https://www.youtube.com/watch?v=kJaQwOPFWtU

Aquella mañana hacía frío, a pesar de que el Invierno ya hubiera pasado. Era desconcertante, hasta para la mayoría de los expertos. Pero poco importaba. Tenía asuntos más importantes que tratar.

Bajé del carruaje y me interné en la Catedral, siempre al amparo de mi Guardia Real. Portaba un vestido blanco, de porte sencillo, pero a la vez elegante. La corona que antaño perteneciera a mi hermano Henricus (Dios lo tenga en su gloria) decoraba mi cabeza. Y, por supuesto, siempre llevaba encima mi espada guardada en la vaina que se encontraba incrustada en mi leal escudo. Dudaba que alguien osara atacarme estando en la sede de la Santa Inquisición, pero nunca está de más estar preparado.

Llegamos a la Capilla Central, donde al final de la misma se hallaba la Cúpula y, bajo ella, el gran trono del Papa Lediv VII. La majestuosidad de aquel lugar no dejaba de sorprenderme. l tejado estaba decorado con pinturas de una belleza sin par, así como las estatuas y vidrieras que poblaban la gigantesca estancia.

Ahí estaba él. Sentado en su trono. Lediv VII. Tanto yo como mis guardias nos inclinamos en cuanto nos situamos frente a él

- Santidad - le dije, cortesmente - Gracias por recibirme

Su Santidad y yo tenemos mucho de que hablar. Hay herejía en mi reino. Y eso es algo que no puedo tolerar.

- Su eminencia no tiene nada de qué preocuparse - le dije, cortes-mente, al oir sus disculpas sobre su ausencia en mi coronación - mas la herejía en este nuestro reino si es algo que deba alarmarnos. A todos

"Mi reino está dividido, eminencia. El Norte venera a una Diosa que ampara a los brujos y a los magos. El Sultán de  Aleketh no me considera digna de su respeto, si bien no osará alzarse en armas contra nosotros. Y Zhanté... Dios, no es más que un puñado de feudos al amparo de un rey del que se desconoce su paradero.

La situación es desesperante, su Santidad. El crimen y el caos campan a sus anchas en mi reino. Que mi hermano Henricus permitiera todo esto es algo intolerable. Y pienso cortar esta mala hierba de raíz.

Es probable que en breve nos alcemos en armas contra los infieles, mas no disponemos de los medios necesarias. Las arcas menguan cada día, y mi pueblo apenas si tiene unas migajas de pan que llevarse a la boca. Solicito que se me conceda una bula de cruzada para poder llenar las arcas reales, y prepararnos para la guerra que se avecina."

Suspiré en cuanto terminé mi discurso. De pronto me sentí fatigada. Esperaba poder cumplir con mi tarea, y que Dios pudiera bendecirme con su apoyo.

Su Santidad apoyaba mi misión de eliminar la herejía del mundo, tal y como su propio cargo indicaba que haría, mas me aconsejó ser prudente. Garnalia no estaba preparada para entrar en guerra ni con el Norte ni con el Sur. Henricus lo sabía, por eso no atacó en todo este tiempo.

- Pero no podemos demorarnos - insistí - A pesar de los tratados, Garnalia sigue siendo nuestra. Si queremos acabar con la herejía, debemos mostrarles fuerza. La Inquisición debería estar más presente en los territorios del Sur y Zhanthé. Ni uno solo de sus monarcas se presentó o envió emisarios para declararme su lealtad.

¿Debería considerarlo una declaración de intenciones?

Buscar aliados... No sonaba mal, pero... ¿dónde buscar? ¿Qué aliados podría encontrar la Corona en una situación como esta? La verdad es que no lo sé. Espero que Dios sepa ayudarme:

- Está bien - le dije a su santidad - Haré que Dios se sienta orgulloso de mi.

Me di la vuelta, dispuesta a marcharme, no sin antes decirle a su Santidad:

- Juro por lo más sagrado que el Hombre regentará el mundo. Un mundo amparado por la fe verdadera.

Y sin más dilación, me marché. Había mucho trabajo que hacer...