer frente al descontrolado mago.

Jamás había sentido un poder tan grande. ¿De dónde procede esta energía?

Antes de que pudiese darme cuenta, Ilfrit ya se había liberado de mi prisión mágica, y ahora había unido fuerzas con Alquamed para crear un autentico tsunami de llamas furindas.¡Era demasiado grande! ¡No podía pararlo!

Pero de pronto, oí una voz. Giré mi cabeza a la derecha y vi que Guzmán había regresado, con Anarion y Lumiére como refuerzos. Me llamaba, y entonces supe que la única forma de sobrevivir a semejante ataque, era teletransportándome con ellos.

Y así lo hice. Me teletransporté junto a ellos y contemplé como la marea de fuego arrasaba con todo lo que encontraba a su lado. Aquella visión me horrorizó. No quería ni pensar en lo que diría Narshel si lo viese.

Me giré hacia Guzmán, y lo cierto es que me alegraba de verle, aunque no fuese lo correcto:

- ¡Insensato! - le dije - ¡¿Qué hacéis aquí?! ¡¡Se supone que tenías que proteger la Torre!!

Guzmán había venido solo para ayudar, y me avisó de que había dejado a algunos aprendices al cargo de la Torre. Suspiré, cansado, pues había gastado mucha magia en aquel combate. Volví a mirar a Alquamed y vi que se preparaba para lanzar otro ataque.

Guzmán me informó del plan: él y Anarion prepararían un barrera mágica para impedir que el lugar sufriera más daños, mientras Lumiére intentaba deshacerse de Alquamed. Yo solo tenía que ayudar a Guzmán y a Anarion con la barrera.

- Muy bien - accedí - ¡Hagámoslo!

Y juntos, comenzamos a pronunciar una larga letanía con la que esperábamos crear una barrera mágica lo suficientemente poderosa como para defendernos de sus ataques.

Imité las palabras de Xehanorth. Ni siquiera sabía cómo iba a ser la barrera, sólo repetí lo que decía. No pasó nada, a lo mejor debía esperar a que Guzmán recitara las palabras arcanas.
A lo mejor debería haberme quedado en la Torre, ya que soy sólo un aprendiz, pero mi decisión fue venir, y debo ayudar en todo lo que pueda.

Como pensaba, Xehanort optó por la elección más sensata y se teletransportó. Sin embargo, el dichoso Guzmán reapareció en las cercanías, y parecía haberse recuperado de la terrible quemadura. Eso solo podía significar que otro hechicero le había ayudado.

Antes de que pudiera detener la inmensa llamarada y redirigirla hacia el nuevo grupo que había llegado para detenerme, Xehanort, que se había materializado a su lado, ayudado por Anarion, uno de los aprendices de la Torre, se apresuró a tejer un escudo entorno a ellos.

-Deberías haber aprendido la lección, compañero. -Susurré malhumorado.

Extendí mis brazos y una nueva oleada devastadora brotó hacia ellos. Sin embargo, la llamarada de Ilfrit no se unió a la mía esta vez.

Miré a mi derecha, donde estaba el demonio, y pude ver como comenzaba a perder consistencia. ¡Eso era prácticamente imposible! La invocación de Ilfrit, uno de los demonios más poderosos, no estaba en conocimiento de cualquiera.

Volví a mirar a los impertinentes magos y allí vi a Guzmán, agazapado y concentrado, recitando el contrahechizo, devolviendo a Ilfrit a su plano y dejándome en clara desventaja.

La oleada les alcanzó, pero a pesar de destruir el escudo de Xehanort y Anarion, no logró dañarles.

Entonces la cuarta en discordia, una maga envuelta en una lustrosa armadura se adelantó y alzó los brazos, convocando una pesada lluvia.

La tormenta se precipitó rápidamente sobre el claro, y la mujer avanzaba veloz hacia mí. Alzó su espada al cielo y la recargó de energía eléctrica, colmándola de rayos.

