Yil
Yil
Humano
Nombre : Yil "el marchante"
Escuela : La Torre
Bando : La Diosa
Condición vital : Vivo
Rango de mago : Aprendiz de primer grado
Clase social : Pueblo llano
Mensajes : 46
Fecha de inscripción : 21/02/2016
http://www.latorre.foroactivo.mx/
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Estudios, encuentros y espinas - Libre.por Yil, Jue Oct 26, 2017 10:59 pm
Salí de mi habitación en dirección al campo de entrenamiento de la escuela con el fin de practicar algún que otro hechizo del “Libro de la Tierra”, en parte porque iba algo retrasado con mis estudios, aunque aquello solo era la cuestión superficial. Si bajaba al campo de entrenamiento con aquel paso firme, sonriendo como un niño pequeño mientras sujetaba con una timidez infantil aquel manual de magia, era por algo más.

La magia me atraía con aquella ilusión propia de los niños y me arrastraba hacía ella como un río muy hondo. Después de todo, tenía entendido que aquel era el poder de los dioses. Me sentía poderoso como un niño que agita un palo de madera creyéndose un héroe, y supongo que tenía derecho a sentirme así. Quiero decir, en términos de magia, yo era un infante, ignorante y ajeno al mundo. Lo único que, en vez de jugar a las guerrillas, tonteaba con fuerzas oscuras, sometía la naturaleza a mi voluntad —bueno, no todavía, pero se intentaba— y pensaba que las bibliotecas se llamaban «burdeles». Era mi deber blandir aquella tímida espada de la ignorancia y disfrutar de aquello mientras pudiera.

Una vez llegado al lugar, recorrí con la mirada todo el complejo y para mi sorpresa, no había nadie. Últimamente no se veían muchos alumnos en La Torre.

El campo de entrenamiento consistía en una extensa sala de paredes de una piedra algo rojiza, arcillosa, donde se repartían diversas bóvedas de cañón adosadas a las paredes, a modo de elementos que sustentaran aquel edificio, donde en el interior de cada bóveda se observaba un cambio en el material empleado. Hormigón, posiblemente.

Por otro lado, el suelo era sencillamente tierra. Había algunos puestos, armarios de madera con diversas armas: lanzas, espadas, cuchillos, escudos y alguna otra cosilla por allí rondando que podían ser usadas para entrenar, aunque la gente que solía ir allí si no eran mucho de runas, se traían sus propias armas así que tampoco eran muy necesarias. Aunque para ser sinceros, me picaba la curiosidad sobre si la escuela hubiera tenido alguna vez problemas con tener aquellas armas sin vigilancia. Quiero decir… cualquiera podía robarlas. Yo mismo pudiera haberlo hecho de haber querido, y nadie hubiera sabido que había sido yo porque aquel lugar estaba desierto excepto por un hombre pelirrojo que se había ido colocando en uno de los extremos del campo, poniéndose de cuclillas mientras sacaba de un pequeño macuto de cuero un par de semillas que tiró al suelo, no lejos de él. Colocó el “Libro de la Tierra” a un lado, abierto para que pudiera leer los hechizos en el caso de que no se acordara de alguno y sonrió.

Aquel hombre era yo.

Ule —susurré mientras colocaba las manos alrededor de las semillas en forma de cuenco, cubriendolas por completo. En cuestión de segundos, comencé a notar un ligero entumecimiento en el lado derecho de mi cuerpo y algo de calor en mis manos por lo que supusé que  el hechizo podía estar funcionando—.

O no.

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