Knyh
Knyh
Humano
Nombre : Knyh Driak Monte Blanco
Escuela : La Torre
Bando : La Diosa
Condición vital : Vivo(Kin-Shannay)
Cargo especial : Cronista y Escribano
Rango de mago : Aprendiz de segundo grado
Clase social : Noble(Exseñor de Monte Blanco)
Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 30/05/2016
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Estudiando la flora del Valle de los Lobos


Estudiando la flora del Valle de los Lobos [Post único] 8ww2v8

El Valle de los Lobos, aquel lugar aislado del mundo por altas montañas. Un vergel natural, gran bótica para magos y alquimistas, escenario de la Gran Obra que se lleva representando desde que el mundo es mundo: la lucha por sobrevivir, la adaptación... Era el resultado de aquel proceso lo que había llevado a Knyh al valle ese día. Las plantas, tan inmóviles e indefensas, con el paso de los siglos habían desarrollado curiosas cualidades. Algunas eran venenosas, otras tenían propiedades somníferas, antiinflamatorias, antisépticas; o, simplemente, se trataban para darle otras utilidades (tintes, alimentos, fibras...).

El escribano, ahora aprendiz de primer grado en La Torre, se paseaba por el verde pasto bajo la sombra de algún que otro árbol que, valiente, se erguía sobre la hierbas y las flores. Vestía como solía hacer, con su capa gris y la capucha echada sobre la cabeza, conjunto gris y botas cómodas. El adorno de plata colgaba en su cuello, una montruosa medalla en la que había representado un demonio saliendo de una estrella formada por dos pirámides, una apuntando hacia el cielo y otra hacia el suelo. Knyh era joven, pero se apoyaba al andar en un báculo de madera adornado en la parte superior con algunas calaveras, también de plata. Llevaba su cartera al hombro, oculta bajo la capa, aunque en aquel lugar no esperaba encontrarse con bandidos, lo cierto es que aquello era una costumbre.

En su caminata, observaba todo con ojos atentos, hacía algunas paradas junto a una flor o un brote, tomaba algunas notas y, tras largo rato evaluando si merecía la pena llevarse el ejemplar o no, lo tomaba y lo guardaba en un compartimento de su cartera. Algunas demasiado grandes no las cogía, sino que hacía una ilustración de ella. Tampoco tomaba las más delicadas, ni las urticantes, las que desprendían malos olores evitaba tocarlas y las que veía aún no habían florecido no merecían la pena tomarlas de momento.

Al cabo de tres horas de trabajo, tenía una buena cantidad de notas, dibujos y una cartera bien provista de ejemplares. En una bolsa de tela diferente, guardó algunas flores de lavanda, en otra bolsita similar guardó hojas de romero y en una tercera bolsa menta. Su investigación lo era todo, pero a aquellas plantas le esperaba un sino distinto.

Su viaje se alargó mucho, tanto, que incluso se adentró en un bosque que rodeaba una serie de riachuelos. El ambiente allí era más fresco y húmedo, lo que permitía que crecieran algunas plantas diferentes a las que había recolectado por el camino. Asimismo, la sombra, la humedad y el ambiente cálido, aunque no caluroso, permitía el crecimiento de algunos hongos. Éstos no los tocó, por miedo a que alguno fuera tóxico al tacto o lo fueran sus esporas, de modo que los ignoró. Pensó en tomar algún libro de la biblioteca para instruirse en ellos, por supuesto, pero sería más adelante, ahora otros asuntos lo ocupaban, y nunca le había gustado abarcar más de lo que podía.

Knyh dejó el bastón en una roca, junto a su cartera. Se desabrochó la capa y la dejó doblada junto a sus otras pertenencias. Tenía los ojos rojos y el ceño fruncido, estaba cansado y un dolor de cabeza lo aquejaba. Se frotó la sien en un intento de aliviarlo, pero no funcionó, de modo que se acercó a uno de los riachuelos y se mojó las manos. Se refrescó la cabeza, la nuca y los ojos. Después de repetir el proceso por tercera vez se sentía mucho mejor.

Un sonido lo sobresaltó, venía de un denso matorral. Vio un conejo salir de éste, a toda velocidad y soltó un suspiro, avergonzado de sí mismo. Ni siquiera le dio tiempo a replantearse por segunda vez la causa de la agitación de los arbustos cuando volvieron a hacerlo. Esta vez no sólo se sobresaltó, sino que se incorporó de un salto. De entre la maraña de ramas y hojas salió un primer lobo, seguido de uno más pequeño y oscuro, y de un tercero completamente blanco. El primero, y más grande, avanzaba hacia él con lentitud, enseñando los dientes. Los otros dos pequeños miraban al humano con curiosidad. Éste miró hacia sus pertenencias, en busca del bastón para defenderse, incluso alargó el brazo, pero estaba demasiado cerca de los lobos y demasiado lejos de él. Como esperando que el bastón se moviera por sí solo, seguía con el brazo estirado. Los lobos más pequeños parecieron entender hacia dónde señalaba el hombre y descubrieron la cartera, la capa y el bastón. Se acercaron, olisquearon y tiraron la cartera al suelo. El tintineo de los tinteros de cristal los asustó y retrocedieron. Knyh se dio cuenta de que sólo eran unos lobeznos y, probablemente, aquella era su madre, defendiéndolos de un invasor.

Como el escribano no bajaba la mano, la loba lo tomó como una amenaza. Rugió y saltó hacia él, dispuesto a arrancarle la extremidad que amenazaba a sus cachorros. Knyh, que la noche anterior había estado estudiando el Libro de la Tierra, no se le ocurrió otra cosa que hacer y, en un acto reflejo, pronunció las runas de un hechizo.

BIRCH

Su brazo se transformó en la oscura corteza de un árbol. Se hizo dura y resistente, no cedió ante las fauces de la loba. Retorció el brazo entre sus colmillos y apretó más fuerte, Knyh notó una punzada de dolor, la madera estaba cediendo. Entonces volvió a recordar un hechizo que había leído en el libro. De forma instintiva, acercó la cabeza al brazo que la loba apresaba en sus fauces y, a su oído, susurró las runas.

DOH

La presión en su brazo disminuyó, hasta que finalmente cesó. La loba apartó los colmillos del escribano y éste pudo comprobar que su brazo estaba astillado por muchos sitios, pero no sangraba. La corteza había resistido lo suficiente. Los tres lobos lo miraban indecisos, ni desconfiados, ni asustados, sólo con incertidumbre, evaluándolo. Sus movimientos, cada paso hacia atrás, hacia un lado. El ladeo de su cabeza, el olfateo en su dirección, un giro para echar un vistazo a las pertenencias del humano y, un instante después, hacia él. El proceso duró unos minutos, pero Knyh consiguió entender al lobo.

“Coge tus cosas y vete, este es nuestro territorio”

Knyh asintió lentamente y, sin descuidar su espalda, dio cortos pasos hacia sus cosas. Las tomó entre los brazos y se alejó, siempre sin perder de vista a los tres lobos. Antes de perderlos de vista tras unos arboles, vio aparecer otros dos lobos más. Y cuando los perdió de vista salió corriendo de allí. Estaba asustado, le había atacado un lobo y había sobrevivido. Había conseguido que no lo hiriera, pero lo mejor y más gratificante: no cabía duda de que tenía aptitudes mágicas.
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