La Diosa
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~ Batalla de la Mansión de las Brumas ~



En el interior de la Mansión de las Brumas, casi todas las salas están oscuras y casi todas las ventanas, cerradas. Apenas hay soldados por las habitaciones y pasillos: la mayor parte de ellos están fuera, atacando al enemigo y defendiéndose del asedio. Sin embargo, los estruendos de la batalla y de la tormenta resuenan, un tanto menguados, dentro de la Mansión y hacen vibrar los cristales e incluso las paredes. Las explosiones también han derruido algunas zonas, aunque el vestíbulo y los salones circundantes permanecen intactos.

Aún no han entrado enemigos. O eso parece. Entre los marcos de la puerta, se dibuja una silueta oscura. La luz de la luna no llega hasta su rostro, pero el agua gotea y se extiende por el suelo. Lejos, en algún lugar, Xehanorth permanece secuestrado, o eso es lo que el Concilio sospecha. Sin embargo, nada puede saberse a ciencia cierta. El misterio puede sentirse en las paredes y en las losas del suelo, hasta en el aire que se respira.

Todo apunta a que el bando de los Secretos vencerá en el campo de batalla, a las afueras. Todo indica que los ejércitos no alcanzarán a tocar la Mansión de las Brumas. Pero todo puede cambiar en un instante, la victoria y la derrota siempre han sido caprichosas. Y, dentro, tras las paredes, entre ellas, en el corazón del refugio, nadie ha escrito aún la primera línea de su historia de guerra.
Aún así, puede palparse en los rincones el esbozo de las próximas palabras que serán articuladas.











    NOTAS
    + Aquí se narrará lo que sucede en las salas interiores de la Mansión de las Brumas. La batalla exterior y principal se roleará en el tema principal.
    + Los posts hechos con la cuenta de La Diosa servirán para manejar NPCs o para narrar lo que sea necesario.
    + Se puede sumar quien lo desee, esté inscrito o no, siempre que se justifique en el post, de forma coherente y razonable, cómo consiguió el personaje entrar en la Mansión.


William E. Arkwright
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Re: La batalla de la Mansión de las Brumas: tras las paredes por William E. Arkwright, Jue Oct 31, 2013 9:24 pm
Shewë. Shewë, Shewë, Shewë. De todas las personas del mundo, ella era la que menos esperaba encontrar. Y no fue una sorpresa grata. Aunque hubiera firmado mi libertad condicional, aunque me hubiera librado de la pena que me correspondía, yo no podía considerarla una aliada. Lo demostró abiertamente cuando me habló, en tono despectivo, y cuando se refirió de la misma manera a mi raza.

Yo me callé, dejé que ella hablara. Era consciente que estaba frente a la Jueza del Supplicium y que lo seguía siendo estuviéramos o no en el juzgado. Cualquier cosa que dijera podía ser utilizada en mi contra y lo sabía muy bien. Por eso me limité a permitirle que me tomara de la túnica y me obligara a ponerme en pie, y escuché sus órdenes viperinas y sus amenazas, así como escuché la voz de Xerxes y también los gritos de la elfa, que lo retaba a un duelo.

Me fijé en el colgante que pendía de su pecho. Era el Secreto de la Oscuridad, lo había visto en el juicio. Y ella, a pesar de ser archimaga, apestaba a Oscuridad. «¿Hasta ese punto llega el poder de ese Secreto? ¿Acaso es capaz de mermar tanto la luz de una archimaga?». Por lo visto sí. Y, si podía conseguir eso, ¿qué más podría conseguir? Tal vez podría resultarme más útil que el Ars que una vez tuve en mis manos, tal vez podría concederme el poder suficiente para...

«No, no, no pienses en eso, William», me dije a mí mismo, intentando apartarme de la tentación. Miré la gruta que se abrió ante nosotros, decidido, tratando de no lanzarme a por Shewë para intentar quitarle aquel objeto mágico. Ya había caído una vez en un error similar y las consecuencias habían sido nefastas, no podía arriesgarme a que volviera a suceder. No debía. Lo más sensato era renunciar, renunciar a todo, e intentar sobrevivir y salir vivo de aquella batalla. Lo demás podía esperar.