Entonces la apuntó hacía mi y disparó un tremendo rayo que cortaba el aire con profundos truenos.
Levanté mis manos casi instintivamente y el fuego brotó salvajemente.

La explosión ígnea chocó de frente contra el rayo de la maga guerrera. Una onda expansiva barrió la zona, derribándonos a todos.

Mi concentración se perdió y caí al suelo de nuevo. El torbellino de fuego que me protegía se extinguió.

La mujer se estaba ya levantando y Xehanort instaba al aprendiz a tejer un escudo de nuevo. Debían proteger a Guzmán hasta que acabara la desinvocavión, para lo que necesitaría más tiempo ahora que la onda expansiva también lo había tumbado a él.

Rápidamente pronuncié un conjuro que debía darme tiempo para la única opción sensata que me quedaba;

!!!

Entre la mujer y yo apareció un mini volcán, que escupía rocas ardientes hacía mis enemigos y hacía temblar el suelo bajos sus pies. La peor parada fue la mujer, dada su cercanía al cráter ardiente. Una roca le atizó en la cabeza cuando intentaba fintar para acercarse a mi, dejándola semi inconsciente.

Los temblores hicieron temblar una vez más a Anarion y perdió el control del globo protector que creaba con Xehanort.

Sin embargo, fue demasiado tarde para Ilfrit. Con un rugido de furia, seguramente quejándose de no haberse llevado ninguna vida con él, y otro de satisfacción, por ser libre de nuevo, desapareció entre negras llamas.

Lancé una mirada de desprecio desde mi semitapada cara al pertinaz Guzmán.

Sin Ilfrit a mi lado, por muy poderoso que fuera mi fuego, no podría enfrentarme a tres magos y un aprendiz sin salir escaldado.

!!!

Grité, y varios árboles cercanos a ellos explotaron, liberando de nuevo, una lluvia de fuego. Sin escudo protector, tendrían que dedicarse cada uno a protegerse a si mismo, dándome tiempo para largarme de allí... no sin antes hacer lo que había venido a hacer.

Me teletransporté mientras los magos desviaban con su magia los fragmentos de madera ardiente que se les venían encima. Aparecí justo en el medio de ellos y toqué el hombro de Anarion.

Un segundo después, ni yo ni el aprendiz estábamos en el devastado bosque del Valle de los Lobos.

Todo ocurrió tan deprisa... Anarion y yo estábamos tejiendo el escudo con el que protegeríamos a Guzmán de los ataques de Alquamed para que él pudiese desinvocar a Ilfrit. De pronto, el escudo fue destruido. Ilfrit se vió obligado a regresar a su plano. Y Lumiére había recibido un fuerte golpe en la cabeza amanos de Alquamed. De pronto, una gran explosión de fuego y luz se adueñó del espacio... y de pronto, todo quedó en silencio.

Abrí los ojos y ví que Alquamed se había esfumado. No lo veía por ninguna parte. Parece ser que ha optado por retirarse.

Sin perder un solo segundo, me teletransporté al lado de Lumiére, y comenzé a aplicarle un hechizo de curación avanzado. Pronto la herida de su cabeza se cicatrizó, y ella recuperaría la consciéncia en cuestión de minutos.

Sin embargo, todo se derrumbó en el momento en el que me di cuenta de lo que sucedió:

- ¿Dónde está Anarion? - le pregunté a Guzmán, preocupado

Una pregunta absurda, pues sabía perfectamente lo que le había ocurrido: Alquamed le había secuestrado. Le había secuestrado, y yo no pude hacer nada para evitarlo.

¡Dios! ¡¿Por qué no he podido impedirlo?! ¡Tenía que protegerle a toda costa! ¡Mía era la responsabilidad de adiestrarlo para que nos ayudase! ¡¿Cómo he podido dejar que se lo lleven?!

Todo comenzó a desmoronarse. ¿Qué puedo hacer ahora?