Apenas había actividad en la Torre en comparación con otros días. Aunque el sol ya había aparecido en el cielo, el silencio dominaba todas las esquinas de la Torre, incluso en la biblioteca, donde a menudo se reunían los aprendices para buscar información sobre sus estudios o, simplemente, para pasar el tiempo. En aquel momento, tal ambiente de paz no me resultaba desagradable: al contrario, me ofrecía un tiempo de calma que podía aprovechar para las tareas que, por unas causas u otras, había tenido que postergar. Así, tras tomar algunos ejemplares de la biblioteca, bajé las escaleras hasta llegar a la planta baja, con la intención de tomar algo en la cocina antes de comenzar con la investigación.

Pero el vestíbulo, aunque en silencio, no estaba vacío como yo esperaba. Y la persona que lo ocupaba rompió toda la paz que hubiera podido tener, y toda la paz que hubiera podido tener la Torre, porque, si estaba allí, era porque tenía alguna información urgente que comunicarme. No había otra razón —que no fuera malintencionada—: nada salvo la urgencia haría que se saltara mis indicaciones. O eso era lo que había querido creer.

Lo observé fijamente, todavía desde la escalera, y no dije nada, aunque la expresión en mi rostro lo decía todo. Descendí, sin soltar los libros, lentamente, hasta llegar yo también al vestíbulo, cerca de Yandrack, y le reproché en voz baja:

—Te lo advertí. Te dije que no nos reuniríamos en la Torre.

Pero el daño estaba hecho. Lo tomé del brazo y lo conduje al comedor, comprobando antes que no hubiera nadie en él. Una vez hubimos entrado, cerré la puerta detrás de nosotros, dejé los libros en la mesa, y coloqué las manos primero sobre la puerta y luego sobre la pared, murmurando las palabras necesarias para reforzar tanto la una como la otra, de modo que los sonidos no llegaran fácilmente a oídos indeseados. Tomadas estas precauciones, me volví hacia el mago oscuro.

—¿A qué has venido sabiendo lo peligroso que es que te encuentre en esta escuela quien no debe encontrarte?

El hecho de llevar consigo la piedra capaz de reprimir el poder mágico me pareció una acción de buena fe, dadas las circunstancias en las que nos encontrábamos. Yandrack comenzó a informarme de asuntos relacionados con la Inquisición y, de todos ellos, el primero que llamó mi atención fue la resurrección de un inquisidor. Tocado por la Diosa, había dicho. ¿Nuestra Diosa había elegido a un inquisidor como guerrero exaltado? Jamás había escuchado nada parecido, pero no creía que el mago estuviera mintiendo. No tenía por qué hacerlo.

Lo siguiente que me resultó sorprendente fue que mencionara a Rohar. «Rohar Tormenta... Fue alumno de la Torre. ¿Y ahora trabaja con un inquisidor?». Y, además, se había referido a él como un «mago rojo», lo que podía ser, perfectamente, un indicativo de que se hubiera especializado en magia del Fuego tras abandonar la escuela, aunque también podía ser una simple forma de referirse a un mago consagrado por el color de su túnica. ¿Por qué iba a confiar el inquisidor en el mago y el mago en el inquisidor? Quizás hubiera algún tipo de trato, algún tipo de amenaza...

El tercer detalle llamativo era el debate de Yandrack entre desertar o mantenerse con la túnica negra. Los motivos —la protección de «los suyos»— eran tan nobles como extraños para mí, puesto que no sabía cómo interpretar exactamente la alusión a su «propia guerra civil».

—¿A qué guerra civil te refieres? ¿A quiénes tienes que proteger?

De modo que Yandrack estaba al frente de una «organización» que había luchado para salvar Parr de la orden de San Telmo. Tal como explicaba las características de su proyecto, este se asemejaba en cierto modo a la pretensión de los Secretos, y a la de Felix Vonturin, y a la de los que se hacen llamar en el Vinteren Riv «Liga Neutral»: neutralidad, neutralidad y más neutralidad; un rechazo a los dos dioses, como si el mundo pudiera vivir sin una fuente poderosa de energía. El eterno proyecto del Concilio había sido siempre procurar el dominio de la Diosa sobre nuestro mundo, y yo no veía fallos en dicho plan: era la mejor forma de alcanzar el paraíso, la edad dorada. No es una opción darle la victoria al Dios. Tampoco la es negar a los dioses, o buscar una tregua equilibrada.

—He visto nacer y morir muchos proyectos como el tuyo —comenté—, y todos ellos han sido un alimento para la guerra. No, la Inquisición no es el único enemigo que se debe combatir por la paz; también lo es, y quizás más importante, combatir al Dios, puesto que en su naturaleza están la perversión, el cambio, la violencia y la guerra contra la que luchamos. Lo único que acabas de revelarme es que has creado una organización de desertores, y quien rechaza a la Diosa no pretende la paz verdadera.

Había dicho claramente que lo que lo había impulsado a crear la organización era derrotar a sus enemigos —suponía, por lo comentado, la Inquisición—, pero, con el paso del tiempo, se sentía responsable de salvaguardar la paz entre ellos. Era un propósito inútil mientras entre sus filas siguiera habiendo quien adorara al Dios, y con más razón cuando era el propio líder quien se había educado con la túnica negra.

Luego, como esperaba que hiciera, preguntó por Emma:

—Está bien. Mejor de lo que podría estar si abandonara la Torre.