La archimaga me empujó al interior de la gruta y me ordenó rescatar a los rehenes y presentarme con ellos en Ekhleer si no quería que me condenaran al Laberinto de las Sombras. No puse ninguna objeción, aunque temía lo que pudiera esperarme dentro de la Mansión. «Aunque si hubiera más Secretos ahí dentro... Si, por algún casual... No, no, no».

Caminé hacia delante, sin mirar atrás. Avancé por la gruta oscura, que iba ascendiendo y ascendiendo, como una escalera de caracol. No me había dado cuenta de ello, pero la corriente de agua hechizada me seguía de cerca, adhiriéndose a la roca, sin que apenas le prestara atención. Pensé en las explosiones que Shewë había provocado y me pregunté, inquieto, si no se derrumbaría el edificio y me quedaría allí, encerrado o aplastado. Pensé mucho en eso, me recreé en ese miedo, quizás para olvidar las tentaciones que burbujeaban en mi conciencia. Y así seguí avanzando por la oscuridad densa, que era cada vez más y más tenue...

Finalmente, llegué al final de la gruta y aparecí entre los marcos de una puerta que daba a lo que parecía ser un vestíbulo. Todo estaba oscuro, pero no tanto. La luz de la luna entraba por algunas ventanas y se podían distinguir las formas de los objetos. Estaba dentro, no había nadie. «¿Y ahora qué?».

No sabía por dónde empezar a buscar, ni me entusiasmaba la idea de hacerlo. Según las indicaciones, uno de los rehenes era Xehanorth, y nuestro único encuentro había sido cualquier cosa salvo amistoso. De hecho, en aquellos tiempos en los que yo era más osado, más temperamental y, también, más ingenuo, habíamos peleado en las orillas del Lago de la Luna. Y estuvo a punto de matarme, como paso final de un plan que había perpetrado para regresar a la Torre entre laureles, para vengarme de Crescent, para buscar a Cathy...

Pero fracasó. Fracasó como fracasaron todos los planes que una vez hice, todas las cosas que realicé, todos los sueños que una vez tuve. Solo quedaban las pesadillas y, en los últimos días, ya ni siquiera tenía alma de rebelde, ni de criminal, ni de traidor. «¿Quién soy en estos instantes?». Era poco más que un nombre y... Odio y furia, también eso. Lo había sentido de camino a la Mansión, pero la sensación se había aplacado con la aparición de Shewë. Yo con mis propios pensamientos echaba tierra sobre la esperanza, y sobre el deseo...

No. El deseo permanecía intacto. Seguí caminando por el vestíbulo y elegí, al azar, uno de los pasillos, y me mantuve en guardia, por si aparecía alguien. Por el camino, seguí pensando y pensando. El ambiente invitaba a reflexionar. Tanta oscuridad, tanto misterio. «No debería rendirme. Si me rindo, no hay nada. No va a quedar nada. No tendrá sentido continuar». Continué. Continué avanzando. «Hay deseos que todavía podría hacer realidad, si fuera más fuerte, si tuviera un poder propio, si no estuviera obligado a contar con la ayuda de otros. Entonces, nada se me resistiría. Y violaría las normas otra vez, ya no importa. No voy a romper más reglas de las que he roto. Con el tiempo, puedo encontrar la manera de conseguir algo. Puede que sí, puede que sí».

No vi a nadie. Había habitaciones con puertas abiertas, con puertas entreabiertas, con puertas cerradas. Abrí las cerradas, pero estaban vacías. Si el rehén estaba en alguna de ellas, lo sabría: se habrían preocupado por extremar las precauciones para que nadie entrara. Aunque quizás alguien viniera a mi encuentro antes... Si Xerxes me había invitado a entrar, ¿no era lógico que tuviera algo preparado para mi llegada? No tenía ningún sentido que me hubiera permitido pisar su casa para rondar por ella sin rumbo alguno, sin meta fija, sin nada.

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Re: La batalla de la Mansión de las Brumas: tras las paredes por Lucien Van Fenix, Lun Nov 11, 2013 8:39 pm
Cuando reaparecí en el interior de la Mansión los daños ya no eran únicamente internos si no también externos, y una dramática lágrima de sangre se deslizaba por mi mejilla. Sin embargo, yo estaba contento, pues por fin llegaba el momento que yo tanto había ansiado: hora de salir de un cuerpo compartido.

Aparecí en una sala llena de libros y pergaminos arcanos, tesoros de conocimiento mágico que había trasladado a la Mansión de las Brumas por si había algún fallo durante la trasnmisión, pero no lo habría, no podía haberlo. Ademas de todos los papeles sobre las mesas y las estanterías con tomos arcanos que había robado tanto a fanáticos de la Diosa, como del Dios o de aquellos que no adoraban a nadie mas que a si mismos en las habitación había dos bañeras llenas de glifos de poder e escrituras pertenecientes a la magia del aire.

Me acerqué a una de ellas. Dentro había un cuerpo inerte de un hombre de unos 30 años, con pelo blanco y y ojos antinaturalmente amarillos. Como una serpiente pensé con una sonrisa y pronto fuí a la otra bañera, que estaba vacía y entre en ella. Como la primera, estaba llena de un fluido viscoso y verde que era increíblemente conductor. Todo estaba preparado y ya tenía casi todo el cuerpo sumergido cuando me detuve justo antes de que la cara entrara en ese plasma verde, y mis pensamientos fluyeron a toda velocidad.

¿De veras va a funcionar?

Solo es una transmisión de los impulsos eléctricos que forman nuestra consciencia para pasar a otro cuerpo. no tendría que haber ningun problema.

No tendría implica que no lo sabes de veras. ¿Porque no simplemente trasladar nuestra alma, como hacen otros?

No podemos. Si queremos obtener el poder que tanto ansiamos nuestra alma debe permanecer intacta.

Ese poder no servirá de nada si acabamos muertos

No acabaremos así. Ya lo hicimos una vez, ¿me equivoco?

No lo digas como si se tratase de algo que controlamos en el momento. Ese momento pasó, y suficiente que arriesgamos entonces.

He replicado la situación. La situación es teóricamente hasta mejor que entonces.

Dices teóricamente porque no conoces todas las variables. Si algo mas que no conoces afectó  al cambio de cuerpo estamos jodidos

¿Cuando nos ha importado eso?¿No es apostar todo nuestra manera de ser y arreglar los inconvenientes de un plan mediante la audacia?

Siguieron unos segundos de silencio hasta que mi otra parte contestó: Tienes razón-y con una sonrisa lobuna dijo-vamos con esto.

Mi cuerpo también sonrío. Incluso ante una situación de peligro extremo, incluso tratándose de la parte de mi consciencia mas prudente, la reacción final era ir con todo. Estaba realmente orgulloso de mi mismo. Cogiendo aire, me sumergí en la viscosidad y el cambio ocurrió.

Pronto toda la habitación se llenó de energía eléctrica corriendo por todas partes. Todos los valiosos secretos sobre la magia que se encontraban por la habitación fueron destruidos al instante, por lo que yo quedaba como el único con esos saberes, y si alguien espiaba la escena mas le valía estar fuera de la habitación si quería sobrevivir. Tras estos momentos de violencia siguieron unos segundos de quietud que parecían indicar que el experimento había fracasado, hasta que salí de la bañera.

Cogí aire con una bocanada. Nunca antes me había alegrado de notar el oxígeno dentro de mí y una sonrisa de alivio se instaló en mi rostro. Entonces vi que mi perspectiva de la habitación había cambiado. Miré mis manos y las vi mas grandes. Pasé de una corta sonrisa a una lobuna que mostraba todos mis dientes.

El experimento había funcionado.

Entonces me fijé en que alguien mas estaba cogiendo aire con todas sus fuerzas. El cuerpo de Bast había salido de su bañera con la consciencia del molesto pelirrojo otra vez en su lugar. Me dirigió una mirada de absoluto odio, a la que respondí con mi sonrisa viperina, sarcástica y (como siempre) lobuna de la forma mas perversa posible.

-Hola hermanito. ¿Porque así era como nos llamábamos antes, verdad?

-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Unos momentos mas tarde, el cuerpo de Bast estaba en una esquina de la habitación, aún en peor estado que antes. Era un resultado previsible: le había sacado su Secreto y aunque no lo había usado su cuerpo estaba en un estado deplorable por el rechazo que había sufrido a mi consciencia. Sin embargo, hubo un momento en el que pareció tener una oportunidad: le estaba rematando con uno de mis hechizos, el colas de dragón que consistía en crear varios torbellinos y concentrarlos en un único lugar y la presión tenía que funcionar de forma parecida a una licuadora (para los que no sepan magia, se trata de un aparato arcano que YO inventé para volver alimentos sólidos en líquidos. Lo hice a petición de la cocinera de Aressher, a cambio de ciertos favores. No preguntéis cuales).  Un cuerpo humano se convertiría en pulpa al segundo de recibir tal poder, e incluso el vampírico de Bast pareció a aguantar mas que unos segundos cuando algo despertó dentro de él.

Al principio intentó ponerse de pié, pero los vientos le hacían flotar, de manera que en vez  de sostenerse sobre los pies los clavó de forma brutal al suelo, y me miró con unos ojos que tenían la pupila en cruz. En aquel momento un pesado manto cayó sobre todo el lugar, y una fuerza mágica varias veces mas poderosa que yo mismo surgió, teniendo como centro aquel chico que momentos antes estaba al borde de la destrucción total.

La batalla de la Mansión de las Brumas: tras las paredes  33

Sonreí. Aquellos ojos, aquel poder, los conocía demasiado bien, y sabía que nada en la tierra podía pararlos. Pero el cuerpo de Bast estaba en un estado demasiado deplorable, antes de que pudiese hacer nada aumenté la presión de los vientos y al final había colapsado antes de mostrar ese poder al mundo.

Un poder que ha muerto hoy, pensé.

El que aún pudiese usarlo probaba que aún no había recuperado los recuerdos, como cuando no supo lo que significaba que le llamase hermano.

Y ahora contemplaba su cuerpo destrozado en un rincón de la habitación. La imagen me llenaba de dicha, vamos si lo hacía, pero no acabaría mi venganza allí, de aquella manera. Me fui de la habitación dejando el cuerpo que antes yo poseía lleno de graves heridas y caminé por los pasillos buscando la última pieza de mi rompecabezas.

Necesitaba a Xehanorth.
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Re: La batalla de la Mansión de las Brumas: tras las paredes por Mark Hammerhand, Dom Nov 17, 2013 7:24 pm
La victoria era nuestra. Era increíble como, en cuestión de horas, los ejércitos enemigos habían sido aplastados bajo olas de magma. El desastre siguió, pero yo no me quedé a contemplarlo. Xerxes tenía otro plan, un plan que, creía, era un castigo para el prisionero. Y yo iba a formar parte de él.

Abandoné mi posición tras las murallas y regresé al interior de la Mansión de las Brumas. Sin prisa, anduve por los pasillos negros, consciente de que el tiempo no podía preocuparme ya: los ejércitos en el exterior no suponían ningún problema, las amenazas eran nulas. Solo quedaba el chico al que había visto entrar en la Mansión, el chico que acompañaba a Shewë. «Qué extraño que se haya presentado en un lugar tan peligroso y acompañada de un humano». Aún seguía sorprendido por su breve aparición.

Finalmente, me detuve ante una puerta bien custodiada por dos guardas y un par de conjuros. Me hallaba en una de las torres más altas, en su cima. Hasta allí no llegaba más sonido que el repiqueteo de la lluvia al tocar los tejados. Ni siquiera la luz de la luna alcanzaba a colarse por las ventanas, todas cerradas.

Es la hora.

Los guardas lo entendieron al instante. También la propia puerta. No hizo falta una palabra más.


~ o ~


Al cabo de largos minutos, yo volvía a caminar por los pasillos de la Mansión. Mi rostro era el de siempre, el de Mark Hammerhand, y de mi cinto pendía una espada larga. Al principio, mis movimientos eran torpes, pero luego, a medida que pasaba el tiempo, fui acostumbrándome a la sensación y pude avanzar, sin mayores problemas, por la casa.

Descendí escaleras, varias escaleras, doblé varias esquinas y, durante el camino, me acompañaron los cristales agitados de las ventanas que se estremecían al ser mecidos por las ráfagas de viento. Se me antojaba antinatural un silencio como aquel en el epicentro de una batalla sanguinaria...

Paso un tiempo antes de que el sonido de unos pasos, primero, y el crujido de una puerta al ser abierta, después, rompieran los ecos del silencio. Allí estaba, sí, allí debía estar. Me llevé una mano al cinto y desenfundé la espada, cuyo acero brilló, plateado, bajo los rayos de luz tenue. También en el cinto, al lado de la funda del arma, tintineaban un par de llaves doradas que abrían una puerta muy preciada por mi oponente... o mis oponentes.

No podía afirmar a ciencia cierta que aquello sería un duelo. No podía descartar que alguien viniera a ayudar al muchacho que, ignorando su destino, se había colado en el que sería su infierno. No podía descartar nada.

Avancé y llegué al final del pasillo en el que me encontraba, doblé la esquina y entré a una sala sin puerta. Era enorme, de techo ligeramente abovedado, con una escalera curva que daba a los pisos superiores. En tiempos pasados pudo haber sido un salón de baile, o una bonito vestíbulo.

En el centro, avisté la silueta oscura de un hombre. El cabello negro, aún húmedo, se le colaba delante de los ojos, que eran verdes y oteaban la distancia hasta posarse, inquietos, sobre mí.

¿Eres tú quien busca a Xehanorth?

Mi voz reverberó en las paredes y cayó sobre las losas del suelo.

William E. Arkwright
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Re: La batalla de la Mansión de las Brumas: tras las paredes por William E. Arkwright, Dom Nov 17, 2013 7:45 pm
«¿Eres tú quien busca a Xehanorth?».


Esas fueron las palabras que escuché al llegar a aquel salón amplio y que creí vacío. Por un momento, me quedé quieto y callado, sin saber muy bien cómo reaccionar o si tenía que prepararme para entablar alguna lucha. Mis ojos repararon en la espada que empuñaba aquel hombre alto y joven, serio y firme. No recordaba haberlo visto nunca, pero era evidente que, a partir de entonces, debía considerarlo un enemigo.

Estuve tentado de responder con sinceridad a la pregunta y decir: «No, no busco a Xehanorth. Es más, me harías un favor si me dijeras que está muerto», pero me contuve a tiempo. Ya no estaba en posición de dar rienda suelta a mis pensamientos verdaderos, no si quería tener alguna oportunidad de salvar mi vida y mi relativa libertad.

El Concilio busca a Xehanorth y yo sigo sus órdenes. —Hice una larga pausa, mientras me preguntaba cómo iba a rescatar al rehén cuando la celda debía estar bien custodiada—. ¿Dónde está?

Tragué saliva y esperé su respuesta, sin dejar de vigilar cada uno de sus movimientos, sin dejar de mirar sus labios, por si estos pronunciaban alguna palabra arcana. Entre tanto, el charco de agua reposó a mis pies, manso y aparentemente inofensivo, pero listo para atacar al más mínimo indicio de batalla.

No pensaba atacar primero. Aún quería probar suerte y ver si tenía la posibilidad de ahorrarme el riesgo de muerte. Con el cuerpo en tensión y el corazón acelerado, me preparé para levantar alguna barrera improvisada. Y entonces, cuando el hombre movió ligeramente su espada, mis ojos repararon en las llaves doradas que pendían del cinto.

«¿Y si fueran esas las llaves de la celda de ese estúpido Maestro de la Torre...?».


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~ Batalla de la Mansión de las Brumas ~



Se respira tensión en el ambiente. William Arkwright y Mark Hammerhand se miran el uno al otro, como si buscaran adivinar sus pensamientos solo con la mirada. El eco de la voz del joven marinero ha callado y el silencio es cada vez más intenso, cada vez más...

Hay un brillo que oscila junto a Mark. Es la espada que lleva. No piensa ofrecerle al chico una respuesta verbal y una sonrisa aparece en sus labios al tiempo que levanta el arma, al tiempo que camina, que avanza hacia delante y, entonces, la hoja rompe el aire y también el silencio buscando hundirse en el cuerpo del adversario. Pero William estaba preparado para cualquier movimiento parecido y levanta rápidamente una barrera con el agua que llevaba acumulando, casi de forma inconsciente, desde que entrara en la Mansión.

Tras ese primer ataque, la furia se desata y el duelo comienza. Magia y espada se mueven al son de una misma danza, besándose y separándose, observándose y haciendo suya, solo suya, la amplia sala y hasta la batalla entera. El guerrero exaltado es capaz de repeler las ofensivas del mago sin mayores dificultades, pero sus movimientos son, por alguna razón, más torpes que de costumbre.

El joven William, que había arrastrado durante toda la noche un profundo sentimiento de desgana, está cada vez más inmerso en el calor de la batalla y sus ojos solo se centran en el enemigo, mientras su mente busca la forma de poner punto final a su existencia. Casi se ha olvidado de las llaves que penden de su cinto.

Desde lo alto de la escalera, donde tiene mayor visibilidad, pronuncia unas runas arcanas y deja fluir la magia por todo su cuerpo. Para hacer frente a la fuerza de un guerrero experimentado, sabe que no basta con la suya propia y, por eso, va a recurrir a una invocación. Se llama Heiler Dierich Vun Trez y tiene la apariencia de una bestia enorme, con largos cuernos, alas delgadas y una cola recubierta de espinas. No es una criatura que pueda permanecer mucho tiempo en el mundo terrenal si es un mago consagrado quien realiza el conjuro, pero William no necesita tiempo. Está convencido de que le bastará con unos minutos para derrotar a Mark.

El guerrero observa con los ojos abiertos a la criatura. Es consciente de que sus opciones de vencer al mago se reducen considerablemente si tiene, primero, que hacer frente a semejante bestia. Pero no parece tener intención de rendirse. De hecho, se lanza hacia el monstruo espada en mano, sin precaución alguna, como si no le tuviera ningún aprecio a su vida.

Mientras William, desde lo alto de las escaleras, se concentra en controlar a la criatura, el Heiler y Mark se hallan envueltos en una lucha incesante en la que se mezclan fuerza física y magia. Los golpes de la bestia y hasta sus propios pasos han roto las losas del suelo y buena parte del mobiliario.

El invocador siente que su energía se agota progresivamente y cierra los ojos, aunque supone un riesgo para su supervivencia. No le importa, solo quiere ganar esa batalla y acabar con su enemigo improvisado, a cualquier coste. Pero, poco a poco, se siente cada vez peor. Solo escucha los golpes, siente temblar el suelo bajo sus pies, y luego...

Un grito. William abre los ojos de repente, abandonado toda concentración. El Heiler le lanza una mirada azul en la que brilla un fuego furioso. Después regresa a su plano y desaparece, sin más. «¿He perdido...?», se pregunta.

A duras penas, se pone en pie. Mira hacia abajo y ve, entre los escombros, un cuerpo herido y una espada rota. «Lo he matado». Sonríe.

Desciende las escaleras con lentitud. Solo entonces recuerda que su misión no ha concluido y que debe hacerse con aquellas llaves. Se acerca al cuerpo caído y...

¡Cuál es su sorpresa! No encuentra allí a Mark Hammerhand, sino a otro joven a quien conoce bien. Es Xehanorth, el hombre al que debe rescatar. Y está herido.

Lo contempla durante varios minutos, sin hacer nada. Por un momento, se le pasa por la mente la idea de tomar el filo de la espada rota y clavarla en su pecho, dándole muerte así a una de las personas que, en el pasado, se había entrometido en su camino. Pero luego recapacita y se arrodilla junto a él. Muerto le traerá más problemas que si lo deja con vida.

Incapaz de creerse que ha conseguido acabar con la tarea que se le había asignado, William posa las manos sobre el cuerpo de Xehanorth y pronuncia el conjuro de teletransporte. Ya solo queda darle la noticia a Joseph y, al fin, podrá desaparecer de la batalla en la que se ha visto envuelto sin quererlo.
Finalmente, el segundo de los rehenes de los Secretos ha sido rescatado, aunque aún están por descubrir las condiciones en las que se encuentra.







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